jueves, 20 de octubre de 2016

Pensamientos ilustrados.

Qué queréis que os diga… resulta que hace ya algún tiempo que yo también me he apuntado a la moda de crear una pequeña historia a partir de una fotografía, y puesto que últimamente mi cerebro se encuentra inspiradamente pobre he decidido recopilar y compartir alguna de ellas con vosotros, incluyendo la instantánea que me sirvió de “inspiración”, y de esta manera darle tiempo al coco a recuperar la imaginación que me permita contaros cuentos más extensos.

Si escribir ya de por sí me parece complicado en ocasiones, reflejar en tan solo un par de líneas todo un universo de sensaciones es ya lo más para mí, teniendo en cuenta que me enrollo más que una persiana cada vez que me pongo a hablar y lo de resumir como que lo llevo un poco mal.

Y como lo bueno si breve, dos veces bueno (además de breve evidentemente), aquí os dejo mis elucubraciones, ahora en versión mini:


Hasta el infinito y más allá.

Vuela.

Hazlo tan alto como lo hacen mis sueños. Tan lejos como se encuentran mis ilusiones. Tan rápido como se mueven mis deseos.

Y una vez llegues, explota en mil pedazos y envuelve con cada uno de tus trozos mis ganas de ser feliz de tal manera que sea incapaz de soltarme y me resulte imposible volver a caer hasta ese horrible lugar en el que hace ya tiempo he enterrado todos mis desencantos.


Un pequeño oasis entre el asfalto.

El domingo, después de haber comenzado la tarde en plan cultureta visitando con las niñas un par de exposiciones en el Caixaforum para continuar con un rato agradable de risas y terraceo que se alargó hasta más de las diez de la noche, decidí aprovechar la buena temperatura que se respiraba en el ambiente y volver a casa dando un "pequeño" paseo de más de una hora.
Delante del Ministerio de Agricultura, a la altura de Atocha, iba yo dándole vueltas a algo que me había pasado esa misma tarde, un tanto surrealista como casi todo lo que me sucede últimamente y que como casi todo lo que me sucede últimamente tiene como protagonista a alguien del sexo opuesto. Y es que cuando creo que ya no pueden conseguir superarse me sorprenden una vez más, y no precisamente para bien. Desde que ya no espero nada respecto a este tema, lo cierto es que a pesar de las "raras" experiencias al menos vivo la mar de tranquila.
Vuelvo al tema, que me lío y me disperso... Como iba diciendo... Llegaba a la altura de Atocha cuando vi algo que me sacó de mi ensimismamiento, algo que hizo que volviese de mi mundo de preguntas sin respuesta y que consiguió que durante unos minutos toda mi atención se centrase en cómo inventarme el mejor enfoque para conseguir reflejar en una imagen fija toda la paz y la serenidad transmitida a partir del suave movimiento de lo que tenía delante de mí.
Al final conseguí esta delicada instantánea de la cual me siento muy satisfecha.
Fue como descubrir un pequeño oasis en medio de la ciudad. Y como este pequeño remanso de calma casi oculto entre el caos de coches que a esas horas circulaban a apenas unos metros de distancia me transmitió tan buen rollo, me apetecía compartirlo con vosotros, con el deseo de que despierte en vosotros esa misma paz interior que sentí yo nada más verlo.

Acércate y verás.
No importa el color con el que pintes tu sonrisa, ya que en el fondo lo que cuenta es la acción de sonreír.
Y permite que sean otros los que decidan si hoy la visten de rosa inocente, la disfrazan de rojo pasión o la prefieren desnuda para que se muestre ante el mundo tal y como lo que es: un gesto apenas imperceptible capaz de hacer temblar la Tierra y derretir hasta el mismísimo Polo Norte si se lo propusiese.
Conociendo su poder, pregúntate qué no haría contigo si te tuviese enfrente...




¿Retroceder? Ni para tomar impulso.


"No soy lo que me ha pasado, soy lo que decido ser", una frase de Carl Jung en plan "tú sí que vales" que me ha hecho pararme a reflexionar.

No por nada, sino por todo. Porque leyéndola me recordaba a mí misma y a todo lo que erróneamente llegué a pensar sobre lo que podría y no podría llegar a alcanzar en mi vida. Si algo he aprendido es que el camino se recorre andando y que el pasado es solo eso, pasado.

