Algunos de vosotros sois
ya conocedores de que hace un par de semanas me lancé a la piscina y auto-edité
mi libro en Amazon. No sé si llegará muy lejos o se quedará en mera anécdota
que contar a mis nietos (si es que algún día los tengo, que al paso que voy me
da a mí que la estirpe se queda en mi propia persona…), pero sin lugar a dudas
está mejor ahí para que lo disfrute quien quiera que en el disco duro de mi
ordenador, a donde solo yo tengo acceso.
Y como no tengo padrino
importante ni nadie que me venda ante los demás, aprovecho cualquier ocasión que
se me presenta para darle un poco de bombo al asunto que nos ocupa y meteros a
Marietta hasta en la sopa. Que de tan pesada que me puedo poner a lo mejor
hasta consigo que claudiquéis a mis insistencias y comience a corroeros la
curiosidad.
Con tal motivo os dejo el
artículo que en su día escribí para Blogavista Lifestyle, un blog de una
agencia inmobiliaria en el que podéis encontraros artículos con temas de todo
tipo. Una vez más agradezco a Piero y a Gema la oportunidad que me brindaron en su día para que hiciese pública mi pequeña historia. Apenas he hecho pequeñas modificaciones
respecto al texto original, debido a que, por ejemplo, ya no dispongo de
ejemplares en papel, pero la esencia del artículo es la misma.
Ahí va:
Si
me hubieseis conocido de pequeña seguramente un detalle os habría llamado
poderosamente la atención: el libro que sin ningún lugar a dudas llevaría
debajo del brazo.
Contar
mi historia sin hacer referencia a la lectura es como imaginar a Newton sin su
manzana, a Bruce Springsteen sin una bandera de Estados unidos, a Woody Allen
sin sus gafas o a Albert Einstein sin su tan característico bigote, por poner
algún ejemplo característico que espero os haga visualizar la importancia del
detalle.
La
lectura y la música se convirtieron desde mi más tierna infancia en mis más
fieles aliados, compañeros incansables que me acompañaban a todo aquel sitio al
que yo decidiese ir, o mejor dicho, puesto que mi tierna edad me impedía
desplazarme sola por el mundo, a los lugares a los que me dejaba llevar por mis
padres.
No
recuerdo cómo comenzó mi idilio, pero lo que sí puedo afirmar sin equivocarme ni
un ápice es que esta relación todavía perdura. Y decir esto en los tiempos que
corren, defender una relación tan estable como la que yo tengo con la
literatura sin temor a un abandono en esta época en la que es tan complicado
dar con una pareja que dure eternamente, me llena de orgullo y satisfacción.
Y
ahora viene la pregunta del millón: ¿Cómo narices he pasado de ser ratón de
biblioteca a aprendiz de escritora? Ahora mismo lo veréis:
Siempre
he sido una persona muy risueña hasta que un día la sonrisa se borró de mi cara
sin pedirme permiso. Comencé a sentir que me ahogaba y encontré en la escritura
mi mejor vía de escape. Una mañana me levanté, encendí el ordenador y comencé a
escribir. Me inventé un blog en el que expresaba mis emociones, infinitas
sensaciones encontradas que luchaban por salir de lo más profundo de mi ser. Confesiones de un Alma inquieta (lanenach212.blogspot.com.es)
echó a andar y se convirtió en una parte importante de mí, la única manera que
encontré para explicarles a todos aquellos que me rodeaban cómo me sentía sin necesidad
de abrir la boca. Porque por aquel entonces intentar hablar y echarme a llorar
era todo uno.
Y
poco a poco salí del pozo. Y mi parte orgullosa entró en acción. Un día me
retaron a que pasase de las historias cortas al relato largo, y así nació Marietta.
Sin hacer demasiado ruido pero con paso firme se plantó un día delante de mí y
ya no se fue. Nos convertimos en dos amigas inseparables que se cuentan sus
cosas. Sin darme cuenta mi imaginación voló muy alto y terminé por darle forma
a una historia que comenzó como una apuesta y terminó ocupando un lugar en el
espacio… de mi ordenador.
