miércoles, 31 de diciembre de 2014

Tres... Dos... Uno... ¡2015!

Hace exactamente un año mi pasatiempo favorito consistía en golpear a diestro y siniestro empleando cualquier objeto que encontrase a mi paso, ya fuese una escoba o un paño de cocina, con el único objetivo de conseguir echar de mi vida al año 2013 por lo mal que se había portado conmigo.

En esta ocasión la situación es totalmente opuesta. Si le abro la puerta al 2014 para que se vaya es porque tengo mis esperanzas puestas en que el 2015 sea mucho mejor. De hecho se muestra ante mí con muy buenas perspectivas, y esta vez nuestra despedida es cordial, con un par de besos y un efusivo abrazo incluido. 

Si el 2013 fue el año de mi hundimiento el 2014 ha supuesto todo un reto de superación personal del que me siento especialmente orgullosa. Paso a enumerar a continuación y a modo de resumen alguno de los motivos en los que baso esta afirmación:

Por fin la fea oruga terminó su transformación y acabó por convertirse en una mariposa resultona y pizpireta. No es la mariposa más bonita de la tierra pero sé de buena tinta que ha dejado alguna que otra huella a su paso.

Por fin he sido capaz de darme cuenta de que lo que uno siembra al final es lo que recoge. Y por una vez para variar la semilla que germinó en mi interior creció hasta dar como fruto una enorme plantación de amor propio que ha conseguido lo que múltiples fertilizantes anteriores, a priori mucho más efectivos que el actual, no fueron capaces ni siquiera de imaginar.

Por fin he conseguido apartar la expresión "no soy capaz" de mi vocabulario y cambiarla por "voy a intentarlo". Y de esta manera he echo una nueva amiga que ya forma parte de mi vida. Se llama Marietta y ambas hemos corrido unas cuantas aventuras a lo largo de estos meses. Ella me ha dado la oportunidad de dedicarme a uno de esos placeres que aparecen en la vida de uno casi por casualidad y del que apenas era consciente: la escritura. Marietta nació un día cualquiera, creció sin que apenas me diese cuenta y se convirtió en una parte de mí que me acompañará ya para siempre. Hace menos de un mes he llevado el libro al registro de la propiedad intelectual y el siguiente paso que quiero dar es presentar a la chica en sociedad, así que uno de mis propósitos para el año que ahora empieza es pelear por que eso sea posible y de esta manera cumplir su sueño y de paso también el mío.

Por fin he podido decir eso de que "me ha tocado algo". Fue en noviembre y el premio vino en forma de participación como extra en el videoclip de turno del grupo de música Maldita Nerea, que dicho sea de paso es uno de mis favoritos. Participé en el sorteo casi por casualidad y casi por casualidad contesté a la llamada que me confirmaba que había sido una de las afortunadas. El rodaje fue muy entretenido y con un poco de suerte y paciencia es posible que hasta seáis capaces de localizarme a lo largo de lo que dura la canción.

Por fin puedo gritar a quien quiera oírme que por primera vez en mucho tiempo me siento ligera de equipaje. Mi corazón se encuentra sereno después de las múltiples tormentas a las que ha tenido que hacer frente en los últimos tiempos. Noto cómo poco a poco el candado se va abriendo e inevitablemente la cadena se va aflojando, lo que me permite barajar con timidez pero de manera consciente la posibilidad de abrir las puertas a gente nueva. Porque después de todo este tiempo que he pasado perdida entre tinieblas al fin me he dado cuenta de que existen todavía personas en este mundo que merecen la pena. Así que... ¿Por qué no darles una oportunidad...?

Por fin me puedo mostrar ante vosotros tal y como soy, con una sonrisa que ilumina la habitación y muchas ganas de disfrutar de la vida como jamás había sentido hasta ahora... O al menos no desde hace ya mucho tiempo.


Y por esta vez y para variar estoy deseando tomarme las doce uvas (en esta ocasión los experimentos con tacos de queso los he dejado a un lado) en compañía, esta vez sí, de los míos, y darle la bienvenida al nuevo año con un grito de guerra que pienso proclamar a los cuatro vientos. ¡2015, prepárate que voy a por ti!


The Calling: Our lives. http://youtu.be/Vn7CBtdM3dE








miércoles, 24 de diciembre de 2014

Un viaje en coche, una canción y un videoclip.

Como cada año por estas fechas la hija pródiga vuelve a casa por Navidad. Y lo hace montada en su corcel azul motorizado y después de haber recorrido los más de 600 kilómetros que separan Madrid de Pontevedra, trayecto durante el cual la susodicha hija pródiga se dedica a destrozar sin ningún tipo de piedad todas y cada una de las canciones que separadas por breves pausas van sonando ininterrumpidamente a través de los altavoces...

"... Y que duro es ver que todo lo que quieres se te escapa entre las manos,
entender que tú ya no, y que yo sí, me quedo aquí sentado,
viendo cómo un para siempre se convierte en un amor equivocado.
A partir de ahora no, no quiero a nadie, a nadie aquí a mi lado..."

A medida que transcurren las estrofas menos queda para que llegue a mi destino. Cuando ante mí aparece el cartel que me informa de que estoy entrando en el país de las meigas siento cierto hormigueo en el estómago y un extraño cosquilleo en la nariz. 

"... Ya está, se va encendiendo sólo,
es como un huracán dentro de ti que va incendiando todo.
Ay... Ya está, te llega en un segundo
se queda en ti, en mí... Aquí y ahora, y que se acabe el mundo."

La música sigue sonando, no me abandona y ya estoy en Pontevedra, la provincia, y apenas son ya 75 los kilómetros que me separan de mi casa. y otra vez esas cosquillas extrañas consiguen que se me humedezcan los ojos. Seguro que debido a cualquier mota de polvo que revoltosa ha terminado por meterse en ellos. No se me ocurre otra explicación plausible... O puede que sí: ¿Morriña, tal vez? A que va a ser eso...


"... Y si dices que no entiendes te dirá que lo has sentido,

que no puedes detener aquello que ya está contigo.
Y no importa lo que creas esto es tú, mi, me, conmigo.
Y perdona si te llamo amor, pero yo no lo decido."

