martes, 31 de diciembre de 2013

Balance, que no balanceo.



31 de diciembre, fun, fun, fun…. O algo así… Sea como fuere hoy damos portazo a otro año que ya termina y yo a estas horas tempranas del día ya estoy cogiendo impulso porque lo mío no va a ser un portazo, va a ser una hostia en toda regla, con puñetazo incluido. 

Y mira que lo afronté con una ilusión inusitada. Por varias razones, unas de peso y otras no tanto, pero motivos al fin y al cabo que me hacían pensar que el 2013 iba a ser mi año por fin. Si hasta me dediqué a proclamarlo a los cuatro vientos. Está claro que no se puede ser tan engreída. Porque es cierto, si te sale bien, genial. Pero como te salga mal la predicción… ni Aramís Fuster te supera en meteduras de pata… 

Comencé el uno de enero con mucha fuerza, comiéndome el mundo. Oficialmente había cerrado una etapa dura de mi vida, después de muchos aplazamientos, indecisiones y titubeos. Volvía a tomar las riendas de mi existencia, sola pero sin cargas. Triste por lo que mi cambio de estado implicaba pero deseosa de comenzar a dar ya no pasos, sino zancadas, hacia adelante y no como los cangrejos. Me sentía optimista, con fuerzas y sobre todo con muchísimas ganas de comerme el mundo. Además, el 13 es mi número favorito, así que ¿cómo no pensar que todos los planetas, constelaciones y demás integrantes celestes por fin se habían alineado de la manera perfecta para hacer que mi vida diese un giro radical hacia la felicidad? 

No mentiré: el año comenzó bien. Algo en mi interior cambió y yo no tuve más remedio que hacerlo con él. Me sentía más ligera, feliz y hasta guapa. Y la gente se dio cuenta de mi cambio. Ahora era yo la que daba consejos y alentaba a la gente cuando se sentía desgraciada y no al revés. Toda una novedad para mí. Incluso hubo hueco para la ilusión. Porque sin quererlo volví a ilusionarme. Mucho. Tal vez demasiado… Como (casi) todo lo bueno no duró mucho, pero mientras estuve bajo su influjo os juro que toqué las estrellas. ¡Volvía a ser FELIZ! Así, con mayúsculas y entre exclamaciones. Sí, gente, la felicidad es cierto que existe… yo también llegué a pensar que era una utopía.

Y después vino la Gran Hostia. ENORME. También con mayúsculas, lamentablemente. Yo volvía a ser la que era animada por los demás, la que ya no se sentía con fuerzas para dar consejos a nadie, la que cuando le decías “qué guapa estás hoy” se echaba a llorar sin remedio. Me daba igual estar sola o con más gente, en casa o en el trabajo… yo lloraba y mis lágrimas barrieron las pocas ganas que me quedaban de comerme el mundo. Y sin darme cuenta el mundo me devoró. De un bocado y casi sin masticar. Y me volví a ver en los infiernos. Intenté desesperada encontrar la trampilla secreta que me permitiese huir de allí, de un sitio que ya conocía y que detestaba: en el infierno te mueres de calor por más ropa que te quites, y además huele a azufre. Y ya sabéis que yo soy fiel a mi Carolina Herrera 212. 

No pude. IMPOSIBLE. Pedí ayuda, grité a los cuatro vientos sin que una palabra saliese por mi boca. No podía hablar. En cuanto lo intentaba un nudo cerraba mi garganta y las lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas. E hice la llamada. Y mamá y papá vinieron al rescate de su niña. Cómo los adoro. Sé que suena a tópico, pero tengo los mejores padres de este mundo. Y el que me discuta este hecho se las tendrá que ver conmigo. Aviso.  

A mediados de año comencé a remontar. Poco a poco y con ayuda. Aprovecho para decir que aparte de tener los padres más maravillosos de esta tierra, la gente que me rodea es increíble y tiene más paciencia que un santo. Me debo a ell@s y sé que jamás podré pagarles todo el cariño que me han demostrado estos últimos meses. Es muy fácil convivir con alguien que está feliz. Prueba a hacerlo con una persona que no tiene ganas de nada, que se siente una mierda, que no se quiere ni una miaja y que está todo el día hablando de lo desgraciada que es. Agota a un santo. Y yo he agotado a más de uno porque yo soy más chula que nadie. Menos mal que mis ángeles tienen más paciencia que Job y han sabido lidiar conmigo.  

