sábado, 21 de junio de 2014

Yo confieso

Hoy quiero confesar que estoy un poco triste.

Hoy quiero confesar que en el  momento en el que escribo estas líneas no puedo evitar que un par de lágrimas rueden por mis mejillas.

Hoy quiero confesar que lo sabía. Sabía que lo que me hace sentir así tenía fecha de caducidad.

Hoy quiero confesar que no estoy dispuesta a volver a pasarme los días penando por las esquinas, así que hoy os confieso que sí, que asumo que tendré que pasar un pequeño período de duelo que espero no dure más de unas horas, un día a lo sumo, y que después de ese plazo en el que me permito acurrucarme en el sofá mientras mi mirada se pierde en el infinito, el ave fénix promete resurgir de sus cenizas y volver a volar.

Hoy quiero confesar que estoy sorprendida de que la vida siga siendo capaz de sorprenderme, cuando ya pensaba que lo había visto todo. Y a veces lo consigue haciéndome partícipe de historias inesperadas que, conmigo como protagonista, me hacen volver a sentir que estoy viva. Me hacen volver a SENTIR.

Hoy quiero confesar que prometí blindarme y que al final no lo he conseguido del todo. Pero no por ello me arrepiento, para nada, porque la felicidad que he vivido, por más efímera que haya sido, compensa todo lo duro que pueda venir después.

Hoy quiero confesar que no todo está perdido, que tal vez haya sido un hasta luego y no un adiós. Imagino que en el fondo eso es lo que deseo en lo más profundo de mí. Pero si al final ese supuesto hasta luego termina convirtiéndose en un adiós sin remedio, me sentiré afortunada por haber formado parte de una historia que se mostró ante mí de la manera más insospechada.

Hoy quiero confesar que en este día soleado en mi mundo ha aparecido alguna nube. Pero no me preocupa porque al final sé que el sol terminará por abrirse paso y se presentará más brillante y hermoso que nunca.

Hoy quiero confesar que, a pesar de que probablemente este cuento ya tenga que ser narrado en tiempo pasado, la sensación de sentirme viva debe ser descrita en tiempo presente.

Hoy quiero confesar que, por primera vez en mucho tiempo, tenía ganas de confesarme.



Y como procede después de semejante confesión, prometo que cumpliré, con resignación y aceptación, mi penitencia. Que así sea.



Bon Jovi. Bed of Roses. http://youtu.be/NvR60Wg9R7Q







martes, 17 de junio de 2014

Uno de esos pequeños placeres de la vida.

Bueno, Rut. Como siempre, ha sido un gusto verte. Con esta frase tan encantadora y un apretón de manos se despidió hoy de mí el endocrino. Nuestra relación dura ya unos cuantos años, y desde el primer momento ejerció un papel especialmente paternalista conmigo.

¿Que por qué voy al endocrino? ¿De verdad me estáis haciendo esa pregunta? La respuesta es obvia: Soy una chica (no me gusta la palabra “mujer”, me hace sentir mayor y yo sigo considerándome una niña grande). No hace falta añadir nada más.

A ver… evidentemente no estoy gorda ni nada por el estilo, no sería ni objetiva ni realista si considerase que tengo sobrepeso, pero (casi) toda chica secretamente anhela estar más estilizada de lo que se ve reflejada en el espejo y lamentablemente (casi) todas contamos con esa lorza antiestética e hijaputa (a las cosas es mejor llamarlas por su nombre) que, en innumerables ocasiones, más de las que nos gustaría, nos desquicia y nos deja en evidencia cada vez que se hace notar a través de la camiseta de turno.

El caso es que poco tiempo después de llegar a Madrid sentí la imperiosa necesidad de verme como una sílfide que hiciese girar cabezas a su paso y comencé a frecuentar la consulta del endocrino una vez al mes. Siempre me ve estupenda, siempre me dice que estoy muy bien y que no necesito adelgazar, que además no entiende qué problema puedo tener ya que soy una persona muy risueña, encantadora, educada y jovial, que no debería preocuparme tanto por mi aspecto físico, pero que bueno, que me perdona mi cabezonería porque sabe que esos kilillos de más me generan cierta inseguridad. Y claro, recibiendo semejante bronca cada vez que voy mi fuerza de voluntad se va al garete. Me sobran como diez kilos para ser feliz. Y cada vez que se lo comento, se echa las manos a la cabeza. Así que, para que se quede tranquilo, rectifico y lo dejo en ocho. Pero no consigo bajar ni el primero…

