jueves, 22 de mayo de 2014

Marietta ha venido... ¿para quedarse?

Me llamo Marietta, con doble T. Y aclaro lo de la doble T porque os juro que estoy hasta los cataplines de que la gente escriba mal mi nombre día sí y día también. A veces desearía que mis padres no hubiesen sido tan originales a la hora de elegir cómo iban a llamar a su hija. Con lo que me habrían facilitado las cosas si me hubiesen bautizado como Ana, Pilar o María…
Claro que visto desde otra perspectiva, buscándole el positivismo al asunto, peor hubiese sido que me hubiesen presentado ante el mundo como Belkis Yorsleidi, por poner un ejemplo que se me acaba de pasar por la mente en estos momentos. No hubiese sobrevivido a más de dos dolorosas visiones de mi nombre mal escrito sin haber deseado poseer una recortada y ponerme a disparar. Me salva que soy pacifista y las armas me dan pavor…  y  que me llamo Marietta, por supuesto.
Vine al mundo un primero de enero de hace 35 años. Nací con el año y aguándoles la fiesta de Nochevieja a mis padres. Para una vez que se deciden a salir de casa y festejar por todo lo alto el cambio de fecha con matasuegras y petardos incluidos voy yo y les chafo la celebración adelantando mi llegada a este mundo en más de dos semanas. Si llego a saber de antemano lo que me iba a encontrar me declaro en huelga y ubico mi residencia permanente en la barriga de mi madre. Imagino que a ella no le haría mucha gracia tener que cargar con 13 kg extra toda su vida, pero yo sería de lo más feliz. Sí, lo mío efectivamente es egoísmo. Puro y duro. Ciertamente. Pero es que el mundo me ha hecho así.
***********
El despertador sonó a las 6:30 de la mañana. De la nada surgió una mano que sin muchos miramientos aporreó el aparato una vez con golpe firme, y acompañada de gruñidos de resignación la cabeza de Marietta asomó entre las sábanas mascullando:
- ¿Quién me mandaría a mí trasnochar anoche…? Y lo que es peor… haber bebido… ¿Cuántos…? ¿Dos…? ¿Tres…? No… ¡Cuatro Gin Tonics con el estómago vacío…!
A duras penas consiguió sentarse al borde de la cama y después de suspirar con resignación varias veces se dirigió tambaleándose al baño. Abrió el grifo de agua caliente y bajo la ducha terminó de desperezarse.
En su cabeza se sucedían imágenes inconexas sobre lo que había pasado la noche anterior. Había sido un duro día de trabajo, con el jefe cabreado en grado sumo por una venta que al final no había llegado a buen puerto. Si es que estaba claro: aquel chalé de las afueras no ofrecía ni por asomo las condiciones que prometía el anuncio: “Inmejorables calidades, ubicación en una de las mejores zonas de la ciudad, amplias habitaciones, acabados muy cuidados y vistas a la montaña. Piscina y pista de pádel comunitaria.” Y si descartamos lo de las calidades, que a lo sumo se podrían definir como pasables, las vistas (la montaña se ve, sí, pero sólo si mides más de metro ochenta y te pones de puntillas en la esquina de la ventana de la habitación de invitados) y que los acabados en realidad dejan mucho que desear, tampoco es que el anuncio estuviese demasiado exagerado. El caso es que Alberto se había puesto de un humor de perros y se había dedicado a ladrar a todo aquel que había osado cruzarse en su camino. Y ella no había sido la excepción. Y en el fondo ese último recuerdo la tranquilizó: bajo el agua de la ducha acababa de encontrar al culpable de su resaca. Su jefe. Y eso hacía que se sintiese mejor. El hecho de pensar que ella era la responsable del incipiente dolor de cabeza que comenzaba a hacer aparición la traumatizaba. El veredicto estaba claro: inocente de todo cargo. Ya podía cerrar el agua y seguir con la rutina mañanera. Fuera remordimientos.
Mientras le sacaba todo el jugo a la naranja y se bebía el zumo intentando olvidarse de la jaqueca recordaba vagamente cómo, después de haber terminado de trabajar y de manera casi involuntaria, dejándose llevar por la vorágine provocada por los gritos de Alberto, Sandra la había empujado a que se tomase una copa con ella para así poder desahogarse tranquilamente ante tanta tensión acumulada.
Sandra era todo un personaje: se tomaba las cosas demasiado en serio y eso terminaba siendo un problema para ella y para Marietta, quien sin apenas darse cuenta se veía arrastrada por todos aquellos planes alocados que se le iban ocurriendo a Sandra en función de la dirección desde dónde soplase el viento. Vale que Marietta se dejaba influenciar con demasiada facilidad, pero eso era secundario. La confabuladora era Sandra, ella simplemente se dejaba llevar.
- Te juro que estoy harta. No aguanto más los cambios de humor del gilipollas ese. ¿No se da cuenta de que si no cierra una venta es porque la mierda que vende no llega ni al mínimo de calidad? Nooooo, Mr. Perfecto es un sabelotodo que todo lo sabe. ¡¡¡No lo soportoooo!!! –Sandra gesticulaba como una posesa con la bebida en la mano, meneándola de tal manera que en más de una ocasión a punto estuvo de regar con ella a su amiga, que en previsión de que eso pasase y sin que se notase demasiado, retrocedía unos milímetros cada vez que el líquido llegaba al borde de la copa, alejándose del calculado radio de acción de las posibles salpicaduras.
