jueves, 31 de diciembre de 2015

Divagando que es gerundio.

No sé si soy la única o a alguno más le pasa. Este año tengo una sensación extraña. Una sensación que hace que tenga que pellizcarme cada vez que quiero recordar que es Navidad. Y lo que es todavía peor: que hoy es 31 de diciembre. 

Puede que sea porque en esta ocasión he adelantado mis vacaciones y llegué a mi casa a mediados de mes en vez de la semana de Nochebuena como suele ser de rigor. Tal vez el hecho de que el tiempo que tenemos es más propio de la primavera que del invierno haya contribuido a esa sensación de no-fiestas. 

Podría intentar buscar mil explicaciones y estoy convencida de que ninguna me parecería lo suficiente creíble como para justificar de manera convincente por qué este año noto cómo si lo único que tuviese por delante fuese un fin de semana largo, larguísimo, que, casualidades de la vida, comienza en el 2015 y termina en el 2016. ¿No es cuanto menos curioso el tema?

Escribo desde el asiento 2D del AVE que me lleva a Valencia. Es un asiento de ventanilla seleccionado al azar por la página web cuando hice la reserva. Me gustan los asientos de ventanilla. Imagino que lo mismo que a mi compañera de viaje a la que pareció no agradarle demasiado  que le confirmase que estaba sentada en un sitio que no era el suyo. Me dieron ganas de decirle que cambiase la cara de revenida por una sonrisa, que para eso estamos en Navidad, pero al final fui yo la que le dediqué una sonrisa que no tuvo respuesta. No la culpo. Es posible que a ella le pase lo que a mí: ¿Navi qué?

Como todos los años compartí el 24 de diciembre con mi familia que para algo constituye el pilar de toda mi existencia. Y lo cierto es que disfruté de todos ellos de una manera muy especial, sobre todo de mis padres, a los que cada día quiero más a pesar de no ser capaz en ocasiones de mostrar externamente lo que siento por dentro. Es lo que tiene ser una cabezota de los pies hasta el último pelo de la cabeza. 

Me dolió la despedida, más que en otras ocasiones. Y eso que las despedidas siempre son duras cuando eres, aparte de una redomada cabezota, una sensiblera sin remedio. 

Nono ni siquiera vino a decirme adiós. Mi gato, el que dormía conmigo cada noche, no fue lo suficientemente valiente como para verme partir. En cuanto vio la maleta en la puerta se marchó y no volvió a hacer acto de presencia. No lo culpo. Yo también me sentiría abandonada y traicionada. Debe ser duro ser gato y no saber qué pasa más allá de esa puerta que se cierra delante de ti dejándote solo en el lado equivocado. Ay, mi cosita... A él también lo echo de menos. 

Estoy camino de Castellón, destino final de este viaje. Montse y Fran han tenido a bien acogerme en su casa y con ellos daré la bienvenida al año nuevo. Y por fin podré achuchar a mi ahijado después de llevar ya casi dos meses entre todos nosotros. No hace más que comer y dormir y Montse me ha dicho que ya pesa cinco kilos. Tardo un poco más en ir a verlo y ya se ha emancipado. Uffff... Si es que el tiempo pasa tan deprisa que da miedo. 

Qué maravilla esto del AVE. Aquí sigo, sentada y de vez en cuando levantando la cabeza de lo que escribo para contemplar el paisaje a 300 kilómetros por hora. Todo pasa ante mí a cámara rápida, como la vida. Ay madre, a que esto va a ser la crisis de los cuarenta...

Y de tanto divagar he llegado a la conclusión de que si cierro los ojos y me concentro un poco soy capaz de rememorar este año que ya termina y definirlo con cuatro palabras clave. Y mientras lo hago sonrío seguro. 

Aquí van, con estos cuatro "palabros" resumo mi año: 

TRABAJO: ha sido un año de cambios en este aspecto. Fue duro y complejo como un parto pero al final el resultado de tanta incertidumbre y en ocasiones angustia mereció con creces la pena. Y laboralmente soy feliz. 
MARIETTA: mi creación inventada al fin vio la luz. Fue gracias a mis queridos amigos y de la manera más insospechada. Fue un acto hecho con mucho esfuerzo al que yo correspondo con todo mi cariño y admiración hacia toda esa gente que hizo mi sueño realidad. Son mis "mecenas". Los mejores sin duda.
AMISTAD: aparte de contar ya con personas maravillosas, estos meses he dejado entrar en mi vida a alguien que ha demostrado un aprecio desinteresado hacia mi que ha conseguido de mí la misma admiración hacia su persona. Juro que nadie hasta ahora había conseguido escarbar tan profundo en tan poco tiempo y haber llegado a conocerme de una manera tan exacta que asusta. Pero es un susto bonito y sin gritos de desesperación y angustia, así que ni temo ni tengo miedo. 
SALUD: mis épocas oscuras han quedado definitivamente atrás y me he despedido de Enrique con un par de besos y un "buena suerte". Cierto es que he dejado atrás lo emocional para dar paso a lo físico y ahora son mis rodillas las que han decidido darme un poco por saco. Pues nada... Habrá que tomar cartas en el asunto, digo yo. 

Ya está. Éste sería mi resumen de los 365 días que dejo atrás. Seguro que si recapacitase un poco más incluiría algún vocablo más entre los elegidos para describirlos pero el viaje ya está terminando y tampoco es plan de que haga repaso de todo el diccionario de la RAE. 

El tren está llegando a su destino con un traqueteo acompasado que me recuerda al tic-tac del reloj que anuncia que cada minuto que pasa uno menos queda para terminar el día, y con él el año. 

No soy nadie para dar consejos pero yo aprovecharía estas últimas horas antes de que fuese demasiado tarde. Por suerte o por desgracia todavía nadie ha logrado inventar una máquina del tiempo que nos permita retroceder a ese preciso instante en el que tocamos la felicidad con los dedos, así que lo que nos queda es exprimir cada momento como si fuese el último y sacarle todo el jugo a la vida. Yo también llegué a pensar que era algo imposible. Afortunadamente para mí el 2015 se ha encargado de demostrarme que, si cierras fuerte los ojos y lo crees de verdad, los sueños pueden hacerse realidad. 