Chicos, os voy a contar un secreto: Toda chica cuenta con una parte de su cuerpo que le gustaría borrar del mapa. Así es. A algunas sus ojos les parecen demasiado saltones, otras no pueden con sus orejas, hay quien considera que tiene unos tobillos muy gruesos o la nariz muy chata. En mi caso, mi talón de Aquiles se resume en dos (ahora que lo pienso, lo mismito que los diez mandamientos…): mis enormes caderas y mi no menos exagerado trasero. Si existiese una lima mágica que consiguiese reducir el hueso a base de frotarlo sería de las que haría fila en la tienda para hacerme con semejante invento. Como muchas otras cosas que conforman lo que soy, esto también es fruto de la herencia familiar, y por más que me proponga luchar contra ello el hueso sigue ahí, y el contorno que genera a su alrededor es considerable. Y mal que me pese, eso no hay dieta que lo elimine. Por más régimen que haga. Que tampoco es que lo cumpla demasiado, dicho sea de paso. Supongo que me gusta auto convencerme de que la culpa de todos mis males la tienen mis antepasados para que de esta manera mi conciencia se quede tranquila cada vez que me encuentro con un pedazo de pizza en la mano.

El quid de toda esta cuestión radica en lo mucho que me gusta disfrutar de la comida. En Galicia, y especialmente en mi familia, desde siempre se ha cocinado para ocho cuando los que se sentaban a la mesa eran cuatro. Mi madre, por miedo a quedarse corta, siempre hacía comida para un regimiento. Y claro, de todos es sabido que queda muy feo tirar la comida. Así que… ¡¡¡a comer se ha dicho!!!

Hablando de manjares os diré que mi comida favorita es el sushi. Sin lugar a dudas. Cada vez que meto un pedazo de sashimi / nigiri / maki en la boca es como si entrase en trance. Inevitablemente cierro los ojos y gimo con lascivia mientras mastico cada pedacito de gloria. Recuerdo que la primera vez que lo comí no sentí nada especial. Veía esos trozos de pescado crudo en aquella bandeja en forma de barco y podría confirmar que incluso hasta sentí arcadas. Así que durante años seguí encumbrando la comida italiana a lo más alto de la lista. Hasta que volví a darle al sushi una segunda oportunidad. Y entonces sucedió: ni comida italiana, ni mexicana, ni gaitas. De repente fue como si todas y cada una de las papilas gustativas que componen mi lengua despertasen de su letargo y en ese mismo momento comenzó mi romance con todo el ritual que rodea a este arte culinario. Cada vez que pido sushi para comer en casa extiendo la esterilla en mi mesa de centro, desempolvo mis palillos y ubico con esmero mi recipiente para la salsa de soja y mis platitos de cristal sobre el improvisado mantel. Y una vez que la mesa está preparada, coloco la bandeja con todos esos pequeños manjares delante de mí y de manera orgásmica saboreo todos y cada uno de ellos con enorme placer. La gente dice que el chocolate es el sustitutivo del sexo. Yo apostaría a que el sushi no se queda atrás. Al menos en mi caso le anda muy, pero que muy cerca. Y si no preguntad a cualquiera que haya tenido ocasión de disfrutar de una comida japonesa en mi compañía y os corroborarán todos y cada uno de los detalles descritos.

Y poniéndonos trascendentales podríamos llegar a la conclusión de que la vida es como la comida: para ser felices es preciso saborear todos y cada uno de los instantes que la componen hasta saciarnos por completo. Al fin y al cabo estamos en este mundo sin saber exactamente cuándo dejaremos de formar parte de él. Lo mejor que podemos hacer por nosotros es disfrutar de todos aquellos pequeños detalles que nos hagan felices. Debemos atrevernos a hacer aquellas cosas que nos hagan sentir plenos. Tenemos que dejar atrás todos esos miedos que nos impiden conseguir nuestras metas. Mandar al carajo los tabúes y lanzarnos a cumplir esos deseos que estamos anhelando llevar a cabo. Aprender a disfrutar de todo aquello que nos rodea de la misma manera que yo aprendí a disfrutar del atún rojo o del pez mantequilla una vez que decidí dejar de pensar que lo que tenía delante era simplemente pescado crudo.

Al igual que me pasó a mí con la comida japonesa, todo en esta vida es cuestión de enfoque, todo depende del cristal con el que se mire. Y creedme: hay cristales mágicos, cristales que consiguen que veas la vida de color de rosa. Yo me he topado con uno no hace mucho tiempo y os puedo asegurar que funciona. Buscad el vuestro y seréis felices. Yo soy feliz.



Siniestro Total: Diga qué le debo. http://youtu.be/8GefGV2lFBo




domingo, 8 de junio de 2014

Recordando una boda en la playa.

Por fin ha llegado el día, después de un largo y no siempre fácil camino estáis aquí, los dos, guapos y felices, dispuestos a comenzar una vida en común que sé que os llenará de alegría y felicidad. Porque os lo merecéis, por cómo sois y por todo lo que habéis tenido que luchar para que hoy todo esto tenga lugar.

