domingo, 3 de mayo de 2015

Gracias por venir.

“Se produjo un problema al enviar el comando al programa”. Ésta ha sido la manera tan gratificante con la que Windows ha tenido a bien darme los buenos días tal mañana como la de hoy, en la que me he levantado con un ligero dolor de cabeza... ¿De verdad es posible que un único mojito me provoque cierta resaca? Está claro que la edad y la poca práctica en esto de beber terminan por pasarme factura.

Tras un primer momento de pánico en el que me dio tiempo a blasfemar en contra de toda esta tecnología que nos ha convertido en robots dependientes recordé que tengo varias copias de seguridad del archivo en el que voy relatando mis aventuras y conseguí volver a respirar de una manera acompasada y tranquila. Huelga decir que el fuego que comenzaba a mostrarse lo controlé apagando y volviendo a encender el portátil. ¡Cómo no!

De todos modos ya hace tiempo que debería haber jubilado este aparato y haberlo cambiado por uno nuevo y más moderno ya que éste desde el que escribo ya comienza a ir dando tumbos y haciendo eses y en este caso ningún mojito tiene la culpa. ¡Qué pereza, oiga! Y qué pocas ganas de ponerme a buscar… que una entenderá de muchas cosas, pero de lo que viene siendo tecnología, y más concretamente de características técnicas, pues como que no demasiado. Que si ROM… que si RAM… que si su puta madre, perdonando la expresión.

Renovarse o morir, en eso está la clave. Por más que pretendamos que no pasa nada y que nada cambia, todo a nuestro alrededor evoluciona de una manera más o menos visible y en ocasiones en contra de nuestra voluntad. Es lo que hay, frase manida de todos aquellos que ya están curtidos y muchas veces resignados a su suerte, esos que deciden dejarse llevar por la vida y no llevar a la vida por el camino que a ellos les gustaría. Y yo agradezco el consejo, pero no me da la gana de rendirme tan fácilmente, así que decido ir a contracorriente y no desistir en mi empeño a pesar de que a veces lo único de lo que tenga ganas es de izar la bandera blanca.

Actualmente me encuentro en medio de una lucha feroz en la que han tomado parte mi cabezonería, los deseos de cambio y esa recién descubierta necesidad imperiosa de no querer quedarme estancada en donde estoy. Y como buen combate, por momentos tengo la sensación de que los golpes de derecha de mi contrincante van a terminar conmigo en el suelo, y cuando ya parece que me van a derrotar por K.O. consigo sacar fuerzas de mi interior, consigo levantarme y le planto cara a las adversidades que pretenden hundirme en la miseria más desgraciada. ¿Que cómo va la contienda? Sólo diré que a día de hoy no tiro la toalla, que ya es bastante.

Mayo ya está aquí. Como quien no quiere la cosa el mes cinco del calendario (bendita rima…) asoma tímidamente la cabeza. Yo ya me he apoltronado cómodamente en el sofá con mi bol gigante de palomitas curiosa y dispuesta a ver en pantalla gigante y sin publicidad cómo transcurren sus días. Lo único que a estas alturas de la película todavía no tengo claro es si en esta ocasión seré protagonista o figurante, aunque no dudo ni un ápice de que la trama resultará de lo más interesante.

No suelo hacerlo, me gusta el silencio cuando me pongo a divagar, pero hoy he cambiado mis hábitos (lo dicho: renovarse o morir) y mientras escribo estoy escuchando a un artista que descubrí por pura casualidad, o más bien debería decir que fue por acompañar a Esther a uno de sus conciertos. Un día surgió la típica pregunta: ¿Qué hacemos el sábado? Pues no sé, lo que queráis. Luis Ramiro toca en la sala Galileo Galilei. ¿Os apuntáis? Venga, va. Y allí me fui sin haber escuchado ni un sólo acorde de ninguna de sus canciones y deseando que al menos el susodicho no me resultase demasiado aburrido. Es lo que hay: por los amigos se hace lo que haga falta.

Al final ni muermo, ni tostón, ni gaitas, sino todo lo contrario. Allí se plantó con su guitarra en el escenario y descubrí la poesía hecha canción. Desde el primer poema consiguió trasladarme a otra dimensión, la de los sentimientos dormidos que por arte magia, su magia, volvían a aflorar dejándome extasiada mientras él narraba sus historias, historias que a medida que discurrían en forma de canciones iba haciendo mías.

Pido perdón desde aquí a mis amigos de Facebook. Es más que probable que estén de mí hasta los cataplines al ver en mi página día sí y día también enlaces al YouTube desgranando una a una esas pequeñas joyas que han hecho de mí una fan incondicional, una de esas con CD dedicado y todo.

Cierro esta entrada con la canción con la que Luis Ramiro abrió el concierto, la que despertó en mí esa curiosidad que hizo que lo buscase en el Spotify nada más despertarme al día siguiente. No pretendo para nada en absoluto que os convirtáis en seguidores acérrimos ni nada por el estilo. Para eso ya estoy yo, eterna soñadora y buscadora de historias desgarradoras con final feliz.



Y ojo, no os confundáis y me acuséis de ñoñería sin haberme juzgado antes, que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. A pesar de que parezca que la melancolía volvía a atraparme a medida que escribía estas líneas no os confundáis. Como bien aclara Luis Ramiro: No me llaméis triste, sólo soy sincero.

Luis Ramiro. Sincero. https://youtu.be/V6CItLlhhVI