Pero no todo ha sido malo. Un año tiene muchos días y afortunadamente alguno de ellos he visto brillar el sol. Por ejemplo: escribo desde el salón-comedor-cocina de mi piso nuevo. Después de más de dos años y medio de convivencia maravillosa con Salo nuestros caminos de compañeras de piso se separaron (por una buena causa, que nadie se piense que terminamos tirándonos las ollas y sartenes a la cabeza) y comencé el maravilloso reto de buscar nuevo hogar. El/la que viva en Madrid seguro que en estos momentos se llevará las manos a la cabeza al tiempo que murmura por lo bajinis: “ay mi pobre… la que le espera…”. Yo oigo la palabra mudanza y me quiero tirar de un décimo piso sin paracaídas. O mejor de un undécimo… para asegurarme de que la caída es certera. Os aseguro que la búsqueda de un piso medianamente decente sin que tengas que ponerte a pedir en Sol para poder comer a fin de mes es peor que una aventura de Indiana Jones. Desespera a cualquiera, y aunque ha quedado claro que yo no soy cualquiera, a mí también consigue que me tire de los pelos. Afortunadamente y como sucede en las pelis de Indi, al final y después de pasar mil dificultades todo terminó bien y di con mi piso. En el fondo estoy convencida de que siempre hay un piso destinado para ti. Es como tu media naranja pero de pago. Eso sí: viene con muebles y demás enseres que te hacen la habitabilidad más llevadera. Miro a mi alrededor y me siento muy a gusto aquí, cómoda y con 65 m2 para mí solita. Me considero una inquilina afortunada.  

Después de todo lo acontecido este año vuelvo a sentirme bien, y con ganas de relacionarme y conocer a gente nueva. Y lo que es más importante: intento hacer lo posible por conseguirlo. Claro que siempre se puede hacer más, pero yo soy como los niños cuando comienzan a caminar: voy pasito a paso, a mi ritmo. 

Ayer fui a cenar con Patri, Silvia y su hermana, y Silvia nos preguntó a cada una de nosotras por lo mejor y lo peor que había tenido este año, y si considerábamos que había sido bueno para nosotras o no. ¿mi veredicto? ¡que le den por culo (disculpando) al puñetero! Por un momento hubiese deseado tener súper poderes y con una varita mágica hacer que desapareciese del calendario, pero la vocecilla que tengo en mi cabeza muy sabiamente me dice: “piensa que de lo malo también se aprende”. Así que bien mirado el 2013 me ha impartido una buena clase magistral. Y como siempre he sido buena estudiante mi nota no podía haber sido otra: Matrícula de honor.  

Ahora vuelvo a estar fuerte, vuelvo a ver algo de luz en algún lugar de la distancia y deseo con todas mis ganas que este año llegue a su fin para poder darle la bienvenida al 2014 como se merece. No pienso volver a caer en el error de gritar a todo el que me quiera escuchar que el año que empieza va a ser mi año, porque ya he aprendido que esto funciona como con los deseos cuando soplas las velas: si los desvelas no se cumplen. 

Hoy es 31 de diciembre. Quedan muy pocas horas para pasar la página del calendario y cambiar el 3 por el 4. Cuando den las doce esta Cenicienta de cuento saldrá corriendo huyendo del pasado y en dirección al futuro. Ni siquiera girará la cabeza para mirar atrás, y si tiene la mala suerte de perder el zapato de cristal ahí lo dejará, esperando que un príncipe lo recoja y la busque a lo largo de los próximos 12 meses para colocárselo con delicadeza en el pie… 

Sé que suena a tópico, pero como buena chica de costumbres que en el fondo soy, no esperéis un cierre de esta entrada diferente al que sigue:





Feliz año 2014 a todos. Ojalá todos vuestros deseos se hagan realidad y la sonrisa que ilumine vuestra cara sea de sincera felicidad. Yo ya estoy practicando la mía.

Presiento que este año sí…. 


Mecano. Un año más. http://youtu.be/n5KmzA_hMqE









domingo, 22 de diciembre de 2013

Mucho más que nombres.



Un poco tarde, pero os deseo a todos un feliz día de la salud. La mía se ve que es de hierro puro, porque lo que es dinero… ni un euro. Iba a decir que ni un duro, pero yo voy de moderna, y teniendo en cuenta que llevamos ya unos cuantos añitos con esta moneda, decir otra cosa sería ir en contra de mis principios.