Cuando ya a apenas me quedan quince minutos para llegar, por exigencias del trazado atravesieso el puente de Rande, esa magnífica obra de ingeniería que une Vigo con la península del Morrazo. Y a pesar de que es ya noche cerrada y que apenas sí veo más allá de cinco metros creo distinguir en la distancia la silueta característica de las islas Cíes en la entrada de la Ría de Vigo. Y me imagino a Araceli ya en casa, teniendo en cuenta que un mensaje recibido hace apenas hora y media me confirmaba que me llevaba la delantera en este viaje. Mi corcel azul, con sus ya 15 años a sus espaldas, no se ve capaz de competir con un joven potro blanco que apenas sí ha cumplido el año.  Juventud, divino tesoro.

"... Tú dirás lo que tú quieras pero ya me necesitas, tenlo claro.
Aunque tú me digas no yo seré sí, mis besos serán disparos.
Pararé cuando me creas, tú no sabes cómo y cuánto te he esperado.
A partir de ahora yo haré que tú me quieras aquí a tu lado."

Por fin. El cartel me informa de que a 500 metros tengo que tomar la salida que me hará entrar en Pontevedra por su lado sur. Y recuerdo entonces cómo Jose Álvarez, un compi de mi época de la universidad y vigués para más señas (entre Pontevedra y Vigo siempre ha existido cierta rivalidad) se dedicaba a picarme diciéndome que cada vez que iba dormido en tren desde Santiago a Vigo sabía cuándo pasaba por Pontevedra por el fétido olor que provenía de la fábrica de celulosa que una mente pensante decidió instalar en plena ría allá por la época del caudillo. Y a mí en esos momentos se me agudiza el olfato hasta lo indecible, pero yo en vez de malos olores percibo en la distancia el olor a esa empanada que mi madre acaba de sacar del horno, comienzo a salivar mientras visualizo nítidamente a través del olfato ese cocido gallego que noto cómo impregna en estos momentos todo el compartimento del coche, distingo ese aroma a rosca casera que nada tiene que envidiar a la de la mejor pastelería de la ciudad... Y es en este preciso momento cuando Pontevedra me huele a gloria.

"... Ya está, se va encendiendo sólo,
es como un huracán dentro de ti que va incendiando todo.
Ay... Ya está, te llega en un segundo
se queda en ti, en mí... Aquí y ahora, y que se acabe el mundo."

Ya estoy en casa. De vuelta por Navidad. Como si fuese la protagonista del anuncio de turrón. Puede que no sea de turrón el anuncio pero... Puede que no haya sido exactamente la protagonista pero... Puede que no se trate de un anuncio precisamente pero...

Hace unas semanas me fijé por casualidad en un concurso. El titular preguntaba si me gustaría participar en el próximo videoclip del grupo Maldita Nerea. Me da igual cómo suene: Maldita Nerea es uno de mis grupos favoritos así que el concurso llamó poderosamente mi atención. Pedían una foto y una breve explicación en la que dejases patente tus razones para participar. Así qué envié una foto y redacté un par de frases. Y me olvidé completamente del asunto. Total, a mí nunca me toca nada. 

Tres días más tarde sonó mi teléfono. Estuve a punto de no contestar porque no conocía el número y estoy ya un poco harta de que me bombardeen con ofertas que no me interesan. Pero algo me hizo coger la llamada. Y una persona de Sony Music que se encontraba al otro lado de la línea me confirmaba que había sido una de las quince seleccionadas. 

Sí. Efectivamente. Cualquier exagerada reacción que imaginéis es más que probable que se acerque a lo que hice nada más colgar. 

Me lo pasé genial durante el rodaje que tuvo lugar a los pocos días, y conocer a Jorge, el cantante y cabeza visible del grupo, fue algo maravilloso. Me encantó su sencillez y su cabeza bien amueblada, su proximidad y su amabilidad constante, su educación y su humanidad. 


Al final mi aparición en el vídeo se resume en unos breves segundos que se reparten en lo que dura la canción y en la imagen fija que aparece cuando buscáis dicho tema en YouTube. 
Yo soy la que pega la palabra "si" del título en la pared del montacargas rojo y, casualidades de la vida, soy la que va de rojo. Como pista por si queréis encontrarme, las veces que aparezco (a excepción de cuando pego la palabra del título) lo hago en la parte derecha de la pantalla. Recordad: La chica de rojo. 

Maldita Nerea. Perdona si te llamo amor. http://youtu.be/Ubum2nQMmnM







domingo, 14 de diciembre de 2014

Reflexiones.

¿No os lo había dicho? Os lo advertí en su momento y ninguno de vosotros pareció tomarme en serio. Y si alguno sí lo hizo, en ningún momento he recibido ningún indicador que me hiciese partícipe de semejante confirmación. En fin, como ya había predicho en su día, el mes de diciembre ha llegado, con frío y lluvia, y sin que apenas nos hayamos recuperado de la ingesta de uvas con la que recibimos al 2014 (en mi caso como sabéis las uvas se transformaron en tacos de queso tetilla que me había traído de casa días antes…). Parece que fue ayer y ya ha pasado casi un año desde entonces.

¿Y qué ha cambiado en este tiempo? A título personal imagino que alguna que otra arruga habrá poblado mi cara sin que yo le haya dado permiso para instalarse. Y eso que he luchado con todas mis fuerzas y unas cuantas cremas de esas que prometen milagros a un coste bastante elevado, por cierto, para que esto no sucediese. Seguro que alguna cana más también ha decidido tintar mi pelo, pero la batalla contra el pelo blanco la gano con más facilidad cada vez que visito a mi peluquera, quien de manera profesional colorea mi pelo de este castaño claro tirando a rubio que hace ya un tiempo me ha transformado en una semi-rubia de adopción.