- ¡¡¡Cómo desearía poder mandar todo a tomar por saco, tía!!! Cuando comencé a trabajar para él jamás habría imaginado que me amargaría de esta manera la existencia. Con esa cara de no haber roto un plato que tiene y los gritos que es capaz de emitir desde su garganta. Si pudiese me volvía al pueblo mañana mismo…
 Las quejas continuaban sin dar tregua, y sin apenas darse cuenta Marietta terminaba un Gin Tonic y como por arte de magia aparecía con otro en su mano. Magia que se diluyó por arte de ídem cuando llegó la hora de pagar la cuenta. Fue en ese momento cuando comprendió que a lo mejor no había sido tan buena idea pasarse por el Giordie’s entre semana. Vale que preparaban unos cócteles que quitaban el hipo, pero la bofetada que sintió cuando tuvo que desembolsar 60 euracos fue descomunal, y el primer recuerdo que se le vino a la cabeza en ese momento fue para su ya tambaleante cuenta bancaria. Sacó la VISA de la cartera y con resignación se la entregó al camarero, quien sin ningún miramiento la introdujo por la ranura del TPV al tiempo que marcaba la horrible cifra que apareció reflejada acusadora en la pantalla, después de lo cual y con una educación exquisita, porque lo cortés no quita lo valiente, el joven solicitó a Marietta que marcase el número PIN. Durante una milésima de segundo ella se imaginó siendo Indiana Jones, rescatando del horrible aparato su tarjeta y saliendo huyendo del local. En su cabeza se imaginaba corriendo rauda y veloz puerta afuera, sin ni siquiera mirar atrás. Pero… ¿a quién pretendía engañar? Con aquellos tacones no hubiese llegado ni a la esquina, y lo que es peor, había enormes probabilidades de que la huída terminase en caída estrepitosa en medio de la calle que a esas horas frecuentaban miles de personas.  Y le pudo la vergüenza. Así que marcó el número secreto e hizo lo único que podía hacer en ese momento: se prometió a sí misma que hasta el mes siguiente no volvería a usar ese plástico endiablado que tantos disgustos le daba cada vez que salía de su bolso. ¡Maldita sea! A quién pretendía engañar. Para que terminase el mes todavía quedaban 20 días… Toda una eternidad.
El pitido de la cafetera la despertó de su ensimismamiento. Alargó el brazo para coger una taza y se sirvió un buen tanque de café con el que poder comenzar la mañana. Lo único que la reconfortaba en ese momento era el hecho de que era viernes y de que quedaban por delante dos días en los que intentaría desconectar de todo y de todos.
Se llevó la taza a la boca y casi al tiempo la volvió a apartar… Ya se había vuelto a quemar. ¡¡¡siempre se olvidaba de lo caliente que salía el café de esa cafetera!!! Nunca aprendía la lección. Entre soplido y soplido terminó de beber y acabó de arreglarse. Se lavó los dientes a conciencia y se pintó la raya del ojo, para terminar el ritual mañanero echándose unas gotas de colonia. Una chica no debía salir nunca de casa sin dos imprescindibles: la raya del ojo y las gotas de colonia en la parte interior de las muñecas y detrás de las orejas. Eso al menos era lo que le había dicho siempre su madre. Ya desde pequeña le habían inculcado que siempre tienes que hacer caso de lo que te dice tu madre. Porque madre no hay más que una. Y por suerte para ella la suya estaba a muchos kilómetros de distancia.
Miró su reloj y echó mano del bolso, colocándolo encima de la mesa de la entrada para confirmar por última vez que no se olvidaba de nada: móvil (imprescindible casi como el hecho de tener que respirar para seguir viviendo), cartera, llaves… estaba todo. Ya podía salir de casa dispuesta a afrontar un nuevo día que prometía ser agotador. Lo peor era el hecho de no saber si Alberto vendría con su careta de jefe amable o sacaría a pasear su cara de perro de nuevo. Ojalá se le pinchasen las cuatro ruedas del coche a la vez y no pudiese llegar a la oficina... Un deseo demasiado bonito para ser verdad.
Salió por la puerta, y al tiempo que le daba la vuelta a la llave su cabeza volvió a fantasear por un instante con una vida perfecta en donde su mayor preocupación consistía en decidir si quería tostadas o croissant para desayunar.
El pitido del coche que tuvo que frenar en seco para no atropellarla mientras cruzaba la calle por un lugar no permitido la devolvió a la realidad. Ni tostadas ni croissant. A ella lo que le servirían por el momento serían una buena dosis de estrés y varias docenas de informes de ventas que debían estar listos antes del mediodía. Giró la esquina y se metió en la boca del metro, perdiéndose escaleras abajo entre otras personas que, al igual que ella, se disponían a comenzar un nuevo día mientras dejaban volar su imaginación, ese lugar en el que seguramente ellas también soñaban con tostadas y croissants.

