jueves, 18 de agosto de 2016

Ellos y yo. O cómo intentar entender lo imposible

Soy una chica normal. Ni demasiado alta ni demasiado baja. Ni demasiado delgada ni demasiado gordita. Ni demasiado rubia ni demasiado morena. Ni demasiado lista ni demasiado tonta. Ni demasiado tímida ni demasiado lanzada. Tampoco diré que soy del montón, pero sí una persona que sin llamar demasiado la atención si quiere, se hace notar. Y a veces, si mi faceta torpe aparece sin avisar, incluso sin quererlo doy la nota.

Pues bien, esta chica normal hace ya algún tiempo que ha decidido desistir en su intento por entender al género masculino, y no porque no le haya puesto empeño al asunto precisamente, pero llegados a este punto he decidido que tiro la toalla.

No. Esta decisión no es algo que se me haya ocurrido de repente. No ha pasado que me haya levantado hoy con el pie cambiado y en lo que duraba mi recorrido de la habitación al baño haya dicho: “¡Ea, que lo dejo! Desisto, me rindo, paso, renuncio, abdico, no quiero saber nada más de Ellos”. No. Lo que me ha llevado a dejar el tema por imposible ha sido un compendio de pequeñas cosas que me han hecho ver que, o yo soy de otro planeta, o Ellos han decidido convertirse en alienígenas sin previo aviso.

“-Tienes que salir, conocer gente.” “-¿Eres de las que cree que te van a venir a llamar a la puerta?” “-Las cosas no funcionan así. El que algo quiere algo le cuesta”. Y como esas, mil recomendaciones más, bombardeadas desde flancos muy diferentes. Al final les hice caso. Hasta llegué a explorar caminos que a priori no encajaban demasiado conmigo y dejé mi timidez a un lado para volverme un poco más sociable de lo que suele ser lo habitual en mí.

¿El resultado? Desde luego no fue el esperado ni mucho menos. Descubrí eso sí que era demasiado ingenua al pensar que podría esperar de Ellos lo mismo que yo estaba dispuesta a aportar y lo único que recibí a cambio fueron hostias en toda regla y mi cara de perplejidad ante el espejo cada vez que me veía obligada a reconocer que me quedaba mucho por aprender.

Como muestra un pequeño botón en forma de pequeña historia:

El jueves pasado fuimos a una fiesta. En un sitio pijillo con un ambiente un tanto ídem. Nos lo pasamos bien aunque es verdad que lo de interactuar con el resto de los que allí se encontraban no lo gestionamos demasiado acertadamente, así que básicamente nos dedicamos a hablar entre nosotras y a tomarnos una copa en una terraza bastante acogedora.

Últimamente me quiero bastante, para qué negarlo, así que decidí que me veía mona en una de las fotos que me sacó Esther y después de tunearla un poco la subí a Instagram.

Al día siguiente alguien quería chatear conmigo a través de la aplicación. El mensaje decía: “Hola!! Cómo terminó la noche en Fortuny??? Yo también estuve por allí y me suenas un montón… Creo que te miré un par de veces entre la gente...”.

Al principio lo ignoré. Me sonaba al típico mensaje tipo que alguien escribe a todo aquel ser viviente que hubiese subido una foto con el tag #palaciofortuny para probar suerte y ver si alguien picaba el anzuelo. Lo sé y lo siento: soy muy mal pensada y no lo puedo evitar.

Con todo y con eso, en mi cabeza retumbaban todas esas recomendaciones sobre lo de conocer gente nueva así que terminé respondiendo. Y me olvidé del tema. De hecho no fue hasta dos días más tarde cuando otro aviso de mensaje nuevo me hizo volver a prestarle atención. “Esta noche fiestecitas de la Paloma?

Siguiendo el mantra de mi cabeza, respondí indicando que estaba con mis amigas de terraceo y no había pasado ni un minuto cuando ya obtenía respuesta: “Si luego estáis por el centro avísame! Y si quieres nos saludamos. Estaré por allí con un amigo.

Quien me conoce bien sabe que se me dan bastante mal este tipo de situaciones. Me bloqueo y mi lado borde-defensivo sale en todo su esplendor. Me pongo nerviosa sin saber cómo reaccionar y mi instinto natural me pide a gritos que salga huyendo y me esconda en mi madriguera. ¿Quedar con alguien al que no conozco de nada? ¿Con el que la única conversación que he cruzado ha durado menos que lo que tarda una cerilla encendida en apagarse? ¿¿¿Yooooo??? Para mi suerte o para mi desgracia mis amigas me animaron. “No pierdes nada por conocerlo. Además, vamos contigo así que no vas a estar sola. No seas tonta.” Así que siguiendo sus consejos respondí que si nos acercábamos al centro le avisaría, informándole de nuestra ubicación actual, por si eran ellos los que se animaban a pasarse.

