domingo, 18 de mayo de 2014

La distancia se mide en ganas.

Ayer una amiga me confesó un secreto que por el momento nadie más sabe: Va a ser mamá por segunda vez y está loca de contento, aunque la pobre lleve estas primeras semanas revuelta cual turista disfrutando de un crucero en medio de un mar enfurecido que menea el barco de un lado a otro sin piedad haciéndola rodar sin descanso porque no consigue agarrarse ni al mástil de popa. Y mira que es grande el susodicho. Pues ni con esas, oiga.

El detalle aquí radica en que no tenía por qué haber haberme hecho partícipe de esa noticia. Me ha dicho que cuando leía mi blog a veces sentía que yo me desnudaba tanto que le hacía sentir como si estuviese leyendo mi diario, y que por ese mismo motivo ella quería compartir conmigo algo tan íntimo y personal. Y a mí me pareció todo un detallazo. No pegué un bote porque todavía era demasiado temprano y temí que el hecho de ponerme a saltar en la cama haría que terminase con mi cuerpo en el suelo. Y ya se acerca el verano, así que cuantas menos heridas y moratones tenga por el cuerpo mejor. Que ya tengo ganas de enseñar piernas y brazos después del frío invierno madrileño.

Qué queréis que os diga. Ese hecho me ha reforzado en la idea de que debo estar haciendo bien las cosas. Que mi amiga haya depositado en mí esa confianza me demuestra que la gente que me rodea cree en mí. Siempre he presumido de ser amiga de mis amigos, ellos saben que pueden contar conmigo cuando lo necesiten. Aún cuando pase temporadas encerrada cual tortuga en mi caparazón de dura concha y sólo salga para lo estrictamente necesario. Como pedir una pizza o sushi, por ejemplo. No pongáis esa cara… todos sabéis lo importante que es comer para el ser humano, así que no sé de qué os extrañáis… Santa paciencia tengo que tener a veces…

En fin, que yo sigo a lo mío:

Como intentaba explicaros antes de haberme visto obligada a interrumpir mi relato, puedo pasarme semanas, incluso meses, sin hablar con alguien y una vez retomado el contacto parecer como si nos hubiésemos despedido la tarde anterior y el tiempo no hubiese transcurrido. Y esa es una sensación maravillosa. 

Cada cierto tiempo lleno de ropa la maleta y tomo rumbo al noroeste, hacia tierra celta, con objeto de visitar a la familia y demás allegados. Mi medio de transporte suele ser el tren, pero cuando veo el congelador tiritando no dudo en coger el coche y vuelvo con el maletero lleno de víveres. La sensación de pensar en abrir mi nevera, gritar ¡¡¡Hola!!! y escuchar mi sonido a causa del eco que genera tanto vacío me angustia y comienzo a respirar mal. Así que, llamadita a mamá y todo solucionado…

Podéis imaginaros cómo se desarrollan esas visitas: hoy comida familiar con unos, mañana cena con otros, cafecito con las niñas en Pontevedra, quedada de ex compañeros de trabajo en Vigo, reencuentro con antiguas (que no viejas) amistades a las que no veía desde tiempos inmemorables… Los días parecen no tener suficientes horas para poder cumplir con todo el mundo, y eso sólo puedo describirlo con una palabra: MARAVILLOSO. Es ahora cuando comienzo a darme cuenta de lo que mucha gente lleva diciéndome todo este tiempo. Va a terminar siendo cierto eso de que la gente me quiere más de lo que yo creía pensar. Y yo que llevaba tiempo pensando que era un ogro gruñón y ahora resulta que no lo soy tanto.

Siempre termino dejando quedadas pendientes, cenas prometidas que nunca se llevan a cabo, salidas de sábado por la noche que tienen que quedar para otra ocasión porque el sábado siguiente me pilla a unos cuantos cientos de kilómetros de distancia. Que digo yo, que intentar se podría intentar… pero maquillarme y ponerme toda mona para que seis horas y media más tarde (que es lo que dura el trayecto de Madrid a Pontevedra) llegue con la ropa toda arrugada, el maquillaje ya que ni se ve y pensando en que sólo me puedo quedar media horita porque tengo que volver que el lunes trabajo, como que no termino de verlo. Algo me chirría en toda esta historia y no alcanzo a descubrir el qué. A que va a ser el maquillaje que con el calor se derrite y me hace parecer un payaso… y por ahí sí que no paso: antes muerta que sencilla; o que payaso en este caso.

Lo dicho, que siempre me dejo algo en el tintero para tener la disculpa perfecta para regresar a casa aunque no sea por Navidad. Como si me hiciesen falta excusas, estaréis pensando. Pues no, efectivamente no me hacen falta, pero como una es una chica previsora prefiere asegurarse de que alguien de por allá, aparte de mi gato Nono, se queda con ganas de verme y de charlar un ratito conmigo. Que sí, que sí, que Nono y yo mantenemos conversaciones cuando nos vemos: yo le hablo como si fuese tonta y él me devuelve un maullido cansino. Y los dos nos quedamos tan contentos.

Sentir que tengo cerca a personas como mi amiga, la que compartía conmigo esa maravillosa noticia, me demuestra que la gente en el fondo me quiere (y no por el dinero, eso seguro), se acuerda de mí y cuenta conmigo para las cosas que para ellos son importantes.


Y yo pensando en eso veo reflejada una sonrisa de tonta en el espejo y me siento feliz. Y entonces no puedo evitar preguntarme: ¿A que molo mogollón?




La Trampa: Volver a  Casa. http://youtu.be/sAQhdwGXGbQ




No hay comentarios:

Publicar un comentario