viernes, 18 de marzo de 2016

Pongamos que hablo de Madrid.


A lo tonto, a lo tonto, hoy hace ocho años que cual Neil Armstrong al llegar a la Luna planté mis pies en la Villa de Madrid y a zancadas que no a saltos me dediqué a explorar el que desde ese momento se convertiría en mi nuevo hogar.  
Y hete aquí que repasando las 57 entradas que llevo publicadas en el blog me di cuenta de que todavía no le había rendido tributo a la ciudad que me acogió con los brazos abiertos, así que creo que ya va siendo hora de que le dedique al menos unas líneas.
Madrid no me defraudó. Al principio la ciudad se mostró inmensa, atropellada y caótica ante mis ojos y no fue hasta que con el paso de los días fui recorriendo sus barrios mientras buscaba un lugar al que llamar hogar, que me di cuenta de que detrás de todo ese batiburrillo se escondía un lugar maravilloso en el que vivir.
Siempre he sido chica de provincias, como digo yo. Desde muy pequeñita, y dejando a un lado mis primeros años vividos en Barcelona porque mi escasa edad me impide recordarlos bien, he residido en lugares que se pueden recorrer de punta a punta caminando y sin mucho esfuerzo.
Primero fue Beluso, un típico pueblo de pescadores con unas playas y paisajes maravillosos en los que disfruté como una enana de mis años infantiles. Jugaba libremente sin temor a coches ni a extraños en medio de un entorno rural de lo más tranquilo y apacible. Si algún día viajáis a Galicia y os encontráis en las Rías Baixas no dejéis de hacer una excursión a la Península do Morrazo, porque os puedo asegurar que lo que allí veréis y sobre todo comeréis os dejará sin aliento. Y sí, el agua está helada, que por algo baña sus costas el Océano Atlántico, pero merece la pena sufrir un poco por pasar una jornada agradable en cualquiera de los innumerables arenales que conforman su entorno.
Cuando fui adolescente cambié Beluso por Pontevedra, o lo que es lo mismo, el pueblo por la ciudad. Siempre creí que ésta sería mi última parada, que aquí asentaría mi residencia definitiva. Pontevedra es una ciudad chiquitita, muy cómoda y con buena calidad de vida (al menos desde mi humilde opinión). A medida que pasaron los años se ha ido humanizando, y el olor a tubos de escape y el ruido de los motores han cedido terreno a los paseos tranquilos de la gente a lo largo de sus calles (recientemente) peatonalizadas. De Pontevedra me enamoran sus soportales, la arquitectura que se muestra a lo largo de todas y cada una de sus iglesias y edificios históricos, su amplio y bien cuidado casco antiguo, sus paseos bordeando la ría o sus plazas repletas de personas que las inundan en cuanto un rayo de sol hace aparición por el horizonte.
Supongo que conocéis ese dicho que versa “nunca escupas para arriba porque te puede caer en la cara”. Pues bien, algo de eso me pasó a mí con Madrid.
Os pongo en antecedentes.
Pontevedra era para mí el lugar ideal para vivir, y por eso no entendía que Martín, quien llevaba ya unos años en Madrid, defendiese a capa y espada las virtudes del que era su hogar de adopción en detrimento de la ciudad de provincias. Yo aceptaba que la primera ofrecía muchas más posibilidades que la segunda, pero no era capaz de asimilar, a lo largo de nuestras conversaciones sobre este tema, las innumerables ventajas que a ojos de Martín eran tan obvias. Y por eso lo de escupir para arriba… Yo ahora tampoco soy capaz de vivir sin Madrid, y si bien es verdad que Pontevedra siempre será ese lugar al que siempre querré volver, a día de hoy la variedad gastronómica, cultural, étnica y cualquier otra que se os ocurra y que Madrid ofrece a todo aquél que lo visita es infinitamente más amplia y atractiva que la de cualquier otro lugar que conozco.
Cómo describir Madrid sin quedarse corto o pecar de arrogante. Difícil tarea que procuraré llevar a cabo de la mejor manera que me sea posible.
Madrid es…
Madrid es caos. Un caos que en un primer momento puede llegar a asfixiarte pero que te engancha como una droga, hasta tal punto que en los días en los que el agobio no es excesivo echas en falta ir corriendo a todas partes, así que ya terminas acelerando el paso por inercia aunque vayas con tiempo de sobra.
