martes, 17 de junio de 2014

Uno de esos pequeños placeres de la vida.

Bueno, Rut. Como siempre, ha sido un gusto verte. Con esta frase tan encantadora y un apretón de manos se despidió hoy de mí el endocrino. Nuestra relación dura ya unos cuantos años, y desde el primer momento ejerció un papel especialmente paternalista conmigo.

¿Que por qué voy al endocrino? ¿De verdad me estáis haciendo esa pregunta? La respuesta es obvia: Soy una chica (no me gusta la palabra “mujer”, me hace sentir mayor y yo sigo considerándome una niña grande). No hace falta añadir nada más.

A ver… evidentemente no estoy gorda ni nada por el estilo, no sería ni objetiva ni realista si considerase que tengo sobrepeso, pero (casi) toda chica secretamente anhela estar más estilizada de lo que se ve reflejada en el espejo y lamentablemente (casi) todas contamos con esa lorza antiestética e hijaputa (a las cosas es mejor llamarlas por su nombre) que, en innumerables ocasiones, más de las que nos gustaría, nos desquicia y nos deja en evidencia cada vez que se hace notar a través de la camiseta de turno.

El caso es que poco tiempo después de llegar a Madrid sentí la imperiosa necesidad de verme como una sílfide que hiciese girar cabezas a su paso y comencé a frecuentar la consulta del endocrino una vez al mes. Siempre me ve estupenda, siempre me dice que estoy muy bien y que no necesito adelgazar, que además no entiende qué problema puedo tener ya que soy una persona muy risueña, encantadora, educada y jovial, que no debería preocuparme tanto por mi aspecto físico, pero que bueno, que me perdona mi cabezonería porque sabe que esos kilillos de más me generan cierta inseguridad. Y claro, recibiendo semejante bronca cada vez que voy mi fuerza de voluntad se va al garete. Me sobran como diez kilos para ser feliz. Y cada vez que se lo comento, se echa las manos a la cabeza. Así que, para que se quede tranquilo, rectifico y lo dejo en ocho. Pero no consigo bajar ni el primero…

Chicos, os voy a contar un secreto: Toda chica cuenta con una parte de su cuerpo que le gustaría borrar del mapa. Así es. A algunas sus ojos les parecen demasiado saltones, otras no pueden con sus orejas, hay quien considera que tiene unos tobillos muy gruesos o la nariz muy chata. En mi caso, mi talón de Aquiles se resume en dos (ahora que lo pienso, lo mismito que los diez mandamientos…): mis enormes caderas y mi no menos exagerado trasero. Si existiese una lima mágica que consiguiese reducir el hueso a base de frotarlo sería de las que haría fila en la tienda para hacerme con semejante invento. Como muchas otras cosas que conforman lo que soy, esto también es fruto de la herencia familiar, y por más que me proponga luchar contra ello el hueso sigue ahí, y el contorno que genera a su alrededor es considerable. Y mal que me pese, eso no hay dieta que lo elimine. Por más régimen que haga. Que tampoco es que lo cumpla demasiado, dicho sea de paso. Supongo que me gusta auto convencerme de que la culpa de todos mis males la tienen mis antepasados para que de esta manera mi conciencia se quede tranquila cada vez que me encuentro con un pedazo de pizza en la mano.

El quid de toda esta cuestión radica en lo mucho que me gusta disfrutar de la comida. En Galicia, y especialmente en mi familia, desde siempre se ha cocinado para ocho cuando los que se sentaban a la mesa eran cuatro. Mi madre, por miedo a quedarse corta, siempre hacía comida para un regimiento. Y claro, de todos es sabido que queda muy feo tirar la comida. Así que… ¡¡¡a comer se ha dicho!!!

Hablando de manjares os diré que mi comida favorita es el sushi. Sin lugar a dudas. Cada vez que meto un pedazo de sashimi / nigiri / maki en la boca es como si entrase en trance. Inevitablemente cierro los ojos y gimo con lascivia mientras mastico cada pedacito de gloria. Recuerdo que la primera vez que lo comí no sentí nada especial. Veía esos trozos de pescado crudo en aquella bandeja en forma de barco y podría confirmar que incluso hasta sentí arcadas. Así que durante años seguí encumbrando la comida italiana a lo más alto de la lista. Hasta que volví a darle al sushi una segunda oportunidad. Y entonces sucedió: ni comida italiana, ni mexicana, ni gaitas. De repente fue como si todas y cada una de las papilas gustativas que componen mi lengua despertasen de su letargo y en ese mismo momento comenzó mi romance con todo el ritual que rodea a este arte culinario. Cada vez que pido sushi para comer en casa extiendo la esterilla en mi mesa de centro, desempolvo mis palillos y ubico con esmero mi recipiente para la salsa de soja y mis platitos de cristal sobre el improvisado mantel. Y una vez que la mesa está preparada, coloco la bandeja con todos esos pequeños manjares delante de mí y de manera orgásmica saboreo todos y cada uno de ellos con enorme placer. La gente dice que el chocolate es el sustitutivo del sexo. Yo apostaría a que el sushi no se queda atrás. Al menos en mi caso le anda muy, pero que muy cerca. Y si no preguntad a cualquiera que haya tenido ocasión de disfrutar de una comida japonesa en mi compañía y os corroborarán todos y cada uno de los detalles descritos.