¿He madurado durante este período? Me he vuelto, como yo digo, un poco más sabia. Pero la ingenua que habita en mi interior se muestra al mundo más a menudo de lo que a lo mejor sería justo y necesario. Eso sí: desconfiada me he vuelto un rato. Y muy largo. No es que me sienta demasiado orgullosa de esta nueva cualidad mía que he añadido a mi catálogo de defectos y virtudes, pero lo cierto es que ya estaba un poco hartita de que me tomasen por tonta (tengo muchos defectos pero ese precisamente es uno que no se encuentra entre ellos, a pesar de que en ocasiones pueda parecerlo) así que prefiero que me tilden de borde a de boba. Siempre y cuando lo de boba no me lo digan con cariño. Si ese es el caso, soy la boba más boba de la faz de la tierra.

¿Cambiaría algo de lo que he hecho durante este año? En alemán hay una palabra perfecta para responder a esta pregunta: Jein y cuyo equivalente en nuestra lengua madre sería algo así como sí y no. Indecisión y vaguedad elevadas a la máxima potencia. Es posible que algunas de las situaciones a las que me he tenido que enfrentar, vistas ahora con perspectiva, las hubiese lidiado de una manera diferente a como lo he hecho, pero como de todo se aprende, sobre todo de los errores cometidos, no cambiaría ni un ápice de todos los días malos que he podido tener a lo largo de estos meses. Estoy convencida de que gracias a ellos no volveré a tropezar en la misma piedra una vez más (me repito: soy humana, no tonta).

¿Propósitos para el año que empieza en breve? Aún ayer me hacían esta pregunta, sencilla a la par que compleja. Como soy bastante reflexiva y me gusta analizar las cosas para proporcionar la respuesta adecuada (que tal vez no la correcta) me puse a pensar durante un par de minutos sobre cuál sería mi meta para los próximos meses. Y vinieron a mi mente un par de opciones bastante razonables que podrían perfectamente contestar a esa pregunta, pero sin duda la RESPUESTA, así con mayúsculas, se resume en lo siguiente: Por nada del mundo permitiré volver a sentirme la última mierda (perdón por el lenguaje, pero no he logrado encontrar otro vocablo capaz de definir exactamente lo que intento explicar) ni consentiré que nada ni nadie me lance la autoestima al precipicio en el que estuvo alojada durante tanto tiempo. Me ha costado demasiado llegar hasta donde ahora me encuentro como para volver a recaer. JAMÁS.

¿Alguien en particular a quien agradecerle que haya aparecido en mi vida a lo largo de este año? SÍ. También con mayúsculas. Efectivamente ha habido alguien al que debo pleitesía y que tiene todo mi respeto, mi admiración y mi gratitud sin lugar a dudas. Enrique apareció en mi vida en el momento justo y supo cómo volver a hacer de mí la persona que ahora soy. En realidad fue una relación buscada, no encontrada por casualidad, pero no por ello tiene menos trascendencia. Todavía sigue conmigo, aunque a medida que pasan las semanas nuestros encuentros son más esporádicos. El día que le diga adiós sé que mis sentimientos estarán encontrados. De la misma manera que sé que a pesar de que dejemos de vernos siempre tendrá un lugar muy especial en mi corazón. Puede que yo para él sea una más. Él para mí es DIOS (¿A que opinas lo mismo, Patri…?)

¿He echado algo en falta? A ver… si respondiese que no estaría mintiendo como una bellaca. Y las mentiras las llevo bastante mal, así que responderé con toda la sinceridad que me sea posible. Sí, he echado en falta a esa personita que me complemente y que ocupe un espacio en mi sofá. Alguien con el que cómplice reírme de las cosas más ridículas e intrascendentes de la vida y afrontar lo que el día a día disponga para nosotros. Ese personajillo que me abrace mientras estoy dormida y con el que compartir todos y cada uno de los pequeños y grandes momentos. Imagino que como todo el mundo, yo también echo de menos sentir ese cariño diferente al que te proporcionan la familia y los amigos. De ese último cariño ciertamente tengo de sobra; mentiría si dijese lo contrario. Todo llega, así que sigo sin perder la esperanza de que esto también lo hará. Probablemente cuando menos me lo espere. Yo procuraré estar atenta por si acaso  a cualquier señal, por minúscula que sea, no vaya a ser que por estar mirando hacia otro lado se me escape.

Madrid está precioso en esta época del año. Todo iluminado por millones de lucecitas que sin poder evitarlo nos recuerdan que la Navidad ya está aquí un año más. Dependiendo de a quién preguntes estas fechas son maravillosas o lo peor de este mundo, pero lo que no se puede negar es que se respira un ambiente diferente en la calle. Cómo no, y siguiendo con la tradición, yo ya tengo el árbol montado en el salón y estoy deseando fervientemente que llegue el día 23 para subirme a mi coche y tomar dirección Pontevedra. Ya saboreo la comida de mamá y tengo ganas de reencontrarme con toda esa gente para la que sé de buena tinta que soy especial. Al igual que lo son ellos para mí.

Este año en particular tengo muchas ganas de volver a la terriña y disfrutar de unos días felices en compañía de los míos. Voy con unas ganas locas de achuchar a mucha gente y de dejarme mimar por ellos. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Afortunadamente aquí estamos todos para ver cómo transcurren sin pausa esos segundos que se transforman en minutos para dar paso a las horas que conforman todos y cada uno de los días que componen los doce meses que han transcurrido sin que nos hayamos dado apenas cuenta.




Este año me siento afortunada porque podré tomarme las doce uvas con mi familia y recibiré al año nuevo rodeada de mi gente y no en la soledad de mi salón de Madrid. Ya sólo por eso merece la pena que el tiempo haya transcurrido tan aprisa. Es una lástima que ese intervalo, esos escasos segundos en los que nos concentramos en comer y tragar y no atragantarnos no se puedan ralentizar y así ser capaces de disfrutar más de ese momento. Habrá entonces que saborearlo a tope y con intensidad. 
Así sea.









jueves, 20 de noviembre de 2014

Reinventándome.

¿Quién es esa tía cañón que veo reflejada en el espejo del pasillo de mi casa? ¿Acaso tengo nueva compañera de piso y nadie me ha comunicado su llegada? ¿Es ella la que me roba el champú por las mañanas y atraca la nevera cada vez que me doy la vuelta? ¿Comparte conmigo mi cama, la que ocupa la única habitación existente en mi pequeño palacio?

