martes, 25 de julio de 2017

25 de julio de 1970

Si suelto de repente y sin venir al caso la frase “20 de abril del 90” estoy convencida de que muchos de vosotros, carcas como yo, comenzaréis a tararear como un resorte una canción de Celtas Cortos que a día de hoy todavía está en boga y que no puede faltar entre la selección musical que amenice cualquier boda/bautizo/comunión que se precie.
Hoy la entrada va de fechas, y más concretamente de una fecha en particular. Hoy vamos a subirnos a la máquina del tiempo y a remontarnos al 25 de julio de 1970.
Aclaro antes de continuar que nada tiene que ver con mi fecha de nacimiento así que ni se os ocurra pintarme el pelo con más canas de las que ya tengo (os recuerdo que soy rubia de bote y que desde que soy rubia de bote soy más feliz) ni cargarme con más años de los que ya recaen sobre mis hombros.
No. Esa fecha no tiene nada que ver conmigo (al menos no directamente), pero sí con las dos personas más importantes en mi vida: Mis padres.
Ese día, después de no haber ejercido ni tan siquiera un año como novios (para que luego digan que la juventud de hoy va demasiado rápido…), ese día decía, fue la fecha elegida para el inicio de su particular historia de amor.
Pero ojo, no queramos ir tan de prisa. Para llegar a ese punto en el calendario todavía tenemos que retroceder un poco más en el tiempo así que agarraos fuerte que la máquina vuelve a despegar.
A Estrada. Año 1968.
Dolores acababa de aprobar las oposiciones a maestra, no sin muchos esfuerzos. Debido a la época en la que le tocó vivir todos los componentes de la familia se veían en la obligación de arrimar el hombro y ella no iba a ser menos, así que durante el día trabajaba ayudando a sus padres y a la luz del candil le robaba horas al sueño para poder estudiar. Dicen las malas lenguas que a pesar de haber superado el examen a puntito estuvo de quedarse fuera porque no tenía padrino que la protegiese, pero que una de sus maestras se enteró de la injusticia que se iba a cometer con ella y defendió a capa y espada el aprobado de tan sacrificada estudiante.
Y así fue como, incluida en el minuto de descuento como la última de la lista, no le quedó más remedio que conformarse con la plaza que ninguno de los que estaba antes que ella tuvo a bien elegir, y con mucho dolor y resignación metió en la maleta lo poco que tenía y se dirigió camino de Barcelona.
Cosas del destino, Ramón, saliendo de distinto punto de la geografía gallega tomó la misma ruta en compañía de un amigo, buscando mejor suerte que la que se encontró una vez abandonó el seminario después de varios años, tras confirmar algo que era un grito a voces: que la vocación de cura brillaba por su ausencia.
Y hete tú ahí que, sin conocerse de nada y a miles de kilómetros de distancia, ambos comenzaron a coincidir en la línea de autobús que los llevaba cada uno al respectivo colegio en el que daban clase. Ser exiliados en tierra extraña une mucho y las conversaciones sobre lo divino y lo humano se sucedían cada vez que se encontraban y éstas duraban lo que duraba el trayecto hasta que Ramón se apeaba en el barrio del Besós mientras Dolores continuaba camino hasta el barrio de la Salud.
No conozco bien los detalles, pero sé que mi madre se lo hizo pasar bastante mal a mi padre, quien por lo visto ya le había echado el ojo a aquella morena. Cuentan los más atrevidos que la cabezonería de Dolores y su empeño por no dar el brazo a torcer era tal que en un viaje en tren en el que coincidieron viniendo a Galicia, y a pesar de estar a punto de morir de sed (licencia poética), ni mi madre ni su alumna Laura, quien la acompañaba a pasar el verano con ella, aceptaron las continuas invitaciones de Ramón a unas Coca-Colas. (Confieso que en realidad desconozco a qué bebida se referían y me he visto en la obligación de inventármelo para darle credibilidad a la historia).
La actitud de Dolores hacia Ramón siguió siendo un tanto cortante durante ese verano, incluso la vez que él recorrió en su moto los muchos kilómetros que separaban su pueblo natal del de ella y se plantó en el portal de su casa con la excusa de que un amigo cura que oficiaba su primera misa en dicha parroquia le había invitado a asistir a la misma.
Pero algo cambió cuando volvieron a Barcelona terminadas sus vacaciones, y fue entonces cuando comenzaron su relación como novios. Finalmente, después de cientos de anécdotas, de desplantes con doble intención y de insistencias que no cejaron, la historia solo podía terminar de una única manera: En boda. Cuenta la leyenda que una noche de finales de octubre del 69 fueron a bailar a una discoteca y salieron del local con la fecha ya marcada.
Y llegamos al 25 de julio de 1970, momento en el que Dolores y Ramón, entrelazadas sus manos y ante un cura y su familia prometieron que se querrían hasta el final de los tiempos. Y dos hijos y 47 años después aquí siguen los muy jabatos, dándonos al resto una lección magistral reflejada a través del respeto y de la admiración mutua que ambos se profesan.
A día de hoy todavía me maravillo cada vez que veo con qué cariño y ternura se miran el uno al otro, cómo consiguen ser todavía capaces de hablar sin usar las palabras. La compenetración entre ellos es total, y sin necesidad de fijarse demasiado uno puede ver cómo el amor supura por cada uno de los poros de su piel.
En ocasiones siento envidia sana porque incluso aunque a estas alturas del partido termine encontrando a mi media pera 💫💫💫 (la naranja se la dejo a otros), me resultará matemáticamente imposible superar tantos años de convivencia como los que ellos llevan a sus espaldas. Con todo y con eso confieso que tampoco renuncio a la posibilidad de protagonizar una versión abreviada de su maravillosa historia de amor.
Hoy, 25 de julio de 2017, hace 47 años que dos personas a las que adoro decidieron no separarse jamás. Hoy, 25 de julio de 2017, me siento afortunada (y estoy convencida de que mi hermano corroborará todas y cada una de mis palabras) de poder proclamar ante vosotros que he tenido la suerte de haber sido testigo de una historia de amor con mayúsculas. Ésa que, como si de un cuento de hadas se tratase, sólo puede terminar de una manera. De la misma manera con la que yo termino éste, mi humilde tributo a ambos. Con la frase que cierra toda historia con final feliz que se precie y que versa así: 