Y poniéndonos trascendentales podríamos llegar a la conclusión de que la vida es como la comida: para ser felices es preciso saborear todos y cada uno de los instantes que la componen hasta saciarnos por completo. Al fin y al cabo estamos en este mundo sin saber exactamente cuándo dejaremos de formar parte de él. Lo mejor que podemos hacer por nosotros es disfrutar de todos aquellos pequeños detalles que nos hagan felices. Debemos atrevernos a hacer aquellas cosas que nos hagan sentir plenos. Tenemos que dejar atrás todos esos miedos que nos impiden conseguir nuestras metas. Mandar al carajo los tabúes y lanzarnos a cumplir esos deseos que estamos anhelando llevar a cabo. Aprender a disfrutar de todo aquello que nos rodea de la misma manera que yo aprendí a disfrutar del atún rojo o del pez mantequilla una vez que decidí dejar de pensar que lo que tenía delante era simplemente pescado crudo.

Al igual que me pasó a mí con la comida japonesa, todo en esta vida es cuestión de enfoque, todo depende del cristal con el que se mire. Y creedme: hay cristales mágicos, cristales que consiguen que veas la vida de color de rosa. Yo me he topado con uno no hace mucho tiempo y os puedo asegurar que funciona. Buscad el vuestro y seréis felices. Yo soy feliz.



Siniestro Total: Diga qué le debo. http://youtu.be/8GefGV2lFBo




6 comentarios:

  1. Rut... en cierta ocasión escribí esto en mi blog:

    El reloj incompleto

    El reloj de pared de la casa de mi abuela sólo era capaz de hacer ‘tic’. El ‘tac’ siguiente ya ni se oía. Y tampoco era tan viejo aquel artefacto. De niño me quedaba mirándolo horas y horas. Sus números romanos; su péndulo y la ranura ovalada con la que se le daba cuerda. Ni con todo el carrete completo era capaz de hacer ‘tac’.
    Su armazón de madera oscura era la caja de resonancia perfecta. Pero yo era incapaz de adivinar porqué había dejado de hacer ‘tac’. En realidad, nadie sabía por qué; creo que el único que lo sabía era él. Y es que el péndulo tenía claro que debía ir de un lado para otro. Y las agujas, también conocían que debían recorrer toda la circunferencia del reloj.
    El caso es que todo parecía estar en orden, pero no. Faltaba el ‘tac’ definitivo que cerrara el sonido perfecto del reloj.
    En ocasiones, a las personas, nos falta el ‘tac’ definitivo que cierre nuestro sonido perfecto. Todo parece que funciona, como el péndulo del reloj o sus manecillas; incluso hasta nos suena el ‘tic’ inicial. Pero nos falta el ‘tac’. Cada uno tiene el suyo y hasta que no suene, dejaremos algo incompleto.

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  2. Este era mi blog...
    http://gurugu999.blogspot.com.es/

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  3. Me encanta esa pequeña historia del reloj. Da que pensar.
    Y me han gustado otras muchas historias que he leído en tu blog, así que ya estás actualizándolo con alguna pequeña joya nueva.
    Que se vea ese talento!!!
    :-)

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  4. Gracias... pero talento, lo que se dice talento... me faltan muchoooooos 'tac' en mi vida, pero vamos tirando poco a poco.... bsto. guapaaaa

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  5. Rut permíteme que hoy no comente tu blog, pero es curioso que a través de él... haya descubierto otro para mis próximas lecturas, jejejej
    Por cierto, no sólo las chicas ponen pegas a esa imagen que ven cuando están ante un espejo. Yo soy de poca comida y debo tener la misma talla de pantalón ahora que cuando tenía 15 años (igual exagero un poco, pero poco)

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  6. Ya ves. La vida te da esas sorpresas... jejeje.

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