martes, 8 de noviembre de 2016

Es hora de imaginar menos y vivir más.

Ayer al acostarme, sin comerlo ni beberlo, me topé con una situación con la que no recuerdo haberme encontrado en mucho, muchísimo tiempo. Y de la misma manera que toda causa tiene su efecto, esa situación llevó consigo implícita una sensación que hizo que de pronto me parase a reflexionar.

La noche se presentaba normal. Después de cenar me puse a ver un rato la tele y cuando noté cómo dormitaba y me estaba enterando más bien poco de lo que se reflejaba en la pantalla decidí que era el momento ideal para irme a dormir.

Allá que me fui, tambaleándome por el pasillo desde el salón-comedor-cocina hasta llegar a la habitación y lanzándome en plancha sobre la cama. Me las prometía muy felices hasta que cerré los ojos. Entonces comencé a dar vueltas. Primero un giro a la izquierda. Luego un giro a la derecha. Giro a la izquierda otra vez… No conseguía dormirme. Acababa de darme cuenta de que no tenía una historia bonita con la que soñar. De pronto fui consciente de que me había quedado sin príncipe azul.

Sí, lo confieso. Soy de las que antes de caer en brazos de Morfeo se inventa un cuento de esos cursis a más no poder en los que todo me sale bien y en los que impepinablemente aparece un maromo interesante en el papel de coprotagonista. Para mi desesperación ayer no tenía maromo que formase parte de ese mundo de color y fantasía. Ayer ninguno de los tres posibles candidatos de los que disponía para acompañarme en mi imaginación (para qué conformarme con uno si en la variedad está el gusto) era de mi agrado. Por méritos propios, ninguno de ellos merecía el papel principal así que me quedé, como se suele decir, compuesta y sin novio incluso en mis sueños. ¿Tiene o no tiene narices la cosa?

Narices no sé, pero desde luego mala baba un rato largo… Al final no recuerdo con qué ocupé mi cabeza, cuál fue mi último pensamiento antes de dormirme, pero cuando me levanté esta mañana seguía dándole vueltas al asunto. Vale que en la vida real haya asumido caminar sola por la calle y tener el sofá enterito para mí, pero hasta ayer siempre disfrutaba en sueños de una vida en la que compraba palomitas para dos y compartía manta y mando de la tele. 

Después de estrujarme el coco durante un rato (ni mucho ni poco, solo el imprescindible) he llegado a la siguiente conclusión: Tal vez lo que mi cabeza ha querido enviarme ha sido un aviso de hartazgo infinito, rogarme a su manera que me ponga las pilas, baje de la nube y aterrice en el mundo real de una vez por todas. Puede que lo que intentase decirme era que hiciese el favor de imaginar menos y actuar más; que dejase de recordar historias del pasado que casi fueron pero que nunca llegaron a ser y me dedicase a cultivar las relaciones humanas de una manera más real. Que dejase de soñar con mi prototipo de chico alto, moreno y de ojos oscuros que aparentemente todavía nadie ha construido para mí y ampliase el rango de posibles candidatos sin poner ningún tipo de limitación al asunto.

Estoy convencida de que lo de ayer por la noche fue un toque de atención por parte de mi subconsciente, harto de que lo ignore hasta cuando duermo, indicándome que haga el favor de vivir mi vida de una vez por todas, entendiendo por mi vida todo aquello que me atañe y me afecte de una manera o de otra. Ahora que he aprendido a quererme debería aprender a dejar que me quieran. Y que lo hagan las personas correctas, significando eso lo que quiera que signifique. Está claro que hasta la fecha me he confundido de pleno al abrir la puerta y dejar entrar a los que no eran los adecuados, perdiendo de esta manera un tiempo precioso que jamás volverá.



Creo que esta noche voy a optar por cerrar los ojos y dejar mi mente en blanco. Permitirle a mi fase REM tomar las riendas y que sea ella la que guíe mis sueños, a ver si entre fotograma y fotograma de esa película irreal descifro alguna pista que me guíe, ya en el mundo de los despiertos, hacia la dirección correcta que me permita encontrar de una vez por todas, no al príncipe azul de mis sueños, sino a un chico de carne y hueso con el que compartir palomitas y manta sin necesidad de tener que cerrar los ojos para poder tenerlo a escasos centímetros de mí. 


Marwan. En mi cabeza. https://youtu.be/2qHcOuZ8FBo