Madrid es calma. Calma que se respira nada más pisar los Jardines del Buen Retiro, uno de mis lugares favoritos cuando quiero desconectar o simular que hago deporte, según se dé el caso. Es maravilloso poder rodearte de naturaleza en pleno centro de la ciudad, ser capaz de no escuchar nada más allá del cantar de los pájaros o el murmullo del agua sabiendo que a escasos metros la gran urbe está llena de vida, ruido y vitalidad.
Y aunque el Retiro sea el más conocido para nada es el único. Madrid está repleto de parques, cada uno con su encanto particular. No podéis perderos la visita al Parque del Capricho o a la inmensa Casa de Campo con su zoo y su parque de atracciones, a la famosa Pradera de San Isidro, a los Jardines de Sabatini escoltando el Palacio Real, al Jardín Botánico con su variedad de vegetación en pleno Paseo del Prado, a la Dehesa de la Villa o al kilométrico Madrid Río, con su particular “playa” en plena ciudad.
Madrid es paisaje. No he visto atardecer más impresionante, con el skyline de la ciudad como fondo, que el que se puede contemplar desde el Cerro del Tío Pío en Vallecas. Es el lugar ideal para llevarte una manta, unas pipas y algo para beber y contemplar cómo el sol se oculta tras el horizonte como si estuvieses disfrutando de una buena película.
Junto al Parque del Oeste, en el mirador que se halla al lado del Templo de Debod la panorámica de la Casa de Campo con la sierra de Madrid de fondo tampoco se queda corta. Incluso la panorámica de la Gran Vía que se observa desde la planta 9 del Corte Inglés de Callao sorprende. Lo bueno de esta última opción es que además de disfrutar de la ciudad desde las alturas puedes acompañar ese momento de un café o un buen gin tonic.
Madrid es arte. Muestra de ello la representan los innumerables museos que la componen, con el Prado, el Thyssen o el Reina Sofía a la cabeza, pero escoltados por muchos y variopintos lugares en los que poder admirar todo tipo de maravillas de la historia. No podemos olvidar fascinantes obras arquitectónicas como el Palacio Real, el edificio de la Ópera, el templo de Debod o el Palacio de Cibeles por poner algún ejemplo de los imponentes edificios que van surgiendo en cada esquina de la ciudad.
La misma Puerta del Sol es arte en sí misma.
Madrid es espectáculo. Basta con pasear por la Gran Vía y alzar un poco la vista para darnos de bruces con los innumerables teatros que la conforman, publicitando con inmensos carteles luminosos los espectáculos más en boga del momento.
Y qué me decís de los conciertos… Las figuras más importantes tanto a nivel nacional como internacional suelen hacer parada obligada en Madrid en sus giras, otro aliciente más para que esta urbe gane puntos en mi ranking personal.
Madrid es diversidad. El variopinto abanico de personas que la habitan hace de ella un lugar único. Y lo más maravilloso de todo es que, salvando las excepciones que siempre existen, la convivencia discurre de manera pacífica y civilizada. Es esta disparidad de nacionalidades, razas y religiones lo que hace de Madrid y de sus barrios, entre los que se encuentran Chueca, Lavapiés, Vallecas o Malasaña (por nombrar algunos de los más conocidos), el lugar cosmopolita que es hoy día.
Madrid es gastronomía. No he conocido lugar en el que la variedad gastronómica sea tan completa como aquí. Es el sitio ideal para cumplir cualquier antojo que se nos ocurra ya sea éste de carácter nacional o internacional. Pocos restaurantes seguramente quedarían fuera de la lista de opciones. Y yo, que disfruto tanto con la comida, soy feliz.
Madrid es diversión. La oferta de ocio, tanto diurna como nocturna, es amplia y variada. Infinitos bares y discotecas de estilos muy variopintos inundan la capital complaciendo de este modo al más exigente.
Mi entretenimiento favorito durante la época estival es recorrerme las diferentes terrazas que abren sus puertas en hoteles y lugares públicos como el Círculo de Bellas Artes o el Palacio de Cibeles, y disfrutar de un buen cóctel mientras la ciudad se encuentra a tus pies. No veo la hora de que llegue el buen tiempo para retomar esta buena costumbre.
Y así seguiría horas…