Ayer recibí mi primera felicitación de Navidad. Fue en forma de whatsapp y me la envió la última persona de la que me la hubiese esperado. Llevaba sin saber de él un par de meses como mínimo, que fue cuando decidimos (al menos yo) que había que poner tierra de por medio. En esa última conversación mantenida ambos nos dijimos cosas que no fueron nada agradables y como María Jiménez yo grité ¡Se acabó!.  Por eso volver a saber de él, y de esta manera tan inesperada, me hizo darme cuenta de nuevo (no es la primera vez que nos distanciamos) del cariño que le tengo. Somos las personas más diferentes que se puedan poner una en frente de la otra; nuestra forma de ver la vida y sobre todo de entender las relaciones es totalmente contraria; y sin embargo y a pesar de todo, lo aprecio de una manera muy especial que sé que no va a cambiar.

Éstas fueron las palabras que nos volvieron a unir: 

Él: Feliz Navidad señorita (…) Sigues enfadadita conmigo?

Yo: (...) No. Y usted conmigo?

Él: (…) Nunca 

… y a partir de ahí, el hielo volvió a romperse entre los dos…

Ayer recibí mi primera felicitación de Navidad pero sé que no será la última. O eso espero, al menos. De lo contrario pensaré que soy la persona más horrible del mundo a la que nadie aprecia. Y, llamadme vanidosa si queréis, pero yo sé que no es verdad.

Puede que a veces no lo demuestre como debiera, pero mi corazón está llenito de gente maravillosa, a la que admiro, quiero y respeto sobre todas las cosas.

Está mi niña Tere, la cosa más grande que ha parido madre. La tía más inteligente que he conocido nunca, con una cabeza muy bien amueblada y mucho sentido común. Es la voz de mi conciencia, incluso cuando me gustaría que la puñetera conciencia fuese muda…

Mayte es esa hermana mayor que no tengo. Me protege y defiende con uñas y dientes de todo aquello que intente hacerme daño. Si tuviese que pagar a alguien por hacer ese trabajo no me lo pensaría ni un minuto. Tiene el corazón más grande del mundo mundial, y es la persona más sencilla (y cabezona) de toda la Tierra. Y si Mayte es la mayor, Araceli es mi hermana pequeña. No necesita que la protejan porque buena es la señorita, pero como es la más joven… pues a joderse… Otra que parece Pepito Grillo en ocasiones, es de las que le llaman al pan, pan y al vino, vino. Eso sí: Me quiere y la quiero. Con locura… Somos las tres componentes del Trío Calavera desde que coincidimos en el instituto. Inseparables. AMIGAS.

Montse… mi otro gran pilar que estuvo apoyándome en mis horas más bajas, cuando descendí a los infiernos y ardía sin poder evitarlo. En los tiempos en los que me dejaba caer y me daba igual todo, ella me tendió la mano y me ayudó a salir a flote, ofreciéndome su comprensión, su apoyo y su cariño. ¡¡¡Cómo no voy a querer a alguien así cerca de mí!!! Estaría loca sin no lo hiciese…. ¿lo único malo? Que con Montse viene Fran… su maridito… ¡¡Qué tio!!! Los dos son como un pack de yogures que no puedes romper porque no se venden por separado. Todavía recuerdo la primera vez que escuché su voz (me refiero a la de Fran): fue por mi cumpleaños, hace ya un tiempo, cuando y para gastarme una broma se hizo pasar por uno del IKEA que quería confirmar la dirección de entrega del dormitorio rosa que supuestamente yo había encargado… Casi lo mato. Y desde ese momento supe que nos llevaríamos, bien no, lo siguiente. Porque es un tío de ley, que sé que quiere mucho a mi amiga y por consiguiente yo a él también.

