Dicen que la edad real de
una persona no se refleja por la fecha de su nacimiento. Para saber exactamente
cómo de joven es uno hay que ver más allá de esos números y fijarse en cuál es
su verdadera mentalidad, la manera que tiene cada cual de enfrentarse a la vida
y a los obstáculos que van apareciendo por el camino.
Hay gente que es anciana
con apenas treinta años y cuarentones que reflejan edades muy inferiores. He
conocido a personas a lo largo de mi existencia cuya vida pareció detenerse
nada más tener el primer hijo y, como si ésa fuese la excusa que estaban
esperando, de golpe y porrazo decidieron envejecer mil años en un segundo.
Pobres diablos.
Y luego estamos las
personas como yo, eternas quinceañeras que nos negamos a sucumbir a los años
que indiscretamente se muestran en nuestro carnet de identidad.
Reconozco que no siempre
he sido así. Confieso que durante mucho tiempo, más del que me hubiese gustado,
yo también fui una anciana prematura. Dejé de disfrutar de la vida, me
anquilosé en una rutina que acabó por consumir mis ganas de jugar a ser joven. Lo
más triste de toda esta historia reside en el hecho de que ni yo misma era consciente
de las arrugas que se me estaban marcando a fuego por dentro aun cuando mi
apariencia física no mostraba ni un ápice de mi profundo deterioro interior.
Y asumía como normal el
haber lanzado a mi iniciativa por la ventana de un sexto piso con el único fin
de impedirle que me tentase con sus ganas de salir, de asumir nuevos retos, de
recorrer mundo, de afrontar nuevas experiencias… En una palabra: de VIVIR.
Un día decidí que no
quería seguir marchitándome y tomé la decisión de rejuvenecer lo envejecido. A
pesar de que cada año una vela más puebla la tarta, mi yo interior se revela
por seguir haciéndose mayor y se niega a seguir creciendo, que no madurando.
He evolucionado lo
indecible con el paso del tiempo, pero no por ello mi mentalidad se ha vuelto
casposa y anticuada. Cada día que pasa siento que mi niña interior sigue
ganando la batalla a la adulta que pretende dirigir mi destino. Mientras, yo la
observo y la animo desde la barrera a que continúe con esa hegemonía que ha
logrado a base de constancia y valor.
Llegados a este punto
añadiré una confesión más a todas las reflexiones que he dejado caer así, como
quien no quiere la cosa, el motivo por el que he filosofado algo más de la
cuenta: Hoy es mi cumpleaños. Además, no es un cumpleaños cualquiera. Estreno
nueva década y a pesar de que el número que descaradamente se asoma asusta, ponedme
un charco delante y veréis qué estilo tengo cogiendo impulso, saltando encima y
salpicando a todo aquel que se encuentre dentro de mi radio de acción.
No sé cómo lo he
conseguido, pero no sólo he logrado quitarme las arrugas interiores sin
necesidad de gastarme los ahorros en un lifting sino que además a día de hoy ni
la primera muestra del paso del tiempo ha hecho acto de presencia en este cutis
que Dios me ha dado. Estoy convencida de que haber recuperado mi locura
infantil tiene mucho que ver en ello.
El
otro día me preguntaron qué quería por mi cumpleaños y yo lo único que pedí es
que me sorprendiesen. Como a cualquier niña pequeña, y yo no iba a ser menos, me
encantan las sorpresas.