Hoy quiero confesar que en
elmomento en el que escribo estas
líneas no puedo evitar que un par de lágrimas rueden por mis mejillas.
Hoy quiero confesar que lo
sabía. Sabía que lo que me hace sentir así tenía fecha de caducidad.
Hoy quiero confesar que no
estoy dispuesta a volver a pasarme los días penando por las esquinas, así que
hoy os confieso que sí, que asumo que tendré que pasar un pequeño período de
duelo que espero no dure más de unas horas, un día a lo sumo, y que después de
ese plazo en el que me permito acurrucarme en el sofá mientras mi mirada se
pierde en el infinito, el ave fénix promete resurgir de sus cenizas y volver a
volar.
Hoy quiero confesar que estoy
sorprendida de que la vida siga siendo capaz de sorprenderme, cuando ya
pensaba que lo había visto todo. Y a veces lo consigue haciéndome partícipe de
historias inesperadas que, conmigo como protagonista, me hacen volver a sentir
que estoy viva. Me hacen volver a SENTIR.
Hoy quiero confesar que
prometí blindarme y que al final no lo he conseguido del todo. Pero no por ello
me arrepiento, para nada, porque la felicidad que he vivido, por más efímera
que haya sido, compensa todo lo duro que pueda venir después.
Hoy quiero confesar que no
todo está perdido, que tal vez haya sido un hasta
luego y no un adiós. Imagino que
en el fondo eso es lo que deseo en lo más profundo de mí. Pero si al final ese
supuesto hasta luego termina
convirtiéndose en un adiós sin
remedio, me sentiré afortunada por haber formado parte de una historia que se
mostró ante mí de la manera más insospechada.
Hoy quiero confesar que en
este día soleado en mi mundo ha aparecido alguna nube. Pero no me preocupa
porque al final sé que el sol terminará por abrirse paso y se presentará más
brillante y hermoso que nunca.
Hoy quiero confesar que, a
pesar de que probablemente este cuento ya tenga que ser narrado en tiempo
pasado, la sensación de sentirme viva debe ser descrita en tiempo presente.
Hoy quiero confesar que,
por primera vez en mucho tiempo, tenía ganas de confesarme.
Y
como procede después de semejante confesión, prometo que cumpliré, con
resignación y aceptación, mi penitencia. Que así sea.
Bueno, Rut. Como
siempre, ha sido un gusto verte. Con esta frase tan
encantadora y un apretón de manos se despidió hoy de mí el endocrino. Nuestra
relación dura ya unos cuantos años, y desde el primer momento ejerció un papel especialmente
paternalista conmigo.
¿Que por qué voy al
endocrino? ¿De verdad me estáis haciendo esa pregunta? La respuesta es obvia: Soy una chica (no me gusta la palabra
“mujer”, me hace sentir mayor y yo sigo considerándome una niña grande). No
hace falta añadir nada más.
A ver… evidentemente no estoy gorda ni nada
por el estilo, no sería ni objetiva ni realista si considerase que tengo
sobrepeso, pero (casi) toda chica secretamente anhela estar más estilizada de
lo que se ve reflejada en el espejo y lamentablemente (casi) todas contamos con
esa lorza antiestética e hijaputa (a las cosas es mejor llamarlas por su
nombre) que, en innumerables ocasiones, más de las que nos gustaría, nos desquicia
y nos deja en evidencia cada vez que se hace notar a través de la camiseta de
turno.
El caso es que poco tiempo
después de llegar a Madrid sentí la imperiosa necesidad de verme como una
sílfide que hiciese girar cabezas a su paso y comencé a frecuentar la consulta del
endocrino una vez al mes. Siempre me ve estupenda, siempre me dice que estoy
muy bien y que no necesito adelgazar, que además no entiende qué problema puedo
tener ya que soy una persona muy risueña, encantadora, educada y jovial, que no
debería preocuparme tanto por mi aspecto físico, pero que bueno, que me perdona
mi cabezonería porque sabe que esos kilillos de más me generan cierta
inseguridad. Y claro, recibiendo semejante bronca cada vez que voy mi fuerza de
voluntad se va al garete. Me sobran como diez kilos para ser feliz. Y cada vez
que se lo comento, se echa las manos a la cabeza. Así que, para que se quede
tranquilo, rectifico y lo dejo en ocho. Pero no consigo bajar ni el primero…
Chicos, os voy a contar un
secreto: Toda chica cuenta con una parte de su cuerpo que le gustaría borrar
del mapa. Así es. A algunas sus ojos les parecen demasiado saltones, otras no
pueden con sus orejas, hay quien considera que tiene unos tobillos muy gruesos
o la nariz muy chata. En mi caso, mi talón de Aquiles se resume en dos (ahora
que lo pienso, lo mismito que los diez mandamientos…): mis enormes caderas y mi
no menos exagerado trasero. Si existiese una lima mágica que consiguiese
reducir el hueso a base de frotarlo sería de las que haría fila en la tienda
para hacerme con semejante invento. Como muchas otras cosas que conforman lo
que soy, esto también es fruto de la herencia familiar, y por más que me
proponga luchar contra ello el hueso sigue ahí, y el contorno que genera a su
alrededor es considerable. Y mal que me pese, eso no hay dieta que lo elimine.
