Parezco
un pato andante. O mejor aún: uno de esos robots a los que no han
incluido en su fabricación una pieza que les permita doblar la
rodilla cada vez que dan un paso y se ven obligados a mover las
piernas en su conjunto, estiradas y cayendo al suelo con todo su peso
con cada zancada.
Lo
confieso: No era uno de mis propósitos de año nuevo. En realidad
este año ni siquiera pensé en hacer ningún listado con los retos
que supuestamente debería superar durante los siguientes 12 meses.
Todavía recuerdo la lista interminable que elaboramos Salomé y yo
cuando vivíamos juntas. Ocupaba un lugar destacado en nuestra nevera
porque en su momento pensamos que si la colocábamos allí no nos
quedaría más remedio que verla cada vez que, cada mañana,
abriésemos ese electrodoméstico; yo para coger la leche para el
desayuno y Salomé para servirse un vaso de Coca-Cola light con el
mismo objetivo. Sí señor, presión a tope ya a primera hora del día. Pobres ilusas.
Huelga
decir que de ver el susodicho folio todos los días colocado en el
mismo sitio pasó a formar parte del entorno, rodeado de los
distintos imanes que poblaban nuestra nevera, y al final y por arte
de magia se transformó en un imán más. Es decir: lo ignoramos
totalmente y si no lo quitamos de allí no tengo muy claro si fue por
pereza o porque en el fondo pensábamos que le daba un toque muy chic
a nuestra cocina.
Por
supuesto, terminó aquel año y lo único para lo que sirvió todo
aquello fue para acabar tirando aquella hoja en el
contenedor de papel para reciclar a donde fue a parar nada más
dar comienzo el nuevo año. ¿Qué sentido tenía mantener a la vista
algo que ya estaba obsoleto? Así que cual alimento al que se le
ha pasado la fecha de caducidad, le dijimos adiós sin ningún tipo
de miramiento.
Y
hete aquí que este año sin propuestas de por medio me ha dado “EL
ATAQUE”. Sucedió apenas hace unos días cuando una mañana, harta
de notar cómo el pantalón del pijama apretaba demasiado mi cintura,
me atreví a enfrentarme a mi peor enemigo y resuelta y sin
pensármelo dos veces activé con el pie la pantalla de la báscula
de baño y coloqué todo mi peso encima de ese cuadrado ridículo y
acusador. Si no me caí para atrás del susto fue porque la bañera
estaba peligrosamente cerca y lo que menos me apetecía era partirme
la crisma a golpe de lunes (menuda manera más poco glamurosa de
comenzar la semana... ¡con una brecha en el cogote! Ni de coña). Me
esperaban unos días demasiado ajetreados como para pasarlos en el
hospital. Es lo bueno que tengo: que consigo si me lo propongo
analizar los pros y los contras de mis posibles acciones en cero
coma, y así me evito determinados disgustos que lo único que
consiguen es afear todavía más mi maltrecho aspecto. Cuando me lo
propongo soy una crack.
Después
de lograr recuperarme del susto inicial me acerqué al espejo del
baño y mirándome fijamente a los ojos me dije que hasta aquí
podíamos llegar. Sí, sé que me lo digo muchas veces y otras muchas
todo se queda en agua de borrajas, pero yo sigo soltando ese mantra
por si en alguna de las ocasiones me ilumina alguien y me guía por
el buen camino. Y no me refiero a ningún acomodador que me dirija
hasta mi butaca cuando llego tarde al cine. Prefiero aclararlo por si
os estabais imaginando la escena, que sé que a veces sois de un
graciosillo que metéis miedo. Que os quede claro: aquí la payasa
del cuento soy yo. Que para eso es mi cuento.
Y
después de todo este circunloquio volvemos al inicio, al por qué de
la frase que abre esta entrada. Efectivamente: me he apuntado (de
nuevo) al gimnasio. Lo bueno que tiene que frecuentes un gimnasio
durante una temporada, te borres, te vuelvas a apuntar al año
siguiente, te vuelvas a borrar y dos años más tarde decidas darle
otra oportunidad al tema es que cuando te diriges resuelta a la
recepción para anunciar que quieres volver te sientes
como en casa. Las chicas reconocen tu cara de las ocasiones
anteriores y a partir de que recuperan tu ficha, esa que existe desde
la época prehistórica en su base de datos, y te llaman por tu
nombre, ya pasas a ser una más de la familia. En el momento en el
que escuchas “tu cara me sonaba mucho de verte por aquí” sabes
que no tienes escapatoria: Has vuelto a la secta. Ya no puedes huir.
He
empezado muy fuerte y con ganas, como suele pasar en estas
situaciones. De los seis días que han transcurrido desde que la
banda magnética de mi carnet de socia abría el torno que me daba
acceso a todo ese mundo plagado de máquinas, gente sudorosa en cada
esquina y música que te invita al movimiento, de los seis días
decía, he frecuentado ese lugar cinco. De ahí que mi andar sea a
día de hoy de todo menos glamuroso. Tengo agujetas en sitios del
cuerpo que ni siquiera sabía que existían. Lo sé, sé que esta es
una frase muy manida que todo el mundo dice al día siguiente de su
primera clase de, por ejemplo, estiramientos y abdominales, pero es
que ciertamente es así. “¿Te apuntas a la clase?” me preguntó
el monitor cuando yo llevaba como diez minutos subida a la bicicleta.
“¿Es muy dura?” Respondí yo con otra pregunta, que para algo
soy gallega. “Qué va. Suave. Estiramientos, algunos ejercicios de
flexiones y abdominales pero todo en plan muy tranqui”. Y yo, que
soy una pardilla, me lo creí. Así que ni corta ni perezosa me bajé
de la bicicleta dejando mi sesión de 30 minutos inacabada y me metí
en aquella habitación junto con otras 15 personas más, dispuesta a
pasar una hora estirando y doblando piernas y brazos por igual.
Jamás
imaginé que 60 minutos diesen para tanto sufrimiento ni que un balón
medicinal pudiese usarse para tantas cosas (dolorosas) diferentes.
Cuando
terminó la hora y me miré al espejo lo más característico de mi
aspecto era una cara roja y sudorosa que con la mirada parecía
preguntarme ¿qué te he hecho yo para que me trates así?
He
decidido que a la siguiente clase me apunto. A pesar de las agujetas
y del esfuerzo o tal vez por ello debo reconocer que me ha gustado.
Además, tengo ganas de ver la progresión que se produce en mi
cuerpo a medida que pasen las semanas y demostrarme a mí misma que
esta vez sí, que esta vez he conseguido unirme a ese grupo de gente que
afirma que el gimnasio, yendo con asiduidad, engancha. Por el momento
y vistos mis innumerables intentos fallidos, todavía no he podido
confirmar esa teoría. Esta ocasión podría ser perfecta para
cambiar la trayectoria de la parábola y marcar un punto de inflexión
en mi relación amor-odio con el gym.
Además,
actualmente hay una ropa de deporte tan mona y a tan buen precio que
me da pena no poder comprarla por no encontrar la ocasión apropiada
para ponérmela. ¿Qué queréis que os diga? En el fondo sigo siendo
una coqueta. Ya sabéis lo que se dice por ahí: Antes muerta que
sencilla.
Naughty
Boy ft. Beyoncé, Arrow Benjamin: Runnin' (lose it all).
https://youtu.be/eJSik6ejkr0