… y fueron felices y comieron perdices. 


lunes, 17 de julio de 2017

Hogar, dulce hogar.

Lo reconozco... es superior a mí: ¡Qué poco me gusta sacar la basura!
Entiendo que esta confesión tiene de glamurosa lo que yo de Rita la Cantaora, pero llega un momento en la vida en la que la que suscribe pierde ya todo filtro y suelta las cosas como las siente. Así, a bocajarro y sin anestesia. Para desconcertar un poco al personal.
Advierto desde ya que esta entrada va de “cosas que hacer en casa que no me gustan ni una chispita”, así que es posible que me encontréis un poco repugnante si decidís continuar leyendo.
Pues eso... Ni en vuestras mejores suposiciones os podréis jamás imaginar el coraje que me recorre el cuerpo cuando al abrir el cubo me encuentro con la bolsa llena. Torcer el gesto y pensar para mis adentros: “Mierda… (nunca mejor dicho y disculpando) ya me toca otra vez” es una reacción automática que como toda reacción automática no soy capaz de controlar.
Me toca sacar la basura y me toca mucho las narices el mero gesto de proceder a atar la bolsa (bendito sistema “atafácil”), alzarla en peso, salir de casa y bajar un piso hasta el cuarto de basuras en donde la deposito en su contenedor correspondiente, según sea orgánica o para reciclar. Y si la vagancia me ha podido durante el transcurso del día, cuando cae la noche existe una segunda opción que sustituye a la de descender una planta por la de bajar los seis escalones del vestíbulo de entrada del edificio, abrir el portal, dirigirme al contenedor que se encuentra a escasos metros sobre la acera y repetir el gesto de “abrir tapa/introducir bolsa/cerrar tapa” que tanta pereza me produce. Considero ambas posibilidades igual de odiosas.
Esto no es algo nuevo. Dicha tarea doméstica me ha resultado muy poco atractiva de toda la vida y he procurado evitarla siempre que me ha sido posible. Me sucede lo mismo cada vez que me toca doblar la ropa. No me importa pasarla del cesto de ropa sucia a la lavadora, seleccionar el programa correspondiente y añadir el detergente y el suavizante de rigor, sacarla de la lavadora y proceder a tenderla. Para más inri añado que plancharla me relaja mogollón. Es el punto intermedio el que me da sopor absoluto. Manía como otra cualquiera, imagino.
Y si continúo hablando de manías domésticas reconozco que tengo unas cuantas, supongo que como cualquier hijo de vecino. Aquí resumo alguna más:
¿Secar los platos? Uffff… pues tres cuartos de lo mismo. Dadme montañas de vajilla para fregar que lo hago encantada. De hecho yo soy la que se ofrece voluntaria para la tarea en las diferentes comidas familiares que tienen lugar en mi casa y en las ajenas a lo largo del año. Eso sí: no me pidáis que seque lo fregado, por favor. No me gusta na-di-ta. Debo ser de las pocas personas en este mundo que no tiene lavavajillas y que no lo echa absolutamente nada de menos. Hasta que llega la hora de tener que usar el paño. Ahí sí que sí.
Cada vez que me toca cambiar la funda del edredón nórdico me entra una pereza difícil de describir. Sé que apenas tardo un par de minutos, pero el mero hecho de estirar primero el edredón para luego doblarlo de tal manera que me resulte sencillo introducirlo en la funda correspondiente me agota. Así que figuraos cuando esa tarea pasa de mi imaginación a la vida real. Eso sí, qué gustazo da después introducirte en la cama y sentir ese olor a colonia infantil cortesía del suavizante que todo lo impregna. De lujo.
¿Y qué me decís del suplicio de limpiar las ventanas? Nunca he tenido vocación de Spiderman y me da pánico asomarme demasiado y no vivir para contarlo. Lo sé: soy un poquito exagerada, pero cualquier disculpa es buena para no tener que dejar los cristales tan limpios que cualquiera que pase se quede mirando asombrado de lo nítido que luce mi salón-comedor-cocina desde la calle, sin ninguna marca en el cristal que confirme que efectivamente existe una ventana entre el cotilla callejero de turno y mi hogar. Que sí, que es verdad, que vivo en un bajo y la distancia de mis ventanas con respecto al duro suelo apenas sí es de un par de metros, pero no me digáis que la disculpa de no ser un súper héroe de cómic para evitarme el trabajo no tiene su gracia.
En definitiva, que cada persona es un mundo y cada mundo un territorio por explorar. Generalmente se nos llena la boca al hablar de todo lo virtuoso que llevamos dentro pero reconocer aquellos puntos débiles que nos convierten en personas de carne y hueso como que cuesta un poquito más.