Estancarse. Decidir no decidir por miedo a lo desconocido es sinónimo de no vivir, o al menos de no vivir la vida que a cada uno le gustaría.

Decidir. Tomar las riendas, volar hacia lo más alto, ser quien realmente quieres ser. Algo que parece tan sencillo pero que a veces puede llegar a ser tan complicado... 

Es tu turno. Tú eliges si prefieres no arriesgarte o si por el contrario te lanzas al vacío rumbo a lo desconocido y le sacas todo el jugo posible a esto que llaman vida.

Yo llegado el caso también tuve que tomar esa decisión, y ahora mis pasos me guían hacia lugares, situaciones y momentos imprevisibles y extraños, desconocidos y misteriosos, emocionantes y sorprendentes que hacen cada día de mí lo que soy: alguien que VIVE.


Porque sí.


Porque hoy me siento con ganas de saltar y soltarme la melena. Porque hoy resume la certeza de que seguimos por aquí dando la nota y la lata. Porque hoy precede a la incertidumbre del mañana y sucede al recuerdo del ayer. Porque hoy es hoy. 

Y mañana...mañana lo que tenga que ser será.




Piensa lo que quieras.
No intentes adivinar lo que se me pasa por la cabeza.
O hazlo. Eres libre de intentarlo e imaginar que la tengo llena de pájaros que vuelan libres y anidan en ella a su antojo. O pensar que está repleta de decisiones importantes que me quitan el sueño cada noche. Pudiera ser que la imagines llena de ilusiones imposibles. O tal vez de fracasos estrepitosos.
Imagina lo que quieras. Yo no diré nada. No quiero quitarte la ilusión de creer que me conoces de verdad, lo suficiente como para deducir por tan solo un gesto, por una cuidada expresión, por una profunda mirada, todo aquello que ocupa mi mente.
Permíteme solo un consejo: recuerda que en más ocasiones de las deseadas las apariencias engañan y que es peligroso juzgar un libro solo por su portada. Recuerda que no siempre una sonrisa es sinónimo de alegría ni una cara seria implica un problema, que jugar al despiste es muy propio del ser humano y a mí, como ser humano que soy, me encanta jugar...

Vergüenza.


Un año más se conmemora el aniversario de la liberación de Auschwitz.

Jamás seré capaz de imaginar el sufrimiento que esconde cada centímetro del recinto, pero sí puedo hablar de la enorme angustia y desazón que me invadió nada más atravesar el portón sobre el que aparece la tristemente famosa frase "el trabajo nos hace libres".

Puedo afirmar sin miedo a equivocarme que esa fue la visita más dura que haya hecho jamás a ningún lugar, pero a la vez creo que era parada obligada.

Paseando por el recinto uno se da cuenta de la crueldad que podemos llegar a tener con las personas escudándonos en defender unas ideas, lo infames que podemos llegar a ser ante la incapacidad de respetar al diferente, lo patéticos que nos volvemos al imaginarnos con la verdad absoluta.

Ojalá jamás se repita algo tan horrible, aunque visto lo visto me temo que ese deseo cuelga de hilos demasiado finos.

Al fin y al cabo el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Yo hasta me atrevería a decir que más de dos.

¿Tengo fe en la humanidad? A veces me cuesta pensar que es así.


Puro teatro. 

La vida es un carnaval y como tal hay que aprender a tomársela. Si uno no lo hace de esa manera corre el riesgo de vivir amargado eternamente y, seamos sinceros, en los tiempos que corren eso implicaría desperdiciar el poco o mucho tiempo que nos queda por estos lares, asunto que la que suscribe no está dispuesta a aceptar.

En absoluto pretendo engañar a nadie diciendo que sea tarea fácil, pero desde luego una vez que uno consigue aplicar esa filosofía a su vida todo se disfruta más intensamente.

Y si en algún momento vemos que nos flaquean las fuerzas siempre podemos enfundarnos en unas ropas que no son las nuestras y con la cabeza bien alta salir a la calle con la intención de comernos el mundo. O lo que es lo mismo: hacer como que es carnaval incluso aunque estemos en pleno agosto.



Encrucijada. 

Hace ya algún tiempo que decidí tomar las riendas de mi vida. Que se acabó lo de anteponer los demás a mí. Con excepciones, por supuesto, porque para eso existen personas intocables a mi alrededor, pero la marioneta que en un momento sé que fui cogió unas tijeras y cortó la cuerda que la ataba a todo lo negativo que la rodeaba.

