martes, 31 de mayo de 2016

El color sí importa.

Es curioso, pero hasta hace apenas unos minutos no caí en un pequeño detalle que ha estado condicionando, y de qué manera, esta última etapa de mi vida. Sentada como estaba en pleno atasco mañanero mi cabeza comenzó a divagar, y divagando… divagando… ella sola llegó a la siguiente conclusión, haciéndome por supuesto a mí partícipe de sus retorcidas pajas mentales: Desde que soy rubia la vida me va mejor.

Sé que a primera vista la reflexión puede hasta resultar demasiado extraña. Algunos incluso la tildarán de ridícula o de gilipollez, dependiendo del grado de finura que quieran otorgar a sus palabras, pero el trasfondo del asunto independientemente de la forma que se le quiera dar, es el mismo.

En mi época de morena yo era una persona gris, llena de complejos y sin iniciativa. Un vaso de agua para mí era sinónimo de ahogamiento sin remedio y mi frase preferida era “Nadie me quiere. ¿Cuál es mi problema?

Y esto resumido a grandes rasgos, porque si me pongo a explayarme sobre ese tema os tengo pegados a la silla hasta el año que viene y teniendo en cuenta que las vacaciones de verano están tan cerca me temo que lo único que conseguiría es que me odiaseis por no permitiros disfrutar de vuestro bien merecido descanso. Y no es plan. Además, si alguno de vosotros ha leído mis entradas empezando por la más antigua habrá apreciado de manera más que evidente que la Rut que comenzó a escribir este blog no es la misma persona que la que ahora suscribe estas líneas. Y menos mal, porque al paso que iba lo único que me quedaba por hacer era encerrarme a cal y canto con las persianas bajadas para no volver a ver la luz del sol y pedir comida a domicilio para no morirme de hambre.

Desde que tomé la decisión de aclararme el pelo, obligada en parte por mis continuas visitas a la peluquería a razón de una cada tres semanas, que era lo que duraba mi paciencia al ver cada mañana al levantarme el contraste entre lo oscuro de las puntas y lo blanco de la raíz, conseguí quitarme de encima la nube negra que ensombrecía mi existencia. El proceso fue duro y bastante largo, pero con el tiempo aprendí a quererme y a valorarme y ahora ya no hay quien me pare. Como he comentado en más de una ocasión, ya he estado una vez en el infierno y me niego a volver a él. Salvo que Lucifer monte la fiesta del siglo. Entonces sí, pero vestida con mis mejores galas y acompañada de mi radiante sonrisa.

Desde que me he pasado al “lado claro” he conseguido cambiar mi rutinario y poco gratificante trabajo por uno que me motiva enormemente y en el que me siento valorada de verdad. Cualquiera que sea funcionario sabe lo utópico que resultan en el gremio que nos ocupa cualquiera de las dos cosas de las que hablo. Fue otro parto doloroso pero que tuvo final feliz, así que doy por buenos todos y cada uno de aquellos días en los que me levantaba con la desazón de no saber si al final podría huir de la monotonía en la que se había convertido mi vida laboral.

Ha sido tomar la decisión de formar parte del “clan de las rubias” y he encontrado también la fuerza de voluntad necesaria para que el resto de mi cuerpo decidiese no quedarse atrás. Renovarse o morir. Y éste ha decidido renovarse. Ahora soy consumidora asidua de gimnasio y de comida sana a partes iguales. Y hoy por fin he podido estrenar unos pantalones que guardaban polvo desde hace dos años en mi armario, porque ya en el momento de la compra conseguía cerrar el botón con dificultad. Detalle éste que como podréis imaginaros también me llena de orgullo y satisfacción.

Ahora que mi pelo es claro por fin he tomado la decisión de cambiar de coche. Todavía a día de hoy no soy del todo consciente de cómo narices he conseguido hacerme con el modelo que quería, con los extras que quería y al precio que he encontrado. Digamos que al final las cosas salieron rodadas y ahora soy yo la que ruedo por las carreteras montada en mi bólido nuevo más feliz que una perdiz.

Si hasta me he liado la manta a la cabeza, cubriendo con estilo mi melena clara, y he tenido la osadía de agenciarme las gafas de sol que llevaba tiempo deseando y que nunca me decidía a comprar, tal vez por miedo a los cambios. ¿Qué será lo próximo? ¿Un viaje a la luna? Miedito me doy…



Desde que soy rubia soy más feliz, me he vuelto más sociable y me valoro más. No me quedo detrás de la barrera y lucho por lo que quiero, porque he descubierto que el conformismo del que me había rodeado para lo único que me ha servido ha sido para dejar de vivir. Y eso que mi tono de pelo dentro de la gama de los rubios es un tanto oscuro. El día que decida pasarme al rubio platino igual hasta encuentro a alguien que me aguante y todo… 


Ariana Grande. Dangerous Woman. https://youtu.be/9WbCfHutDSE



viernes, 20 de mayo de 2016

Coche nuevo... ¿vida nueva?