Todos tenemos nuestras pequeñas cosas, y el que opine lo contrario, miente. Manías, manías y más manías…


Queen. I want to break free. https://youtu.be/f4Mc-NYPHaQ


martes, 11 de julio de 2017

Pensamientos ilustrados. Parte 2.


Segunda entrada que dedico a dos de mis grandes pasiones: la escritura y la fotografía. No me considero experta en ninguna, pero gracias a ellas he descubierto una parte de mí que no conocía y que reconozco me apasiona.

Disfruto con el reto que me impongo de tener que esforzarme en sacarle todo el jugo que puedo a las diferentes imágenes añadiéndoles un pequeño texto que las complemente.

A vuestra salud...


¿Subes o bajas?



Desde pequeño te han inculcado que tú eres el único dueño de tus actos y que solo tú decides cómo quieres vivir tu vida. Mentira. Nadie añade a la ecuación el hecho de que a tu alrededor todo te condiciona para que vayas en una determinada dirección. A veces son pequeños gestos o palabras los que nos influyen pero también están aquellos detalles que se ocultan entre la maleza y que no se dejan ver hasta que ya te has visto obligado a dirigir tus pasos en una de las dos direcciones. El que diga que tiene el destino de su vida totalmente definido y bajo control miente. O se engaña a sí mismo, opción que me parece incluso peor. Por cada decisión que escoges descartas, como mínimo, una diferente, sin saber si la opción elegida te conducirá al éxito más apabullante o al fracaso más sonado. Asúmelo: la vida es como una escalera y cada momento que la conforma un peldaño que te conduce hacia un futuro desde luego incierto, pero siempre emocionante. De ti depende si quieres afrontar el siguiente escalón y asumir un riesgo que te puede llevar a lo más alto o prefieres retroceder al anterior y conformarte con lo que ya conoces. En otras palabras: tú decides entre luchar por tus sueños o no. ¿Subes o bajas?




Un festivo cualquiera en Madrid.