domingo, 18 de mayo de 2014

La distancia se mide en ganas.

Ayer una amiga me confesó un secreto que por el momento nadie más sabe: Va a ser mamá por segunda vez y está loca de contento, aunque la pobre lleve estas primeras semanas revuelta cual turista disfrutando de un crucero en medio de un mar enfurecido que menea el barco de un lado a otro sin piedad haciéndola rodar sin descanso porque no consigue agarrarse ni al mástil de popa. Y mira que es grande el susodicho. Pues ni con esas, oiga.

El detalle aquí radica en que no tenía por qué haber haberme hecho partícipe de esa noticia. Me ha dicho que cuando leía mi blog a veces sentía que yo me desnudaba tanto que le hacía sentir como si estuviese leyendo mi diario, y que por ese mismo motivo ella quería compartir conmigo algo tan íntimo y personal. Y a mí me pareció todo un detallazo. No pegué un bote porque todavía era demasiado temprano y temí que el hecho de ponerme a saltar en la cama haría que terminase con mi cuerpo en el suelo. Y ya se acerca el verano, así que cuantas menos heridas y moratones tenga por el cuerpo mejor. Que ya tengo ganas de enseñar piernas y brazos después del frío invierno madrileño.

Qué queréis que os diga. Ese hecho me ha reforzado en la idea de que debo estar haciendo bien las cosas. Que mi amiga haya depositado en mí esa confianza me demuestra que la gente que me rodea cree en mí. Siempre he presumido de ser amiga de mis amigos, ellos saben que pueden contar conmigo cuando lo necesiten. Aún cuando pase temporadas encerrada cual tortuga en mi caparazón de dura concha y sólo salga para lo estrictamente necesario. Como pedir una pizza o sushi, por ejemplo. No pongáis esa cara… todos sabéis lo importante que es comer para el ser humano, así que no sé de qué os extrañáis… Santa paciencia tengo que tener a veces…

En fin, que yo sigo a lo mío:

Como intentaba explicaros antes de haberme visto obligada a interrumpir mi relato, puedo pasarme semanas, incluso meses, sin hablar con alguien y una vez retomado el contacto parecer como si nos hubiésemos despedido la tarde anterior y el tiempo no hubiese transcurrido. Y esa es una sensación maravillosa. 

Cada cierto tiempo lleno de ropa la maleta y tomo rumbo al noroeste, hacia tierra celta, con objeto de visitar a la familia y demás allegados. Mi medio de transporte suele ser el tren, pero cuando veo el congelador tiritando no dudo en coger el coche y vuelvo con el maletero lleno de víveres. La sensación de pensar en abrir mi nevera, gritar ¡¡¡Hola!!! y escuchar mi sonido a causa del eco que genera tanto vacío me angustia y comienzo a respirar mal. Así que, llamadita a mamá y todo solucionado…

Podéis imaginaros cómo se desarrollan esas visitas: hoy comida familiar con unos, mañana cena con otros, cafecito con las niñas en Pontevedra, quedada de ex compañeros de trabajo en Vigo, reencuentro con antiguas (que no viejas) amistades a las que no veía desde tiempos inmemorables… Los días parecen no tener suficientes horas para poder cumplir con todo el mundo, y eso sólo puedo describirlo con una palabra: MARAVILLOSO. Es ahora cuando comienzo a darme cuenta de lo que mucha gente lleva diciéndome todo este tiempo. Va a terminar siendo cierto eso de que la gente me quiere más de lo que yo creía pensar. Y yo que llevaba tiempo pensando que era un ogro gruñón y ahora resulta que no lo soy tanto.

