jueves, 10 de septiembre de 2015

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Dicen que la edad real de una persona no se refleja por la fecha de su nacimiento. Para saber exactamente cómo de joven es uno hay que ver más allá de esos números y fijarse en cuál es su verdadera mentalidad, la manera que tiene cada cual de enfrentarse a la vida y a los obstáculos que van apareciendo por el camino.

Hay gente que es anciana con apenas treinta años y cuarentones que reflejan edades muy inferiores. He conocido a personas a lo largo de mi existencia cuya vida pareció detenerse nada más tener el primer hijo y, como si ésa fuese la excusa que estaban esperando, de golpe y porrazo decidieron envejecer mil años en un segundo. Pobres diablos.

Y luego estamos las personas como yo, eternas quinceañeras que nos negamos a sucumbir a los años que indiscretamente se muestran en nuestro carnet de identidad.

Reconozco que no siempre he sido así. Confieso que durante mucho tiempo, más del que me hubiese gustado, yo también fui una anciana prematura. Dejé de disfrutar de la vida, me anquilosé en una rutina que acabó por consumir mis ganas de jugar a ser joven. Lo más triste de toda esta historia reside en el hecho de que ni yo misma era consciente de las arrugas que se me estaban marcando a fuego por dentro aun cuando mi apariencia física no mostraba ni un ápice de mi profundo deterioro interior.

Y asumía como normal el haber lanzado a mi iniciativa por la ventana de un sexto piso con el único fin de impedirle que me tentase con sus ganas de salir, de asumir nuevos retos, de recorrer mundo, de afrontar nuevas experiencias… En una palabra: de VIVIR.

Un día decidí que no quería seguir marchitándome y tomé la decisión de rejuvenecer lo envejecido. A pesar de que cada año una vela más puebla la tarta, mi yo interior se revela por seguir haciéndose mayor y se niega a seguir creciendo, que no madurando.

He evolucionado lo indecible con el paso del tiempo, pero no por ello mi mentalidad se ha vuelto casposa y anticuada. Cada día que pasa siento que mi niña interior sigue ganando la batalla a la adulta que pretende dirigir mi destino. Mientras, yo la observo y la animo desde la barrera a que continúe con esa hegemonía que ha logrado a base de constancia y valor.

Llegados a este punto añadiré una confesión más a todas las reflexiones que he dejado caer así, como quien no quiere la cosa, el motivo por el que he filosofado algo más de la cuenta: Hoy es mi cumpleaños. Además, no es un cumpleaños cualquiera. Estreno nueva década y a pesar de que el número que descaradamente se asoma asusta, ponedme un charco delante y veréis qué estilo tengo cogiendo impulso, saltando encima y salpicando a todo aquel que se encuentre dentro de mi radio de acción.

No sé cómo lo he conseguido, pero no sólo he logrado quitarme las arrugas interiores sin necesidad de gastarme los ahorros en un lifting sino que además a día de hoy ni la primera muestra del paso del tiempo ha hecho acto de presencia en este cutis que Dios me ha dado. Estoy convencida de que haber recuperado mi locura infantil tiene mucho que ver en ello.


El otro día me preguntaron qué quería por mi cumpleaños y yo lo único que pedí es que me sorprendiesen. Como a cualquier niña pequeña, y yo no iba a ser menos, me encantan las sorpresas.



Electric Nana: Won’t stophttps://youtu.be/ZrWEg5E-DGs