Mi
corazón está vacío. Pero vacío en plan bien, en este caso no empleo el término
como algo negativo, más bien al contrario. Por primera vez en mucho tiempo se
encuentra sereno, por primera vez en mucho tiempo suena tan a hueco que estoy
pensando en hacer una excursión al IKEA y comprarme todo lo necesario para
amueblarlo, a ver si de esa manera consigo que siga latiendo a ritmo normal,
que con el eco suena en estéreo cada vez que hace "bum" (o como
diablos sea que suene) y esa sensación me provoca taquicardias que circulan con
exceso de velocidad. Lo que todavía no tengo claro es si hacerlo con muebles
rústicos o darle un toque más moderno. Se admiten todo tipo de
propuestas.
Me
he ido de vacaciones esta semana y me he olvidado, literalmente, del resto del
mundo. Y un día cualquiera, durante uno de esos recorridos que separan la casa de
mis amigos de la playa, descubrí que volvía a sentirme en paz. Me vi a mí misma
como la protagonista de una de esas escenas en las que todo se paraliza de
repente, yo incluida, como si alguien ajeno a la escena le hubiese dado al
botón de pausa sin avisar ni al apuntador. Mientras, una cámara que parece
tener vida propia no cesa de girar a gran velocidad rodeando mi cuerpo y centrándose
en mi mirada, la cual, perdida en el horizonte, es la muestra más patente de la
revelación que acaba de producirse en mí.
Por
primera vez en mucho tiempo fui consciente de que ninguna losa con nombre
propio (generalmente del género masculino), de esas que se clavan firmemente en
la tierra y que llegado el momento resultan ser las más difíciles de arrancar,
se interponía en mi camino. Ni en el de mi órgano vital, ese que late
rítmicamente.
Y
así, sin quererlo, mi boca hizo un gesto y sonrió. Y en ese momento conseguí
olvidarme del disgusto que recibí hace poco más de dos semanas y que, de ser
cierto, me obligará sin remedio a reorganizar de nuevo el puzle de mi
existencia y con ello mi estilo de vida en Madrid. Borré de mi mente el llanto
desesperado que compartí con Enrique por aquellas fechas, impotente y llena de
rabia por haberme encontrado un nuevo obstáculo, el ya nombrado unas líneas más
arriba, que volvía a ponerme una zancadilla que con toda seguridad pretendía
volver a hacerme caer. Dejé de lado mi mal humor constante que, y sin que yo se
lo hubiese pedido, me acompañaba como una sombra incómoda e indeseada. Era como
si, a medida que descendía por aquella calle cuesta abajo que me guiaba hasta
el mar, fuese barriendo todo ese lastre que yo ya creía eliminado y del que, al
parecer, todavía quedaban las pelusas.
Y
mi semana de vacaciones transcurrió más rápido de lo que hubiese querido, como
si las horas, minutos y segundos que conformaron estos días avanzasen a una
velocidad más rápida de lo habitual. Sin que me diese cuenta, y entre chapuzón
y chapuzón, el sábado se convirtió en domingo, éste en un suspiro fue lunes,
quien a su vez dio paso al martes, para a continuación aparecer el miércoles,
el cual y casi por arte de magia se transformó en jueves, que con un
chasquido de dedos pasó a ser viernes para despertarme sin quererlo en sábado y
así, incapaz de detener el tiempo, plantarme en el domingo que me traslada de
nuevo a la realidad, el que con un traqueteo suave y constante me ha devuelto a
Madrid.
Y
al llegar a mi casa me he encontrado con una nevera vacía, metáfora perfecta
que me sirve para explicar las nulas ganas que tengo de activar de nuevo el despertador para que suene a una hora temprana
que inexorablemente me recuerda que sigo teniendo que levantar el país para
poder llegar a fin de mes.
Y a pesar de tomar conciencia de que en unas
horas todo volverá a ser monotonía en mi vida, estos días en los que la rutina
ha quedado totalmente a un lado me han devuelto las ganas necesarias para
seguir dando guerra. Regreso con las pilas totalmente cargadas. Sin que me
supusiese esfuerzo alguno me he ido alimentando de la fuerza que me ha
transmitido el sol que brillaba insultante, cual si de un aparato que necesita
de esa energía no contaminante para subsistir me tratase. Y vuelvo con
ganas de seguir disfrutando de esta nueva forma de ver la vida que desde hace tan
sólo unos meses se presenta ante mí. Y crece mi curiosidad por seguir
descubriendo todos esos secretos que se ocultan en mi interior, escondidos en
mil recovecos distintos, algunos de los cuales ya han asomado la cabeza a lo
largo de este tiempo reciente. Quiero ser testigo de excepción y ver cómo yo,
la oruguita que se ocultaba de todo y de todos, se va convirtiendo en mariposa
sin que apenas ella misma se dé cuenta.
Estos días en la playa me han sentado a las mil
maravillas. Mientras estaba tumbada en la toalla y me acariciaba la brisa del
mar, aprendí que la soledad, si no es impuesta, aporta mucha serenidad. Es
gratificante poder reencontrarse con uno mismo, dedicar tiempo a escuchar a ese
yo interior que muchas veces está mudo por miedo a que nadie le preste atención
si en algún momento se decide a hablar.
Es increíble todo aquello que uno puede
experimentar cuando permite que su cuerpo se exprese libremente, sin ataduras,
sin dudas, sin agobios, sin miedos…
De vez en cuando merece la pena llenar una
maleta con sueños e ilusiones y perderse durante un tiempo con el único
objetivo de llevarlos a cabo. Sin más urgencia que la que nosotros mismos
queramos marcarnos. Y como única compañía nosotros mismos, para de esta manera
poder dar rienda suelta a todo aquello que deseemos hacer en cada momento y en
el lugar que nosotros hayamos elegido sin tener que dar explicaciones a nadie.
Yo, enemiga acérrima de la soledad, he descubierto
durante esta semana que la mejor compañía que uno puede tener en su vida es la
de uno mismo. Nunca nadie como nuestro otro YO será jamás capaz de comprendernos
tanto, de tenernos en tan alta estima y de adaptarse de una manera tan perfecta
a todo aquello que nosotros necesitemos.
Yo, que siempre he buscado la compañía de otros
para sentirme completa, he decidido que por una vez en mi vida quiero estar sola.
Porque es en ese estado cuando más arropada me siento. Al igual que mi corazón,
que se encuentra, por una vez en mucho tiempo, de nuevo vacío y como
consecuencia de ello: pleno.
Savage Garden: Truly, Madly, Deeply http://youtu.be/WQnAxOQxQIU