Siempre termino dejando quedadas pendientes, cenas prometidas que nunca se llevan a cabo, salidas de sábado por la noche que tienen que quedar para otra ocasión porque el sábado siguiente me pilla a unos cuantos cientos de kilómetros de distancia. Que digo yo, que intentar se podría intentar… pero maquillarme y ponerme toda mona para que seis horas y media más tarde (que es lo que dura el trayecto de Madrid a Pontevedra) llegue con la ropa toda arrugada, el maquillaje ya que ni se ve y pensando en que sólo me puedo quedar media horita porque tengo que volver que el lunes trabajo, como que no termino de verlo. Algo me chirría en toda esta historia y no alcanzo a descubrir el qué. A que va a ser el maquillaje que con el calor se derrite y me hace parecer un payaso… y por ahí sí que no paso: antes muerta que sencilla; o que payaso en este caso.

Lo dicho, que siempre me dejo algo en el tintero para tener la disculpa perfecta para regresar a casa aunque no sea por Navidad. Como si me hiciesen falta excusas, estaréis pensando. Pues no, efectivamente no me hacen falta, pero como una es una chica previsora prefiere asegurarse de que alguien de por allá, aparte de mi gato Nono, se queda con ganas de verme y de charlar un ratito conmigo. Que sí, que sí, que Nono y yo mantenemos conversaciones cuando nos vemos: yo le hablo como si fuese tonta y él me devuelve un maullido cansino. Y los dos nos quedamos tan contentos.

Sentir que tengo cerca a personas como mi amiga, la que compartía conmigo esa maravillosa noticia, me demuestra que la gente en el fondo me quiere (y no por el dinero, eso seguro), se acuerda de mí y cuenta conmigo para las cosas que para ellos son importantes.


Y yo pensando en eso veo reflejada una sonrisa de tonta en el espejo y me siento feliz. Y entonces no puedo evitar preguntarme: ¿A que molo mogollón?




La Trampa: Volver a  Casa. http://youtu.be/sAQhdwGXGbQ




viernes, 16 de mayo de 2014

Cuéntame un cuento.

Estos últimos días algunos de vosotros me habéis repetido hasta la saciedad que me plantease seriamente dejar de escribir relatos cortos, cogiese el toro por los cuernos y me estrujase las neuronas para darle forma a una historia un poco más extensa. ¿Vosotros sois conscientes de las neuronas que hacen falta para crear algo así? Mi cerebro, sólo de pensar que se puede quedar bajo mínimos, se pone a temblar. Y a mí me levanta dolor de cabeza… Un segundo, que voy a por el Ibuprofeno…

La idea de escribir un libro me impone mucho respeto. Pensar en compararme con mis admirados escritores me da mucho, muchísimo vértigo, y no creo estar todavía lo suficientemente madura como para hacerle frente a semejante reto. Yo me veo más como una narradora de momentos, una cuentacuentos que describe sensaciones puntuales y relata las anécdotas del día a día. De todos modos no descarto del todo la idea, reconozco ante vosotros que me ha entrado cierto gusanillo, y conociéndome, al final es muy probable que dicho bicho se introduzca en mi interior como haría en cualquier manzana y una vez dentro me rompa la cabeza hasta que me harte y no me quede más remedio que darle forma a ese supuesto libro abstracto que me ronda.

Y ya que estamos con el tema hoy me gustaría hablar de libros y de mi devoción por la lectura.