Así que ahora yo dirijo mi vida. Ahora soy yo la que decide si se queda o se va, la que elije entre blanco o negro, la que escoge girar a izquierda o a derecha. Con más o menos acierto voy seleccionando las diversas alternativas que se presentan ante mí y al final yo soy la única responsable de mis acciones. 

Como debe ser. Como debería haber sido. Como en un tiempo no fue.



Te echo de menos.

El 90% del tiempo de verdad que lo consigo, pero en estos momentos me invade sin remedio ese 10% en el que no te imaginas cuánto echo de menos nuestras eternas conversaciones sobre todo y sobre nada, añoro tu ironía mordaz y tu facilidad para sacarme de quicio cada vez que me pinchabas cuando "discutíamos" sobre política. Ya nadie me llama piji-flauta, ni bonita ni bichillo... Ni te imaginas cuánto echo en falta tu compañía y tu facilidad para arrancarme una sonrisa.

Y si soy fuerte y me atrevo a confesarme es porque sé que jamás me leerás ni sabrás cuánto me dueles...

El 90% del tiempo soy capaz de mantener a raya cualquier signo de debilidad en mí. Es ese 10% el que en ocasiones me hace flaquear. 

Vista al frente, cabeza alta y sonrisa en la cara. He aprendido la lección y juro que la llevo a la práctica en mi día a día para poder continuar viviendo con más o menos paz. Es solo que a veces, solo a veces, recuerdo cosas que tal vez debería enterrar en lo más profundo de mi memoria.

Tiempo... Todo es cuestión de tiempo. Cuando quiera darme cuenta se me habrá pasado, en eso confío y por eso tengo fe. Pero por ahora... Por ahora lo único que me queda es lidiar con ese 10% de la mejor manera que pueda. Y si para conseguirlo tengo que flaquear no me avergonzaré de mis lágrimas y dejaré que rueden por mis mejillas mientras termino de torturarme escuchando canciones decadentes.

Al fin y al cabo todo es pasajero y, para bien o para mal, nada dura eternamente.

Para muestra un botón...


 Rumbo a la felicidad.

La vida consiste en luchar cada día por conseguir todo aquello que deseamos o, en su defecto, morir cual valientes en el intento.

El día a día se construye pasito a paso, que los atajos siempre se muestran muy atractivos ante nosotros pero al final se pueden convertir en laberintos de los que es imposible salir.

Cada uno tiene el derecho y la obligación de elegir cómo quiere vivir y como consecuencia de ello es también responsable de todos y cada uno de sus actos.

Por ese mismo motivo si uno no está contento con lo que tiene lo que debe hacer no es vagar como alma en pena por las esquinas sino levantarse del suelo y tener la valentía de decidir cambiar su ruta.

El mundo está lleno de osados que no se resignan nunca, que pelean con fiereza por sus sueños y que no cejarán en su empeño hasta conseguirlos.

Bravo por todos esos valientes que deciden levantarse cada día con ganas de mirar hacia adelante porque saben que de nada sirve echar la vista atrás y mirar de reojo al retrovisor. Saben que por más que pidan mil deseos a las estrellas, el pasado jamás vuelve.

Todos a nuestra manera somos héroes que se levantan después de cada tropiezo y siguen haciéndole frente a la vida aun cuando ésta se comporte de la manera más cruenta, riéndose a carcajada limpia cada vez que nos ve en el suelo.

Nadie dijo que fuese fácil, pero también os digo que al final tanto esfuerzo tendrá su recompensa.

Y entonces.... Entonces todo ese sufrimiento habrá merecido la pena.


Domingos que son domingos.

Echaba de menos un domingo tranquilo. Uno de esos en los que me permito remolonear un rato en la cama ya que las prisas se han quedado a un lado. Uno de esos en los que dejo que mi mente vuele más allá del infinito y se quede pensando en la nada más absoluta.

Echaba de menos un domingo perezoso. Uno de esos en los que las obligaciones se quedan a un lado y puedo dedicarme a hacer lo que me apetezca. En los que un buen libro recupera su importancia perdida en días más ajetreados. En los que la música lo envuelve todo, complementando a la perfección mi amor por la lectura. 