Feliz año 2016. Ojalá todos vuestros sueños dejen de ser eso, simples ilusiones, y se conviertan en realidades que os hagan caminar con una sonrisa en la cara. Y ahora si me disculpáis, tengo que recoger la maleta para continuar mi camino. 

sábado, 7 de noviembre de 2015

Bienvenido, Iago. Bienhallada, Marietta.

Ayer Montse y Fran fueron papás. Iago llegó al mundo haciéndose bastante el remolón, lo que se tradujo en que para mi Montsiña el día de ayer tuviese cuatro mil horas en vez de las veinticuatro de rigor. Pero como suele suceder en estos casos, a pesar de todo lo mal que se pasa desde que la primera contracción decide que vas a sufrir por ti y por todos tus compañeros hasta que por fin te encuentras cara a cara con el que a partir de ahora se va a convertir en el centro de tu existencia, todo lo malo se olvida, todos los dolores desaparecen como por arte de magia y lo único que queda es la felicidad plena de tener en brazos a ese ser pequeñito, delicado e indefenso que consigue que todos los que lo rodean muestren esa sonrisa boba en la cara.

Iago tiene cara de ángel, por lo que no dudo ni por un momento que al final se convertirá en un diablillo travieso que volverá locos a sus padres a medida que pasen los años. Tiene esa naricilla tan característica de los bebés que tanto me gusta y una expresión tan dulce que es imposible no enamorarse nada más verlo. Y encima me han contado sus papás que es un niño la mar de tranquilo, que sólo llora cuando es estrictamente necesario. Qué más se podría pedir…

¿No os lo he dicho todavía? Iago es mi ahijado. El primero. Podéis imaginaros cómo me siento: soy en estos momentos la madrina más orgullosa de la faz de la tierra. Tengo que leerme un poco el libro de instrucciones de las madrinas porque soy profana en la materia, pero según me han contado se necesitan muchas dosis de amor y toneladas de cariño para llevar a cabo con éxito la faena, y desde que le he visto la carita he notado cómo se despertaban dentro de mí ambos sentimientos de manera desbordante. Espero hacerlo bien. Ganas desde luego no me faltan.

Y lo que son las cosas… Por caprichos del destino éste quiso que ayer además de madrina me convirtiese también en madre. Pero no en madre al uso de la palabra, como lo entendemos todos a día de hoy. Paciencia, ahora me explico, que tal y como me estoy expresando entiendo que os parezca todo totalmente surrealista e incomprensible.

Muchos de vosotros me habréis oído en alguna que otra ocasión nombrar a Marietta. Marietta es un personaje inventado que un día salió de mi cabeza para dejar plasmadas sus aventuras y desventuras en un papel (en realidad fueron aproximadamente 170). Hace unos meses Marietta voló hacia un par de editoriales, esas que acaparan la mayor parte de la producción literaria de este país, y la pobre no tuvo demasiada suerte. El riesgo era alto y ambas sabíamos que la caída podía ser dura, pero había que intentarlo. No pudo ser, así que a la espera de dirigir su rumbo hacia otras un poco más modestas, dormía plácidamente en una esquinita de mi salón.

Ayer Araceli me invitó a cenar a su casa. Según me contó tenía mucha comida que se le iba a estropear y le daba pena tener que tirarla así que me preguntaba, con mucha gracia y salero y evidentemente con otras palabras más sutiles, si no me importaba ampliar unos pocos centímetros más de cintura con el fin de no tener que deshacerse de todos esos manjares. Y como soy una facilona, a las nueve me presenté en su casa. Es oír la palabra GRATIS y me vuelvo loca…

Al final todo resultó ser un engaño. Bueno, no del todo porque comida rica había, pero en realidad la triquiñuela había sido gestada por otra buena causa. Así que cuando entré por la puerta y me topé con Esther, Sara y Sonia, además de con la anfitriona, supe inmediatamente por dónde iban los tiros: Mi cumpleaños fue hace casi dos meses así que el motivo de la reunión no era otro que el de hacerme entrega, con un poco de retraso, de mi regalo. Lo primero que me dieron fue un paquete en donde aparecían escritos quince nombres de las personas más maravillosas que jamás he conocido. Lo abrí y me encontré con un vestido que casualmente Esther y yo habíamos visto hacía un par de semanas cuando fuimos a por el regalo de Araceli. Maravilloso.




Luego pasaron a un paquete más pequeño: un paraguas plegable, instrumento de lo más útil para protegerme cuando llueva. Reminiscencias de mi naturaleza gallega.

Y cuando ya estaba dando besos y agradeciendo los detalles me plantaron dos cajas en el medio del salón. Y ahí la sorpresa ya fue mayúscula. Encima de cada una de ellas había un folio con la carátula que Patri me diseñó para el libro de Marietta y yo no entendía nada… Fue Sara la que se encargó de abrir la caja y cuando al apartar las solapas me encontré de frente con ejemplares y más ejemplares impresos de la historia que meses atrás me había robado horas al sueño me quedé petrificada y sin saber cómo reaccionar.




¿Me entendéis ahora cuando digo que yo también soy madre? Ayudada por unos locos he terminado pariendo, en mi caso sin necesidad de epidural, (lo peor se lo han llevado los que han tenido que dar formato y revisar todo para que se gestase esta maravilla) mi sueño. Y al igual que Montse me siento la madre más orgullosa de este mundo, la que tiene la criatura más guapa y más lista de la faz de la tierra.

Casualidades de la vida: Ayer Montse dio a luz a Iago y yo me encontré cara a cara con Marietta en formato tangible. Iago pesó 3.130 gramos y Marietta vino al mundo en forma de 100 ejemplares de 170 páginas cada uno (peso sin confirmar, pero doy fe de que costaba levantar las cajas del suelo…). Ambas nos sentimos orgullosas de nuestros respectivos churumbeles y eso es algo que nos llena de felicidad.



Y en mi cabeza resuena de manera recurrente la siguiente frase: 6 de noviembre de 2015. Un día perfecto para presentarse ante el mundo. Bienvenido Iago. Bienhallada Marietta.


Michael Bublé. It’s a beautiful day. https://youtu.be/5QYxuGQMCuU




martes, 27 de octubre de 2015

Huele a lluvia. Llueve.