Si ya dije en su día que la música era una de mis pasiones, la adoración por un buen libro no se queda atrás. Y ya desde enana, que lo mío viene de lejos. No como mi hermano, que no tocaba un libro hasta que, ya crecidito, descubrió a Tolkien y su Hobbit maravilloso. Para nada. Yo no levantaba un palmo del suelo y devoraba sin piedad el Don Mickey que cada quince días mi padre me compraba en el quiosco de turno. Estaba enganchadísima a las aventuras del Tío Gilito, el Pato Donald, Mickey y demás familia Disney. En el salón del piso de Beluso en el que vivíamos por aquella época tenía una estantería reservada para todos esos tebeos que iba organizando a medida que se iban publicando. Y pobre de mi padre si se le ocurría olvidarse de comprarme el siguiente número… Buena era yo para eso…

Y así nació mi afición. Para mí leer era como respirar. Me daba igual novela, teatro, o verso. Libro que caía en mis manos, libro que devoraba sin tregua. En Beluso había una pequeña biblioteca municipal. En cuanto tuve uso de razón me hice el carné de socia (con permiso de mis padres, claro) y la visitaba un par de veces a la semana. No quedó libro de Los Cinco, Los hermanos Bobbsey, de la colección de Elige tu propia aventura, Agatha Christie, Sherlock Holmes y demás personajes que hubiesen escapado a mis ávidas ansias por descubrir nuevas aventuras. Creedme, pocos libros había en aquel lugar que no hubiesen pasado por mis manos…

He leído lo indecible a lo largo de mi vida. Soy una persona a un libro pegada. Y como cualquiera, tengo mis imprescindibles. Esos libros que por unos motivos u otros han marcado mi vida y a los que guardo especial cariño.

Sin lugar a dudas la trilogía Milennium de Stieg Larsson se lleva la palma. Y fijaos que no fue precisamente un flechazo. Recuerdo haber visto Los hombres que no amaban a las mujeres en las múltiples ocasiones en las que iba a una librería en busca de droga que poder devorar y siempre terminaba decantándome por otro volumen dejando aquella portada en la que aparecía una mujer desgarbada sentada en el frío suelo para una próxima ocasión. No recuerdo qué fue lo que al final me hizo decantarme por aquel libro tan grueso y pesado. Menudo incordio cargar con él en el metro, puede ser que hubiese pensado en más de una ocasión para evitar comprarlo. No lo sé. El caso es que en cuanto comencé a leer la primera línea sentí un flechazo que hacía tiempo no sentía por ninguna otra historia que hubiese leído. Y esa fue mi perdición. No podía parar. Deseaba que los trayectos en metro durasen más para poder seguir leyendo, me moría por llegar a casa y poder continuar así con la lectura. Era una droga peor que el tabaco. El enganche era total. Así que sin haber terminado el primer tomo, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina ya estaba sobre mi mesilla de noche. Y mi idilio con Lisbeth Salander crecía cada día más. Terminé los dos libros y no tuve más remedio que esperar como un mes a que saliese publicada la tercera parte de la trilogía: La reina en el palacio de las corrientes de aire. Me recuerdo como el típico padre primerizo que aguarda impaciente fuera de la sala de partos a que salga la enfermera para comunicarle la buena nueva: Enhorabuena caballero, ha sido usted padre de gemelos… Pues algo así sentía yo mientas esperaba a que llegase el momento en el que pudiese tener el libro entre mis manos. Y el tiempo pasaba tan despacio… Para que os hagáis una idea de hasta dónde llegaba mi obsesión sólo os daré este dato: Compré el libro un viernes por la tarde y nada más llegar a casa empecé su lectura. Y el domingo por la mañana, apenas día y medio después, me había devorado las 864 páginas del libro, robándole horas al sueño y olvidándome casi de comer… Todavía a día de hoy puedo decir que no he encontrado libro que haya conseguido lo que estos tres han logrado. No al menos hasta tal extremo. Por supuesto huelga decir que soy fan incondicional de las películas que se han hecho basadas en los libros y de la serie que también han emitido. Por supuesto, la versión sueca de los mismos. Noomi Rapace y Lisbeth Salander son la misma persona. Y no hay más que hablar.

Es curioso, pero ahora que analizo el tema y me pongo a hablar de aquellos libros que más me han marcado a lo largo de mi vida, el flechazo no es precisamente la cualidad que describe mi relación con ellos. Durante muchos años me negué a leer a Ken Follett y sus Pilares de la tierra. Tanta gente idolatraba esa obra que yo no entendía el motivo de tanta adoración. Supongo que intentaba no dejarme influir por las masas… No recuerdo qué me hizo cambiar de opinión, pero lo cierto es que un día esas 1.018 páginas cayeron en mis manos y otra vez necesité una carretilla para poder transportar semejante ladrillo de un lado a otro. Pero a medida que pasaba las páginas ese peso se hacía más ligero y mi sed por saber algo más de la historia ganaba al dolor de espalda generado por cargar con el libro de un lugar a otro. ¿Cómo resumiría este libro? Pues ni más ni menos que como una telenovela en toda regla. Pasa de todo: hay odios, amores imposibles, venganzas, el malo parece que siempre se sale con la suya, sufres por las injusticias que les suceden a los protas y al final… bueno, el final no lo desvelo por si a alguno de vosotros le ha entrado curiosidad.

