Siempre me ha
gustado mucho leer. Desde que tengo uso de razón. De hecho quien me conoce sabe
que soy un ente a un libro pegado. Y más ahora que me muevo con frecuencia en
transporte público y por ende tengo tiempo de sobra para dedicarme al placer de
la lectura.
Hace unos
días ha venido a mi mente un libro que cuando era pequeñita devoraba una y otra
vez. Era un libro, lo recuerdo como si lo tuviese delante ahora mismo, del
tamaño de un folio y tapa dura y que incluía los cuentos de Robin Hood, La
Bella Durmiente y de los 101 dálmatas basados en las ilustraciones sacadas de
las películas de Disney. Me lo sabía de memoria: sabía que Robin al final
terminaría robando a los ricos para dar el dinero a los pobres, que el dulce
beso de amor del príncipe despertaría a la bella princesa y que la malvada
Cruella de Vil nunca podría lucir ese abrigo hecho con la piel de los dálmatas
que tanto ansiaba. Y aún así no pasaba una semana sin que tuviese ese libro
entre mis manos y me hipnotizase con esos dibujos que contaban historias
mágicas.
Así que
decidí regresar a mi infancia y no cejé en mi empeño hasta que conseguí la
película que ilustraba una de esas historias y, lo confieso, hace un rato he
vuelto a encontrarme cara a cara con la princesa Aurora, el príncipe Felipe y
la malvada Maléfica. ¡¡¡Qué mujer!!!
En realidad
la búsqueda que hizo que viniese a mi cabeza ese libro comenzó con mi deseo por
conseguir mi película favorita de Walt Disney: La Cenicienta. Y por supuesto
que di con ella. Y una vez logrado me faltó tiempo para conectar mi portátil a
la tele y darle al play. Una niña pequeña no hubiese disfrutado más
imaginándose la protagonista de la historia. No porque me guste sentirme
repudiada por una madrastra desalmada y unas hermanastras que son de todo menos
agraciadas y simpáticas. Ni siquiera porque me guste pasarme el día fregando,
planchando y remendando ropa. Cierto que he confesado en más de una ocasión que
planchar me relaja, pero sólo cuando a mí me apetece y nunca cuando lo tengo
que hacer por obligación. Tampoco porque me vea obligada a vestir con harapos
todos los días y no pueda disponer de un fondo de armario en condiciones. Lo
que quiero es el final feliz, ese en el que el príncipe azul se enamora sin
quererlo de una extraña que aparece por arte de magia en el baile. Me gusta ese halo
de misterio con el que la joven protagonista abandona al enamorado boquiabierto
y desconcertado y pierde su zapato de cristal cuando el reloj de palacio marca
la medianoche. Qué curioso… durante mucho tiempo poco más aguantaba yo un
sábado por la noche. Con zapato de cristal o sin él en cierto modo yo también
era Cenicienta: a las doce me iba a casa.
Y sobre todo
sueño con el momento en el
que, a pesar de todas las adversidades, el amor verdadero triunfa al final
sobre todas las cosas, y termina cambiando el rumbo del universo.
Pocos lo
saben, pero hace más o menos un año he estado a punto de tatuarme un zapato de
cristal en el hombro… Era mi manera de recordarme a mí misma que a pesar de que
la historia que por aquellas fechas terminaba definitivamente jamás perdería la
esperanza de encontrar otro nuevo cuento que me haría volver a soñar y a creer.
Lo sé: soy
una romántica. Creo en príncipes y princesas, invento en mi cabeza historias
que siempre terminan bien, me imagino a ese chico que da los buenos días a la
chica con un beso, que la coge de la mano cuando salen a pasear y la sorprende
habitualmente con pequeños detalles. Y
que nadie se confunda: Romántica y ñoña son adjetivos que no tienen por qué ir
juntos en una misma frase. Lo comento por si alguien se estaba haciendo ya esa
composición de lugar…
Lo sé: Mi
imaginación es desbordante. Y la leche que me pego cuando abro los ojos y me
encuentro de bruces con la realidad es brutal.
Pero me da
igual lo que digan los demás. Poco me importa que se rían de mí y me señalen
como si estuviese loca. Yo quiero ser Cenicienta, no renuncio a mi final feliz
ni a encontrar a mi príncipe azul. Aunque para eso tenga que besar a muchas
ranas por el camino. Que se pongan a la fila que cuanto antes comience antes
termino. Y al final escribiré mi historia y la terminaré con esa famosa frase
con la que terminan todos los cuentos de hadas: “… y fueron felices y comieron
perdices…”
Jejeje, me ha gustado mucho esta historia.... ahora entiendo el porqué de "cinderella" (yo esa película la tengo en dvd):
ResponderEliminarY sobre el romanticísmo y esas cosas... creo que no debería perderse nunca y aunque soy hombre y en los chicos eso no está tan bien visto, soy de tu opinión.
Como cantaba Alaska... "a quién le importa lo que yo haga..."
Poquito a poco voy desgranando mis pequeños secretos... jejeje.
EliminarLo importante en esta vida es ser auténtico y no dejarse influenciar por la sociedad.
Me encanta esa canción de Alaska, y comparto todas y cada una de sus palabras.