Hoy ha sido el típico día de otoño, uno de esos días en los que el cielo amanece encapotado y la temperatura nos recuerda que por más que nos empeñemos en no renunciar al verano no nos vendría mal salir a la calle con un abrigo con el fin de evitar posibles resfriados indeseables. Y ya de paso mejor colgarse un paraguas del brazo no sea que se eche a llover.


Yo provengo de un lugar en el que la lluvia forma parte natural del paisaje, tanto es así que una conocida cadena gallega de supermercados creó una exitosa campaña publicitaria cuyo lema era "se chove, que chova" (si llueve, que llueva) en donde la protagonista principal era, como no podía ser de otra manera, la lluvia y sobre todo la manera que tenemos los gallegos de convivir con ella. Confieso sin embargo que después de todos estos años todavía no me he acostumbrado a que se presente sin haber sido invitada a pasar. Durante mi época en Pontevedra era tan habitual que llegase y se quedase tanto tiempo que en cuanto la veo asomarse por la esquina giro en redondo para ver si de esta manera consigo esquivarla. Recuerdo un año, relativamente reciente en el tiempo, en el que se presentó salerosa un día de septiembre y no decidió darnos tregua hasta bien entrado el mes de abril. Se convirtió en el huésped incómodo, ese que aparece sin llamar a la hora de la merienda y que decide quedarse ya no sólo a cenar sino también a dormir, a pesar de no haberse traído el pijama, obligándote a sacar el colchón hinchable que tienes guardado y cogiendo polvo en la parte alta del armario.

Que no os confundan mis palabras. Me gusta el sonido repiqueteante de las gotas cuando tropiezan con el suelo, me gusta esa sensación de melancolía que acompaña a esos días plomizos... pero sólo si no tengo la necesidad de salir de casa. Cuando estoy en el salón, bajo la manta y disfrutando de una buena película me importa poco que se inunden las calles, pero si me ha tocado en suerte tener que hacer algún recado, entonces la historia cambia. Esquivar a las personas procurando que no te claven una varilla del paraguas en el ojo es tarea harto complicada cuando caminas por una ciudad en la que la gente se multiplica como las hormigas, y más en los días de lluvia. Tal pareciese que por cada gota que cae un sujeto más decidiese entrar en escena.

Y ya no digo nada si para llevar a cabo nuestro cometido es imprescindible hacer uso del coche. Sacar el automóvil del garaje cuando las calzadas están mojadas ha resultado ser el mejor experimento que existe para comprobar si en el sitio en el que te encuentras suele llover a menudo o lo hace sólo de vez en cuando. En un día cualquiera de lluvia en Pontevedra puede que el tráfico circule más lento por esto de que la precaución es mayor, pero la reacción de los conductores es la misma que cualquier día de sol reluciente. Así de habituados estamos a convivir con el agua que viene del cielo. Ahora bien, caen cuatro gotas en Madrid y se atasca el túnel de la M-30 y por ende la M-30 entera. Y ya puestos, por esto de no ser menos, también lo hacen la M-40, la A2, el nudo de Manoteras, el Paseo de la Castellana, el tramo de la A6 entre Las Rozas y el Plantío… y Madrid es un caos total con atascos interminables y accidentes por alcance que se cuentan por decenas. Y entonces os pasa lo que a mí: que un tramo de apenas 12 km que en condiciones normales se recorre en 14 minutos, (salvo que sea por la mañana que es cuando parece que media ciudad ha decidido dirigirse hacia el mismo punto que tú y el tiempo pasa de 14 a 35 minutos) se convierte en una espera interminable de más de una hora. Es el precio que hay que pagar por vivir en una gran ciudad y como tal lo asumo, pero me resulta cuanto menos exagerado en ocasiones.

Ante lo que sí me rindo sin remedio es a los colores que se pintan en esta época del año, trazos propios del mejor pintor impresionista. El otro día paseaba por el Parque del Retiro y observaba maravillada la diversidad de tonos ocres y verdes que me iba encontrando por el camino. Incluso el agua del lago tenía un color grisáceo, reflejo del cielo que sobre él se mostraba, que quitaba la respiración. Y sorprendida como estaba, procurando mantener la boca cerrada para evitar que me entrasen moscas, sentí de pronto una fuerte necesidad por inmortalizar todos y cada uno de los momentos que me regalaba ese día triste y gris en apariencia, pero rico en delicados matices.

Juzgad por vosotros mismos si no es lógico mi desconcierto ante lo que se mostraba ante mis ojos. Por un momento me cuestioné seriamente si todavía me encontraba en el mundo de los mortales o si por el contrario había conseguido, sin esforzarme en modo alguno, transportarme hasta alcanzar el paraíso más espectacular.


Hoy ha sido el típico día de otoño, las calles están mojadas, he tenido que enfundarme en un abrigo para salir de casa y me he colgado el paraguas del brazo por si se ponía a llover. Procuro caminar con cuidado, escuchando cómo crepitan las hojas caducas de los árboles bajo mis pies mientras esquivo cualquier varilla de cualquier paraguas que se cruza ante mí. Por nada del mundo querría sufrir un percance que me impidiese admirar todas las coloridas estampas que nos regala este otoño, más propias de una postal que del entorno que nos rodea.



domingo, 25 de octubre de 2015

Cuando se escribe con el corazón...

Es muy fácil escribir cuando lo que se dice se siente de verdad. Así respondía a un comentario alusivo a unas palabras que dediqué a una de mis amigas del alma con motivo de su cumpleaños. Me pasa siempre: casi sin esfuerzo las palabras comienzan a fluir y lo que comienza siendo un texto sin importancia termina por convertirse en toda una declaración de intenciones. Relacionar mi manera de expresarme con la sensibilidad que me invade es tan cierto, al menos para mí, como lo es el respirar para poder seguir viviendo.

Nunca me he avergonzado por ser capaz de expresar mis sentimientos. ¿Por qué habría de hacerlo? Es imposible pretender ocultar un rasgo que caracteriza de una manera casi insultante a una persona, en este caso a mí. A diferencia de los animales los seres humanos tenemos la capacidad de poder decir lo que en cada momento consideramos oportuno para luego, ya si eso, arrepentirnos de nuestras acciones. O no, que en esta vida nunca se sabe. Entonces… ¿por qué a veces nos cuesta tanto desnudarnos, metafóricamente hablando, ante el resto del mundo?