Me costó pillarle el punto a El Quijote. Intenté comenzarlo varias veces a lo largo de mi vida. Me recuerdo leyendo “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” unas cuantas ocasiones, pero ninguna de ellas se produjo en el momento adecuado, porque a las pocas páginas decidía dejarlo aparcado para otra ocasión mejor. Hasta que en tercero de BUP fue lectura obligatoria en literatura. Y no me quedó otra que continuar pasando páginas. Ya no valía eso de lo dejo para mañana. Y confieso que ahora considero ese libro como la obra maestra que es. Mientras que la mayoría de mis compañeros de instituto sudaban sólo de pensar en leerlo, yo disfrutaba con las aventuras y desventuras del hidalgo caballero.

Siempre he sido muy desconfiada en lo que a libros de autoayuda se refiere. Siempre he pensado que eran un verdadero engañabobos y que no servían de gran cosa. Hasta que descubrí a Louise L. Hay y su Usted puede sanar su vida. Imagino que influye sobremanera el estado de ánimo en el que te encuentras a la hora de poder sacarle todo el jugo a este tipo de lectura, y yo, hablando desde mi experiencia personal sólo puedo decir que, encontrándome tan perdida y necesitada de dar con una pauta que me permitiese salir del pozo en el que hasta hace poco me encontraba, descubrí en ese libro mi salvación. Louise tiene mucha culpa de que mi forma de enfocar la vida haya cambiado, de que ahora sea capaz de verle el lado positivo hasta a las cosas más tristes, de que haya aprendido a quererme. Imaginaos hasta qué punto valoro lo que he aprendido de esta mujer, que sin dudarlo he incluido este libro dentro de ese selecto y reducido conjunto de lecturas que han conseguido influir en mi vida de manera particular. 

Ha habido muchos libros que en cierta medida me han marcado a lo largo de estos años. Así que vengan a mi mente en este momento podría nombraros: El Tiempo entre costuras, La sombra del viento, El último catón, P.D. Te quiero, Los buscadores de conchas, Cometas en el cielo, El ocho, Los juegos del hambre, El señor de los anillos…  Con éste último me pasó algo muy curioso. Lo leí unas Navidades que me puse enferma. Yo acababa de regalarle el libro a mi hermano y se lo pedí para entretenerme mientras estaba convaleciente en la cama. Y a 50 páginas del final me planté. Jamás leí esas páginas, me quedé estancada... Pero que no cunda el pánico: vi la película, así que terminé por saber cuál era el final.

Y así podría seguir durante horas… Pero tampoco se trata de que os aburra hasta la saciedad. Esta entrada ya es, de por sí, bastante muermo como para que terminéis por cerrar los ojos y comencéis a roncar.

Soy una apasionada de la lectura, creo seriamente además que leer culturiza y te hace más sabio, te enseña a expresarte correctamente y además es una forma estupenda de abrir tu mente. Creo firmemente que un buen libro es capaz hasta de mover masas.

Por eso cada vez que me proponen como escritora futurible yo comienzo a sudar. Me parece algo tan grande el ser capaz de escribir un libro y constatar que la gente disfruta leyéndolo que sólo de pensarlo tiemblo. Por eso me emociono cada vez que alguno de vosotros me confiesa que se entretiene con mis aventuras. Saber que lo que hago con tanto cariño no cae en saco roto, pensar que puedo lograr que esbocéis una pequeña sonrisa cuando suelto alguna de mis gracias para mí ya es un gran triunfo.




Y quién sabe, a lo mejor algún día el milagro sucede y me escucháis en un plató decir esa famosa frase que versa: Yo he venido aquí a hablar de mi libro… Hasta que ese momento llegue, me conformo con seguir viendo el contador de mi blog subiendo con vuestras visitas. Soy tan feliz con tan poquito… Vosotros conseguís que lo sea. Día a día.




Celtas cortos: Cuéntame un cuento. http://youtu.be/MM9zHF4e810






domingo, 4 de mayo de 2014

Mi tributo a vosotros.

Comencé a escribir este blog, allá por el pasado mes de noviembre, como una vía de escape personal. No sabía cómo hacer para huir de todo lo que por aquel entonces rodeaba mi vida, me asfixiaba sin remedio entre las cuatro paredes de mi piso y encontré en la escritura la manera de evadirme de todo ese horror. Así se inició todo, de la manera más simple: una mañana, sin apenas darme cuenta, comencé a aporrear las teclas.

