Soy de esas personas a
las que el resto del universo define como “sentimentales”,
dándole un significado tremendista al vocablo que perfectamente se podría
equiparar a cualquier situación catastrófica en la que nadie puede
salir bien parado.
Sí, lo confieso: tengo la fea costumbre
de cogerle cariño a lo que me rodea, sea esto un ser vivo o
cualquier objeto inerte que de una manera o de otra se ha cruzado en
mi camino.
Hace hoy una semana me
despedí por última vez de mi compañero de fatigas durante 16 años
(se dice pronto...), mi cómplice fiel en innumerables aventuras, mi
confesor mudo y discreto que a pesar de verme reír y llorar en
infinitas ocasiones jamás se quejó ni descubrió mis vergüenzas al
resto del mundo.
Todavía hoy recuerdo
el día que llegué al concesionario y lo vi. Recuerdo que quería un
coche gris pero me tuve que conformar con uno color azul China.
Recuerdo el olor a nuevo. Recuerdo la ilusión que me invadió cuando
encendí el contacto por primera vez. Recuerdo haber salido del
concesionario a una velocidad máxima de 30 km/hora y pensar que volaba más
rápido que un avión supersónico. Recuerdo que lo mío con él fue
amor a primera vista. Recuerdo sentir esa sensación hasta el último
segundo que pasamos juntos.
Los veranos en Madrid
son duros y no aptos para cualquiera, especialmente en esos días en
los que los termómetros se acercan peligrosamente a los 40 grados. Y
si para cualquier mortal ese calor es asfixiante, no os quiero ni
contar si vas en un Peugeot 206 que no dispone de aire acondicionado.
Teniendo en cuenta que
cuando compré el coche ni en mis sueños más imposibles me veía
liándome la manta a la cabeza y lléndome a vivir a Madrid, no
consideré requisito imprescindible disponer de ese extra para evitar
llegar a casa después del trabajo como si hubiese salido de una
sauna, tras haberme subido a un coche que había pasado toda la
mañana aparcado bajo el sol.
Seamos realistas: en
Galicia con bajar las ventanillas en los días más calurosos del
verano uno tiene más que suficiente, por lo que en su día no me
pareció rentable pagar la diferencia que me pedían por instalar
semejante aparato.
Total... que el pasado
verano pensé morir de insolación en varias ocasiones. Y poco a
poco, preocupada a partes iguales por mi salud y por la salud de mi
ya entrado en años coche, fui gestando en mi cabeza la idea de
buscarle un sustituto.
No penséis que fue
tarea fácil. Los que me conocen saben lo tiquismiquis que me puedo
poner a la hora de elegir algo que quiero. Los más graciosillos me
llaman pija... yo me defino como alguien con las ideas claras. Y esta
ocasión no iba a ser menos. ¿El problema? No encontraba el coche
que cumpliese con todas mis expectativas.
Mal me veía en mi
empeño hasta que un día, sin buscarlo, me topé de bruces con el
elegido. Fue de la manera más casual y menos obvia: en medio de un
atasco en pleno túnel de la M30.
Una mañana camino del trabajo
estaba parada rodeada de otros conductores que como yo hacían lo
posible y lo imposible por no perder la paciencia cuando fijé la vista hacia el carril de mi derecha y lo vi. Y sí, efectivamente fue
un flechazo. Y sí, nuevamente confirmé mi teoría de que soy una
persona de extremos, alguien que puede pasarse tiempo tranquila
dándole vueltas a algo y de repente cruzársele los cables y
necesitar con imperiosa necesidad lo que hasta entonces era
únicamente una vaga idea que rondaba su cabeza.
El cambio de coche
estaba previsto para fin de año. De esta manera podría conseguir
tener algo de colchón para poder hacer frente de una manera más holgada al coste final del modelo
elegido, pero una sucesión de acontecimientos hizo que finalmente
todo se precipitase y en menos de dos semanas vi, decidí y compré
el sustituto de mi compañero fiel como si hubiese entrado en una
tienda a por pipas.
Lo cierto es que hace
una semana, cuando finalmente se formalizó todo, me envolvieron un
cúmulo de sensaciones encontradas que hicieron que pasase del llanto
por decirle hasta siempre a mi coche viejo a la sonrisa de oreja a
oreja cuando me puse a los mandos de mi nuevo compañero.
Sé que nunca podré
olvidar al 206, porque a pesar de que oficialmente no fue mi primer
coche, sí fue el primero que realmente pude elegir y que pagué con
el sudor de mi frente.
Y como este blog habla
de mí y de las cosas importantes de mi vida, mi coche tenía que
tener cabida en él.
A partir de ahora otro
guiará mis pasos, pero como sucede con los primeros amores, jamás
olvidaré a quien estuvo a mi lado durante todo este tiempo y se fue
haciendo mayor conmigo.
Parece
que el verano pretende instalarse por fin en Madrid y regalarnos mil
días de sol y temperaturas infernales. Ya no me importa porque no
temo llegar a casa con la ropa pegada al cuerpo. Afortunadamente para
mí, esta vez sí dispongo de aire acondicionado. Climatizador
bizona, para ser más exactos. Y ya pueden caerse los pájaros del
cielo que yo iré notando la brisa en mi cara mientras sonrío.
Cyndi
Lauper: I drove all night.
https://youtu.be/2y1TZXc5DiY
No hay comentarios:
Publicar un comentario