En múltiples ocasiones me han comentado que soy demasiado sentimental, que le doy un toque un tanto melodramático a la forma que tengo de actuar, que a veces puedo empalagar más que una tarta de merengue. He de reconocer que alguna que otra vez he intentado cambiar y blindarme ante los demás. Lo siento, es inevitable: cuanto más procuro dejar de ser yo, más me convierto en mí misma.

No tengo ningún inconveniente en demostrar cariño hacia aquellos a los que quiero. No me avergüenzo de tener la sensibilidad a flor de piel y llorar cuando veo algo que me enternece. Prefiero mil veces eso a parecer una persona sin sentimientos. No me gustan las personas que van de frías y calculadoras. Puede que de esa manera consigan tener bien firmes las riendas de su vida pero estoy convencida de que no disfrutan de lo que les pasa ni la mitad de lo que lo haría yo en su situación.

Claro que me he llevado mil decepciones por ser así. Por supuesto que me han dado hasta en el carnet de conducir. Mentiría si dijese que no he sufrido por mostrarme tal y como soy. Pero con todo y con eso no me arrepiento de exponerme ante los demás de una manera casi suicida. En el fondo pienso que ellos se lo pierden, no yo. A mí jamás nadie me podrá echar en cara que no he pretendido vivir la vida que he querido, aún en el supuesto de que la partida de ajedrez no termine todo lo bien que debiera.

Es maravilloso y liberador poder decir sin miedo a la vergüenza lo que se le pasa a uno por la cabeza, sobre todo si lo que se le pasa a uno por la cabeza son cosas que se dicen directamente desde el corazón. Y por eso me llena de orgullo y satisfacción recibir comentarios llenos de cariño cuando dedico palabras de ídem a aquellas personas a las que adoro. Hoy era la ocasión perfecta para hacerlo porque una de mis mejores y más queridas amigas celebra su cumpleaños. Llevamos juntas casi veinte años y todavía parece que fue ayer cuando coincidimos por primera vez. Somos muy diferentes en muchas cosas, pero creo que por ese mismo motivo nos compenetramos de una manera casi perfecta. Ella es el desorden personificado y yo necesito centrar la tele con respecto al sofá. Ella es una marmota reconocida y yo me despierto al alba. Ella puede pasarse en pie hasta altas horas de la madrugada y yo me acuesto casi con las gallinas. Ella no consigue llegar a tiempo a casi ningún sitio y yo parezco el conejo de Alicia en el País de las Maravillas corriendo para no ser nunca impuntual… Pero sobre todas esas cosas ella es una persona que siempre ha sabido estar para mí cuando la he necesitado y por ese mismo motivo todo lo que a priori podría separarnos al final no puede con el motivo principal que nos une: un cariño mutuo que continúa intacto con el paso de los años.

No reproduciré aquí las palabras que le he dedicado pero puedo aseguraros que todas y cada una de ellas expresaban de manera exacta lo que siento, reflejaban fielmente cómo valoro la amistad que nos une, explicaban sin tapujos cuán grande es el cariño que le tengo y lo mucho que agradezco que forme parte de mi vida.


Por ser como soy escribo como escribo. Sólo de esa manera podría plasmar con palabras lo que orgulloso me dicta el corazón. Y a quien no le guste que no mire… o en este caso que no me lea.



Amaral: Marta, Sebas, Guille y los demás. https://youtu.be/Z7XOWwY7pa0



jueves, 10 de septiembre de 2015

Versión 4.0 instalada correctamente.

Dicen que la edad real de una persona no se refleja por la fecha de su nacimiento. Para saber exactamente cómo de joven es uno hay que ver más allá de esos números y fijarse en cuál es su verdadera mentalidad, la manera que tiene cada cual de enfrentarse a la vida y a los obstáculos que van apareciendo por el camino.

Hay gente que es anciana con apenas treinta años y cuarentones que reflejan edades muy inferiores. He conocido a personas a lo largo de mi existencia cuya vida pareció detenerse nada más tener el primer hijo y, como si ésa fuese la excusa que estaban esperando, de golpe y porrazo decidieron envejecer mil años en un segundo. Pobres diablos.

Y luego estamos las personas como yo, eternas quinceañeras que nos negamos a sucumbir a los años que indiscretamente se muestran en nuestro carnet de identidad.

Reconozco que no siempre he sido así. Confieso que durante mucho tiempo, más del que me hubiese gustado, yo también fui una anciana prematura. Dejé de disfrutar de la vida, me anquilosé en una rutina que acabó por consumir mis ganas de jugar a ser joven. Lo más triste de toda esta historia reside en el hecho de que ni yo misma era consciente de las arrugas que se me estaban marcando a fuego por dentro aun cuando mi apariencia física no mostraba ni un ápice de mi profundo deterioro interior.

Y asumía como normal el haber lanzado a mi iniciativa por la ventana de un sexto piso con el único fin de impedirle que me tentase con sus ganas de salir, de asumir nuevos retos, de recorrer mundo, de afrontar nuevas experiencias… En una palabra: de VIVIR.

Un día decidí que no quería seguir marchitándome y tomé la decisión de rejuvenecer lo envejecido. A pesar de que cada año una vela más puebla la tarta, mi yo interior se revela por seguir haciéndose mayor y se niega a seguir creciendo, que no madurando.

He evolucionado lo indecible con el paso del tiempo, pero no por ello mi mentalidad se ha vuelto casposa y anticuada. Cada día que pasa siento que mi niña interior sigue ganando la batalla a la adulta que pretende dirigir mi destino. Mientras, yo la observo y la animo desde la barrera a que continúe con esa hegemonía que ha logrado a base de constancia y valor.

Llegados a este punto añadiré una confesión más a todas las reflexiones que he dejado caer así, como quien no quiere la cosa, el motivo por el que he filosofado algo más de la cuenta: Hoy es mi cumpleaños. Además, no es un cumpleaños cualquiera. Estreno nueva década y a pesar de que el número que descaradamente se asoma asusta, ponedme un charco delante y veréis qué estilo tengo cogiendo impulso, saltando encima y salpicando a todo aquel que se encuentre dentro de mi radio de acción.

