sábado, 23 de enero de 2016

Antes muerta que sencilla.

Parezco un pato andante. O mejor aún: uno de esos robots a los que no han incluido en su fabricación una pieza que les permita doblar la rodilla cada vez que dan un paso y se ven obligados a mover las piernas en su conjunto, estiradas y cayendo al suelo con todo su peso con cada zancada.

Lo confieso: No era uno de mis propósitos de año nuevo. En realidad este año ni siquiera pensé en hacer ningún listado con los retos que supuestamente debería superar durante los siguientes 12 meses. Todavía recuerdo la lista interminable que elaboramos Salomé y yo cuando vivíamos juntas. Ocupaba un lugar destacado en nuestra nevera porque en su momento pensamos que si la colocábamos allí no nos quedaría más remedio que verla cada vez que, cada mañana, abriésemos ese electrodoméstico; yo para coger la leche para el desayuno y Salomé para servirse un vaso de Coca-Cola light con el mismo objetivo. Sí señor, presión a tope ya a primera hora del día. Pobres ilusas.

Huelga decir que de ver el susodicho folio todos los días colocado en el mismo sitio pasó a formar parte del entorno, rodeado de los distintos imanes que poblaban nuestra nevera, y al final y por arte de magia se transformó en un imán más. Es decir: lo ignoramos totalmente y si no lo quitamos de allí no tengo muy claro si fue por pereza o porque en el fondo pensábamos que le daba un toque muy chic a nuestra cocina.

Por supuesto, terminó aquel año y lo único para lo que sirvió todo aquello fue para acabar tirando aquella hoja en el contenedor de papel para reciclar a donde fue a parar nada más dar comienzo el nuevo año. ¿Qué sentido tenía mantener a la vista algo que ya estaba obsoleto? Así que cual alimento al que se le ha pasado la fecha de caducidad, le dijimos adiós sin ningún tipo de miramiento.

Y hete aquí que este año sin propuestas de por medio me ha dado “EL ATAQUE”. Sucedió apenas hace unos días cuando una mañana, harta de notar cómo el pantalón del pijama apretaba demasiado mi cintura, me atreví a enfrentarme a mi peor enemigo y resuelta y sin pensármelo dos veces activé con el pie la pantalla de la báscula de baño y coloqué todo mi peso encima de ese cuadrado ridículo y acusador. Si no me caí para atrás del susto fue porque la bañera estaba peligrosamente cerca y lo que menos me apetecía era partirme la crisma a golpe de lunes (menuda manera más poco glamurosa de comenzar la semana... ¡con una brecha en el cogote! Ni de coña). Me esperaban unos días demasiado ajetreados como para pasarlos en el hospital. Es lo bueno que tengo: que consigo si me lo propongo analizar los pros y los contras de mis posibles acciones en cero coma, y así me evito determinados disgustos que lo único que consiguen es afear todavía más mi maltrecho aspecto. Cuando me lo propongo soy una crack.

Después de lograr recuperarme del susto inicial me acerqué al espejo del baño y mirándome fijamente a los ojos me dije que hasta aquí podíamos llegar. Sí, sé que me lo digo muchas veces y otras muchas todo se queda en agua de borrajas, pero yo sigo soltando ese mantra por si en alguna de las ocasiones me ilumina alguien y me guía por el buen camino. Y no me refiero a ningún acomodador que me dirija hasta mi butaca cuando llego tarde al cine. Prefiero aclararlo por si os estabais imaginando la escena, que sé que a veces sois de un graciosillo que metéis miedo. Que os quede claro: aquí la payasa del cuento soy yo. Que para eso es mi cuento.

Y después de todo este circunloquio volvemos al inicio, al por qué de la frase que abre esta entrada. Efectivamente: me he apuntado (de nuevo) al gimnasio. Lo bueno que tiene que frecuentes un gimnasio durante una temporada, te borres, te vuelvas a apuntar al año siguiente, te vuelvas a borrar y dos años más tarde decidas darle otra oportunidad al tema es que cuando te diriges resuelta a la recepción para anunciar que quieres volver te sientes como en casa. Las chicas reconocen tu cara de las ocasiones anteriores y a partir de que recuperan tu ficha, esa que existe desde la época prehistórica en su base de datos, y te llaman por tu nombre, ya pasas a ser una más de la familia. En el momento en el que escuchas “tu cara me sonaba mucho de verte por aquí” sabes que no tienes escapatoria: Has vuelto a la secta. Ya no puedes huir.

He empezado muy fuerte y con ganas, como suele pasar en estas situaciones. De los seis días que han transcurrido desde que la banda magnética de mi carnet de socia abría el torno que me daba acceso a todo ese mundo plagado de máquinas, gente sudorosa en cada esquina y música que te invita al movimiento, de los seis días decía, he frecuentado ese lugar cinco. De ahí que mi andar sea a día de hoy de todo menos glamuroso. Tengo agujetas en sitios del cuerpo que ni siquiera sabía que existían. Lo sé, sé que esta es una frase muy manida que todo el mundo dice al día siguiente de su primera clase de, por ejemplo, estiramientos y abdominales, pero es que ciertamente es así. “¿Te apuntas a la clase?” me preguntó el monitor cuando yo llevaba como diez minutos subida a la bicicleta. “¿Es muy dura?” Respondí yo con otra pregunta, que para algo soy gallega. “Qué va. Suave. Estiramientos, algunos ejercicios de flexiones y abdominales pero todo en plan muy tranqui”. Y yo, que soy una pardilla, me lo creí. Así que ni corta ni perezosa me bajé de la bicicleta dejando mi sesión de 30 minutos inacabada y me metí en aquella habitación junto con otras 15 personas más, dispuesta a pasar una hora estirando y doblando piernas y brazos por igual.

Jamás imaginé que 60 minutos diesen para tanto sufrimiento ni que un balón medicinal pudiese usarse para tantas cosas (dolorosas) diferentes.

Cuando terminó la hora y me miré al espejo lo más característico de mi aspecto era una cara roja y sudorosa que con la mirada parecía preguntarme ¿qué te he hecho yo para que me trates así?

He decidido que a la siguiente clase me apunto. A pesar de las agujetas y del esfuerzo o tal vez por ello debo reconocer que me ha gustado. Además, tengo ganas de ver la progresión que se produce en mi cuerpo a medida que pasen las semanas y demostrarme a mí misma que esta vez sí, que esta vez he conseguido unirme a ese grupo de gente que afirma que el gimnasio, yendo con asiduidad, engancha. Por el momento y vistos mis innumerables intentos fallidos, todavía no he podido confirmar esa teoría. Esta ocasión podría ser perfecta para cambiar la trayectoria de la parábola y marcar un punto de inflexión en mi relación amor-odio con el gym.


Además, actualmente hay una ropa de deporte tan mona y a tan buen precio que me da pena no poder comprarla por no encontrar la ocasión apropiada para ponérmela. ¿Qué queréis que os diga? En el fondo sigo siendo una coqueta. Ya sabéis lo que se dice por ahí: Antes muerta que sencilla.


Naughty Boy ft. Beyoncé, Arrow Benjamin: Runnin' (lose it all). https://youtu.be/eJSik6ejkr0