Ayer al acostarme, sin comerlo ni beberlo, me topé con una
situación con la que no recuerdo haberme encontrado en mucho, muchísimo tiempo.
Y de la misma manera que toda causa tiene su efecto, esa situación llevó
consigo implícita una sensación que hizo que de pronto me parase a reflexionar.
La noche se presentaba normal. Después de cenar me puse a
ver un rato la tele y cuando noté cómo dormitaba y me estaba enterando más bien
poco de lo que se reflejaba en la pantalla decidí que era el momento ideal para
irme a dormir.
Allá que me fui, tambaleándome por el pasillo desde el salón-comedor-cocina
hasta llegar a la habitación y lanzándome en plancha sobre la cama. Me las
prometía muy felices hasta que cerré los ojos. Entonces comencé a dar vueltas.
Primero un giro a la izquierda. Luego un giro a la derecha. Giro a la izquierda
otra vez… No conseguía dormirme. Acababa de darme cuenta de que no tenía una historia
bonita con la que soñar. De pronto fui consciente de que me había quedado sin
príncipe azul.
Sí, lo confieso. Soy
de las que antes de caer en brazos de Morfeo se inventa un cuento de esos
cursis a más no poder en los que todo me sale bien y en los que impepinablemente
aparece un maromo interesante en el papel de coprotagonista. Para mi
desesperación ayer no tenía maromo que formase parte de ese mundo de color y
fantasía. Ayer ninguno de los tres posibles candidatos de los que disponía para
acompañarme en mi imaginación (para qué conformarme con uno si en la variedad
está el gusto) era de mi agrado. Por méritos propios, ninguno de ellos merecía
el papel principal así que me quedé, como se suele decir, compuesta y sin novio incluso en mis sueños. ¿Tiene o no tiene
narices la cosa?
Narices no sé, pero desde luego mala baba un rato largo… Al final
no recuerdo con qué ocupé mi cabeza, cuál fue mi último pensamiento antes de
dormirme, pero cuando me levanté esta mañana seguía dándole vueltas al asunto.
Vale que en la vida real haya asumido caminar sola por la calle y tener el sofá
enterito para mí, pero hasta ayer siempre disfrutaba en sueños de una vida en
la que compraba palomitas para dos y compartía manta y mando de la tele.
Después
de estrujarme el coco durante un rato (ni mucho ni poco, solo el
imprescindible) he llegado a la siguiente conclusión: Tal vez lo que mi cabeza ha
querido enviarme ha sido un aviso de hartazgo infinito, rogarme a su manera que
me ponga las pilas, baje de la nube y aterrice en el mundo real de una vez por
todas. Puede que lo que intentase decirme era que hiciese el favor de imaginar
menos y actuar más; que dejase de recordar historias del pasado que casi fueron
pero que nunca llegaron a ser y me dedicase a cultivar las relaciones humanas
de una manera más real. Que dejase de soñar con mi prototipo de chico alto,
moreno y de ojos oscuros que aparentemente todavía nadie ha construido para mí y
ampliase el rango de posibles candidatos sin poner ningún tipo de limitación al
asunto.
Estoy convencida de que lo de ayer por la noche fue un toque
de atención por parte de mi subconsciente, harto de que lo ignore hasta cuando
duermo, indicándome que haga el favor de vivir mi vida de una vez por todas,
entendiendo por mi vida todo aquello que me atañe y me afecte de una manera o
de otra. Ahora que he aprendido a quererme debería aprender a dejar que me
quieran. Y que lo hagan las personas correctas, significando eso lo que quiera
que signifique. Está claro que hasta la fecha me he confundido de pleno al abrir
la puerta y dejar entrar a los que no eran los adecuados, perdiendo de esta
manera un tiempo precioso que jamás volverá.
Creo que esta noche voy
a optar por cerrar los ojos y dejar mi mente en blanco. Permitirle a mi fase
REM tomar las riendas y que sea ella la que guíe mis sueños, a ver si entre
fotograma y fotograma de esa película irreal descifro alguna pista que me guíe,
ya en el mundo de los despiertos, hacia la dirección correcta que me permita encontrar
de una vez por todas, no al príncipe azul de mis sueños, sino a un chico de
carne y hueso con el que compartir palomitas y manta sin necesidad de tener que
cerrar los ojos para poder tenerlo a escasos centímetros de mí.
Marwan. En mi cabeza. https://youtu.be/2qHcOuZ8FBo
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