No sé cómo lo he conseguido, pero no sólo he logrado quitarme las arrugas interiores sin necesidad de gastarme los ahorros en un lifting sino que además a día de hoy ni la primera muestra del paso del tiempo ha hecho acto de presencia en este cutis que Dios me ha dado. Estoy convencida de que haber recuperado mi locura infantil tiene mucho que ver en ello.


El otro día me preguntaron qué quería por mi cumpleaños y yo lo único que pedí es que me sorprendiesen. Como a cualquier niña pequeña, y yo no iba a ser menos, me encantan las sorpresas.



Electric Nana: Won’t stophttps://youtu.be/ZrWEg5E-DGs




domingo, 14 de junio de 2015

Feria del Libro de Madrid 2015 o el tributo a la lectura.

Como todos los años por estas fechas abre sus puertas (en realidad he de confesar que a día de hoy está a punto de cerrarlas) la Feria del Libro de Madrid, en esta ocasión en su edición número 74. Poca gente quedará ya por estos lares que pueda presumir de haber estado presente la primera vez que las casetas subieron sus persianas o descorrieron sus cortinas (o lo que fuese que estuviese de moda en aquella época) para que personas ávidas de conocimiento y deseosas de encontrar una lectura que llenase sus ratos muertos o los momentos anteriores a caer en brazos de Morfeo pudiesen dar con el libro perfecto.

Y digo yo: para ser la española una sociedad que se entretiene en ocasiones con cualquier cosa, incluso con el zumbido de una mosca antes que leyendo un libro, bastante ha aguantado esta feria entre nosotros. A pesar de encontrarnos inmersos en plena era de la tecnología en donde los libros electrónicos están de moda y pesan menos que muchos manuscritos, es gratificante ver la cantidad de ejemplares en papel que llenan las distintas casetas distribuidas de manera ordenada a lo largo del Paseo del Duque de Fernán Núñez que es como se llama la calle en la que se ha montado todo este espectáculo, mediático en ocasiones gracias en parte a la presencia de innumerables personajes, escritores unos y otros no tanto, que sentados en sillas más o menos cómodas dedican sus mejores palabras a todos aquellos que quieren llevarse un ejemplar firmado y sus mejores sonrisas para salir lo más guapos posible en la foto de rigor. Porque uno nunca sabe quién va a terminar viéndote el careto…

Total, que como cada año por estas fechas Araceli y yo nos damos una vuelta por el Retiro, ese idílico lugar lleno de árboles, fuentes e incluso un estanque que habita el corazón de Madrid escenificando el contraste más brutal entre naturaleza y asfalto y que a mí, personalmente, tanto me gusta. Lo hacemos porque las dos somos devoradoras de libros (confieso que ella lo es algo más que yo últimamente), una de esas coincidencias en gustos que forma parte de ese ramillete de aficiones comunes que han hecho que sigamos siendo amigas desde hace ya mil años. Y lo hacemos porque en el fondo también somos un poco cotillas y nos gusta verle la cara a esa rara avis que habita entre nosotros, conocida vulgarmente con el vocablo de escritores, y que como ya comentaba unas líneas más arriba se reúnen en manada en escasos metros cuadrados a lo largo de las jornadas que dura el evento. Y si ya de paso te encuentras cara a cara con alguno de tus ídolos y consigues hablar dos palabras con él la satisfacción ya es completa. Añado además el ejercicio saludable que es caminar, feria arriba y feria abajo, y de esta manera contribuir a conseguir ese cuerpo de escándalo que dejará a todos con la boca abierta este verano. Todo sea por que la operación bikini sea un éxito sin parangón. Muy listos estos señores organizadores de la Feria del Libro al haber elegido las fechas para el evento. Estoy por escribirles un correo de felicitación y agradecimiento por la labor prestada a la causa…

Tal vez llegado a este punto del relato os estéis preguntando si me he traído algún libro nuevo a casa o quizás si me he encontrado con algún famoso, escritor reconocido o en ciernes, en mi camino. No desesperéis que ahora mismo os informo al respecto, por lo que os rogaría que dejaseis de morderos las uñas por la impaciencia. No hay nada más feo que unas manos mal cuidadas.

Lo cierto es que no llevaba ninguna intención concreta de comprarme nada, si bien es cierto que sabía que ayer por la tarde uno de los que firmaba libros era Luis Ramiro. Si sois seguidores fieles de mi blog hay grandes probabilidades de que sepáis de quién hablo. Tranquilo todo el mundo. No voy a obligaros a leer como posesos entradas antiguas para averiguarlo si así no fuese. Soy un bicho, pero no tanto…

Luis Ramiro es un cantautor que reconozco que me gusta bastante y que conocí gracias a Esther hace un par de meses cuando con dos narices me planté en un concierto suyo sin haber escuchado siquiera el primer acorde de ninguna de sus canciones. Y como me confieso mujer de extremos, pasé de no tener ni idea de qué cantaba el pollo a considerarlo la polla. Es un poeta que consigue transformar poesías en canciones y como no podía ser menos, si su intención era dedicarse a escribir tendría que hacerlo publicando un libro de poemas. Y yo creo que lo ha bordado. Al menos a mí me ha tocado la patata de la misma forma magistral que en su día (como digo no tan lejano) lo hicieron sus canciones. No creo que sea necesario confirmaros que, ni corta ni perezosa, me acerqué a la caseta número 45, esperé mi turno y cuando me tocó la vez le pedí que me dedicase el ejemplar que pensaba comprarme y llevarme a casa. Hablamos durante un par de minutos, le confesé mi devoción hacia su música, nos sacamos un par de fotos y nos despedimos con un par de besos. Él se quedó en la caseta firmando otro ejemplar a otro fan incondicional y yo me marché contenta con mi dedicatoria. Le deseo toda la suerte del mundo. Es un tío majete. Ya sólo por eso se lo merece.



Continuamos con nuestro paseo, sorteando a la gente que al igual que nosotras decidió pasar la tarde de ayer en aquel lugar, y en una de esas veces en las que giré la cabeza hacia cualquier caseta que me fui topando por el camino vi a una persona a la que sin conocer de nada he admirado desde siempre. Además de parecerme una belleza en toda regla, siempre he pensado que tiene la cabeza muy bien amueblada y los pies puestos muy firmes en la tierra. Fue modelo, pero aunque os parezca mentira no fue la envidia por ese cuerpo espectacular lo que me llevó a que me fijase en ella, ni esa cara perfecta, ni siquiera esos ojos claros. Lo que realmente me sorprendió fue el hecho de que además de ser físicamente envidiable su forma de hablar demostraba que también había buena materia prima en el interior. Así que echándole más morro que otra cosa me acerqué a Martina Klein y le pregunté si podía sacarme una foto con ella. Y aquí estamos, la Bella y la no tan bella, juntas en una misma instantánea.



