jueves, 22 de septiembre de 2022

Una historia nostálgica con un final no feliz

Últimamente me acuerdo mucho de mi padre. 

A veces me pregunto si demasiadas veces, pero como en los pensamientos muy poca gente es capaz de gobernar (y yo desde luego no soy una de ellos), aquí me tenéis, recordando a Ramón cada cinco minutos.

Para aquellos que no lo sepáis, mi padre falleció en diciembre de 2020. Y no, no fue por culpa del "Bicho", aunque sí que es verdad que el pobrecito tenía un Bicho silencioso que lo estaba consumiendo por dentro sin que nadie pudiese hacer nada por impedirlo.

Cuatro años antes de que nos dejase, durante un viaje que mis padres hicieron por Andalucía y del cual fui partícipe afortunada, comenzó a sufrir una tos que no lo dejaba descansar ni siquiera por las noches.

Al principio pensamos (yo pensé) que podría ser, primero una gripe, y cuando vimos que la tos hijaputa no se iba, tal vez algo más fuerte como una neumonía o similar.

Comenzaron a hacerle pruebas y si bien esa parte de la historia no la viví en primera persona porque yo me encontraba en Madrid, a raíz de los resultados nos confirmaron que de neumonía nada y de gripe menos todavía. Lo que mi padre tenía era una fibrosis pulmonar, enfermedad maldita y degenerativa sin cura conocida. Mucho mejor eso que un cáncer de pulmón, me recuerdo pensando por aquel entonces. Quién me iba a decir a mí en vista de lo que sucedió después que lo de "mucho mejor" lo único en lo que se tradujo fue en sufrimiento prolongado con el mismo resultado.

Al principio las cosas no iban tan mal, pero con el paso de los meses su resistencia física se fue resintiendo. Primero el deterioro se mostró de manera tímida, en forma de pequeños cansancios cuando caminaba un poco más de lo habitual. Y allí estaba, mi padre, el que siempre se ofrecía a cargar con mil quilos si con ello conseguía que no lo hiciéramos los demás, siendo incapaz de guardar una caja en lo alto de un armario.

Y entonces la máquina de oxígeno llegó a nuestras vidas. Repito: yo me encontraba trabajando lejos y no era testigo diario de todos esos pequeños grandes cambios, pero cada vez que iba a casa en un fin de semana o en vacaciones, veía cómo el cuerpo de mi padre, y por ende mi padre entero, sufría visibles transformaciones.

En un primer momento necesitaba utilizar la máquina solo por las noches, para conseguir dormir sin miedo a quedarse sin el necesario oxígeno en sangre que le permitiese respirar. Todavía a día de hoy recuerdo el ruido hueco de aquel aparato cada vez que expulsaba el aire que mi padre necesitaba para seguir viviendo, y todavía a día de hoy me estremezco pensando en ello.

El tiempo seguía pasando y llegó un momento en el que mi padre dependía de la máquina de oxígeno el tiempo entero, así que en casa, formando ya parte del mobiliario, se chutaba oxígeno de un aparato enorme y pesado y cuando quería salir a la calle llevaba consigo su máquina de oxígeno portátil, primero colgada del hombro y cuando ya ni con ese peso podía lidiar, colocada, con mucho esmero eso sí, en un carrito que arrastraba a velocidad de caracol.

Verlo pasear era tan triste.... La persona que en sus tiempos volaba, ahora apenas conseguía dar dos pasos sin pararse para tomar aliento. ¡Cuántas veces mi corazón se encogió viéndolo en ese estado! ¡Cuántas veces he dejado mis lágrimas rodar por mis mejillas sin que él lo supiese! Tantas veces...

Mi padre era un luchador. A pesar de su enfermedad, a pesar de su degeneración progresiva, cada día cumplía con las recomendaciones del médico y hacía sus ejercicios de respiración, su gimnasia, sus paseos para intentar fortalecer lo poquito sano que quedaba en sus pulmones...

Pero llegó un día en el que Ramón no pudo más y a pesar de que su cabezonería y orgullo se lo impidieron durante mucho tiempo, acabó por rendirse a la realidad: Si quería salir a la calle ya no bastaba con la máquina de oxígeno, así que después de mucho insistir terminó por claudicar y acabó por sentarse en su silla de ruedas, una de esas eléctricas con mando estilo joystick de aire futurista. Yo no llegué a verlo en persona pasear con ella pero mi hermano me envió un pequeño vídeo de "su primera vez" que guardo como si fuese oro.

Los ingresos en el hospital por urgencias cada vez eran más frecuentes, y pocos días más tarde de esa primera salida motorizada, la videollamada diaria que mantenía con mis padres transcurrió desde una de esas visitas al hospital.

Se había encontrado mal durante la tarde, así que se fueron a la clínica para que le hiciesen algunas pruebas. Cuando hablé con él estaba con buena cara, le habían traído la cena y mi madre me confirmó que había comido bien. Hablamos durante unos minutos más y me despedí de ellos hasta el día siguiente.

Fue la última vez que hablé con él. A la mañana siguiente, cuando salí de la ducha y vi el móvil me sorprendió tener varias llamadas perdidas de mi madre. En mi cabeza saltaron todas las alarmas. No era normal que mi madre intentase contactarme a esas horas, y menos con tanta insistencia. 

Le devolví la llamada y con voz entrecortada me dijo que papá había pasado muy mala noche y que en esos momentos los médicos estaban con él en la habitación intentando ver qué pasaba. No tardó mucho en sonar mi móvil de nuevo... Esta vez era mi hermano, quien entre lágrimas lo único que consiguió articular fue "se murió". En ese momento yo me morí un poco con él.

Sentí cómo mi corazón se partía en millones de pedazos, grité (creo recordar que grité) y comencé a llorar desconsolada. 

Se había ido... Mi héroe, mi protector, un pedacito de mi.... Mi padre. Ramón.

Lo hecho mucho de menos. Tanto es así que después de todo este tiempo una parte de mí todavía no es capaz de asimilar su pérdida. 

Después de todo este tiempo a duras penas consigo ver alguna fotografía en la que él esté sin emocionarme. Después de todo este tiempo todavía me imagino volviendo a Pontevedra y viéndolo sentado en su sofá saludándome con su "hoooolaaaaa..." tan característico que después de tanto tiempo todavía resuena en mi cabeza.

En realidad Ramón nunca se ha ido del todo. Y no se irá mientras haya alguien que siga recordándolo. Así que sí, Ramón siempre será eterno porque yo jamás seré capaz de olvidarlo (ni quiero).

 Como nadie sabe a ciencia cierta lo que sucede después de que uno abandona este mundo, yo por si acaso cada vez que levantó mi cabeza al cielo envío un saludo y un beso que llevan su nombre.


A pesar de que mi padre falleció en diciembre de 2020, a día de hoy todavía lo siento aquí conmigo.


Eric Clapton: Tears in heaven

https://youtu.be/JxPj3GAYYZ0