Hoy, por primera vez en mi vida, me vais a perdonar que me tome una licencia y pecaré de egocéntrica como jamás he hecho a lo largo de mi, no diré si larga o corta, existencia.

No, no comparto piso con ninguna extraña. La figura reflejada en el espejo soy efectivamente yo, la que viste y calza cada día que pasa ropa más estrecha y ajustada a su nuevo cuerpo.

Por primera vez en mucho tiempo siento que me gusta lucirme, me siento cómoda presumiendo de curvas y he conseguido dejar atrás la ropa holgada con la que hasta hace poco me escondía y que cubría todo mi yo.

Permitidme que por una vez me eche flores y piropos y confiese a viva voz que me encuentro maravillosamente bien. Ya lo decían mi endocrino primero y Enrique después: El concepto que tenía de mi cuerpo, con unos pocos kilos de más y por ende marcando lorza alrededor de la cintura, generaba en mí una inseguridad tal que hacía que  me resultase imposible quitarme de la cabeza la idea de que yo misma no fuese algo más que ese cuerpo que me perseguía allá a donde yo fuese y que hacía que el resto de virtudes que supuestamente tengo no contasen para nada en absoluto a la hora de valorarme ni siquiera una miaja.

De unos meses a esta parte, con una fuerza de voluntad renovada y ciertas pautas recibidas, mi cuerpo comenzó su transformación sin que apenas me diese cuenta en un principio. Todavía recuerdo con pavor las primeras veces que me enfrentaba a la báscula esperando que, acusadora, reflejase en su pantalla si la semana en cuestión tanto esfuerzo por mi parte había tenido al final su recompensa. Y poco a poco efectivamente los dígitos comenzaron a bajar y con ellos mis kilos, el michelín de turno y mis complejos.

Y si antes odiaba ver mi reflejo en el espejo, ahora me paro y me miro por delante y por detrás, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Y si tengo el día inspirado soy hasta capaz de dedicarme algún piropo cual si de obrero que trabajando se topa con una moza de buen ver me tratase.

Y salgo de casa con la cabeza bien alta y caminando con seguridad y firmeza, marcando paso y figura, sin miedo a (casi) nada y con ganas de comerme el mundo.

Es increíble cómo unos cuantos kilos, en este caso de menos, pueden marcar tanto la diferencia entre sentirte una desgraciada o la reina del mundo. Cómo consiguen que esa autoestima que te ha rehuido durante tanto tiempo de repente se presente delante de ti y te tome de la mano como si hubieseis sido amigas de toda la vida.  Cómo se transforma tanto tu vida y aquello que veías en blanco y negro ahora es una explosión de colores infinitos.

Hoy cuando el endocrino se sorprendía al ver lo que había conseguido bajar en el último mes, desde la última visita hecha a su consulta, yo me sorprendía de lo mucho que actualmente me admiro por la constancia y la fuerza que nació un día en mi interior y que desde entonces me empuja ya sólo hacia adelante.



Ya no me tose ni el Tato. Me siento maravillosa y estupenda y lo que es más importante: me gusto, ergo me quiero. Cada día un poquito más. La que aparece retratada más abajo soy yo, así me muestro para que juzguéis y valoréis la obra en la que me he convertido. En esa imagen está plasmado el resultado de todo el esfuerzo que he ido realizando durante estas pasadas semanas. Sólo me queda algo más por añadir: El producto final todavía no está terminado, pero el prototipo que se ha gestado creo sinceramente que promete…










domingo, 9 de noviembre de 2014

Hace ya un año...

El primero de noviembre de hace exactamente un año recuerdo que me encontraba en casa, sola y acurrucada bajo una manta y tumbada en el sofá de mi salón sin más fuerza que la que permitía que mis lágrimas continuasen rodando sin descanso por mis mejillas.

Hace poco más de un año, sin previo aviso, me incorporé de repente y siguiendo las instrucciones que vagas retumbaban en mi cabeza encendí el portátil y abrí un documento de Word en blanco.

Hace 373 días exactos y sin que apenas me diese cuenta comencé a aporrear el teclado y en la pantalla fueron surgiendo, palabras primero y párrafos enteros después, que dieron forma a la primera de las confesiones desgarradoras que salían de lo más profundo de mi alma.

Y así, sin habérmelo propuesto de antemano, Confesiones de un alma inquieta vio la luz. No tenía ni idea de cuánto iba a durar semejante experimento, ni siquiera estaba segura de que alguien  más aparte de mí se tomase la molestia y el interés de leer a una pobre desalmada que se creía la persona más desgraciada de este mundo, ya de por sí cruel sin necesidad de añadir motivos externos a la receta.

Aunque ya hayan pasado doce meses desde mi primera reflexión recuerdo ese momento como si hubiese sido ayer. Todavía siento la desazón que me recorría el cuerpo entero, la angustia que oprimía mi pecho hasta dejarme apenas sin respiración. Aún puedo notar cómo mis lágrimas rodaban sin parar por mis mejillas, posándose muchas de ellas entre mis labios y transmitiéndome ese sabor salado que me recordaba sin remedio lo desgraciada que me sentía en aquellos momentos de mi vida.

Mi blog ha cumplido un añito y cada día que pasa se hace un poquito más maduro. Siguiendo los pasos de su creadora, a medida que iban transcurriendo sus meses de vida ha sufrido una transformación que ha ido desde el negro más absoluto hasta el blanco más reluciente.

Siempre he tenido un gran problema que últimamente me recuerda mucha gente: Desde que tengo uso de razón nunca he conseguido valorarme todo lo que debería y eso me ha llevado siempre a estar en un discreto segundo plano. Puede decirse que no tenía grandes ambiciones y que me iba conformando con lo que me llegaba porque en el fondo creía que eso era lo que realmente me merecía. Es verdad que apenas he tenido que renunciar a nada que no me hubiese propuesto, pero es muy probable que si hubiese tenido esa seguridad en mí misma que siempre me he negado mi vida hubiese sido algo diferente a la actual. Y ojo, que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, pero siempre me quedaré con la duda de saber cómo se habría escrito mi historia de haberle echado más narices a las cosas.