Recorrimos el lado derecho hasta que nos quedamos sin casetas y giramos nuestros pasos para dedicarnos a pasear el lado izquierdo, ese que como recordábamos ayer Araceli y yo, siempre era el último en ser explorado. Íbamos hablando de nuestras cosas cuando desde uno de los stands nos llamó la atención la siguiente frase: “Prohibido tirar comida a los autores” y nos reímos de la ocurrencia. Y hete aquí que los autores se dieron cuenta y comenzaron a llamar nuestra atención para que nos acercásemos con todo tipo de gestos y palabras graciosas. No tuvimos más remedio que hacerlo y de tan simpáticos que me parecieron terminé por comprarme un libro del que ni siquiera había oído hablar, dedicado por ambos, faltaría más. Lo cierto es que he comenzado a leerlo esta mañana y tiene su punto gracioso. Original desde luego es un rato.



Y así, como quien no quiere la cosa llegaron las nueve y media de la noche, los escritores se levantaron de sus sillas y las casetas bajaron sus persianas. Era el fin de otra jornada de esta feria a la que le quedan ya pocas horas de vida. El próximo año volverá a abrir sus puertas la edición número 75, y si todo sigue el guión de las anteriores, en ella se darán cita nuevos protagonistas, inventados o no, de los que se narrarán sus increíbles aventuras a lo largo de páginas encuadernadas con mucho mimo. Y acompañando a todo ese elenco de personajes con un poco de suerte podremos toparnos en carne y hueso con los autores de esas historias, inventadas o no, con los que poder intercambiar unas palabras y llevarnos una dedicatoria y foto de recuerdo.



Y a mí lo único que se me pasaba por la cabeza cada vez que cruzaba mi mirada con la de ellos era: ¿Y si el año que viene soy yo la que me sitúo en el lado opuesto de la caseta, me siento en una de esas sillas y paso un par de horas dedicando ejemplares en los que Marietta sea la total protagonista, departiendo con la gente y, por qué no, formando parte de esa fotografía en la que procuraré salir lo mejor posible porque una nunca sabe quién puede terminar mirándome el careto? 

Quedan menos de 365 días por delante para averiguarlo. 

jueves, 4 de junio de 2015

¡Arriba!

Siempre he presumido de ser una persona a la que no le da pereza madrugar y con una hiperactividad mañanera bastante decente, pero una cosa es que no se me peguen las sábanas y otra bien distinta que tal día como hoy, festivo para más señas, me haya despertado con las gallinas, lo que trasladado a la hora de los humanos se traduce en tener los ojos abiertos como platos a las seis y media de la mañana, minuto arriba, minuto abajo (de los segundos prefiero ya ni hablar…).

En cuanto tomé conciencia de lo que estaba pasando hice lo que tenía que hacer: cabrearme con el mundo (porque conmigo no me da la gana), dar media vuelta para no encontrarme cara a cara con los números marcados bien grandes y en rojo de la radio-despertador, volver a cerrar los ojos e intentar concentrarme en contar ovejas. Tarea harto inútil. Ver a semejantes animales saltando una valla uno detrás de otro nunca me ha servido de nada ¿Por qué iba a hacerlo esta vez?

En un intento desesperado recurrí al plan B: Opté por levantarme de la cama, dirigirme al salón-comedor-cocina de mi pequeño palacio y llevarme el iPad a la habitación para ver si echando unas partidas al Candy Crush Morfeo volvía a apiadarse de mí. Es increíble el vicio que vuelvo a tener con ese juego diabólico. Había conseguido desintoxicarme hace ya más de un año, en gran medida porque había una fase imposible que por más que lo intentaba no conseguía superar. Pero hete aquí que hace unos meses se me acercó un compi de trabajo con cara de cordero degollado pidiéndome que le ayudase a superar el nivel 14. ¡EL NIVEL 14! Hombre-por-favor-faltaría-más… Por si a alguno le quedaba la más mínima duda aclaro que superé la prueba en el primer intento, y en ese momento conseguí contener mis ansias por volver al pecado, pero cuando ya me pidió ayuda un par de veces más el gusanillo que tenía dormido se despertó de la misma manera que yo hice hoy a las seis y media de la mañana y no pude resistirme a enfrentarme de nuevo al nivel maldito, con tan buena (o mala) suerte que lo superé. Resultó ser el principio del fin… Ahora vuelvo a pedir vidas como una posesa y me dedico a destruir caramelos en cuanto tengo ocasión.

Ya me he vuelto a ir por los cerros de Úbeda… Es hablar de chuches y me pierdo.

En fin, que lo del Candy Crush tampoco dio resultado, así que decidí levantarme de la cama e intentar hacer algo de provecho. Y vaya si lo he hecho. Además del desayuno de rigor me he puesto con un curso y me he ventilado dos temas con sus respectivos exámenes como si no costase. Y no conforme con eso, me he recogido el pelo en una coleta, me he enfundado en unos leggins y una camiseta y he salido a correr por el barrio. ¡¡¡SÍ!!! No estáis leyendo mal: He dicho “salir a correr” y no me he equivocado de frase.

Para los que no me conozcáis es muy probable que ese hecho os resulte de lo más normal y puede que haya algún despistado que hasta piense que soy una deportista de élite que se está preparando como mínimo para correr la maratón de Nueva York. Que no os confundan mis palabras… Soy la típica persona que se busca las excusas más increíbles para evitar hacer ejercicio así que me enorgullezco de haber vencido a la pereza y haberme calzado esas deportivas que comenzaban a llenarse de polvo en mi armario. Cuando volví y me vi en el espejo casi me da un patatús: Jamás pensé que nadie pudiese ponerse tan roja ni sudar como un pollo con menos de media hora de ejercicio. Lo sé, se os acaba de caer un mito. Lo de la maratón de Nueva York era demasiado bonito para ser verdad…

Después de la ducha de rigor aquí estoy, sin que todavía hayan dado las doce en el reloj y ya con la sensación de que llevo más de medio día a mis espaldas. Normal que luego Araceli se burle de mí cuando me muero de sueño a las diez de la noche…

Lo malo de levantarse tan pronto es que a media mañana ya te has quedado sin ideas con las que completar el resto de horas que quedan por delante. Se aceptan propuestas.