Por más régimen que haga. Que tampoco es que lo cumpla demasiado, dicho sea de
paso. Supongo que me gusta auto convencerme de que la culpa de todos mis males
la tienen mis antepasados para que de esta manera mi conciencia se quede
tranquila cada vez que me encuentro con un pedazo de pizza en la mano.
El quid de toda esta
cuestión radica en lo mucho que me gusta disfrutar de la comida. En Galicia, y
especialmente en mi familia, desde siempre se ha cocinado para ocho cuando los
que se sentaban a la mesa eran cuatro. Mi madre, por miedo a quedarse corta,
siempre hacía comida para un regimiento. Y claro, de todos es sabido que queda
muy feo tirar la comida. Así que… ¡¡¡a comer se ha dicho!!!
Hablando de manjares os
diré que mi comida favorita es el sushi. Sin lugar a dudas. Cada vez que meto
un pedazo de sashimi / nigiri / maki en la boca es como si entrase en trance.
Inevitablemente cierro los ojos y gimo con lascivia mientras mastico cada
pedacito de gloria. Recuerdo que la primera vez que lo comí no sentí nada
especial. Veía esos trozos de pescado crudo en aquella bandeja en forma de
barco y podría confirmar que incluso hasta sentí arcadas. Así que durante años
seguí encumbrando la comida italiana a lo más alto de la lista. Hasta que
volví a darle al sushi una segunda oportunidad. Y entonces sucedió: ni comida
italiana, ni mexicana, ni gaitas. De repente fue como si todas y cada una de
las papilas gustativas que componen mi lengua despertasen de su letargo y en
ese mismo momento comenzó mi romance con todo el ritual que rodea a este arte
culinario. Cada vez que pido sushi para comer en casa extiendo la esterilla en mi
mesa de centro, desempolvo mis palillos y ubico con esmero mi recipiente para
la salsa de soja y mis platitos de cristal sobre el improvisado mantel. Y una
vez que la mesa está preparada, coloco la bandeja con todos esos pequeños
manjares delante de mí y de manera orgásmica saboreo todos y cada uno de ellos
con enorme placer. La gente dice que el chocolate es el sustitutivo del sexo.
Yo apostaría a que el sushi no se queda atrás. Al menos en mi caso le anda muy,
pero que muy cerca. Y si no preguntad a cualquiera que haya tenido ocasión de
disfrutar de una comida japonesa en mi compañía y os corroborarán todos y cada
uno de los detalles descritos.
Y poniéndonos
trascendentales podríamos llegar a la conclusión de que la vida es como la
comida: para ser felices es preciso saborear todos y cada uno de los instantes que
la componen hasta saciarnos por completo. Al fin y al cabo estamos en este
mundo sin saber exactamente cuándo dejaremos de formar parte de él. Lo mejor
que podemos hacer por nosotros es disfrutar de todos aquellos pequeños detalles
que nos hagan felices. Debemos atrevernos a hacer aquellas cosas que nos hagan
sentir plenos. Tenemos que dejar atrás todos esos miedos que nos impiden
conseguir nuestras metas. Mandar al carajo los tabúes y lanzarnos a cumplir
esos deseos que estamos anhelando llevar a cabo. Aprender a disfrutar de todo
aquello que nos rodea de la misma manera que yo aprendí a disfrutar del atún
rojo o del pez mantequilla una vez que decidí dejar de pensar que lo que tenía
delante era simplemente pescado crudo.
Al igual que me pasó a mí con la comida japonesa, todo en esta vida es
cuestión de enfoque, todo depende del cristal con el que se mire. Y creedme: hay cristales mágicos,
cristales que consiguen que veas la vida de color de rosa. Yo me he topado con
uno no hace mucho tiempo y os puedo asegurar que funciona. Buscad el vuestro y
seréis felices. Yo soy feliz.
Por fin ha llegado el día,
después de un largo y no siempre fácil camino estáis aquí, los dos, guapos y
felices, dispuestos a comenzar una vida en común que sé que os llenará de
alegría y felicidad. Porque os lo merecéis, por cómo sois y por todo lo que habéis
tenido que luchar para que hoy todo esto tenga lugar.