¿Y qué decir del resto del clan Lonza al que todavía no he nombrado? Eva es de mi época universitaria a la que perdí la pista hasta que volvimos a encotrarnos años después trabajando juntas. Es un amor, una loca de las Nancys que siempre se apunta cuando de organizar una reunión de amigos se trata. Lo que hemos pasado juntas, ¿eh loquita? David…. David es el chico que toda madre querría para su hija. Y yo si fuese madre lo secuestraría ¡pero para mí! No he conocido a una persona más dulce (sin llegar a empalagoso) y sensible que él. Lástima que esté pillado…. ¡Mecachís! Las hay con suerte… Y como las buenas personas con buenas personas se juntan, aparece mi niño Santi en escena. Me lo pediría para Reyes si fuese posible, pero ¡maldita sea su estampa! éste también ha caído ya en las redes del amor y ya se sabe que ni las tijeras más afiladas consiguen romperlas. Lo adoro. No puedo decir más sobre él. Y por último pero no por ello menos importante en este grupo de gente está Noe. La integrante más reciente. Un encanto de niña, cómo no. Por eso se ha juntado con esta panda de degenerados….

Y pasa el tiempo y la gente viene… y la gente va. Y yo misma me fui de mi tierra y aterricé en la capital del reino: Madrid.

Y me tocó volver a socializar un poco más y abrí las puertas de mi corazón a cuatro personitas maravillosas (en realidad son cinco, pero a Violeta se le dio por irse a Lituania y no veas lo lejos que cae eso… Te echo de menos, cosa guapa…), cuatro personas que me han llenado todavía más si cabe como persona y que se han convertido en mis mayores apoyos ahora que me encuentro lejos de casa: Salomé, otra pontevedresa en Madrid a la que he tenido que conocer en una ciudad de millones de habitantes cuando en Pontevedra vivíamos como a diez minutos la una de la otra… Tiene narices la cosa. Salo es… única. La quise, la quiero y la querré siempre. Hemos pasado por mucho juntas y a mí me ha aguantado mis bajones como una campeona. Sólo por eso se merece una medalla. Concha es mi otra hermana mayor. Puede que por las circunstancias (laborales) ahora el contacto no sea tan intenso como antes, pero sé que puedo contar con ella cuando la necesite y eso para mí es lo más importante. Mi niña Patri, la peque del grupo. Es la cosa más bonita que ha parido madre. Tiene un corazón de oro y una madurez que ya querrían otros. Es sensata y arrolladora. Lucha con uñas y dientes por lo que quiere y su tenacidad y constancia son cualidades que hacen que la admire más si cabe. Y Silvia… ¡ay mi Silvia! La última en llegar a mi vida. Tiene una personalidad que arrasa y arrastra, te contagia su vitalidad sin que apenas te des cuenta. Me encanta porque te dice las cosas a la cara, te guste o no. Luego se arrepiente y te pide perdón por si ha sido demasiado brusca… ¡Pero qué guapa eres, madre mía!

Y de esto está lleno mi corazón. De gente a la que admiro y quiero. Gente que me ha demostrado que merece la pena y a la que no querría perder por nada del mundo. Hay mucha más, por supuesto. Estos son sólo una pequeña muestra de todo el abanico de personajes que me acompañan en mi día a día. Si alguna vez tocas mi corazón los sentirás a todos y cada uno de ellos, porque viven en mí, y gracias a su presencia yo soy como soy.

La canción que cierra hoy todo esta diatriba dice un poco eso: que si pones tu mano en mi corazón no necesitarás nada más para saber que todo va a ir bien aunque tú no te lo creas.

Y esto me recuerda que hace poco dedicaba este tema a alguien que, como yo hace no mucho, se encuentra perdido… Es curioso. Es una persona a la que no he visto jamás en persona, pero que me transmite muy buenas vibraciones por cómo me ha hablado, por cómo escribe… Hace unos días acordamos que un día de estos quedaríamos para cenar. Ojalá no se arrepienta y podamos vernos cara a cara por fin. La curiosidad que tengo por conocerle es enorme…




Y sí, mi corazón está repleto de cosas buenas, pero siempre habrá sitio para todo aquél que se gane a pulso un lugar en él. ¿te animas?

Olly Murs. Hand on heart. http://youtu.be/W3vijeR0ZRs





domingo, 15 de diciembre de 2013

... de príncipes y princesas.

Siempre me ha gustado mucho leer. Desde que tengo uso de razón. De hecho quien me conoce sabe que soy un ente a un libro pegado. Y más ahora que me muevo con frecuencia en transporte público y por ende tengo tiempo de sobra para dedicarme al placer de la lectura.
   