El
pasado año cumplí 40 años. No me avergüenza confesarlo así que dicho queda.
Siempre he sido muy soñadora, cualidad que a veces me ha jugado muy malas
pasadas, pero que me define de una manera tan brutal que es imposible no
relacionarla conmigo. Y yo tenía un sueño. Yo quería que Marietta saliese del
ordenador y se convirtiese en papel y tinta. Y gracias a unos amigos
maravillosos ese sueño se volvió real envuelto en papel de regalo y con un
enorme lazo, haciéndome en ese momento la persona más feliz (y sorprendida) que
alguien se pudiese encontrar sobre la faz de la Tierra.
Vista
la ocasión que se me ofrece, permitidme que os presente formalmente y que
termine este artículo con un comienzo, el de mi libro. Un libro del que se
editaron 100 ejemplares impresos. Una locura que yo sigo intentando que llegue
más lejos.
A
veces cierro los ojos y me imagino entrando en una librería y dándome de bruces
con la portada que con tanto cariño elaboró mi buena amiga Patri para la
ocasión.
Hace
algún tiempo, cuando me había olvidado hasta de soñar, os habría dicho que ese
deseo es algo imposible. Ahora mismo os digo que lo único imposible es lo que
no se intenta. Positivismo ante todo. Y tenacidad. Ahí radica la clave de todo.
No
prometo un premio Planeta, pero sí una lectura agradable, amena y por momentos
divertida. Qué voy a decir yo, que he parido a la criatura… En fin, yo por si
acaso ahí lo dejo. Nunca se sabe… :-D
CAPÍTULO 1
“Me llamo Marietta, con doble T. Y aclaro lo de la
doble T porque os juro que estoy hasta los cataplines de que la gente escriba
mal mi nombre día sí y día también. A veces desearía que mis padres no hubiesen
sido tan originales a la hora de elegir cómo iban a llamar a su hija. Con lo
que me habrían facilitado las cosas si me hubiesen bautizado como Ana, Pilar o
María…
Claro que visto desde otra perspectiva, buscándole
el positivismo al asunto, peor hubiese sido que me hubiesen presentado ante el
mundo como Belkis Yorsleidi, por poner el primer ejemplo que se me acaba de
pasar por la mente. No hubiese sobrevivido a más de dos dolorosas visiones de
mi nombre mal escrito sin haber deseado poseer una recortada y ponerme a
disparar. Me salva que soy pacifista y las armas me dan pavor… y que
me llamo Marietta, por supuesto.
Vine al mundo un primero de enero de hace 35 años.
Nací con el año y aguándoles la fiesta de Nochevieja a mis padres. Para una vez
que se deciden a salir de casa y festejar por todo lo alto el cambio de fecha
con matasuegras y petardos incluidos voy yo y les chafo la celebración
adelantando mi llegada a este mundo en más de dos semanas. Si llego a saber de
antemano lo que me iba a encontrar me declaro en huelga y ubico mi residencia
permanente en la barriga de mi madre. Imagino que a ella no le haría mucha
gracia tener que cargar con 13 kg extra toda su vida, pero yo sería de lo más
feliz. Sí, lo mío efectivamente es egoísmo. Puro y duro. Ciertamente. Pero es
que el mundo me ha hecho así.
***********
El despertador sonó a las
6:30 de la mañana. De la nada surgió una mano que sin muchos miramientos
aporreó el aparato una vez con golpe firme, y acompañada de gruñidos de
resignación la cabeza de Marietta asomó entre las sábanas mascullando:
─ ¿Quién me mandaría a mí
trasnochar anoche…? Y lo que es peor… haber bebido… ¿Cuántos…? ¿Dos…? ¿Tres…?
No… ¡Cuatro Gin Tonics con el estómago vacío!
A duras penas consiguió
sentarse al borde de la cama y después de suspirar con resignación varias veces
se dirigió tambaleándose al baño. Abrió el grifo de agua caliente y bajo la
ducha terminó de desperezarse.
