lunes, 15 de septiembre de 2014

Ha llegado la hora de volar.

No quiero despedirme de Marietta.

Me niego a escribir la última palabra y añadir el que sería el punto final a toda esta aventura en la que me metí hace ya un par de meses con tanta ilusión, mil inseguridades y desde luego infinitas dudas.

Pero por más que quiera aplazar ese fatídico instante en el que tenga que decir adiós a esos días de encierro voluntario delante del ordenador sé que ese momento llegará. Y no tendré más remedio que despedirme de esas noches en las que mi cabeza no para de dar vueltas intentando exprimir esta imaginación que de pronto un día se mostró ante mí como si tal cosa, y que con el paso de los días se ha convertido en un apéndice más de mi mente, ya alocada en exceso sin necesidad de más motivación externa. Temo el momento en el que mis dedos sientan la necesidad de volar a lo largo del teclado y Marietta ya no sea la disculpa perfecta para que lo hagan.

La sensación que me invade es la misma que la de cuando se pierde un amigo del alma sin que nadie pueda hacer nada para remediarlo. Te quedas con un vacío enorme que va a ser muy difícil de volver a llenar.

Y hablando de amigos… no sé qué habría hecho sin todos esos voluntarios que desde el minuto uno se ofrecieron a la ardua tarea de destripar minuciosamente todas y cada una de las páginas que, a cuentagotas, les iba enviando con el ruego encarecido de que me criticasen hasta lo indecible. Ni os imagináis cómo esperaba con angustia el fatídico momento en el que alguno de ellos me confesase con mucha vergüenza y reparo (son mis amigos, no quieren hacerme daño…) que el capítulo de turno era un bodrio infumable que para lo único que servía era para envolver el bocadillo de jamón serrano que se llevaban para comer a la hora de la merienda.

Y fíjate tú que ese momento jamás llegó. Todo lo contrario: si por cualquier circunstancia ajena a mi voluntad retrasaba un poco más de lo habitual el envío de nuevo material, comenzaba a recibir mensajes intranquilos, amenazas veladas (repito: son mis amigos, no quieren hacerme daño…) de personas impacientes por devorar historias nuevas que poco a poco han hecho que Marietta se haya convertido en una más de la pandilla.

Y yo, la que se hace llamar “escritora”, la madre de la criatura, se resiste a plasmar por escrito todo lo que ya hace un tiempo habita su mente. Porque el capítulo 11 va a ser el definitivo, el que cierre el círculo que comenzó por ser un pequeño punto que se ha ido haciendo más y más grande.

No tengo hijos, así que y salvando las distancias Marietta es como una hija para mí. Y este es el momento en el que estoy a punto de despedirla con la típica tristeza con la que unos padres dicen adiós a su niña del alma al ver cómo ésta se aleja lentamente camino de su propia vida. Marietta está a punto de comenzar a volar sola. Al menos eso es lo que yo deseo para ella.

De todos modos no pasaría nada si al final las cosas no funcionan, esto no sale como estaba inicialmente previsto y la niña voladora regresa a casa con la cabeza bajo el ala. Como para cualquier madre, Marietta para mí es la criatura más maravillosa de este mundo, esa que he parido, alimentado y educado de la mejor manera que me ha sido posible. Evidentemente todo es susceptible de mejora, pero el cariño con el que se ha gestado este personaje ha sido tan grande y tan sincero que nada malo puede salir de todo esto.

Gustará más o menos, caerá mejor o peor, eso es algo que ya otros decidirán si tienen la suerte (o la desgracia) de toparse con ella en su camino. Yo ahí no podré interceder, tendrá que ser ella la que, siendo como es, se gane el cariño del resto de la gente.

Y como cualquier buena madre que se precie, estaré ahí para ella tanto en las duras como en las maduras. Le daré palmaditas en la espalda si las cosas funcionan y la consolaré cuando apoye su cabeza en mi hombro si, llegado el caso, siente la necesidad de llorar.

En estas próximas semanas diré adiós a Marietta. En los días venideros remitiré el último capítulo de esta historia a mis críticos literarios más fieros (Araceli, José Manuel, Julio, Patri, Silvia, Concha, Nerea, Juan Carlos, Violeta y ¡¡¡a mis padres!!!) para que desmenucen con esa crueldad que les caracteriza las últimas líneas del cuento. Y espero que ese último ataque que me hagan sea tan feroz como todos los anteriores. Porque eso significará que al final la historia no ha perdido fuelle y culmina con nota el trabajo anterior.



Pero hasta que la palabra FIN no quede plasmada a través de ese último punto todavía tengo que estrujarme un poco más el cerebro y reflejar con palabras el desenlace mental de esta historia de cuento. ¿Quién sabe? Tal vez un día nos encontremos por la calle y tenga la oportunidad de presentaros a mi niña Marietta. Yo la quiero mucho. Espero que os pase exactamente lo mismo a vosotros cuando la conozcáis.