Sucede que a veces me despierto un día de fiesta a la misma hora que lo haría si tuviese que ir a trabajar. 
Sucede que entonces me levanto con infinitas ganas de no quedarme en casa a pesar de que la temperatura exterior no invita precisamente a poner el pie fuera de la puerta. 
Sucede que al final el deseo por abandonar las cuatro paredes que me protegen del frío gana la batalla al pijama y al sofá. 
Y sin que me dé cuenta, sucede que Madrid se presenta ante mí y me invita a recorrerla sin rumbo fijo, volviendo a aquellos rincones que, harta como estoy de identificar con los ojos cerrados, cada día que pasa siguen encandilándome como la primera vez que los tuve frente a mí.
Y entonces sucede que la mañana ha discurrido en un suspiro y, agotada, regreso a casa con la sensación de haber aprovechado cada minuto de esta jornada festiva y otoñal. 

Sí, es verdad: a veces sucede... 



Encrucijada.

Es la dirección que elijas la que marcará tu destino así que párate un segundo y reflexiona un poco antes de decidirte por alguna. Eso sí, cuando lo hayas hecho, camina hasta el final de la senda y sácale todo el jugo posible a lo que te vayas encontrando por el camino, porque sin que te des cuenta estarás escribiendo la historia de tu vida. Procura que ésta sea lo más gratificante posible. Tanto, que cuando llegue el momento de echar la vista atrás sientas crecer en tu interior un orgullo tal que sin palabras te confirme que ha merecido la pena seguir esa flecha. 







Despertar.

Así fue: en mitad de una fría noche de diciembre y mientras recorría una calle vacía descubrió lo ridículo que resulta tener miedo a estar solo, supo que la felicidad no se alcanza por el mero hecho de estar rodeado de mucha gente, entendió que lo más importante en esta vida es aprender a convivir con uno mismo y que en ocasiones no hay mejor compañía que la soledad. Y entonces se paró en seco, respiró hondo, miró cara a cara al vacío que lo rodeaba y por fin fue capaz de sonreír. 








Dejarse llevar.

... y dejar que todo fluya, sin forzar ni la ruta ni el destino. Solo así conseguiremos que al final todo encaje. 

















Momentos mágicos.

Noches en las que la luna decide iluminar mis pasos más que cualquier farola.

Noches en las que todo, hasta lo inesperado, puede suceder.

Noches que se vuelven día.

Noches mágicas que despiertan a mi verdadero yo.

En definitiva: Noches... noches de luna llena. 





Tiovivo.

No te dejes influenciar por lo que te digan los demás y sigue tus más primitivos instintos. Solo así aprenderás a disfrutar de lo que es verdaderamente importante. Solo así te darás cuenta de que en más ocasiones de las que piensas basta con que decidas volver a ser niño, te subas al caballito y te dejes llevar para, en una de esas subidas, ser capaz de alcanzar la felicidad con los dedos. Basta con que te liberes de tus cadenas, respires hondo, des un paso al frente y con paso firme decidas subirte a este tiovivo llamado vida. El viaje bien vale un intento.







¡He dicho!

Ni todas las estrellas se localizan en lo más alto del firmamento ni todos los corazones se ocultan por miedo a mostrarse tal y como son.









Vértigo.

No mires jamás hacia abajo. Que no te puedan las inseguridades. Ni se te ocurra visualizar en tu cabeza lo mucho o poco que te queda para llegar a tu destino. Simplemente actúa. Piensa que cada paso que das al descender estarás un poquito más cerca del objetivo que te has marcado. Céntrate tan solo en eso y notarás cómo a medida que avanzas en tu camino tus pies se muestran infinitamente más ligeros, como si quisiesen echarse a volar en cualquier momento. Y finalmente, sin apenas darte cuenta, habrás alcanzado el último escalón, olvidarás todos los malos momentos pasados y te descubrirás gritando: "¡Joder, qué bien sienta haber llegado a la meta!" 


Piensa positivo y vencerás.

Alcanzar el cielo es más fácil de lo que parece. Todo depende de la perspectiva desde la que se intente. 


Pide un deseo. 💫

No. No quiero promesas que me entreguen el cielo. No necesito el universo a mis pies ni la luna entre mis manos. No suspiro ni por estrellas fugaces ni por constelaciones brillantes. No. Cuando cierro los ojos y pido un deseo lo que realmente añoro es sentir tu aliento en mi cuello, notar tus dedos rozando mi cuerpo, temblar entera cuando tus labios besan los míos, mirarte a los ojos y derretirme en ellos... Así que no. No me prometas el cielo. Haz algo mejor. Susúrrame al oído que soy lo que llevas esperando toda tu vida y que estarás conmigo hasta el final de los tiempos. 
Y entonces, justo en ese preciso instante, todo terminará por encajar y en mi cabeza retumbará la frase que lo resumirá todo:
"Deseo concedido". 