En su cabeza se sucedían
imágenes inconexas sobre lo que había pasado la noche anterior. Había sido un
duro día de trabajo, con el jefe cabreado en grado sumo por una venta que al
final no había llegado a buen puerto. Si es que estaba claro: aquel chalé de
las afueras no ofrecía ni por asomo las condiciones que prometía el anuncio: “Inmejorables calidades, ubicación en una de
las mejores zonas de la ciudad, amplias habitaciones, acabados muy cuidados y
vistas a la montaña. Piscina y pista de pádel comunitarias.” Y si
descartamos lo de las calidades, que a lo sumo se podrían definir como
pasables, las vistas (la montaña se ve, sí, pero sólo si mides más de metro
ochenta y te pones de puntillas en la esquina de la ventana de la habitación de
invitados) y que los acabados en realidad dejaban mucho que desear, tampoco es
que el anuncio estuviese demasiado exagerado. El caso es que Alberto se había
puesto de un humor de perros y se había dedicado a ladrar a todo aquel que
había osado cruzarse en su camino. Y ella no había sido la excepción. Y en el
fondo ese último recuerdo la tranquilizó: bajo el agua de la ducha acababa de
encontrar al culpable de su resaca. Su jefe. Y eso hacía que se sintiese mejor.
El hecho de pensar que ella era la responsable del incipiente dolor de cabeza
que comenzaba a hacer aparición la traumatizaba. El veredicto estaba claro:
inocente de todo cargo. Ya podía cerrar el agua y seguir con la rutina
mañanera. Fuera remordimientos.
Mientras le sacaba todo
el jugo a la naranja y se bebía el zumo intentando olvidarse de la jaqueca
recordaba vagamente cómo, después de haber terminado de trabajar y de manera
casi involuntaria, dejándose llevar por la vorágine provocada por los gritos de
Alberto, Sandra la había empujado a que se tomase una copa con ella para así
poder desahogarse tranquilamente ante tanta tensión acumulada.
Sandra era todo un
personaje: se tomaba las cosas del trabajo demasiado en serio y eso terminaba
siendo un problema para ella y para Marietta, quien sin apenas darse cuenta se
veía arrastrada por todos aquellos planes alocados que se le iban ocurriendo a
Sandra en función de la dirección desde la que soplase el viento. Vale que
Marietta se dejaba influenciar con demasiada facilidad, pero eso era
secundario. La confabuladora era Sandra, ella simplemente se dejaba llevar.
─ Te juro que estoy
harta. No aguanto más los cambios de humor del gilipollas ese. ¿No se da cuenta
de que si no se cierra una venta es porque la mierda que vende no llega ni al
mínimo de calidad? Nooooo, Mr. Perfecto es un sabelotodo que todo lo sabe.
¡¡¡No lo soportoooo!!! –Sandra gesticulaba como una posesa con la bebida en la
mano, meneándola de tal manera que en más de una ocasión a punto estuvo de
regar con ella a su amiga, quien en previsión de que eso pasase y sin que se
notase demasiado retrocedía unos milímetros cada vez que el líquido llegaba al
borde de la copa, alejándose del calculado radio de acción de las posibles
salpicaduras.
─ ¡¡¡Cómo desearía poder
mandar todo a tomar por saco, tía!!! Cuando comencé a trabajar para él jamás
habría imaginado que me amargaría de esta manera la existencia. Con esa cara de
no haber roto un plato que tiene y los gritos que es capaz de emitir desde su
garganta. Si pudiese me volvía al pueblo mañana mismo…
Las quejas continuaban sin dar tregua, y sin
apenas darse cuenta Marietta terminaba un Gin Tonic y como por arte de magia
aparecía con otro en su mano. Magia que
se diluyó por arte de ídem cuando llegó la hora de pagar la cuenta. Fue en ese
momento cuando comprendió que a lo mejor no había sido tan buena idea pasarse
por el Giordie’s entre semana. Vale
que prepararan unos cócteles que quitaban el hipo, pero la bofetada que sintió
cuando tuvo que desembolsar 60 euracos fue descomunal, y el primer recuerdo que
se le vino a la cabeza en ese momento fue para su ya tambaleante cuenta
bancaria. Sacó la VISA de la cartera y con resignación se la entregó al
camarero, quien sin ningún miramiento la introdujo por la ranura del TPV al
tiempo que marcaba la horrible cifra que apareció reflejada acusadora en la
pantalla, después de lo cual y con una educación exquisita, porque lo cortés no
quita lo valiente, el joven solicitó a Marietta que marcase el número PIN.