Y lo hacéis en presencia de la gente que os ha demostrado sincero cariño y amor, y acompañados del sonido calmo de las olas de este mar, cómplice silencioso de vuestros pensamientos y de vuestros anhelos.

Vuestra historia es extraordinaria. A veces el destino se empeña en unir a personas separadas por una distancia aparentemente insalvable. Sólo los más fuertes sobreviven, y vosotros lo habéis hecho. Habéis luchado contra viento y marea y ahora por fin tenéis vuestra recompensa. Jamás he conocido a dos personas que se quisiesen tanto, que incluso en los episodios más oscuros tuviesen la fuerza de abrirse camino y remontar con la única determinación de estar juntos. Pasión lo llamaría yo, amor verdadero, fuego…

Os veo ahí, sonrientes, emocionados tal vez, y yo sonrío con vosotros y por vosotros. Y esa felicidad, gracias al viento, se despliega por este lugar sin que apenas nos demos cuenta.

Os adoro y lo sabéis. Habéis sido para mí (e imagino que para muchos de los que estamos aquí hoy) un pilar importante en mi vida desde el primer día que entrasteis en ella y sé que ese pilar se hará cada vez más fuerte, a medida que pase el tiempo. Porque lo que nace del corazón nunca se rompe, al contrario, a pesar de lo malo se vuelve más fuerte. Igual que lo que sentís el uno por el otro. Os conozco y sé que vuestra historia, ese amor que se ha ido aferrando a vuestros corazones, cada día se hará más grande. Y ya puede el mar ponerse bravo, temblar la tierra, arder el fuego con llamas indescriptibles o soplar el viento llevándose todo lo que se le ponga por delante, que vosotros seguiréis unidos el uno al otro, agarrados a todo ese amor que sé que os tenéis, porque lo vuestro es de verdad.

Os deseo todo lo mejor de este mundo.  Las personas buenas se lo merecen.

Me gustaría terminar con estas palabras de Mario Benedetti, que a mí me recuerdan mucho a vuestra historia:

“No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento.
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños.”

Nunca dejéis de soñar. Os quiero.

La entrada de hoy es muy especial para mí. Tal día como hoy, hace exactamente un año, dos personas maravillosas decidieron dar el paso y rodeados de un calmo mar azul y un paisaje que de tan bucólico apenas te permitía respirar, se envolvieron en un halo de romanticismo que nos acogió a todos los que tuvimos el honor de compartir con ellos ese momento, y cogidos de la mano  prometieron estar juntos hasta el final de los tiempos.

Y allí estaba yo, testigo en primera fila de esa unión tan deseada y tan merecida, llorando desde que el primer acorde de la melodía conseguía con su dulce son que estas dos personas caminasen a su encuentro para finalmente llegar juntos hasta el baldaquino bajo el cual todo tendría lugar.

Como tributo a esta historia que me tuvo en vilo desde el minuto uno, con la que he disfrutado y sufrido a lo largo de los años, esta entrada va dedicada a ellos. Y por ese motivo he desempolvado el texto que tuve el orgullo de leer en su honor durante la ceremonia, que como habréis deducido ya, porque sé de buena tinta que tenéis una capacidad de intuición muy grande, es el que abre este nuevo post. Jamás podré agradecerles lo suficiente que me hubiesen hecho partícipes de esta manera tan especial de ese momento tan importante para ellos.

Y desempolvar todo esto ha hecho que vuelvan a mi mente un millón de recuerdos que me han hecho retroceder al pasado por un momento. Y, una vez rememorados todos ellos, tanto los buenos como los no tan buenos, en este escrito está la prueba más real de que al final si lo que existe es verdadero dan igual las barreras que se interpongan en el camino, no importan las zancadillas que otros quieran ponernos para que tropecemos y caigamos, hundiéndonos en lo más profundo... al final todo lo que tiene que llegar termina haciéndolo, y eso es en el fondo, lo único que cuenta.


Aquel día vivido, retratado en mil imágenes, resume la felicidad más grande que jamás se pueda describir. Siempre lo recordaré con ese cariño que las buenas ocasiones se merecen. Hoy, Montse y Fran, estas líneas van dedicadas a vosotros. Porque sí. Porque habéis hecho lo imposible por alcanzar vuestro sueño. Porque sois un ejemplo de valentía y superación del que todos deberíamos aprender. Porque a pesar de haber caído muchas veces, habéis sabido levantaros con orgullo y valentía.

Y, sobre todo, porque os quiero. Mucho. Pero jamás demasiado.



Kenny G. The Wedding Song. http://youtu.be/lml43w4GlR4