Echaba de menos un domingo reparador. Uno de esos en los que la llave seguirá echada con doble vuelta y sin visos de ser girada en lo que dure la jornada. En los que pasearé por la casa vestida con cualquier cosa porque, y salvo catástrofe imprevisible, no tendré la necesidad de preguntarme qué me pongo ya que no tengo la más mínima intención de abandonar estas cuatro paredes en lo que queda de día.

Echaba de menos un domingo como los de antes. Uno de esos necesarios para recargar las pilas que me ayuden a afrontar la semana con fuerzas renovadas después de unos días locos repletos de situaciones impredecibles.

Madrid, no me esperes hoy. Hoy por fin tengo ante mí un domingo tranquilo, perezoso y reparador. Hoy por fin puedo borrar la expresión "dejar de echar de menos" de mi lista de tareas pendientes y anotar en ella nuevos retos a alcanzar.


Porque éste sí, éste es un domingo como los de antes.


Deseo.

“¡No te muerdas las uñas!” me recriminan mientras acompañan sus palabras con una dura mirada de reprobación.
“Ya me gustaría no tener que hacerlo”, pienso para mí. “Ojalá tuviese cerca un cuello al que poder hincarle el diente y de esta manera no tener que conformarme con una simple uña”.





...Continuará...

martes, 18 de octubre de 2016

¡Lo tengo regalado, oiga!

Algunos de vosotros sois ya conocedores de que hace un par de semanas me lancé a la piscina y auto-edité mi libro en Amazon. No sé si llegará muy lejos o se quedará en mera anécdota que contar a mis nietos (si es que algún día los tengo, que al paso que voy me da a mí que la estirpe se queda en mi propia persona…), pero sin lugar a dudas está mejor ahí para que lo disfrute quien quiera que en el disco duro de mi ordenador, a donde solo yo tengo acceso.

Y como no tengo padrino importante ni nadie que me venda ante los demás, aprovecho cualquier ocasión que se me presenta para darle un poco de bombo al asunto que nos ocupa y meteros a Marietta hasta en la sopa. Que de tan pesada que me puedo poner a lo mejor hasta consigo que claudiquéis a mis insistencias y comience a corroeros la curiosidad.

Con tal motivo os dejo el artículo que en su día escribí para Blogavista Lifestyle, un blog de una agencia inmobiliaria en el que podéis encontraros artículos con temas de todo tipo. Una vez más agradezco a Piero y a Gema la oportunidad que me brindaron en su día para que hiciese pública mi pequeña historia. Apenas he hecho pequeñas modificaciones respecto al texto original, debido a que, por ejemplo, ya no dispongo de ejemplares en papel, pero la esencia del artículo es la misma.

Ahí va:

Si me hubieseis conocido de pequeña seguramente un detalle os habría llamado poderosamente la atención: el libro que sin ningún lugar a dudas llevaría debajo del brazo.

Contar mi historia sin hacer referencia a la lectura es como imaginar a Newton sin su manzana, a Bruce Springsteen sin una bandera de Estados unidos, a Woody Allen sin sus gafas o a Albert Einstein sin su tan característico bigote, por poner algún ejemplo característico que espero os haga visualizar la importancia del detalle.

La lectura y la música se convirtieron desde mi más tierna infancia en mis más fieles aliados, compañeros incansables que me acompañaban a todo aquel sitio al que yo decidiese ir, o mejor dicho, puesto que mi tierna edad me impedía desplazarme sola por el mundo, a los lugares a los que me dejaba llevar por mis padres.

No recuerdo cómo comenzó mi idilio, pero lo que sí puedo afirmar sin equivocarme ni un ápice es que esta relación todavía perdura. Y decir esto en los tiempos que corren, defender una relación tan estable como la que yo tengo con la literatura sin temor a un abandono en esta época en la que es tan complicado dar con una pareja que dure eternamente, me llena de orgullo y satisfacción.

Y ahora viene la pregunta del millón: ¿Cómo narices he pasado de ser ratón de biblioteca a aprendiz de escritora? Ahora mismo lo veréis:

Siempre he sido una persona muy risueña hasta que un día la sonrisa se borró de mi cara sin pedirme permiso. Comencé a sentir que me ahogaba y encontré en la escritura mi mejor vía de escape. Una mañana me levanté, encendí el ordenador y comencé a escribir. Me inventé un blog en el que expresaba mis emociones, infinitas sensaciones encontradas que luchaban por salir de lo más profundo de mi ser. Confesiones de un Alma inquieta (lanenach212.blogspot.com.es) echó a andar y se convirtió en una parte importante de mí, la única manera que encontré para explicarles a todos aquellos que me rodeaban cómo me sentía sin necesidad de abrir la boca. Porque por aquel entonces intentar hablar y echarme a llorar era todo uno.

