Si alguien me preguntase cómo me siento no me pensaría ni un
segundo la respuesta: estoy flotando, me encuentro como en una nube. Es una
sensación tan extraña, que tenía tan olvidada, que en cuanto me descuido un
poco mi cabeza se empeña en recordarme que puede ser la calma que precede a la tempestad. Y
ya saben los que me conocen cómo me afectan las tormentas, así que mejor
rememos hacia el buen tiempo, que no tengo ganas de volver a caer…
Lo cierto es que me siento tan dichosa estos días que me da
hasta miedo. Llevo mucho deseando fervientemente ser feliz, pero ahora que noto cómo revolotean las mariposas dentro de mí me agarroto, al tiempo que las
miro con desconfianza y las desafío con esos ojos grandes que he heredado de
mis progenitores amenazándolas sin mediar palabra: como me hagáis subir hasta
lo más alto para dejarme caer al vacío de nuevo os enteráis. Y me arriesgo a
sentir cómo el estómago se empequeñece y el corazón late a millones de
pulsaciones por segundo, temiendo el riesgo, sabiendo que la caída puede ser
morrocotuda. Pero ¡qué narices! Tic-tac, tic-tac, tic-tac… el reloj del tiempo
no se detiene y la vida tampoco, así que al cuerno con los miedos. ¿Que al
final las cosas no me salen como estaba previsto? Nunca podré culparme por no
haberlo intentado. Y eso ya es mucho en los tiempos que corren.
¿Soy feliz? ¿Lo he conseguido al fin? Es muy pronto para
afirmarlo. Demasiado. Pero al menos disfruto de mi nuevo yo. Me ha costado lo
mío, que nadie se piense que ha sido un camino fácil. He roto lazos con el pasado que me
aprisionaban hasta casi asfixiarme, y al cortar la cuerda que los unía a mí me he elevado hasta lo más alto, y por fin he podido ver las cosas
desde otra perspectiva. Ha sido como el punto de inflexión que necesitaba para volver
a sentirme viva, yo, sin ayuda de nadie más y con el apoyo de mucha gente.
No soy ninguna cría. El año 2013 me recuerda continuamente que me encuentro en el ecuador
de mi vida (siendo un poco optimistas) pero lo cierto es que me siento más joven
y viva que nunca. Quiero volver a saltar charcos, reírme con cualquier
tontería, disfrutar de cada mínimo detalle como si fuese lo más importante del
mundo. Volver a ser, en definitiva, esa niña grande que se esconde en este cuerpo
pequeño.
Tengo miedo. Miedo de que esta sensación que me invade me
explote en la cara. Y al mismo tiempo me siento ilusionada como hacía tiempo no
me sentía. Así que he puesto el miedo en un plato de la balanza y la ilusión en
el otro, y… ¿lo adivináis? La ilusión ha debido pasarse este fin de semana de
kilos, porque ha ganado por goleada. Así que he decidido apostar por ella y
lanzarme a la piscina, comprobando, eso sí, que está llena de agua, que una
cosa es tirarse en plancha y otra muy distinta partirse la crisma contra el
fondo.
Y como sé que me lo merezco, esta vez sí. Esta vez la que
suscribe va a conseguir lo que se ha propuesto: va a caminar erguida por las calles de Madrid.
Lo de ir mirando al suelo lo voy a dejar para otra ocasión. Porque ahora una
sonrisa ilumina mi cara.