Respuesta inmediata: “Lo comento por aquí vale??” seguido de dos caritas guiñándome el ojo y sonriendo. Yo respondí con un OK.

FIN DE LA HISTORIA. Nunca supe si lo había comentado. Nunca llegamos a encontrarnos, ni en el centro ni en las afueras. Nunca recibí respuesta, ni para bien ni para mal.  Como dicen en mi tierra: Nunca Máis.

Y digo yo… ¿tanto cuesta cerrar un tema que ha quedado pendiente? De verdad, os juro que aunque lo pudiese parecer yo no muerdo a nadie. Soy perfectamente capaz de aceptar que al final y hablando de este caso concreto Él hubiese cambiado de idea y se hubiese arrepentido de haber iniciado la conversación. ¡Pero coño! ¡Escribe y dímelo! NO. Lo mejor es dejarlo así, como flotando en un limbo en donde se quedará eternamente y de donde no saldrá jamás. Y yo debo de ser rara porque no lo entiendo… Y digo que el problema debe ser mío porque esta historia me recordó mucho a otra que me sucedió hace algo más de un año, cuando quedé para ir al cine un sábado y todavía hoy estoy esperando a que me digan que al final el plan se cae de la agenda y que ni cine, ni palomitas ni leches en vinagre.

Y podría seguir… y seguir… y seguir… Pero no tengo ganas de darle más importancia de la que en realidad tiene (ninguna) así que hasta aquí puedo leer. Lo que más lamento de todo esto, aparte de sentir cómo este tipo de personas me hacen perder el tiempo, es que por culpa de experiencias como éstas vendrá uno que merecerá realmente la pena y se las haré pasar putas hasta que consiga fiarme ligeramente de él. Son las consecuencias de que haya tanto sapo disfrazado que va por ahí dándoselas de algo que no es.

Pues bien, esta chica normal que suscribe ya se ha hartado de tanta patraña y palabrería barata. Esta chica normal ha decidido que ya basta de bailar al son de otros y ha decidido crear su propia coreografía. A esta chica normal ya no le tose nadie porque por fin ha conseguido dejar de vivir la vida de otros y ha decidido vivir la suya propia.


Aviso a navegantes: No me busquéis salvo que realmente queráis encontrarme, porque no voy a estar disponible para prestarme a jueguecitos estúpidos que lo único que demuestran es una completa inmadurez. Si alguno está dispuesto a perder el tiempo que lo pierda con alguien que tenga demasiado. A mí mi tiempo no me sobra, así que lo que quiero es aprovecharlo con gente que realmente merezca la pena. Todo lo demás es superfluo. Y todo el que me conoce sabe que superficialidades a mí las justas. He dicho.

Fin de la cita.



*Anexo a esta historia de mediados de agosto. Semanas más tarde…


Al final sí volví a saber de él, terminamos quedando y llegamos a vernos las caras. Y a los pocos días, así como vino, de la manera más insospechada e inesperada, así se fue: misteriosamente y sin dar más explicaciones, por la puerta de atrás como los cobardes. 

En el fondo no me importa y a día de hoy incluso le agradezco el favor que me ha hecho. Como comentaba unas líneas más arriba ya no estoy para tonterías y visto lo visto con él lo único que iba a hacer era malgastar un tiempo precioso que no estoy dispuesta a desperdiciar



Bon Jovi. You Give Love a Bad Name. https://youtu.be/KrZHPOeOxQQ



miércoles, 10 de agosto de 2016

Las escapadas son para el verano.

Este fin de semana tocó escapadita a la playa. Hacía ya tiempo que mi cuerpo me pedía sol y relax y tras ignorarlo durante semanas al final decidí cumplirle el capricho y ya de paso darme yo un buen homenaje.

Como no podía haber sido de otra forma el viaje fue todo un éxito y si de mí dependiese repetiría de nuevo la aventura y volvería a huir de Madrid en un par de días, y aprovechar que el lunes es festivo para alargar unas horas el disfrute si quisiese.

Lo que es la vida y sobre todo lo que soy yo con mis circunstancias e incongruencias. Desde que tengo uso de razón he tenido el mar a un tiro de piedra, tanto es así que si cierro los ojos todavía puedo olerlo y notar mi piel cubierta de sal, sentir la arena en mis pies y oír cómo rompen las olas al llegar a la orilla de Area de Bon, la playa de mi infancia. Y como me pasa casi siempre, en su momento no he sabido valorar esa circunstancia como debiera, no he disfrutado de ese privilegio todas las veces que he podido, no he sabido predecir lo mucho que lo iba a echar de menos cuando estuviese lejos.