Madrid es, a día de hoy, mi ciudad. Esa que me acogió con los brazos abiertos nada más llegar y que me ha ido enseñando en pequeñas dosis todos sus recovecos. El lugar en el que trabajo y en donde he conocido a gente maravillosa que me acompaña en mi día a día. El sitio en el que me encuentro como en casa aunque jamás olvide de dónde vengo. No sé qué se siente estando en el Paraíso, pero si tengo que definir con una frase la sensación que me produce estar aquí tengo claro cuál sería:
De Madrid al cielo.

Joaquín Sabina. Pongamos que hablo de Madrid.  https://youtu.be/lHMhbJDW3KY



miércoles, 9 de marzo de 2016

Cuando nada es lo que parece.


No soy ninguna ingenua por lo que sé de buena tinta que en más ocasiones de las que nos figuramos las apariencias engañan. Y de qué manera. Hay veces que es tal el despropósito que la decepción nos lleva incluso a romper los lazos con quienes nos han traicionado.
Evidentemente existen grados de decepción dependiendo de quién venga el engaño, no nos duele lo mismo que un simple conocido pretenda metérnosla doblada a que sea nuestro amigo del alma el que lo intente. Todos tenemos al menos una persona en la que confiamos más que en ninguna otra que si en algún momento pretendiese hacernos vivir en una mentira nos partiría el corazón. Yo formo parte de ese todos y en mi caso esa persona se llama Rut y soy yo misma.
Resulta que la que suscribe y escribe tenía un concepto de sí misma, y más concretamente de lo que concernía a su organismo (me refiero al mío, claro) cuyo parecido con la realidad era pura coincidencia. Menos mal que ayer (más vale tarde que nunca) la parte de mí que creía ser se enfrentó cara a cara con la que realmente soy y en ese momento no tuvo más remedio que abrir los ojos.
En esto ha consistido mi punto de inflexión: ayer fui a una nutricionista. Harta como estaba de que a pesar de comer más o menos sano (con excepciones, reconozco que posiblemente demasiadas en los últimos tiempos) mi cuerpo se resistiese a mostrar externamente ese esfuerzo, busqué por internet y encontré un sitio que a priori me llamó la atención. El correo de respuesta a mi consulta y la llamada de teléfono que mantuve posteriormente con la susodicha me convencieron de que merecía la pena probar a ver qué era aquello del estudio antropométrico del que hablaban en su página web.
Mi cita era a las 13 horas pero entre lo previsora que es una y la falta de control del tiempo y la distancia en Madrid cuando dependes de un trayecto a pie y de un metro con su trasbordo me hicieron llegar con antelación, así que Elena se apiadó de mí y a la una menos diez me recibió en su consulta.
Elena es una chica joven, alta y delgada que empatiza muy bien con la gente desde el minuto uno. Directa y clara, comienza preguntando mil cosas sobre salud y hábitos alimenticios. Quiere saberlo todo y de todo toma buena nota, sin perderse ni una coma de las respuestas que le doy.
La conversación fluye sin problemas mientras yo confieso todos y cada uno de mis pecados relacionados con la comida a la par que en mi interior ruego por que al final la penitencia no sea demasiado dura. Con el castigo ya cuento. Ya lo hacía incluso antes de entrar por aquella puerta.
Cuando llega la hora de la verdad, esa en la que pasamos de la teoría (soltar el discurso) a la práctica (quedarme en paños menores y mostrar mis vergüenzas) me siento tranquila. Sé que no tengo un cuerpo 10 y precisamente como soy consciente de que no es así y de que me gustaría acercarme al menos a un 8, por ese mismo motivo estoy aquí. Y a partir de este punto comienzo a ser consciente del engaño en el que vivía. Después de que me tumbase en la camilla y me enchufase a la máquina que terminó descubriendo los porcentajes reales de los que estoy compuesta desglosados por agua, grasa y músculo, llegué a la siguiente y lamentable conclusión: Soy un cuerpo-escombro.
Mis niveles de grasa son tales que mejor dejarlos en el anonimato en el que están, el porcentaje de agua está por debajo de lo que es la media y si hablamos de músculo… como me decía Elena, estar está, pero lo cierto es que no se sabe muy bien dónde (y eso yendo al gimnasio desde hace dos meses. No quiero ni imaginarme cómo estarían esos niveles antes…)
Para continuar con las buenas noticias me comenta que debido a la zona en la que tengo localizada la grasa soy propensa a tener diabetes y enfermedades similares y me confiesa que ella misma se ha sorprendido con los parámetros que escupe la máquina endiablada porque a simple vista se ve que no aparento lo que en realidad soy por dentro. Permitidme que me presente: soy el engaño elevado a la máxima potencia.
Después de más de una hora de consulta en la que terminamos elaborando una dieta acorde con mi yo real se despidió de mí dejándome claro que ella no es ni pretende ser la madre de nadie por lo que no me va a regañar si las cosas no transcurren como está previsto. Y hace bien. La primera interesada en poner remedio a tanto desaguisado soy yo misma, así que para qué la bronca.

Ayer abandoné la consulta de Elena llevándome las manos a la cabeza. Hoy procuro tener la cabeza fría y centrarme en todo lo que me ha recomendado para convertirme en alguien sano por dentro y por fuera. Particularmente por dentro. Porque como se suele decir en estos casos: si uno está bien por dentro al final eso termina reflejándose en su exterior. Lo voy a petar. Ya veréis.

Alicia Keys. Superwoman. https://youtu.be/-AphKUK8twg