“Se produjo un problema al
enviar el comando al programa”. Ésta ha sido la manera tan gratificante con la
que Windows ha tenido a bien darme los buenos días tal mañana como la de hoy,
en la que me he levantado con un ligero dolor de cabeza... ¿De verdad es
posible que un único mojito me provoque cierta resaca? Está claro que la edad y
la poca práctica en esto de beber terminan por pasarme factura.
Tras un primer momento de
pánico en el que me dio tiempo a blasfemar en contra de toda esta tecnología
que nos ha convertido en robots dependientes recordé que tengo varias copias de
seguridad del archivo en el que voy relatando mis aventuras y conseguí volver a
respirar de una manera acompasada y tranquila. Huelga decir que el fuego que
comenzaba a mostrarse lo controlé apagando y volviendo a encender el portátil.
¡Cómo no!
De todos modos ya hace
tiempo que debería haber jubilado este aparato y haberlo cambiado por uno nuevo
y más moderno ya que éste desde el que escribo ya comienza a ir dando tumbos y
haciendo eses y en este caso ningún mojito tiene la culpa. ¡Qué pereza, oiga! Y
qué pocas ganas de ponerme a buscar… que una entenderá de muchas cosas, pero de
lo que viene siendo tecnología, y más concretamente de características
técnicas, pues como que no demasiado. Que si ROM… que si RAM… que si su puta
madre, perdonando la expresión.
Renovarse o morir, en eso
está la clave. Por más que pretendamos que no pasa nada y que nada cambia, todo
a nuestro alrededor evoluciona de una manera más o menos visible y en ocasiones
en contra de nuestra voluntad. Es lo que
hay, frase manida de todos aquellos que ya están curtidos y muchas veces
resignados a su suerte, esos que deciden dejarse llevar por la vida y no llevar
a la vida por el camino que a ellos les gustaría. Y yo agradezco el consejo,
pero no me da la gana de rendirme tan fácilmente, así que decido ir a
contracorriente y no desistir en mi empeño a pesar de que a veces lo único de
lo que tenga ganas es de izar la bandera blanca.
Actualmente me encuentro
en medio de una lucha feroz en la que han tomado parte mi cabezonería, los
deseos de cambio y esa recién descubierta necesidad imperiosa de no querer
quedarme estancada en donde estoy. Y como buen combate, por momentos tengo la
sensación de que los golpes de derecha de mi contrincante van a terminar
conmigo en el suelo, y cuando ya parece que me van a derrotar por K.O. consigo
sacar fuerzas de mi interior, consigo levantarme y le planto cara a las
adversidades que pretenden hundirme en la miseria más desgraciada. ¿Que cómo va
la contienda? Sólo diré que a día de hoy no tiro la toalla, que ya es bastante.
Mayo ya está aquí. Como
quien no quiere la cosa el mes cinco del calendario (bendita rima…) asoma
tímidamente la cabeza. Yo ya me he apoltronado cómodamente en el sofá con mi
bol gigante de palomitas curiosa y dispuesta a ver en pantalla gigante y sin
publicidad cómo transcurren sus días. Lo único que a estas alturas de la
película todavía no tengo claro es si en esta ocasión seré protagonista o
figurante, aunque no dudo ni un ápice de que la trama resultará de lo más
interesante.
No suelo hacerlo, me gusta
el silencio cuando me pongo a divagar, pero hoy he cambiado mis hábitos (lo
dicho: renovarse o morir) y mientras escribo estoy escuchando a un artista que
descubrí por pura casualidad, o más bien debería decir que fue por acompañar a
Esther a uno de sus conciertos. Un día surgió la típica pregunta: ¿Qué hacemos el sábado? Pues no sé, lo que
queráis. Luis Ramiro toca en la sala Galileo Galilei. ¿Os apuntáis? Venga, va. Y
allí me fui sin haber escuchado ni un sólo acorde de ninguna de sus canciones y
deseando que al menos el susodicho no me resultase demasiado aburrido. Es lo
que hay: por los amigos se hace lo que haga falta.
Al final ni muermo, ni
tostón, ni gaitas, sino todo lo contrario. Allí se plantó con su guitarra en el
escenario y descubrí la poesía hecha canción. Desde el primer poema consiguió
trasladarme a otra dimensión, la de los sentimientos dormidos que por arte
magia, su magia, volvían a aflorar dejándome extasiada mientras él narraba sus
historias, historias que a medida que discurrían en forma de canciones iba
haciendo mías.
Pido perdón desde aquí a mis
amigos de Facebook. Es más que probable que estén de mí hasta los cataplines al
ver en mi página día sí y día también enlaces al YouTube desgranando una a una
esas pequeñas joyas que han hecho de mí una fan incondicional, una de esas con
CD dedicado y todo.
Cierro esta entrada con la
canción con la que Luis Ramiro abrió el concierto, la que despertó en mí esa curiosidad
que hizo que lo buscase en el Spotify nada más despertarme al día siguiente. No
pretendo para nada en absoluto que os convirtáis en seguidores acérrimos ni
nada por el estilo. Para eso ya estoy yo, eterna soñadora y buscadora de
historias desgarradoras con final feliz.
Y
ojo, no os confundáis y me acuséis de ñoñería sin haberme juzgado antes, que
todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. A pesar de que
parezca que la melancolía volvía a atraparme a medida que escribía estas
líneas no os confundáis. Como bien aclara Luis Ramiro: No me llaméis
triste, sólo soy sincero.
Luis Ramiro. Sincero. https://youtu.be/V6CItLlhhVI