No soporto a la gente
maleducada. Esa que pasa por tu lado y con porte arrogante fija su mirada en un
punto fijo en el infinito del universo con el único propósito de evitar tener
que saludar a todo aquel que se cruza en su camino.
Muchas veces me he
preguntado qué cualidad inhumana (porque de humana poco tiene) les empuja a
creerse superiores a nosotros, el resto de los mortales, y les hace creerse con
derecho a tratarnos como si fuésemos invisibles. Vale que yo no tenga una
estatura de jugadora de baloncesto, pero que se me ve sin necesidad de usar la
lupa también os digo que es verdad.
Cada vez que me cruzo con
uno de esos que con su chulería al andar parecen estar diciendo te estoy perdonando la vida me encanta
mirarlos fijamente y darles los buenos días (o el saludo que corresponda
dependiendo de la hora) y de esta manera obligarlos a rebajarse y hacerlos
tener que responder. Eso sí, por lo bajinis y sin vocalizar en exceso, no vaya
a ser que se les desencaje la boca si la abren demasiado. O lo que es peor: que
terminen demostrando algo de educación.
A lo largo de mi vida me
he encontrado con personas con una arrogancia tan grande que precedía sus pasos.
A modo comparativo los equiparo con esa gente que se baña en colonia y a la que
el olor delata antes de que gire la esquina. Y mientras sólo sea colonia lo que
huele démonos con un canto en los dientes. Peor sería que les cantase el
sobaco.
Jamás he entendido esa
actitud y cada día estoy más orgullosa y agradecida por la educación que me han
dado mis padres, quienes me han inculcado el valor de la humildad y las buenas
maneras. Como versa el dicho: soy pobre pero honrada. Mi abuela Flora siempre
decía que “el que se humilda, se ensalza”,
y cada día que pasa más confirmo que no hay mayor verdad sobre la faz de la
tierra. Esa enseñanza me acompañará siempre, y hasta el día que deje de existir
podré seguir caminando con la cabeza bien alta y la conciencia muy tranquila
porque no habré tratado a nadie ni con desprecio ni con arrogancia. Tengo mil
defectos y alguno bastante puñetero por cierto, pero ninguno de esos dos forma
parte de mi colección particular.
Un jefe me soltó un día
con todo su morro y sin ponerse colorado que su carácter un tanto déspota le
venía con el cargo. Me sonó a justificación barata, al estilo de yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho
así. ¡Y un cuerno! Traducido en un idioma que entendamos
todos: Soy un maleducado y me escudo en
que soy tu jefe para poder tratarte como escoria y aun así ser capaz de dormir
tranquilo por las noches. Pues mira tú qué bien. No seré yo la que perturbe
su sueño. Pero que os quede claro, y a él el primero, que él tampoco perturbará
el mío.
Soy de la opinión de que
se consigue más siendo respetuoso que yendo por la vida avasallando a todo
aquel que se cruza en el camino. El problema es que no todo el mundo parece ser
capaz de darse cuenta, y algunos están más ocupados en hacer todo lo posible por
impedir que su cabeza deje de mirar al frente que en preocuparse de observar lo
que se encuentra a su alrededor. Algún día, tal vez demasiado tarde, se den
cuenta de todo lo que se han perdido por vivir en su mundo superior.
De ahí mi duda: el maleducado…
¿nace o se hace? Buena pregunta para la que yo no tengo respuesta. Está claro
que el entorno, las amistades y la educación recibida juegan un papel muy
importante a la hora de que las personas se comporten de una manera o de otra,
pero no sé hasta qué punto todos esos factores justifican lo que para mí es simple
y llanamente mala educación.
No
soporto a la gente que se cree superior. No creo en la teoría de que cuanto peor
trates a alguien más obtienes. Sigo pensando que, no creyéndome nadie, consigo
más cosas que aquel que arrasa allá por donde va. Y como ya soy mayor para
cambiar de opinión, seguiré siendo humilde y sonriendo a todo aquel que se
cruce en mi camino. Porque poner buena cara no cuesta dinero y muchas veces sí
da la felicidad.
Pablo López ft. Juanes. Tu enemigo. https://youtu.be/cKjUALPwNBU