Hace unos días ha venido a mi mente un libro que cuando era pequeñita devoraba una y otra vez. Era un libro, lo recuerdo como si lo tuviese delante ahora mismo, del tamaño de un folio y tapa dura y que incluía los cuentos de Robin Hood, La Bella Durmiente y de los 101 dálmatas basados en las ilustraciones sacadas de las películas de Disney. Me lo sabía de memoria: sabía que Robin al final terminaría robando a los ricos para dar el dinero a los pobres, que el dulce beso de amor del príncipe despertaría a la bella princesa y que la malvada Cruella de Vil nunca podría lucir ese abrigo hecho con la piel de los dálmatas que tanto ansiaba. Y aún así no pasaba una semana sin que tuviese ese libro entre mis manos y me hipnotizase con esos dibujos que contaban historias mágicas. 

Así que decidí regresar a mi infancia y no cejé en mi empeño hasta que conseguí la película que ilustraba una de esas historias y, lo confieso, hace un rato he vuelto a encontrarme cara a cara con la princesa Aurora, el príncipe Felipe y la malvada Maléfica. ¡¡¡Qué mujer!!!

En realidad la búsqueda que hizo que viniese a mi cabeza ese libro comenzó con mi deseo por conseguir mi película favorita de Walt Disney: La Cenicienta. Y por supuesto que di con ella. Y una vez logrado me faltó tiempo para conectar mi portátil a la tele y darle al play. Una niña pequeña no hubiese disfrutado más imaginándose la protagonista de la historia. No porque me guste sentirme repudiada por una madrastra desalmada y unas hermanastras que son de todo menos agraciadas y simpáticas. Ni siquiera porque me guste pasarme el día fregando, planchando y remendando ropa. Cierto que he confesado en más de una ocasión que planchar me relaja, pero sólo cuando a mí me apetece y nunca cuando lo tengo que hacer por obligación. Tampoco porque me vea obligada a vestir con harapos todos los días y no pueda disponer de un fondo de armario en condiciones. Lo que quiero es el final feliz, ese en el que el príncipe azul se enamora sin quererlo de una extraña que aparece por arte de magia  en el baile. Me gusta ese halo de misterio con el que la joven protagonista abandona al enamorado boquiabierto y desconcertado y pierde su zapato de cristal cuando el reloj de palacio marca la medianoche. Qué curioso… durante mucho tiempo poco más aguantaba yo un sábado por la noche. Con zapato de cristal o sin él en cierto modo yo también era Cenicienta: a las doce me iba a casa.

Y sobre todo sueño con el  momento en el que, a pesar de todas las adversidades, el amor verdadero triunfa al final sobre todas las cosas, y termina cambiando el rumbo del universo.

Pocos lo saben, pero hace más o menos un año he estado a punto de tatuarme un zapato de cristal en el hombro… Era mi manera de recordarme a mí misma que a pesar de que la historia que por aquellas fechas terminaba definitivamente jamás perdería la esperanza de encontrar otro nuevo cuento que me haría volver a soñar y a creer.

Lo sé: soy una romántica. Creo en príncipes y princesas, invento en mi cabeza historias que siempre terminan bien, me imagino a ese chico que da los buenos días a la chica con un beso, que la coge de la mano cuando salen a pasear y la sorprende habitualmente con pequeños detalles.  Y que nadie se confunda: Romántica y ñoña son adjetivos que no tienen por qué ir juntos en una misma frase. Lo comento por si alguien se estaba haciendo ya esa composición de lugar…

Lo sé: Mi imaginación es desbordante. Y la leche que me pego cuando abro los ojos y me encuentro de bruces con la realidad es brutal.

Pero me da igual lo que digan los demás. Poco me importa que se rían de mí y me señalen como si estuviese loca. Yo quiero ser Cenicienta, no renuncio a mi final feliz ni a encontrar a mi príncipe azul. Aunque para eso tenga que besar a muchas ranas por el camino. Que se pongan a la fila que cuanto antes comience antes termino. Y al final escribiré mi historia y la terminaré con esa famosa frase con la que terminan todos los cuentos de hadas: “… y fueron felices y comieron perdices…”



Y si no me creéis, tiempo al tiempo.



Ilsa. Cenicienta. http://youtu.be/o6-hpIwvHzA


 



viernes, 13 de diciembre de 2013

Lluvia sumada a melancolía igual a nostalgia.