Durante una milésima de segundo ella se imaginó siendo Indiana Jones,
rescatando del horrible aparato su tarjeta y saliendo huyendo del local. En su
cabeza se imaginaba corriendo rauda y veloz puerta afuera, sin ni siquiera
mirar atrás. Pero… ¿a quién pretendía engañar? Con aquellos tacones no hubiese
llegado ni a la esquina, y lo que era peor, había enormes probabilidades de que
la huída terminase en caída estrepitosa en medio de la calle que a esas horas
todavía frecuentaban miles de personas.
Y le pudo la vergüenza. Así que marcó el número secreto e hizo lo único
que podía hacer en ese momento: se prometió a sí misma que hasta el mes
siguiente no volvería a usar ese plástico endiablado que tantos disgustos le
daba cada vez que salía de su bolso. ¡Maldita sea! A quién pretendía engañar.
Para que terminase el mes todavía quedaban 20 días… Toda una eternidad.
El pitido de la cafetera
la despertó de su ensimismamiento. Alargó el brazo para coger una taza y se
sirvió un buen tanque de café con el que poder comenzar la mañana. Lo único que
la reconfortaba en ese momento era el hecho de que era viernes y de que
quedaban por delante dos días en los que intentaría desconectar de todo y de
todos.
Se llevó la taza a la
boca y casi al tiempo la volvió a apartar… Ya se había vuelto a quemar.
¡¡¡Siempre se olvidaba de lo caliente que salía el café de esa cafetera!!!
Nunca aprendía la lección. Entre soplido y soplido terminó de beber y acabó de
arreglarse. Se lavó los dientes a conciencia y se pintó la raya del ojo, para
terminar el ritual mañanero echándose unas gotas de colonia. Una chica no debía
salir nunca de casa sin dos imprescindibles: la raya del ojo y las gotas de
colonia en la parte interior de las muñecas y detrás de las orejas. Eso al
menos era lo que le había dicho siempre su madre. Ya desde pequeña le habían
inculcado que siempre tienes que hacer caso de lo que te dice tu madre. Porque
madre no hay más que una. Y por suerte para ella la suya estaba a muchos
kilómetros de distancia.
Miró su reloj y echó mano
del bolso, colocándolo encima de la mesa de la entrada para confirmar por
última vez que no se olvidaba de nada: móvil (imprescindible casi como el hecho
de tener que respirar para seguir viviendo), cartera, llaves… estaba todo. Ya
podía salir de casa dispuesta a afrontar un nuevo día que prometía ser
agotador. Lo peor era el hecho de no saber si Alberto vendría con su careta de
jefe amable o sacaría a pasear su cara de perro de nuevo. Ojalá se le pinchasen
las cuatro ruedas del coche a la vez y no pudiese llegar a la oficina... Un
deseo demasiado bonito para ser verdad.
Salió por la puerta, y al
tiempo que le daba la vuelta a la llave su cabeza volvió a fantasear por un
instante con una vida perfecta en donde su mayor preocupación consistía en
decidir si quería tostadas o croissant para desayunar.
El pitido del coche que
tuvo que frenar en seco para no atropellarla mientras cruzaba la calle por un
lugar no permitido la devolvió a la realidad. Ni tostadas ni croissant. A ella
lo que le servirían por el momento serían una buena dosis de estrés y varias
docenas de informes de ventas que debían estar listos antes del mediodía. Giró
la esquina y se metió en la boca del metro, perdiéndose escaleras abajo entre
otras personas que, al igual que ella, se disponían a comenzar un nuevo día
mientras dejaban volar su imaginación, ese lugar en el que seguramente ellas
también soñaban con tostadas y croissants.”