Soy de esas personas a las que el resto del universo define como “sentimentales”, dándole un significado tremendista al vocablo que perfectamente se podría equiparar a cualquier situación catastrófica en la que nadie puede salir bien parado.

Sí, lo confieso: tengo la fea costumbre de cogerle cariño a lo que me rodea, sea esto un ser vivo o cualquier objeto inerte que de una manera o de otra se ha cruzado en mi camino.

Hace hoy una semana me despedí por última vez de mi compañero de fatigas durante 16 años (se dice pronto...), mi cómplice fiel en innumerables aventuras, mi confesor mudo y discreto que a pesar de verme reír y llorar en infinitas ocasiones jamás se quejó ni descubrió mis vergüenzas al resto del mundo.

Todavía hoy recuerdo el día que llegué al concesionario y lo vi. Recuerdo que quería un coche gris pero me tuve que conformar con uno color azul China. Recuerdo el olor a nuevo. Recuerdo la ilusión que me invadió cuando encendí el contacto por primera vez. Recuerdo haber salido del concesionario a una velocidad máxima de 30 km/hora y pensar que volaba más rápido que un avión supersónico. Recuerdo que lo mío con él fue amor a primera vista. Recuerdo sentir esa sensación hasta el último segundo que pasamos juntos.

Los veranos en Madrid son duros y no aptos para cualquiera, especialmente en esos días en los que los termómetros se acercan peligrosamente a los 40 grados. Y si para cualquier mortal ese calor es asfixiante, no os quiero ni contar si vas en un Peugeot 206 que no dispone de aire acondicionado.

Teniendo en cuenta que cuando compré el coche ni en mis sueños más imposibles me veía liándome la manta a la cabeza y lléndome a vivir a Madrid, no consideré requisito imprescindible disponer de ese extra para evitar llegar a casa después del trabajo como si hubiese salido de una sauna, tras haberme subido a un coche que había pasado toda la mañana aparcado bajo el sol.

Seamos realistas: en Galicia con bajar las ventanillas en los días más calurosos del verano uno tiene más que suficiente, por lo que en su día no me pareció rentable pagar la diferencia que me pedían por instalar semejante aparato.

Total... que el pasado verano pensé morir de insolación en varias ocasiones. Y poco a poco, preocupada a partes iguales por mi salud y por la salud de mi ya entrado en años coche, fui gestando en mi cabeza la idea de buscarle un sustituto.

No penséis que fue tarea fácil. Los que me conocen saben lo tiquismiquis que me puedo poner a la hora de elegir algo que quiero. Los más graciosillos me llaman pija... yo me defino como alguien con las ideas claras. Y esta ocasión no iba a ser menos. ¿El problema? No encontraba el coche que cumpliese con todas mis expectativas.

Mal me veía en mi empeño hasta que un día, sin buscarlo, me topé de bruces con el elegido. Fue de la manera más casual y menos obvia: en medio de un atasco en pleno túnel de la M30. 

Una mañana camino del trabajo estaba parada rodeada de otros conductores que como yo hacían lo posible y lo imposible por no perder la paciencia cuando fijé la vista hacia el carril de mi derecha y lo vi. Y sí, efectivamente fue un flechazo. Y sí, nuevamente confirmé mi teoría de que soy una persona de extremos, alguien que puede pasarse tiempo tranquila dándole vueltas a algo y de repente cruzársele los cables y necesitar con imperiosa necesidad lo que hasta entonces era únicamente una vaga idea que rondaba su cabeza.

El cambio de coche estaba previsto para fin de año. De esta manera podría conseguir tener algo de colchón para poder hacer frente de una manera más holgada al coste final del modelo elegido, pero una sucesión de acontecimientos hizo que finalmente todo se precipitase y en menos de dos semanas vi, decidí y compré el sustituto de mi compañero fiel como si hubiese entrado en una tienda a por pipas.

Lo cierto es que hace una semana, cuando finalmente se formalizó todo, me envolvieron un cúmulo de sensaciones encontradas que hicieron que pasase del llanto por decirle hasta siempre a mi coche viejo a la sonrisa de oreja a oreja cuando me puse a los mandos de mi nuevo compañero.

Sé que nunca podré olvidar al 206, porque a pesar de que oficialmente no fue mi primer coche, sí fue el primero que realmente pude elegir y que pagué con el sudor de mi frente.

Y como este blog habla de mí y de las cosas importantes de mi vida, mi coche tenía que tener cabida en él.

A partir de ahora otro guiará mis pasos, pero como sucede con los primeros amores, jamás olvidaré a quien estuvo a mi lado durante todo este tiempo y se fue haciendo mayor conmigo.

Parece que el verano pretende instalarse por fin en Madrid y regalarnos mil días de sol y temperaturas infernales. Ya no me importa porque no temo llegar a casa con la ropa pegada al cuerpo. Afortunadamente para mí, esta vez sí dispongo de aire acondicionado. Climatizador bizona, para ser más exactos. Y ya pueden caerse los pájaros del cielo que yo iré notando la brisa en mi cara mientras sonrío.

Cyndi Lauper: I drove all night. https://youtu.be/2y1TZXc5DiY