Hoy es viernes, viernes 13. Siempre me ha gustado esa confluencia de día de la semana y número del mes. No porque en algún momento de mi vida me haya pasado algo especialmente importante o significativo; me atrae sin más. Tal vez el hecho de que venga del país de las meigas tenga algo que ver con ello. Desde luego siempre me he considerado una brujilla (que no bruja) buena y revoltosa. Y bien orgullosa que me siento de ello.

Hoy, advierto, me he puesto a escribir sin saber muy bien qué contar. Estaba sentada en el sofá de casa después de un día que ha resultado agotador y me ha invadido una extraña melancolía que no sé muy bien a dónde me llevará.

No estoy triste por ningún motivo en concreto. De hecho mi vida últimamente está siendo de todo menos aburrida, pero hoy me invade cierta inquietud que no sé muy bien cómo controlar, así que sin apenas darme cuenta he echado mano de mi portátil, abierto la tapa y pulsado el botón de encendido. Y de pronto apareció ante mí la foto que tengo como fondo de pantalla en la que estamos Araceli y yo, amigas inseparables desde que nos conocimos en nuestro primer día de instituto en Pontevedra.  Adoro esa foto porque cada vez que la veo me demuestra que, a pesar de los años transcurridos y de que la distancia nos hubiese separado durante un tiempo, se crean lazos tan fuertes entre las personas que en nuestro caso han conseguido que siga existiendo entre nosotras un cariño tan grande como en aquella época en la que comenzamos a compartir confidencias mutuas.

Cuántas cosas se esconden detrás de una simple foto. Tengo una caja enorme llena de recuerdos. De vez en cuando, en esos momentos en los que el masoquismo me invade, me siento en el suelo (me encanta sentarme en el suelo), abro esa caja y comienzo a desempolvar el pasado. Y me reencuentro con gente que de tan joven que se ve en esas imágenes parece otra diferente a la actual, personas que ya no están aunque vivan para siempre en la memoria, gente que ha pasado por mi vida y de la que en la actualidad únicamente conservo esas imágenes, y otra mucha que me sigue acompañando y ayudándome a seguir adelante. Y me puedo pasar horas viendo esas fotos y rememorando las situaciones que dieron lugar a todas esas instantáneas: reuniones de amigos, fiestas, cumpleaños, encuentros familiares, antiguos novietes, viajes inolvidables, estancias en el extranjero que me han convertido en lo que soy…

Y cuando vuelvo a cerrar esa caja con ella se queda un pedacito de mí, cuidando de todos esos recuerdos y de toda esa gente, mientras mi cuerpo y mi mente regresan al presente. Y vuelvo a encotrarme sentada delante del ordenador, haciendo doble clic para abrir el archivo de Word en el que, sin apenas darme cuenta, comienzo a escribir sin rumbo, sin saber muy bien qué quiero contar pero teniendo claro que me apetece hacerlo porque es la manera que tengo de desahogarme y luchar contra esa melancolía que me arrulla y me envuelve con su sutil tristeza.

Hoy es viernes, viernes 13. El inicio de un nuevo fin de semana. Frío y, si las circunstancias no lo remedian, también lluvioso. Un día como otro cualquiera para permitir que mis dedos se deslicen por el teclado y, dejándose llevar por esa nebulosa que me invade, llenen las páginas blancas de un folio ficticio que aparece en la pantalla de mi portátil con palabras que tal vez no signifiquen nada para cualquier otro que no sea yo, pero que me identifican como persona y que me ayudan a descubrir un poco más quién soy.

Porque incluso las brujillas necesitamos averiguar quiénes somos, a dónde vamos y de dónde venimos… Y por eso nos sentamos en el suelo, cual simples mortales, abrimos esa caja llena de recuerdos y esparcimos a nuestro alrededor todos y cada uno de los momentos que han formado parte de nuestro pasado. Podría parecer que no sabemos lo que hacemos, que estamos llenando la habitación de simples fotografías…  En realidad intentamos no olvidar nuestras raíces. Así que, si me disculpáis, voy a introducirme durante un rato en la máquina del tiempo...



Mientras, y sin que pueda hacer nada por evitarlo, ese halo de melancolía que me invade sigue haciendo de las suyas…



Luz Casal. Entre mis recuerdos. http://youtu.be/zUnOWCURe2M






domingo, 8 de diciembre de 2013

It's Christmas time.

Ya es oficial. La Navidad ha llegado a mi casa. He completado con éxito el ritual que tiene lugar todos los años: He montado el árbol.