Sea como fuere, la evolución del blog y la mía propia han sido espectaculares. El folletín periódico que contaba con apenas unas cuantas lecturas ha crecido en número de curiosos que se interesan por todas las locuras simpáticas en unos casos y melodramáticas en otros que la que suscribe decide plasmar por escrito sin periodicidad definida.

Y la menda a la que se ocurren todas y cada una de las batallitas aún manteniendo los mismos 159 cm de altura de hace un año ha crecido en lo que respecta a vida interior, autoestima y tranquilidad unos cuantos metros más.

54 semanas después de que naciese este blog, como si de un parto se tratase por eso del dolor y del llanto, puedo decir con la cabeza bien alta y la voz firme que ya no queda apenas nada de la persona que por aquel entonces era la que escribía y que el hecho de tomar la decisión de haber dado el paso de compartir con vosotros mi experiencia personal me ha descubierto, además de a una persona que jamás creí que existía, la enorme pasión que siento por la escritura, vicio que me libera y relaja y al que recurro cada vez que siento que necesito expresar algo que lucha por salir de mi interior.

Escribir se ha convertido en una droga, y por ello me siento enganchada de manera casi enfermiza al placer de sentarme delante del ordenador y dejar que mis dedos descubran casi sin querer todo lo que mi cabeza centrifuga cual lavadora convirtiendo pensamientos en palabras.

Y como cualquier vicio, éste no me permite soltarme y me hace dependiente, sólo comparable a la necesidad de respirar para poder seguir viviendo.

Hace un año comenzó esta andadura. Hace un año las palabras decidieron acompañar mi camino. Hace un año descubrí a alguien que habitaba en mi interior y al que no tenía el placer de conocer. Hace un año se inició de una manera un tanto tímida la transformación interior que se ha ido produciendo en mí hasta dar forma a lo que ahora soy. Hace un año se gestó un proyecto que terminaría llevándome a escribir un libro y dar vida a Marietta. Hace un año la noche oscura que llevaba acompañándome demasiado tiempo dio lugar al más bello amanecer que hubiese visto jamás. Hace un año descubrí lo importante que escribir es para mí. Hace un año salía a la luz Confesiones de un Alma Inquieta.


… y a diferencia de otras drogas que te consumen y que deseas alejar de tu camino lo antes posible yo sólo pido que ésta me acompañe muchos años más… Y que vosotros estéis ahí para verlo.



Presuntos Implicados. Cómo hemos cambiado.http://youtu.be/6AGnxXFpyMQ


sábado, 1 de noviembre de 2014

Ser o no ser una Ñu, esa es la cuestión.

Hace ya la friolera de aproximadamente siete años tuve la suerte de conocer a una gente maravillosa en un trabajo que me llenaba plenamente y en el que por primera vez en mucho tiempo se valoraban tanto mi buen hacer como mi don de gentes; mi profesionalidad y mi carisma; mi seriedad y mi sonrisa.

A base de pasarnos horas y horas entre las cuatro paredes de aquella caseta prefabricada se hizo inevitable que entre los que allí nos encontrábamos se crease una sensación de cariño que nos envolvió hasta hacer que todos, sin excepción, nos volviésemos inseparables. Huelga decir que esa amistad que se forjó entre hormigón, conductos de aire acondicionado, andamios y demás artilugios propios de una ampliación de un par de salas en unos laboratorios farmacéuticos todavía continúa a día de hoy. He sido ya testigo de tres de bodas, varios cumpleaños y quedadas diversas que han hecho que siga creyendo en el valor de la amistad. De la de verdad, que es la que escasea y la que en realidad merece la pena.

Pues bien, en medio de toda esa variedad de personalidades surgió un día, casi por casualidad, la figura del Ñu, no como el animal que es, sino como cualidad para indicar cuándo uno de nosotros se encontraba menos sociable que el resto. Y si bien en algún momento de nuestra convivencia ese término rulaba de unos a otros, al pobre David le tocó colgar con ese cartel al cuello con más asiduidad que al resto, no por huraño, sino más bien por vivir un poco al margen de lo que hacíamos los demás componentes del rebaño.

En estos días que corren me he permitido la licencia de pedirle mentalmente prestado a David su cartel y tatuármelo a fuego en la piel. Podría haberlo hecho en persona pero el muy Ñu se ha ido a Dinamarca y eso me queda un poco alejado de mi barrio. No sé en qué momento he sufrido tal metamorfosis, pero me encuentro en un momento de mi vida en el que noto que la sociabilidad no es uno de mis puntos fuertes. Cierto es que nunca me he caracterizado por ser la alegría de ninguna fiesta, eso queda fuera de toda duda. Como ya he comentado en alguna que otra ocasión prefiero sentarme a escuchar en una esquina a ponerme a bailar en el centro de la pista. El problema es que la esquina en la que ahora me encuentro está en el rincón más alejado de la sala, y yo oculta de la multitud que me rodea.

Lo más curioso de todo esto es que por primera vez en mucho tiempo este retiro impuesto es voluntario y no hace que me sienta hundida. Es como si mi propio organismo hubiese tomado la decisión de alejarse de todo y de todos para de esta manera sentirse bien consigo mismo. ¡Y vaya si lo ha conseguido!

Imagino que todos, en un determinado momento de nuestras vidas, necesitamos alejarnos unos metros para conseguir respirar aire un poco más puro, renovar energías y regresar al mundo de los vivos con más fuerza. Sería una manera poética de resumir esa frase que versa que a todos de vez en cuando nos hace falta parar un poco para recargar las pilas.

La figura del Ñu me ha acompañado desde hace ya tiempo, y cada vez que escucho esa palabra no puedo evitar visualizar a David y volver a aquella época en la que disfrutaba trabajando, compartía mis horas con gente sobresaliente y seguía formándome tanto en lo personal como en lo profesional. Luego llegó Madrid, mi época oscura, el momento del cambio y mi descenso a lo más profundo primero y el resurgir de mis cenizas después.

Soy una Ñu. Con eñe. Y a pesar de lo que todos podáis pensar, me siento muy a gusto en mi nueva piel. Sé que no durará para siempre porque mi carácter sociable me impedirá seguir en esa actitud eternamente. Pero mientras mi cuerpo me pida paz y tiempo para él, pido perdón a todos vosotros por dejaros un poco de lado. Sólo os diré una cosa: puede que no me pronuncie públicamente pero os puedo asegurar que todos y cada uno de vosotros tenéis un hueco en mi corazón.