Y lo hacéis en presencia de
la gente que os ha demostrado sincero cariño y amor, y acompañados del sonido
calmo de las olas de este mar, cómplice silencioso de vuestros pensamientos y
de vuestros anhelos.
Vuestra historia es
extraordinaria. A veces el destino se empeña en unir a personas separadas por
una distancia aparentemente insalvable. Sólo los más fuertes sobreviven, y
vosotros lo habéis hecho. Habéis luchado contra viento y marea y ahora por fin
tenéis vuestra recompensa. Jamás he conocido a dos personas que se quisiesen
tanto, que incluso en los episodios más oscuros tuviesen la fuerza de abrirse
camino y remontar con la única determinación de estar juntos. Pasión lo
llamaría yo, amor verdadero, fuego…
Os veo ahí, sonrientes,
emocionados tal vez, y yo sonrío con vosotros y por vosotros. Y esa felicidad,
gracias al viento, se despliega por este lugar sin que apenas nos demos cuenta.
Os adoro y lo sabéis. Habéis
sido para mí (e imagino que para muchos de los que estamos aquí hoy) un pilar
importante en mi vida desde el primer día que entrasteis en ella y sé que ese
pilar se hará cada vez más fuerte, a medida que pase el tiempo. Porque lo que
nace del corazón nunca se rompe, al contrario, a pesar de lo malo se vuelve más
fuerte. Igual que lo que sentís el uno por el otro. Os conozco y sé que vuestra
historia, ese amor que se ha ido aferrando a vuestros corazones, cada día se
hará más grande. Y ya puede el mar ponerse bravo, temblar la tierra, arder el
fuego con llamas indescriptibles o soplar el viento llevándose todo lo que se
le ponga por delante, que vosotros seguiréis unidos el uno al otro, agarrados a
todo ese amor que sé que os tenéis, porque lo vuestro es de verdad.
Os deseo todo lo mejor de
este mundo. Las personas buenas se lo
merecen.
Me gustaría terminar con
estas palabras de Mario Benedetti, que a mí me recuerdan mucho a vuestra
historia:
“No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento.
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños.”
Nunca dejéis de soñar. Os quiero.
La entrada de hoy es muy
especial para mí. Tal día como hoy, hace exactamente un año, dos personas
maravillosas decidieron dar el paso y rodeados de un calmo mar azul y un
paisaje que de tan bucólico apenas te permitía respirar, se envolvieron en un
halo de romanticismo que nos acogió a todos los que tuvimos el honor de
compartir con ellos ese momento, y cogidos de la mano prometieron estar juntos hasta el final de
los tiempos.
Y allí estaba yo, testigo
en primera fila de esa unión tan deseada y tan merecida, llorando desde que el
primer acorde de la melodía conseguía con su dulce son que estas dos personas
caminasen a su encuentro para finalmente llegar juntos hasta el baldaquino bajo
el cual todo tendría lugar.
Como tributo a esta
historia que me tuvo en vilo desde el minuto uno, con la que he disfrutado y
sufrido a lo largo de los años, esta entrada va dedicada a ellos. Y por ese
motivo he desempolvado el texto que tuve el orgullo de leer en su honor durante
la ceremonia, que como habréis deducido ya, porque sé de buena tinta que tenéis
una capacidad de intuición muy grande, es el que abre este nuevo post. Jamás
podré agradecerles lo suficiente que me hubiesen hecho partícipes de esta
manera tan especial de ese momento tan importante para ellos.
Y desempolvar todo esto ha
hecho que vuelvan a mi mente un millón de recuerdos que me han hecho retroceder
al pasado por un momento. Y, una vez rememorados todos ellos, tanto los buenos
como los no tan buenos, en este escrito está la prueba más real de que al final
si lo que existe es verdadero dan igual las barreras que se interpongan en el
camino, no importan las zancadillas que otros quieran ponernos para que
tropecemos y caigamos, hundiéndonos en lo más profundo... al final todo lo que
tiene que llegar termina haciéndolo, y eso es en el fondo, lo único que cuenta.
Aquel
día vivido, retratado en mil imágenes, resume la felicidad más grande que jamás
se pueda describir. Siempre lo recordaré con ese cariño que las buenas
ocasiones se merecen. Hoy, Montse y Fran, estas líneas van dedicadas a
vosotros. Porque sí. Porque habéis hecho lo imposible por alcanzar vuestro
sueño. Porque sois un ejemplo de valentía y superación del que todos deberíamos
aprender. Porque a pesar de haber caído muchas veces, habéis sabido levantaros
con orgullo y valentía.
Y,
sobre todo, porque os quiero. Mucho. Pero jamás demasiado.