 Ya respiro ese aire que evoca que todos mis sentidos se remonten al pasado, como si el árbol ejerciese sobre mí ese poder, como si me diese la posibilidad de volver a vivir esos recuerdos que se encuentran guardados en mi mente para quedarse. 

Como en la historia del fantasma de las Navidades pasadas, cierro los ojos y me veo en la aldea de mis abuelos maternos, enana como era, rodeada de mis primos primero y cuando le tocó a él, también de mi hermano.

Esperábamos con ilusión cómo mi padre venía con el pino que había ido a buscar al bosque, ansiosos por que llenasen el cubo de arena y lo colocasen allí. Era la señal que indicaba que podíamos comenzar a  decorarlo. Las cintas de colores y las bolas pasaban de mano en mano hasta quedar colocadas en el lugar en el que lucirían durante las semanas siguientes. Era el inicio de unos días llenos de nervios e ilusión. No había que ir al cole y a pesar del frío horroroso que hacía en aquella casa de piedra sin calefacción, pero con una cocina de leña que no se apagaba durante todo el día, éramos felices. Esperábamos con ansiedad la noche del 24 de diciembre, como si nos fuese la vida en ello. En mi familia siempre fuimos más del señor de rojo que de los Reyes. Y yo agradezco que así haya sido, porque de esta manera he podido disfrutar de mis juguetes durante más tiempo que otros niños.

Por aquel entonces la importancia que le dábamos a la familia era mínima. Lo que nos importaba era saber que bajo ese árbol que decorábamos con todo el esmero que se puede esperar de unos mocosos  sin ningún tipo de gusto por lo estético, aparecerían como por arte de magia regalos envueltos con delicadeza en papeles de colores que no durarían ni dos segundos. Era el colofón a una noche en la que nos pondríamos hasta arriba de turrón y demás delicias navideñas. A partir de entonces dejábamos de existir para el mundo y nos dedicábamos en cuerpo y alma a disfrutar de todos y cada uno de los regalos que nos había dejado el señor de rojo debajo del árbol. Incluso cuando ya éramos lo suficiente mayores como para saber que ese señor en realidad era de mentira, los nervios anteriores a la aparición de las cajas y la ilusión posterior no decaía nunca.

Pasaron los años y me hice mayor… Y entonces me tocó a mí encargarme del árbol. Los primeros años de independencia me hice con uno pequeñito.  Al fin y al cabo estaba sóla en aquellos pisos de alquiler y para mí era más que suficiente.

Y luego llegó a mi vida “el árbol”, un bicho de 180 cm que compramos cuando comenzamos nuestra vida en común. Vuelven a mi mente, sin que pueda hacer mucho por evitarlo, los recuerdos de esa vida en pareja que comenzaba con mucha ilusión, y de ese árbol que ocupaba un lugar destacado en el salón de nuestro piso. Todavía recuerdo hoy el día que compré los adornos. Ya tenía el árbol, el esqueleto; ahora me faltaba vestirlo. Y me encontré de bruces con ositos de peluche, bolas doradas con purpurina, manoplas de fieltro, tambores, paquetitos rojos, piñas, lazos y una cinta diferente… y me lo quedé todo. Y mi árbol nunca fue el árbol convencional con decoración convencional. Recuerdo que al principio incluso tenía su estrella, tal vez el único vestigio de lo típico, pero terminó rompiéndose, y yo me lo tomé como una señal de que mi árbol no quería ser como los demás, así que nunca repuse esa pérdida.

Y luego me vine a Madrid. Y esa vida en común dejó de ser común y volvió a ser mi vida. Y mi árbol se vino conmigo. Y cada año por estas fechas repito el ritual. Abro la enorme caja en donde está, desmontado. Y cada año la vacío y organizo las ramas por colores. Y cada año me doy de bruces, en el fondo de la caja, con la bola de papel de aluminio que Nono, jugando, ha tenido que meter dentro un día y que ahí se quedó. Así que Nono, mi gato, también está presente en ese ritual, porque cada vez que me doy de bruces con esa bolita se me escapa una sonrisa… Y comienzo a armar con cariño lo que al final se convierte en el símbolo de la ilusión que siempre me traslada a esos tiempos más felices en los que no existían las penas, los problemas, los días malos…