Y poco a poco salí del pozo. Y mi parte orgullosa entró en acción. Un día me retaron a que pasase de las historias cortas al relato largo, y así nació Marietta. Sin hacer demasiado ruido pero con paso firme se plantó un día delante de mí y ya no se fue. Nos convertimos en dos amigas inseparables que se cuentan sus cosas. Sin darme cuenta mi imaginación voló muy alto y terminé por darle forma a una historia que comenzó como una apuesta y terminó ocupando un lugar en el espacio… de mi ordenador.

El pasado año cumplí 40 años. No me avergüenza confesarlo así que dicho queda. Siempre he sido muy soñadora, cualidad que a veces me ha jugado muy malas pasadas, pero que me define de una manera tan brutal que es imposible no relacionarla conmigo. Y yo tenía un sueño. Yo quería que Marietta saliese del ordenador y se convirtiese en papel y tinta. Y gracias a unos amigos maravillosos ese sueño se volvió real envuelto en papel de regalo y con un enorme lazo, haciéndome en ese momento la persona más feliz (y sorprendida) que alguien se pudiese encontrar sobre la faz de la Tierra.

Vista la ocasión que se me ofrece, permitidme que os presente formalmente y que termine este artículo con un comienzo, el de mi libro. Un libro del que se editaron 100 ejemplares impresos. Una locura que yo sigo intentando que llegue más lejos.

A veces cierro los ojos y me imagino entrando en una librería y dándome de bruces con la portada que con tanto cariño elaboró mi buena amiga Patri para la ocasión.

Hace algún tiempo, cuando me había olvidado hasta de soñar, os habría dicho que ese deseo es algo imposible. Ahora mismo os digo que lo único imposible es lo que no se intenta. Positivismo ante todo. Y tenacidad. Ahí radica la clave de todo.

Y sin más, aquí os dejo con Marietta. Si cuando terminéis de leer este fragmento notáis algo parecido a la curiosidad sólo quiero que sepáis que, a pesar de que ya no dispongo de ejemplares impresos, sí podéis encontrar mi libro en el siguiente enlace de Amazon: https://www.amazon.es/Marietta-Murphy-Rut-Serantes-Chao-ebook/dp/B01LX0ARTA.

No prometo un premio Planeta, pero sí una lectura agradable, amena y por momentos divertida. Qué voy a decir yo, que he parido a la criatura… En fin, yo por si acaso ahí lo dejo. Nunca se sabe… :-D