Cierto es que la terapia era para mí, pero mentiría si dijese que una parte de mí no sentía cierta curiosidad por saber qué opinaría la gente, mi gente, sobre lo que me estaba pasando. Necesitaba de algún modo saber que me entendían y que me apoyaban. Es ese egocentrismo que todos llevamos dentro en mayor o menor medida el que me empujó a que lo hiciese público en forma de blog y no sólo me dedicase a plasmar mis temores y angustias en unas líneas redactadas de manera privada, de tal forma que todas esas reflexiones quedasen únicamente entre el ordenador y yo.

Jamás me pude imaginar que mis historias generasen adicción entre algunos de vosotros. Nunca he pensado que mi forma de escribir tuviese nada de particular, no considero que redacte con un perfeccionado estilo aunque sí con cierta gracia, rasgo este último que imagino ha hecho que mi manera un tanto payasa de expresarme terminase por engacharos a algunos.

Desde hace ya un tiempo cierto personajillo llamado José Manuel me reclama periódicamente el capítulo primero del supuesto libro que un día le prometí que me plantearía escribir. Pero yo sé que el motivo de tanta insistencia en verdad es otro, y yo ahora mismo os lo aclaro: este chico es un pedazo fotógrafo y lo que quiere en realidad es inmortalizar mi cara para la foto de la contraportada… ¿a que sí, pillín? A mí no puedes engañarme…

Y mi ego ha ido creciendo estos últimos tiempos a medida que otras personas me han confesado que son fans de mi blog, que no se pierden ni un sólo capítulo de mis alocadas aventuras. El último ruego, de hace sólo unas horas: “Oooooyeeeeee estoy enganchadísima a tu blog… por favor necesito la siguiente entrega”. Y cuando leo cosas como esas no puedo evitar esbozar una sonrisa que me llena de orgullo y satisfacción, cual si fuese el mismísimo Juan Carlos I, rey de España. O Juana la Loca, que para el caso…

Con esto no estoy presumiendo de ser una maestra en el arte de la escritura, pero constatar con vuestros comentarios que lo que comenzó como una terapia de autoayuda para Rut se ha convertido en algo más me hace incluso sentir mejor. Creo que en cierta medida entre todos vosotros estáis consiguiendo que poco a poco vaya creyendo en mí. Y eso en estos momentos significa un mundo.

Por todo eso gracias, chicos. Porque estáis consiguiendo el milagro. Estáis transformando, probablemente sin saberlo, a un patito feo en un cisne. Estáis haciendo que esta personita se sienta por fin valorada y le estáis dando fuerzas para que continúe con esta locura que comenzó un poco por casualidad y que se ha convertido en mi droga personal. Habéis creado a un monstruo. Y siento si ahora os arrepentís de haber despertado a la fiera. Como mi amiga Mayte sabiamente diría en esta ocasión: ¡¡¡¡haber elegido muerte!!!!

Todavía sigo con la sonrisa de orgullo en la cara. No puedo nombraros a todos, pero sabéis que hablo de vosotros. Gracias por hacer subir el contador de visitas de todas y cada una de las entradas de mi experimento personal. Porque sin ser plenamente conscientes de ello me hacéis inmensamente feliz. Porque sin ser plenamente conscientes de ello conseguís que poquito a poco vaya con la cabeza más erguida por la calle. Porque sin ser plenamente conscientes de ello hacéis que crezca mi confianza en mí misma. Porque sin ser plenamente conscientes de ello formáis parte de mi transformación. Porque sin ser plenamente conscientes de ello ni os imagináis cómo os agradezco lo que sin ser plenamente conscientes de ello estáis haciendo por mí.



Gracias. Grazas. Thank you. Danke. Obrigado. Merci. Grazie, Tak… Algún día espero ser capaz de devolveros el favor. Hasta entonces y como se suele decir en estos casos: no vemos en los bares. O donde toque.



Despistaos: Gracias. http://youtu.be/gynCKCo5VEk

(El videoclip de esta canción está rodado en uno de mis rincones favoritos de Madrid, desde donde podréis disfrutar de unas vistas espectaculares de la ciudad. Es el Cerro del Tío Pío, coloquialmente conocido como "Las siete Tetas", y está en Vallekas. Si tenéis oportunidad, acercaos a ver una puesta de sol. Y llevad la cámara. No os arrepentiréis.)




sábado, 3 de mayo de 2014

Saltando obstáculos

La vida nunca dejará de sorprenderme. Y como suele suceder, procura darme una de cal y otra de arena no vaya a ser que me ponga cómoda y me deje llevar demasiado.