Y por si os estáis preguntando si cabréis todos o tenéis que hacer cola durante horas en la entrada para encontrar un buen sitio en el que acomodaros os diré que no será necesario. Porque tengo un corazón tan grande que habrá hueco para todo aquel que quiera quedarse en él. Hay cosas que, a pesar de las vueltas que dé la vida, nunca cambiarán.


Y si ser una Ñu me transforma con el tiempo en una persona mejor, eso que gano yo y las personas que a mi alrededor se encuentren. Bien pensado, mucho mejor haberme transformado en Ñu y no en cucaracha, bicho asqueroso donde los haya. La de pisotones que seguro me he ahorrado eligiendo la primera opción…



Meredith Brooks. Bitch. http://youtu.be/bv4q4Kk0Qr0




sábado, 11 de octubre de 2014

¡Que vivan las cosas bonitas de la vida!

No, no he desaparecido del mapa aunque pueda parecerlo debido al tiempo que ha transcurrido desde la última vez que decidí pronunciarme ante vosotros.  Lo cierto es que estas últimas semanas he estado de lo más atareada, y afortunadamente en la mayoría de los casos esas ocupaciones que me han mantenido desconectada han sido de lo más gratificantes y llenas de momentos mágicos que me gustaría compartir con vosotros:

Se casó mi niño Santi, ese chico ideal que toda madre querría para su hija, siempre atento y maravilloso… especial. Fue un momento mágico en el que desde el minuto cero tuvieron un protagonismo importante las miles de lágrimas que rodaban sin cesar por mis mejillas. Tampoco creáis que hice mucho por frenarlas. Al fin y al cabo demostraban una emoción y una felicidad sincera e infinita por aquellas dos personitas que se merecen sin ninguna duda la felicidad más absoluta que pueda existir en este mundo.

Fue una celebración cuidada hasta el más mínimo detalle en donde los reencuentros con gente a la que hacía siglos que no veía se hicieron inevitables. Mi niña Eva aprovechó la ocasión para anunciar su tan deseado embarazo y podéis estar seguros de la ilusión con la que todos esperamos a que Mateo saque por fin su cabecita y salude a grito pelado al mundo. Esa boda consiguió que Sonay se viniese de Dinamarca para hacer feliz a otro pequeño tesoro que ha plantado sus firmes pies sobre esta tierra tan inestable. Y a David se le veía feliz y enamorado. Y yo los observaba allí, en la pista de baile, moviéndose tan acaramelados con cada canción que iba sonando que no pude hacer otra cosa más que, con esa sonrisa boba, sentirme gozosa por esa infinita felicidad que los envolvía a los dos. Y cómo no, entre tanto pasteleo no podía faltar la típica broma de “a ver a quién le toca ahora”. Y la broma la sufrieron Noe y Alberto. Bastante estoicamente, todo hay que decirlo, esquivaron todas y cada una de las directas y las indirectas que como dardos les íbamos lanzando durante la velada.

Es cierto, no todo puede ser perfecto y en esta ocasión también hubo algo que chirrió más que cualquier bisagra que pasa años sin que nadie la lubrique y que crea un estruendo horrible cada vez que alguien abre ese portón que lleva hacia cualquier lugar. Efectivamente, algo se rompió también esa noche. Y se rompió para siempre. Sin que exista ya posibilidad alguna de vuelta atrás. Y yo, en mi decidida propuesta por caminar mirando sólo hacia adelante, continúo dando pasos sin perder mi sonrisa. Me quedo con ese ambiente romántico que rodeó la velada, con esa gente maravillosa que a pesar de los años sigue siendo la misma, con la firme convicción de que la vida, a veces y si te lo propones, puede ser maravillosa.

En estas últimas semanas me permití el lujo de evadirme unos días del mundo y cambiar Madrid por un rinconcito en el Mediterráneo que es un verdadero paraíso. Si no habéis ido nunca a Jávea os recomiendo que reservéis un poquito de vuestro tiempo para daros una vuelta por ese pueblo costero de Alicante. Sus calas son espectaculares, con esa agua pura y cristalina que te invita a mecerte en ella. Desde cualquiera de sus infinitos miradores podréis disfrutar de unas vistas que os aseguro conseguirán quitaros el hipo. Si os gusta disfrutar aunque sea sólo un poco de la naturaleza en su estado más puro, os prometo que no os defraudará.

También he tenido tiempo de despedirme, ahora sí, de mi querida Marietta. Con mucho esfuerzo y no menos pena conseguí redactar las últimas líneas de su historia y de esta manera permitirle que continúe su vida ya sin mí. La echo de menos más de lo que jamás hubiese imaginado, pero quién sabe… a lo mejor algún día volvemos a encontrarnos en un recodo del camino y puede que ella esté deseosa por contarme todas sus nuevas aventuras. Os prometo que si ese día llega yo tomaré buena nota de todas y cada una de sus historias y como espero hacer en esta ocasión, os haré partícipes a todos de sus locuras.

He podido confirmar a lo largo de estas semanas que tengo unos amigos increíbles. Puede que esto suene demasiado materialista, pero cuando recibí mi regalo de cumpleaños y vi la lista de 20 personas que se habían puesto de acuerdo para conseguir cumplirme el capricho que yo sola no podría haberme permitido ni en sueños, no pude evitar echarme a llorar. Me siento, querida no, lo siguiente. Y desde aquí quiero volver a dar las gracias a todos y cada uno de esos pequeños tesoros que me rodean que pensando solamente en hacerme feliz me han cumplido el deseo.

Han pasado muchas más cosas durante todo este tiempo, y no todas precisamente buenas, pero ya estoy harta de transmitiros malas vibraciones así que he decidido guardarme para mí todas esas malas noticias, ocultándolas en el más oscuro cajón que pude encontrar.