CAPÍTULO 1
“Me llamo Marietta, con doble T. Y aclaro lo de la doble T porque os juro que estoy hasta los cataplines de que la gente escriba mal mi nombre día sí y día también. A veces desearía que mis padres no hubiesen sido tan originales a la hora de elegir cómo iban a llamar a su hija. Con lo que me habrían facilitado las cosas si me hubiesen bautizado como Ana, Pilar o María…
Claro que visto desde otra perspectiva, buscándole el positivismo al asunto, peor hubiese sido que me hubiesen presentado ante el mundo como Belkis Yorsleidi, por poner el primer ejemplo que se me acaba de pasar por la mente. No hubiese sobrevivido a más de dos dolorosas visiones de mi nombre mal escrito sin haber deseado poseer una recortada y ponerme a disparar. Me salva que soy pacifista y las armas me dan pavor…  y  que me llamo Marietta, por supuesto.
Vine al mundo un primero de enero de hace 35 años. Nací con el año y aguándoles la fiesta de Nochevieja a mis padres. Para una vez que se deciden a salir de casa y festejar por todo lo alto el cambio de fecha con matasuegras y petardos incluidos voy yo y les chafo la celebración adelantando mi llegada a este mundo en más de dos semanas. Si llego a saber de antemano lo que me iba a encontrar me declaro en huelga y ubico mi residencia permanente en la barriga de mi madre. Imagino que a ella no le haría mucha gracia tener que cargar con 13 kg extra toda su vida, pero yo sería de lo más feliz. Sí, lo mío efectivamente es egoísmo. Puro y duro. Ciertamente. Pero es que el mundo me ha hecho así.
***********
El despertador sonó a las 6:30 de la mañana. De la nada surgió una mano que sin muchos miramientos aporreó el aparato una vez con golpe firme, y acompañada de gruñidos de resignación la cabeza de Marietta asomó entre las sábanas mascullando:
─ ¿Quién me mandaría a mí trasnochar anoche…? Y lo que es peor… haber bebido… ¿Cuántos…? ¿Dos…? ¿Tres…? No… ¡Cuatro Gin Tonics con el estómago vacío!
A duras penas consiguió sentarse al borde de la cama y después de suspirar con resignación varias veces se dirigió tambaleándose al baño. Abrió el grifo de agua caliente y bajo la ducha terminó de desperezarse.
En su cabeza se sucedían imágenes inconexas sobre lo que había pasado la noche anterior. Había sido un duro día de trabajo, con el jefe cabreado en grado sumo por una venta que al final no había llegado a buen puerto. Si es que estaba claro: aquel chalé de las afueras no ofrecía ni por asomo las condiciones que prometía el anuncio: “Inmejorables calidades, ubicación en una de las mejores zonas de la ciudad, amplias habitaciones, acabados muy cuidados y vistas a la montaña. Piscina y pista de pádel comunitarias.” Y si descartamos lo de las calidades, que a lo sumo se podrían definir como pasables, las vistas (la montaña se ve, sí, pero sólo si mides más de metro ochenta y te pones de puntillas en la esquina de la ventana de la habitación de invitados) y que los acabados en realidad dejaban mucho que desear, tampoco es que el anuncio estuviese demasiado exagerado. El caso es que Alberto se había puesto de un humor de perros y se había dedicado a ladrar a todo aquel que había osado cruzarse en su camino. Y ella no había sido la excepción. Y en el fondo ese último recuerdo la tranquilizó: bajo el agua de la ducha acababa de encontrar al culpable de su resaca. Su jefe. Y eso hacía que se sintiese mejor. El hecho de pensar que ella era la responsable del incipiente dolor de cabeza que comenzaba a hacer aparición la traumatizaba. El veredicto estaba claro: inocente de todo cargo. Ya podía cerrar el agua y seguir con la rutina mañanera. Fuera remordimientos.
Mientras le sacaba todo el jugo a la naranja y se bebía el zumo intentando olvidarse de la jaqueca recordaba vagamente cómo, después de haber terminado de trabajar y de manera casi involuntaria, dejándose llevar por la vorágine provocada por los gritos de Alberto, Sandra la había empujado a que se tomase una copa con ella para así poder desahogarse tranquilamente ante tanta tensión acumulada.
Sandra era todo un personaje: se tomaba las cosas del trabajo demasiado en serio y eso terminaba siendo un problema para ella y para Marietta, quien sin apenas darse cuenta se veía arrastrada por todos aquellos planes alocados que se le iban ocurriendo a Sandra en función de la dirección desde la que soplase el viento. Vale que Marietta se dejaba influenciar con demasiada facilidad, pero eso era secundario. La confabuladora era Sandra, ella simplemente se dejaba llevar.
─ Te juro que estoy harta. No aguanto más los cambios de humor del gilipollas ese. ¿No se da cuenta de que si no se cierra una venta es porque la mierda que vende no llega ni al mínimo de calidad? Nooooo, Mr. Perfecto es un sabelotodo que todo lo sabe. ¡¡¡No lo soportoooo!!! –Sandra gesticulaba como una posesa con la bebida en la mano, meneándola de tal manera que en más de una ocasión a punto estuvo de regar con ella a su amiga, quien en previsión de que eso pasase y sin que se notase demasiado retrocedía unos milímetros cada vez que el líquido llegaba al borde de la copa, alejándose del calculado radio de acción de las posibles salpicaduras.