El caso es que este fin de semana tocó redención en toda regla. Las niñas y yo nos fuimos a Alicante y allí nos plantamos por tandas: El jueves la mitad y el viernes el resto del pelotón que llegó fuerte y con ganas.

Fueron unos días típicos de verano en donde de lo único de lo que tuve que preocuparme fue de aplicarme protector solar de vez en cuando y practicar el vuelta y vuelta en la tumbona cada vez que notaba el sol demasiado caliente en mi espalda o en mi barriga según se diese el caso. De nada más: ni preocupaciones, ni agobios, ni estrés, ni prisas, ni malos rollos, ni pensamientos negativos… Lo único que tuve que hacer fue dejarme llevar y disfrutar de la vida porque sí, porque la vida hay que vivirla y si encima es en buena compañía, mejor que mejor. Y como la compañía era inmejorable, la ecuación no podía haber resultado más perfecta.

Porque no hay nada más importante que saber rodease de los mejores compañeros de viaje para exprimir a tope todo lo que éste pueda dar de sí. Y os puedo asegurar que una vez más no me equivoqué. No es por presumir (o tal vez sí) pero una vez más he podido confirmar que me rodeo de lo mejorcito y no mentiré lo más mínimo si declaro abiertamente lo orgullosa que estoy de Araceli porque, lirón como es ella, se despertaba todos los días sin rechistar ni un ápice a las ocho de la mañana, hora que seguro que ella desearía haber borrado del reloj (en realidad Araceli se cargaría de los relojes del mundo mundial cualquier minuto anterior a las doce). Otra valiente admirable ha sido Esther, a la que no gustándole la playa ni la mitad de la mitad de la mitad que a mí la ha sufrido como nadie incluso el día que izaron la bandera roja y ni siquiera se pudo remojar en el agua. A Sara la arena le da repelús y aún con eso se dedicó, como yo, a ir girando su tumbona siguiendo los pasos dados por el sol.

Sonia y Ana completaron el círculo y las seis aprovechamos todo lo que pudimos los días que pasamos a orillas de Mediterráneo, exprimiendo cada minuto que teníamos por delante de la mejor manera posible.

Fueron días de risas continuas en los que todas nos hemos sabido adaptar a las demás. Mientras visitábamos el Castillo de Santa Bárbara, ya la mañana del último día, me confesé y les dije que viajar con ellas era todo un placer y que esperaba poder hacerlo de nuevo en cuanto surgiese otra oportunidad. Porque es muy fácil quedar para tomar algo, juntarse para cenar, ir al cine o salir de fiesta un sábado, pero convivir durante varios días con personas diversas no es tan sencillo como al principio pueda parecer.

Recordaré este viaje a Alicante por muchas pequeñas cosas que lo han hecho grande. Durante este tiempo me he dado cuenta de que a medida que pasan los días los lazos que me unen a estas personas se van haciendo más fuertes y esa es una sensación que me gusta. Recuerdo que hasta hace relativamente poco pensaba en lo complicado que me había resultado abandonar mi tierra y con ello mi zona de confort, llegar a un sitio en el que apenas conoces a nadie y hacerte con un círculo de amigos en los que confiar, a los que poder confesar tus inquietudes (doy por supuesto que conocidos todos tenemos muchos) y que estén para ti en las duras y en las maduras. Y yo por fin he encontrado la horma de mi zapato. Es verdad que puedo parecer sociable (dentro de la timidez que me envuelve) pero en el fondo me cuesta bastante abrirme de verdad al resto así que cuando lo consigo sé que he dado con alguien que merece la pena.

Si me pidiesen que describiese esta escapada con una única palabra no tendría la menor duda: Espartanas. Así nos describió el chico de las tumbonas desde el primer día en el que, como jabatas, resistimos en nuestro puesto en la playa a pesar del terrible viento, de los pinchazos de la arena en la piel y de la bandera roja que nos impedía remojarnos cuando apretaba el calor. Fue divertido volver al día siguiente y descubrir no sólo que te recordasen del día anterior sino que además te hubiesen bautizado como una de las espartanas. Para una chica del norte eso es todo un piropo.


Este fin de semana tocó escapadita a la playa. Nos liamos la manta a la cabeza, cogimos carretera y nos plantamos en Alicante. Fue un viaje genial, divertido y donde la desconexión fue total. Un viaje en el que gracias a mis compañeras de aventura disfruté como hacía mucho tiempo no lo hacía.

Y en estos momentos una única pregunta ronda mi cabeza… Chicas, ¿para cuándo el siguiente?



Miss Caffeina. Mira cómo vuelo. https://youtu.be/QP2mvrGY94g