 Cuestión de perspectiva. 

En el preciso momento en el que tomé la decisión de no volver a bajar la cabeza descubrí que era más gratificante mirar hacia las estrellas que estrellarme contra el suelo.




... hasta la próxima...



martes, 4 de julio de 2017

¿Alguien me recuerda?

¡¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!!

No... No me he vuelto loca aunque ya de sobra sabéis que muy cuerda jamás he estado. Pero es que vamos a ver... con esto de que mi inspiración decidió tomarse un tiempo de descanso allá por el año pasado ("solo serán un par de días, para recargar pilas y regresar con fuerzas" me engañó la tía falsa) a lo tonto a lo tonto estamos en el mes siete del año en curso y a estas alturas de la historia todavía no había compartido con vosotros la alegría que genera este año que ya empieza... digo continúa... digo casi llega a su fin....

Así que como lo primero es lo primero, os envío mis mejores deseos aunque sea con un poquito de retraso.

Tal vez os preguntéis a qué he dedicado todos estos meses que he pasado sin dar señales de vida. Es posible que os penséis que me he sacado dos carreras, o que el trabajo me ha tenido totalmente absorbida o incluso que me ha tocado la lotería y me he dedicado a recorrer el mundo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda sin más tiempo disponible que el necesario e imprescindible para llegar al destino marcado en la ruta, reponer fuerzas y partir hacia el siguiente.
Pues no. No, no y no.
Sigo siendo la misma licenciada en Traducción e Interpretación que era a finales del 2016, luchando eso sí como una jabata por no olvidar el inglés y el alemán que tanto me costó introducir en la sesera. Y cuando digo inglés y alemán me refiero a temas de lenguas que no van a ningún maromo pegadas, para mi gran desgracia, sino a lenguas a secas. Del mundo. Pero lenguas a secas.
Mi trabajo todavía no me ha encumbrado a ningún lugar en el que mi presencia sea requerida a tiempo completo y sigo teniendo un horario de currito funcionarial. Con unas tardes que suelen alargarse más de lo que a mí me gustaría, pero que no me sirven de excusa para haber desaparecido del mapa durante el tiempo que lo he hecho.
Sigo siendo pobre. De necesidad. Por obligación y porque no me queda más remedio. Apenas sí puedo permitirme algún capricho que se salga de mi rutina diaria como para disponer del líquido necesario para equipar mi maleta con todo lo imprescindible para visitar en un mismo viaje países con clima diametralmente opuesto. Que una cosa es llevarte un paraguas por si llueve, un abrigo para el frío y un bikini para cuando toque playa y otra muy diferente contar con varios recambios para no repetir modelito en demasiadas ocasiones. Que un viaje de vuelta al mundo es muy largo y queda muy feo salir en todas las fotos con el mismo pantalón y jersey.
En resumidas cuentas: me ha pasado lo que me pasa siempre. Que no sé en qué narices ocupo el tiempo pero el muy capullo vuela más rápido que un avión supersónico y cuando yo voy, él ya está de vuelta, y de esta manera es imposible que nos crucemos ni tan siquiera para saludarnos, hablar del tiempo y preguntar por la familia. Así que de pensar en escribir ya ni hablamos. Y si encima cuento con la nula colaboración de mi inspiración, apaga y vámonos.
No existe por tanto una explicación memorable, propia de un guion de película de Hollywood que justifique semejante dejadez por mi parte, y tampoco me parecía procedente inventar ahora un mundo de ilusión y fantasía porque al final todo se sabe y como dicen por ahí, la mentira tiene las patas muy cortas. Además, ya he confesado que tampoco estaba yo mucho para pensar, así que para qué nos vamos a engañar, vosotros y yo.


En plena operación salida de vacaciones mi cerebro continúa a medio gas y el calor hace todo lo posible por derretir las escasas neuronas que me quedan. Con todo y con eso en el fondo de mi ser mis ganas por escribir siguen intactas así que procuraré despertar de su letargo a mi creatividad y continuar plasmando historias con más o menos acierto para que no os olvidéis de mí con tanta facilidad. Puedo prometer y prometo…

Sia. I’m Alive. https://youtu.be/t2NgsJrrAyM