Prefiero compartir con vosotros el subidón enorme que me recorre el cuerpo cada vez que, subida a mi amiga-enemiga la báscula, confirmo semana a semana que la cifra que se muestra en la pantalla se va haciendo cada vez más y más pequeñita al tiempo que yo me hago cada vez más y más grande. Jamás creí ni imaginé lo que significaba para cualquier persona tener la autoestima por las nubes. Ahora que por fin me he dado cuenta de la diferencia entre vivir feliz y vivir sufriendo me quedo evidentemente con lo primero.

Mucho me ha costado llegar hasta aquí. No ha sido un camino fácil ni falto de obstáculos. Pero con todo y con eso cada momento vivido ha merecido la pena y me ha enseñado una buena lección.



Chic@s: soy FELIZ. Con lo que tengo. Con lo que soy. Por fin estoy en paz conmigo misma. Y es una sensación tan maravillosa que me hace sentir tan ligera que noto cómo mis pies se elevan sin remedio del suelo para volar hasta esa tranquilidad tan absoluta que me permite seguir disfrutando de cada momento sin preocuparme por el siguiente. Por primera vez en mucho tiempo noto que sólo me necesito a mí misma para lograrlo. Y lo único que pido es que dure eternamente.


The Calling: Wherever you will go. http://youtu.be/iAP9AF6DCu4




lunes, 15 de septiembre de 2014

Ha llegado la hora de volar.

No quiero despedirme de Marietta.

Me niego a escribir la última palabra y añadir el que sería el punto final a toda esta aventura en la que me metí hace ya un par de meses con tanta ilusión, mil inseguridades y desde luego infinitas dudas.

Pero por más que quiera aplazar ese fatídico instante en el que tenga que decir adiós a esos días de encierro voluntario delante del ordenador sé que ese momento llegará. Y no tendré más remedio que despedirme de esas noches en las que mi cabeza no para de dar vueltas intentando exprimir esta imaginación que de pronto un día se mostró ante mí como si tal cosa, y que con el paso de los días se ha convertido en un apéndice más de mi mente, ya alocada en exceso sin necesidad de más motivación externa. Temo el momento en el que mis dedos sientan la necesidad de volar a lo largo del teclado y Marietta ya no sea la disculpa perfecta para que lo hagan.

La sensación que me invade es la misma que la de cuando se pierde un amigo del alma sin que nadie pueda hacer nada para remediarlo. Te quedas con un vacío enorme que va a ser muy difícil de volver a llenar.

Y hablando de amigos… no sé qué habría hecho sin todos esos voluntarios que desde el minuto uno se ofrecieron a la ardua tarea de destripar minuciosamente todas y cada una de las páginas que, a cuentagotas, les iba enviando con el ruego encarecido de que me criticasen hasta lo indecible. Ni os imagináis cómo esperaba con angustia el fatídico momento en el que alguno de ellos me confesase con mucha vergüenza y reparo (son mis amigos, no quieren hacerme daño…) que el capítulo de turno era un bodrio infumable que para lo único que servía era para envolver el bocadillo de jamón serrano que se llevaban para comer a la hora de la merienda.

Y fíjate tú que ese momento jamás llegó. Todo lo contrario: si por cualquier circunstancia ajena a mi voluntad retrasaba un poco más de lo habitual el envío de nuevo material, comenzaba a recibir mensajes intranquilos, amenazas veladas (repito: son mis amigos, no quieren hacerme daño…) de personas impacientes por devorar historias nuevas que poco a poco han hecho que Marietta se haya convertido en una más de la pandilla.

Y yo, la que se hace llamar “escritora”, la madre de la criatura, se resiste a plasmar por escrito todo lo que ya hace un tiempo habita su mente. Porque el capítulo 11 va a ser el definitivo, el que cierre el círculo que comenzó por ser un pequeño punto que se ha ido haciendo más y más grande.

No tengo hijos, así que y salvando las distancias Marietta es como una hija para mí. Y este es el momento en el que estoy a punto de despedirla con la típica tristeza con la que unos padres dicen adiós a su niña del alma al ver cómo ésta se aleja lentamente camino de su propia vida. Marietta está a punto de comenzar a volar sola. Al menos eso es lo que yo deseo para ella.

De todos modos no pasaría nada si al final las cosas no funcionan, esto no sale como estaba inicialmente previsto y la niña voladora regresa a casa con la cabeza bajo el ala. Como para cualquier madre, Marietta para mí es la criatura más maravillosa de este mundo, esa que he parido, alimentado y educado de la mejor manera que me ha sido posible. Evidentemente todo es susceptible de mejora, pero el cariño con el que se ha gestado este personaje ha sido tan grande y tan sincero que nada malo puede salir de todo esto.

Gustará más o menos, caerá mejor o peor, eso es algo que ya otros decidirán si tienen la suerte (o la desgracia) de toparse con ella en su camino. Yo ahí no podré interceder, tendrá que ser ella la que, siendo como es, se gane el cariño del resto de la gente.

Y como cualquier buena madre que se precie, estaré ahí para ella tanto en las duras como en las maduras. Le daré palmaditas en la espalda si las cosas funcionan y la consolaré cuando apoye su cabeza en mi hombro si, llegado el caso, siente la necesidad de llorar.

En estas próximas semanas diré adiós a Marietta. En los días venideros remitiré el último capítulo de esta historia a mis críticos literarios más fieros (Araceli, José Manuel, Julio, Patri, Silvia, Concha, Nerea, Juan Carlos, Violeta y ¡¡¡a mis padres!!!) para que desmenucen con esa crueldad que les caracteriza las últimas líneas del cuento. Y espero que ese último ataque que me hagan sea tan feroz como todos los anteriores. Porque eso significará que al final la historia no ha perdido fuelle y culmina con nota el trabajo anterior.



Pero hasta que la palabra FIN no quede plasmada a través de ese último punto todavía tengo que estrujarme un poco más el cerebro y reflejar con palabras el desenlace mental de esta historia de cuento. ¿Quién sabe? Tal vez un día nos encontremos por la calle y tenga la oportunidad de presentaros a mi niña Marietta. Yo la quiero mucho. Espero que os pase exactamente lo mismo a vosotros cuando la conozcáis. 







domingo, 31 de agosto de 2014

Septiembre.