Y mientras llegan, por ahora creo que me voy a preparar el segundo café del día y disfrutarlo tranquilamente en mi compañía para celebrar que estoy de santo. Que sí, que aunque pueda pareceros increíble hasta mi nombre, el mío, sin la hache, tiene un hueco en el santoral español. No es que sea yo mucho de celebrar estas cosas, pero últimamente invento cualquier excusa para darme un capricho y así demostrarme el cariño y el aprecio que me tengo.


Así que si me disculpáis, voy a hacer un esfuerzo por levantarme de este sofá que me atrapa y encender la cafetera, servirme ese café y tomármelo a mí salud y a la de todos vosotros, personas todas que seguro que a estas horas estáis comenzando el día. Yo en breve dormiré una siesta. Es lo que tiene llevar ya unas cuantas horas despierta.



Elina Born & Stig Rästa - Goodbye To Yesterday https://youtu.be/qfR0bQZhlqM




domingo, 3 de mayo de 2015

Gracias por venir.

“Se produjo un problema al enviar el comando al programa”. Ésta ha sido la manera tan gratificante con la que Windows ha tenido a bien darme los buenos días tal mañana como la de hoy, en la que me he levantado con un ligero dolor de cabeza... ¿De verdad es posible que un único mojito me provoque cierta resaca? Está claro que la edad y la poca práctica en esto de beber terminan por pasarme factura.

Tras un primer momento de pánico en el que me dio tiempo a blasfemar en contra de toda esta tecnología que nos ha convertido en robots dependientes recordé que tengo varias copias de seguridad del archivo en el que voy relatando mis aventuras y conseguí volver a respirar de una manera acompasada y tranquila. Huelga decir que el fuego que comenzaba a mostrarse lo controlé apagando y volviendo a encender el portátil. ¡Cómo no!

De todos modos ya hace tiempo que debería haber jubilado este aparato y haberlo cambiado por uno nuevo y más moderno ya que éste desde el que escribo ya comienza a ir dando tumbos y haciendo eses y en este caso ningún mojito tiene la culpa. ¡Qué pereza, oiga! Y qué pocas ganas de ponerme a buscar… que una entenderá de muchas cosas, pero de lo que viene siendo tecnología, y más concretamente de características técnicas, pues como que no demasiado. Que si ROM… que si RAM… que si su puta madre, perdonando la expresión.

Renovarse o morir, en eso está la clave. Por más que pretendamos que no pasa nada y que nada cambia, todo a nuestro alrededor evoluciona de una manera más o menos visible y en ocasiones en contra de nuestra voluntad. Es lo que hay, frase manida de todos aquellos que ya están curtidos y muchas veces resignados a su suerte, esos que deciden dejarse llevar por la vida y no llevar a la vida por el camino que a ellos les gustaría. Y yo agradezco el consejo, pero no me da la gana de rendirme tan fácilmente, así que decido ir a contracorriente y no desistir en mi empeño a pesar de que a veces lo único de lo que tenga ganas es de izar la bandera blanca.

Actualmente me encuentro en medio de una lucha feroz en la que han tomado parte mi cabezonería, los deseos de cambio y esa recién descubierta necesidad imperiosa de no querer quedarme estancada en donde estoy. Y como buen combate, por momentos tengo la sensación de que los golpes de derecha de mi contrincante van a terminar conmigo en el suelo, y cuando ya parece que me van a derrotar por K.O. consigo sacar fuerzas de mi interior, consigo levantarme y le planto cara a las adversidades que pretenden hundirme en la miseria más desgraciada. ¿Que cómo va la contienda? Sólo diré que a día de hoy no tiro la toalla, que ya es bastante.

Mayo ya está aquí. Como quien no quiere la cosa el mes cinco del calendario (bendita rima…) asoma tímidamente la cabeza. Yo ya me he apoltronado cómodamente en el sofá con mi bol gigante de palomitas curiosa y dispuesta a ver en pantalla gigante y sin publicidad cómo transcurren sus días. Lo único que a estas alturas de la película todavía no tengo claro es si en esta ocasión seré protagonista o figurante, aunque no dudo ni un ápice de que la trama resultará de lo más interesante.

No suelo hacerlo, me gusta el silencio cuando me pongo a divagar, pero hoy he cambiado mis hábitos (lo dicho: renovarse o morir) y mientras escribo estoy escuchando a un artista que descubrí por pura casualidad, o más bien debería decir que fue por acompañar a Esther a uno de sus conciertos. Un día surgió la típica pregunta: ¿Qué hacemos el sábado? Pues no sé, lo que queráis. Luis Ramiro toca en la sala Galileo Galilei. ¿Os apuntáis? Venga, va. Y allí me fui sin haber escuchado ni un sólo acorde de ninguna de sus canciones y deseando que al menos el susodicho no me resultase demasiado aburrido. Es lo que hay: por los amigos se hace lo que haga falta.

Al final ni muermo, ni tostón, ni gaitas, sino todo lo contrario. Allí se plantó con su guitarra en el escenario y descubrí la poesía hecha canción. Desde el primer poema consiguió trasladarme a otra dimensión, la de los sentimientos dormidos que por arte magia, su magia, volvían a aflorar dejándome extasiada mientras él narraba sus historias, historias que a medida que discurrían en forma de canciones iba haciendo mías.

Pido perdón desde aquí a mis amigos de Facebook. Es más que probable que estén de mí hasta los cataplines al ver en mi página día sí y día también enlaces al YouTube desgranando una a una esas pequeñas joyas que han hecho de mí una fan incondicional, una de esas con CD dedicado y todo.

Cierro esta entrada con la canción con la que Luis Ramiro abrió el concierto, la que despertó en mí esa curiosidad que hizo que lo buscase en el Spotify nada más despertarme al día siguiente. No pretendo para nada en absoluto que os convirtáis en seguidores acérrimos ni nada por el estilo. Para eso ya estoy yo, eterna soñadora y buscadora de historias desgarradoras con final feliz.