─ ¡¡¡Cómo desearía poder mandar todo a tomar por saco, tía!!! Cuando comencé a trabajar para él jamás habría imaginado que me amargaría de esta manera la existencia. Con esa cara de no haber roto un plato que tiene y los gritos que es capaz de emitir desde su garganta. Si pudiese me volvía al pueblo mañana mismo…
 Las quejas continuaban sin dar tregua, y sin apenas darse cuenta Marietta terminaba un Gin Tonic y como por arte de magia aparecía con otro en su mano.  Magia que se diluyó por arte de ídem cuando llegó la hora de pagar la cuenta. Fue en ese momento cuando comprendió que a lo mejor no había sido tan buena idea pasarse por el Giordie’s entre semana. Vale que prepararan unos cócteles que quitaban el hipo, pero la bofetada que sintió cuando tuvo que desembolsar 60 euracos fue descomunal, y el primer recuerdo que se le vino a la cabeza en ese momento fue para su ya tambaleante cuenta bancaria. Sacó la VISA de la cartera y con resignación se la entregó al camarero, quien sin ningún miramiento la introdujo por la ranura del TPV al tiempo que marcaba la horrible cifra que apareció reflejada acusadora en la pantalla, después de lo cual y con una educación exquisita, porque lo cortés no quita lo valiente, el joven solicitó a Marietta que marcase el número PIN. Durante una milésima de segundo ella se imaginó siendo Indiana Jones, rescatando del horrible aparato su tarjeta y saliendo huyendo del local. En su cabeza se imaginaba corriendo rauda y veloz puerta afuera, sin ni siquiera mirar atrás. Pero… ¿a quién pretendía engañar? Con aquellos tacones no hubiese llegado ni a la esquina, y lo que era peor, había enormes probabilidades de que la huída terminase en caída estrepitosa en medio de la calle que a esas horas todavía frecuentaban miles de personas.  Y le pudo la vergüenza. Así que marcó el número secreto e hizo lo único que podía hacer en ese momento: se prometió a sí misma que hasta el mes siguiente no volvería a usar ese plástico endiablado que tantos disgustos le daba cada vez que salía de su bolso. ¡Maldita sea! A quién pretendía engañar. Para que terminase el mes todavía quedaban 20 días… Toda una eternidad.
El pitido de la cafetera la despertó de su ensimismamiento. Alargó el brazo para coger una taza y se sirvió un buen tanque de café con el que poder comenzar la mañana. Lo único que la reconfortaba en ese momento era el hecho de que era viernes y de que quedaban por delante dos días en los que intentaría desconectar de todo y de todos.
Se llevó la taza a la boca y casi al tiempo la volvió a apartar… Ya se había vuelto a quemar. ¡¡¡Siempre se olvidaba de lo caliente que salía el café de esa cafetera!!! Nunca aprendía la lección. Entre soplido y soplido terminó de beber y acabó de arreglarse. Se lavó los dientes a conciencia y se pintó la raya del ojo, para terminar el ritual mañanero echándose unas gotas de colonia. Una chica no debía salir nunca de casa sin dos imprescindibles: la raya del ojo y las gotas de colonia en la parte interior de las muñecas y detrás de las orejas. Eso al menos era lo que le había dicho siempre su madre. Ya desde pequeña le habían inculcado que siempre tienes que hacer caso de lo que te dice tu madre. Porque madre no hay más que una. Y por suerte para ella la suya estaba a muchos kilómetros de distancia.
Miró su reloj y echó mano del bolso, colocándolo encima de la mesa de la entrada para confirmar por última vez que no se olvidaba de nada: móvil (imprescindible casi como el hecho de tener que respirar para seguir viviendo), cartera, llaves… estaba todo. Ya podía salir de casa dispuesta a afrontar un nuevo día que prometía ser agotador. Lo peor era el hecho de no saber si Alberto vendría con su careta de jefe amable o sacaría a pasear su cara de perro de nuevo. Ojalá se le pinchasen las cuatro ruedas del coche a la vez y no pudiese llegar a la oficina... Un deseo demasiado bonito para ser verdad.
Salió por la puerta, y al tiempo que le daba la vuelta a la llave su cabeza volvió a fantasear por un instante con una vida perfecta en donde su mayor preocupación consistía en decidir si quería tostadas o croissant para desayunar.
El pitido del coche que tuvo que frenar en seco para no atropellarla mientras cruzaba la calle por un lugar no permitido la devolvió a la realidad. Ni tostadas ni croissant. A ella lo que le servirían por el momento serían una buena dosis de estrés y varias docenas de informes de ventas que debían estar listos antes del mediodía. Giró la esquina y se metió en la boca del metro, perdiéndose escaleras abajo entre otras personas que, al igual que ella, se disponían a comenzar un nuevo día mientras dejaban volar su imaginación, ese lugar en el que seguramente ellas también soñaban con tostadas y croissants.”