Y cuando termino mi obra me aparto unos pasos y lo miro, orgullosa del trabajo bien hecho. Y pienso en que algún día haré esto mismo pero no estaré sóla. Alguien me ayudará a montarlo y me pasará los adornos para que el trabajo así sea más llevadero. Y al final nos apartaremos unos pasos y abrazados contemplaremos nuestra obra. Y tal vez incluso hasta haya un beso de felicitación porque ya hemos terminado. Y, puestos a imaginar, veo a alguien pequeño correteando alrededor y ansioso por que llegue la noche del 24 de diciembre. Porque será entonces cuando nos visite el señor de rojo y deje los regalos debajo del árbol. Y entonces esa carita se iluminará con una sonrisa, correrá hacia ellos nervioso y una vez en sus manos abrirá los paquetes destrozando el envoltorio sin piedad.




Al igual que hizo su madre cuando era pequeña.












lunes, 18 de noviembre de 2013

Aires nuevos.

Si alguien me preguntase cómo me siento no me pensaría ni un segundo la respuesta: estoy flotando, me encuentro como en una nube. Es una sensación tan extraña, que tenía tan olvidada, que en cuanto me descuido un poco mi cabeza se empeña en recordarme que puede ser la calma que precede a la tempestad. Y ya saben los que me conocen cómo me afectan las tormentas, así que mejor rememos hacia el buen tiempo, que no tengo ganas de volver a caer…

Lo cierto es que me siento tan dichosa estos días que me da hasta miedo. Llevo mucho deseando fervientemente ser feliz, pero ahora que noto cómo revolotean las mariposas dentro de mí me agarroto, al tiempo que las miro con desconfianza y las desafío con esos ojos grandes que he heredado de mis progenitores amenazándolas sin mediar palabra: como me hagáis subir hasta lo más alto para dejarme caer al vacío de nuevo os enteráis. Y me arriesgo a sentir cómo el estómago se empequeñece y el corazón late a millones de pulsaciones por segundo, temiendo el riesgo, sabiendo que la caída puede ser morrocotuda. Pero ¡qué narices! Tic-tac, tic-tac, tic-tac… el reloj del tiempo no se detiene y la vida tampoco, así que al cuerno con los miedos. ¿Que al final las cosas no me salen como estaba previsto? Nunca podré culparme por no haberlo intentado. Y eso ya es mucho en los tiempos que corren.

¿Soy feliz? ¿Lo he conseguido al fin? Es muy pronto para afirmarlo. Demasiado. Pero al menos disfruto de mi nuevo yo. Me ha costado lo mío, que nadie se piense que ha sido un camino fácil. He roto lazos con el pasado que me aprisionaban hasta casi asfixiarme, y al cortar la cuerda que los unía a mí me he elevado hasta lo más alto, y por fin he podido ver las cosas desde otra perspectiva. Ha sido como el punto de inflexión que necesitaba para volver a sentirme viva, yo, sin ayuda de nadie más y con el apoyo de mucha gente.

No soy ninguna cría. El año 2013 me recuerda continuamente que me encuentro en el ecuador de mi vida (siendo un poco optimistas) pero lo cierto es que me siento más joven y viva que nunca. Quiero volver a saltar charcos, reírme con cualquier tontería, disfrutar de cada mínimo detalle como si fuese lo más importante del mundo. Volver a ser, en definitiva, esa niña grande que se esconde en este cuerpo pequeño.

Tengo miedo. Miedo de que esta sensación que me invade me explote en la cara. Y al mismo tiempo me siento ilusionada como hacía tiempo no me sentía. Así que he puesto el miedo en un plato de la balanza y la ilusión en el otro, y… ¿lo adivináis? La ilusión ha debido pasarse este fin de semana de kilos, porque ha ganado por goleada. Así que he decidido apostar por ella y lanzarme a la piscina, comprobando, eso sí, que está llena de agua, que una cosa es tirarse en plancha y otra muy distinta partirse la crisma contra el fondo.

Y como sé que me lo merezco, esta vez sí. Esta vez la que suscribe va a conseguir lo que se ha propuesto:  va a caminar erguida por las calles de Madrid. Lo de ir mirando al suelo lo voy a dejar para otra ocasión. Porque ahora una sonrisa ilumina mi cara.




¡¡¡Y cómo brilla la condenada!!!



Bon Jovi. It’s my life. http://youtu.be/vx2u5uUu3DE