Ayer, sin ir más lejos. El día había transcurrido maravillosamente. Con dos narices me fui con tres tías que están más en forma que mucha gente que conozco de ruta senderística. 16 km de caminata. Dificultad media (su puta madre, con perdón por la expresión). Escalada vertical de colina incluida. Vale que este último punto inicialmente no estaba previsto y lo tuvimos que incluir en la agenda porque en un momento determinado “perdimos” el sendero y para volver a encontrarlo no nos quedó otra que subir una ladera empinada durante unos cuantos (¡muchos!) metros. A pesar del esfuerzo, a pesar de que hubo momentos en los que no sentía las piernas, a pesar del viento gélido que soplaba cuando llegamos (casi) a la cumbre, a pesar de los pesares el resultado final mereció el esfuerzo. El paisaje quitaba la respiración, la paz que se respiraba era infinita, y el buen rato pasado con esta gente fue genial. Ahora estoy floja porque me falta entrenamiento, pero ya tengo ganas de que se proponga la siguiente ruta para demostrarme a mí misma que yo también puedo superarme.

Pues bien, como iba diciendo… llegué agotada a casa, temiendo las agujetas que impedirían moverme al día siguiente. Hoy es el día siguiente y las agujetas todavía no han hecho acto de presencia. Otro ejemplo claro de que es inútil preocuparte por algo que todavía no sabes si va a pasar.

No llevaba dos horas en casa cuando recibí un WhatsApp que me hizo volver de esa cima del mundo en la que me encontraba para bajar rodando colina abajo y darme de bruces con la cruda realidad de nuevo. El mensaje decía: “Rapaces, no quiero que os asustéis, pero estuve ingresada para que me hicieran unas pruebas y hoy me dieron el alta hospitalaria. Tengo un linfoma folicular en estadio 2. No es mortal. Repito: no es mortal” En una milésima de segundo se me pasaron un millón de cosas por la cabeza. Me quedé petrificada. Sé que al final todo va a salir bien, me encantó leer el positivismo con el que mi amiga lleva el tema, sé que se ha cogido a tiempo y que al final todo se quedará en una batallita más que contar a los nietos y mi niña guapa seguirá dando guerra durante mucho tiempo, pero no he podido evitar que algo se me removiera por dentro. Es esa sensación que te invade cuando alguien al que quieres y que te importa se encuentra con una piedra en el camino. Es una mezcla que va desde la preocupación a la impotencia por no tener una varita mágica con la que hacer desaparecer todo lo malo que les sucede a las personas que son importantes para ti. Es la constatación definitiva de que ahora estamos bien y en un segundo la vida nos puede dar un vuelco. 

A veces son pequeños sustos que terminan superándose, como es el caso de lo que le pasará a mi amiga, y en otras ocasiones simplemente todo pasa del blanco al negro: El padre de una persona que fue muy importante en mi vida iba paseando una mañana por la calle y de pronto se desmayó. Y ya no volvió a despertarse más. Y tú te tienes que aguantar. Porque nadie te da otra opción.

Todo esto vuelve a reforzar la teoría del “vive el momento”. Nunca sabes si será el último que tengas en este mundo. Los “no puedo”, “no me siento con fuerzas”, “me da vergüenza”, “¿y si sale mal?” y frases del estilo, lo que en mi nuevo lenguaje se conoce como resistencias, tienen que quedar aparcadas porque serán siempre barreras que lo único que consiguen es hacernos perder el tiempo e impedirnos hacer lo que realmente queremos.

Ayer el día había comenzado azul y se tornó un poco más oscuro a medida que avanzaba. Lo bueno de los días es que después de la oscuridad de la noche vuelve a amanecer. Y eso mismo le va a pasar a mi amiga: con el tiempo mirará hacia atrás y dirá con orgullo que a pesar de las pruebas que la vida le ha ido poniendo en el camino, ella saltó todos los obstáculos y siguió adelante.


Y cuando atraviese la meta yo estaré allí, aplaudiéndola y jaleándola. Porque los amigos están siempre presentes en los momentos importantes. Aunque a veces la distancia nos ponga las cosas un tanto complicadas.




Gloria Gaynor: I will survive http://youtu.be/ZBR2G-iI3-I