No quiero despedirme de
Marietta.
Me niego a escribir la
última palabra y añadir el que sería el punto final a toda esta aventura en la
que me metí hace ya un par de meses con tanta ilusión, mil inseguridades y
desde luego infinitas dudas.
Pero por más que quiera
aplazar ese fatídico instante en el que tenga que decir adiós a esos días de
encierro voluntario delante del ordenador sé que ese momento llegará. Y no tendré
más remedio que despedirme de esas noches en las que mi cabeza no para de dar
vueltas intentando exprimir esta imaginación que de pronto un día se mostró
ante mí como si tal cosa, y que con el paso de los días se ha convertido en un
apéndice más de mi mente, ya alocada en exceso sin necesidad de más motivación
externa. Temo el momento en el que mis dedos sientan la necesidad de volar a lo
largo del teclado y Marietta ya no sea la disculpa perfecta para que lo hagan.
La sensación que me invade
es la misma que la de cuando se pierde un amigo del alma sin que nadie pueda
hacer nada para remediarlo. Te quedas con un vacío enorme que va a ser muy
difícil de volver a llenar.
Y hablando de amigos… no
sé qué habría hecho sin todos esos voluntarios que desde el minuto uno se ofrecieron
a la ardua tarea de destripar minuciosamente todas y cada una de las páginas
que, a cuentagotas, les iba enviando con el ruego encarecido de que me
criticasen hasta lo indecible. Ni os imagináis cómo esperaba con angustia el
fatídico momento en el que alguno de ellos me confesase con mucha vergüenza y
reparo (son mis amigos, no quieren hacerme daño…) que el capítulo de turno era
un bodrio infumable que para lo único que servía era para envolver el bocadillo
de jamón serrano que se llevaban para comer a la hora de la merienda.
Y fíjate tú que ese
momento jamás llegó. Todo lo contrario: si por cualquier circunstancia ajena a
mi voluntad retrasaba un poco más de lo habitual el envío de nuevo material, comenzaba
a recibir mensajes intranquilos, amenazas veladas (repito: son mis amigos, no
quieren hacerme daño…) de personas impacientes por devorar historias nuevas que
poco a poco han hecho que Marietta se haya convertido en una más de la
pandilla.
Y yo, la que se hace
llamar “escritora”, la madre de la criatura, se resiste a plasmar por escrito
todo lo que ya hace un tiempo habita su mente. Porque el capítulo 11 va a ser
el definitivo, el que cierre el círculo que comenzó por ser un pequeño punto
que se ha ido haciendo más y más grande.
No tengo hijos, así que y
salvando las distancias Marietta es como una hija para mí. Y este es el momento
en el que estoy a punto de despedirla con la típica tristeza con la que unos
padres dicen adiós a su niña del alma al ver cómo ésta se aleja lentamente camino de
su propia vida. Marietta está a punto de comenzar a volar sola. Al menos eso es
lo que yo deseo para ella.
De todos modos no pasaría
nada si al final las cosas no funcionan, esto no sale como estaba inicialmente
previsto y la niña voladora regresa a casa con la cabeza bajo el ala. Como para
cualquier madre, Marietta para mí es la criatura más maravillosa de este mundo,
esa que he parido, alimentado y educado de la mejor manera que me ha sido
posible. Evidentemente todo es susceptible de mejora, pero el cariño con
el que se ha gestado este personaje ha sido tan grande y tan sincero que nada
malo puede salir de todo esto.
Gustará más o menos, caerá
mejor o peor, eso es algo que ya otros decidirán si tienen la suerte (o la
desgracia) de toparse con ella en su camino. Yo ahí no podré interceder, tendrá
que ser ella la que, siendo como es, se gane el cariño del resto de la gente.
Y como cualquier buena
madre que se precie, estaré ahí para ella tanto en las duras como en las
maduras. Le daré palmaditas en la espalda si las cosas funcionan y la consolaré
cuando apoye su cabeza en mi hombro si, llegado el caso, siente la necesidad de
llorar.
En estas próximas semanas
diré adiós a Marietta. En los días venideros remitiré el último capítulo de
esta historia a mis críticos literarios más fieros (Araceli, José Manuel,
Julio, Patri, Silvia, Concha, Nerea, Juan Carlos, Violeta y ¡¡¡a mis padres!!!)
para que desmenucen con esa crueldad que les caracteriza las últimas líneas del
cuento. Y espero que ese último ataque que me hagan sea tan feroz como todos
los anteriores. Porque eso significará que al final la historia no ha perdido
fuelle y culmina con nota el trabajo anterior.
Pero
hasta que la palabra FIN no quede plasmada a través de ese último punto todavía
tengo que estrujarme un poco más el cerebro y reflejar con palabras el desenlace
mental de esta historia de cuento. ¿Quién sabe? Tal vez un día nos encontremos por
la calle y tenga la oportunidad de presentaros a mi niña Marietta. Yo la quiero
mucho. Espero que os pase exactamente lo mismo a vosotros cuando la conozcáis.
Taxi. Viento. http://youtu.be/_o61Kfc8cEw
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