Y ojo, no os confundáis y me acuséis de ñoñería sin haberme juzgado antes, que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. A pesar de que parezca que la melancolía volvía a atraparme a medida que escribía estas líneas no os confundáis. Como bien aclara Luis Ramiro: No me llaméis triste, sólo soy sincero.

Luis Ramiro. Sincero. https://youtu.be/V6CItLlhhVI






sábado, 28 de marzo de 2015

Esa increíble sensación de sentirse vivo...

Llevo un millón de años sin pasarme por aquí. No sé si alguno de vosotros me habrá echado de menos pero yo os puedo asegurar que ha habido momentos en los que he echado en falta pronunciarme aunque sólo fuese para saludar, si bien es cierto que cuando eso sucedía me encontraba en medio de situaciones, momentos o lugares totalmente incompatibles con la realización de mis deseos. Hoy me he dicho a mí misma que no podía aplazarlo más y he decidido tomarme cinco minutos para confirmaros algo de lo que seguro todos sois plenamente conscientes: Ya es primavera en El Corte Inglés.

Por fin ha quedado atrás ese frío invernal que me invitaba a pasar las veladas bajo una manta (una de esas del tipo polar, más amorosa y calentita que las demás), viendo pelis de diferente género y condición y atiborrándome de palomitas como si no hubiese un mañana. Que yo no digo que este plan palomitas, mantita y peli no sea estupendo, y de hecho me confieso pecadora y practicante activa de dicha actividad, pero como todo lo que es realizado en exceso llega un momento en el que el asunto empalaga y lo que te apetece es cambiar el menú.

Y la carta ha modificado sus platos principales dejando a un lado potajes y cocidos para dar paso a un abanico de temperaturas agradables y cielos despejados. Ya es momento de guardar la manta en el armario y salir de casa para disfrutar de este ambiente cálido y primaveral, cambiar el abrigo por una cazadora vaquera y enfundarse las gafas de sol para evitar que a nosotros, vampiros invernales, nos ciegue sin remedio y tras meses de vida entre nubes negras, el Astro Rey cada vez que nos atrevemos a poner un pie fuera de la puerta y cerramos el portal.

Todo es cíclico, las estaciones del año son el perfecto ejemplo de que las cosas se repiten más o menos igual de manera periódica. Y a mí me pasa algo similar.

A lo largo de mi vida y en más de una ocasión he sentido la necesidad imperiosa de dar giros a mi existencia que me permitiesen seguir sintiendo que estaba viva. Es la típica sensación que te impulsa a hacer una locura que dé la vuelta a todo lo que hasta ese momento formaba parte de uno mismo y poner patas arriba todo lo que a uno concierne. Cierto es que esto personalmente me genera una sensación de vértigo incontrolable pero no hay nada, absolutamente nada que me impida seguir pisando el acelerador hasta el fondo sin siquiera plantearme la posibilidad de frenar cuando veo tan cerca la siguiente curva del camino.

Ahora mismo me encuentro en uno de esos momentos. Esta mente inquieta que habita la parte superior de mi cuerpo hace ya semanas que ha puesto en marcha la maquinaria sin que yo pueda hacer nada por detener toda esa complejidad de engranajes y tuercas que se encuentran trabajando ya a pleno rendimiento. Quiero volver a darle un giro a mi vida, uno de esos memorables que me permita dar otro paso adelante y seguir mi ruta hacia la felicidad plena que no completa que me demuestre que merece la pena haber pasado por todas las pruebas que he tenido que ir superando.

Y como todo, a día de hoy no tengo ni la más remota idea de si al final alcanzaré mi objetivo, pero ya por el mero hecho de notar este hormigueo llamado motivación recorriendo mi cuerpo merece la pena todo el esfuerzo. Durante mucho tiempo he dejado que la vida pasase por delante de mí mientras yo me quedaba sentada en el mismo sitio viéndola alejarse sin más. Ahora las tornas han cambiado y he decidido calzarme unas buenas deportivas que me permitan correr la maratón de mi vida.

No sé si será la proximidad de la fecha que inexorablemente me obligará a cambiar de década la que me ha hecho despertarme del letargo en el que me encontraba y decidir no conformarme con lo que ahora tengo o simplemente mi cambio de mentalidad. En realidad la causa me da igual siempre y cuando ésta me ayude a alcanzar la meta.

Esta última semana ha sido un poco dura en lo que a la consecución de mis objetivos se refiere. He sentido rabia e impotencia al descubrir que muchas veces no es tu valía lo que cuenta en esta vida a la hora de intentar mejorar y demostrar de lo que eres capaz sino la cabezonería y negación por sistema de otros, perfectos desconocidos, que ni siquiera son capaces de ponerse en tu piel y pensar que a ellos les hubiese gustado recibir cierto apoyo de haberse encontrado en la misma situación en la que yo ahora me encuentro.

Poco saben ellos que a cabezota no me gana nadie, y a constancia y empeño menos. Y por más trabas y zancadillas que los demás, personas totalmente ajenas a mí, decidan ponerme, no conseguirán que al final no me salga con la mía. Sé que todo lo que digo suena un tanto enigmático, pero es que me gusta incluir cierto halo de misterio a mis historias. Ya con el tiempo, y si las cosas van tornándose a mi favor, os iré informando de cómo me va la vida en ese terreno. No vaya a ser que por hablar de más lo gafe...

Todo en esta vida termina llegando. Tal vez no hoy ni mañana, pero en algún momento las cosas acaban por suceder. Como muy bien me decía un amigo mío ayer, si hasta ahora no lo he conseguido es porque no era para mí así que yo estoy tranquila y lo sigo intentando. Y eso es lo que estoy haciendo: continuar luchando para seguir sintiéndome viva. Por ahora es lo único que me importa.

Y mientras tanto lo que deberíamos hacer es abrir las ventanas de casa de par en par para permitir a la primavera acceder hasta la última esquina de la habitación. Así conseguiremos que nos envuelva esa agradable brisa que nos transporta de manera casi imperceptible a ese lugar en el que queremos estar. Todo deseo es posible si cerramos bien los ojos y nos concentramos como es debido en el objetivo.


Porque ya es primavera hasta en El Corte Inglés.




AronChupa. I’m an Albatraoz. https://youtu.be/Bznxx12Ptl0