Mañana comienza septiembre, el noveno mes de un año que, como bien predije nada más comenzar, pasaría más deprisa de lo que a veces a uno le gustaría. Parece que fue ayer cuando era enero y dentro de poco habrá que volver a desempolvar los adornos navideños y decirle adiós. Es increíble lo rápido que pasa la vida. En un suspiro. Literal.

Septiembre es el mes de los nuevos comienzos: Se terminan las vacaciones de verano y llega el momento de volver a la rutina. En las épocas en las que a mí también me tocaba era la hora de volver al cole, la ocasión de reencontrarse con todos esos amigos a los que varios meses de asueto habían separado temporalmente de nuestras vidas. Se convertía en ese mágico momento en el que compartir todas esas batallitas vividas en las últimas semanas.

Septiembre es el mes en el que el verano da paso al otoño. El calor sofocante se convierte en una brisa agradable que terminará por transformarse en viento gélido a medida que el invierno llame a la puerta. Otoño es la estación de la nostalgia, dibujada en tonos ocres y oliendo a fresco. Es el momento de la transformación reflejada en múltiples y pequeños detalles: es la época en la que los árboles pierden su vergüenza y, lentamente, se quedan desnudos e indefensos; comienzan a caer las primeras lluvias con ese repiqueteo constante e hipnotizador que en ocasiones parece no terminar nunca; la gente cambia las tardes de terraza por esos agradables momentos en los que el sofá vuelve a ser el protagonista indiscutible de interminables tardes de tertulias acompañadas de una buena taza de café calentito…

No podía ser de otra manera: Siendo como es un mes en el que se producen todo tipo de cambios y transformaciones, septiembre tenía que ser el mes en el que, después de la palmadita de rigor, saludé al mundo con un buen berrido que ya auguraba que mi potencia de voz iba a ser considerable.

Dentro de unos días celebro mi cumpleaños, acercándome ya peligrosamente al momento en el que tendré que cambiar de década y comenzar una nueva etapa en mi vida. ¡Otra más! Pero como este año ese momento tan particular todavía no toca, me centraré en decir que septiembre y yo tenemos una conexión especial.

Fue en septiembre cuando comencé la relación más larga que he tenido en mi vida. La única que ha pasado por las tres fases que toda relación de pareja puede llegar a sufrir. El final no ha sido feliz aunque sí el correcto, pero el trayecto recorrido hasta llegar a él ha sido muy revelador y un verdadero maestro para mi vida.  

Fue en septiembre cuando cogí un avión rumbo a Alemania para vivir una de las experiencias más maravillosas de mi vida, que recuerdo con enorme cariño y mayor nostalgia. Porque era la primera vez que abandonaba mi casa para sumergirme en la aventura de tener que pelear sola durante todo un año, llegando a un país desconocido, hablando un idioma que no era el mío, cerrando mi época de estudiante lejos de la facultad en la que la comencé. Me sirvió para madurar a marchas forzadas. Descubrí que era capaz de valerme por mí misma y aprendí a abrirme paso ante todas las pruebas que me iba poniendo la vida. Y disfruté de esa experiencia a tope, la exprimí hasta que ya no pude sacarle más jugo y me bebí todas esas vivencias para que quedasen para siempre grabadas a fuego dentro de mí.

Fue en septiembre cuando firmé mi primer contrato de trabajo, hace ya siglos, y con ello conseguí mi independencia definitiva, además de convertirse en la ocasión de conocer a personas maravillosas que todavía conservo en mi vida. Eran horas interminables de trabajo que me agotaban hasta la extenuación pero a través de las cuales me fui formando, en el terreno laboral, como persona. Aprendí a ser profesional; más responsable si cabe, porque considero que esa cualidad ya venía de serie; perdí parte de mi timidez a fuerza de tener que tratar continuamente con gente; no me quedó más remedio que aprender a tomar decisiones, algo que me ha sido muy útil a lo largo de mi vida posterior… En esta etapa de mi vida se asentaron los cimientos de la persona que soy hoy en día.

Fue en septiembre cuando me notificaron que había aprobado las oposiciones que darían el empuje definitivo a mi vida. Llevaba semanas revisando el Boletín Oficial del Estado todos los días, pendiente de que saliesen los listados de aprobados, pero por algún motivo que ahora se me escapa ese día en particular me fue imposible hacerlo. A media mañana sonó mi teléfono. Era una compañera de la academia en la que nos habíamos preparado la que me llamaba para felicitarme. ¿Felicitarme por qué? Mi corazón comenzó a acelerarse sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo. Sabía la respuesta, pero necesitaba oírla en voz alta. Me puse a temblar, me giré hacia mi compañero de trabajo y le dije con un hilo de voz porque no era capaz de hablar más alto: “He aprobado…” Recuerdo haber salido de la oficina. Recuerdo que tuve que sentarme en un bordillo que había fuera porque se me iban las fuerzas. Recuerdo que mi cabeza flotaba, no podía creérmelo. Recuerdo haber pensado “¡Si yo sólo me había presentado para probar y ver cómo se desarrollaba el proceso!” Recuerdo que me eché a llorar, aunque imagino que conociéndome como me conocéis ya un poco eso tampoco creo que os resulte ninguna novedad… Recuerdo haber imaginado mil y una cosas y a la vez no ser capaz de centrarme en ninguna.

Septiembre es el mes de mi cumpleaños, el mes en el que soplo las velas (imaginarias o no) mientras pido un deseo. Es el mes en el que todo vuelve a empezar. Septiembre es mi mes mágico, el mes de la nostalgia y de la melancolía, es en definitiva mi mes. Él ha sido testigo de muchas de las cosas importantes que se han ido sucediendo a lo largo de mi vida. Y por eso me parecía justo hacerle un pequeño tributo a través de estas líneas.



Mañana comienza el mes nueve del calendario. Y arranca con el primer día de la semana, como deben nacer todos los buenos comienzos. Se presenta soleado y caluroso. Tranquilo y apacible. Bienvenido de nuevo a mi mundo, Septiembre.


Maldita Nerea: En el Mundo genial de las Cosas de dices. http://youtu.be/Xa8Dv6JTRig