Como todos los años por
estas fechas abre sus puertas (en realidad he de confesar que a día de hoy está
a punto de cerrarlas) la Feria del Libro de Madrid, en esta ocasión en su
edición número 74. Poca gente quedará ya por estos lares que pueda presumir de
haber estado presente la primera vez que las casetas subieron sus persianas o
descorrieron sus cortinas (o lo que fuese que estuviese de moda en aquella
época) para que personas ávidas de conocimiento y deseosas de encontrar una
lectura que llenase sus ratos muertos o los momentos anteriores a caer en
brazos de Morfeo pudiesen dar con el libro perfecto.
Y digo yo: para ser la
española una sociedad que se entretiene en ocasiones con cualquier cosa,
incluso con el zumbido de una mosca antes que leyendo un libro, bastante ha
aguantado esta feria entre nosotros. A pesar de encontrarnos inmersos en plena
era de la tecnología en donde los libros electrónicos están de moda y pesan
menos que muchos manuscritos, es gratificante ver la cantidad de ejemplares en
papel que llenan las distintas casetas distribuidas de manera ordenada a lo
largo del Paseo del Duque de Fernán Núñez que es como se llama la calle en la
que se ha montado todo este espectáculo, mediático en ocasiones gracias en
parte a la presencia de innumerables personajes, escritores unos y otros no
tanto, que sentados en sillas más o menos cómodas dedican sus mejores palabras
a todos aquellos que quieren llevarse un ejemplar firmado y sus mejores
sonrisas para salir lo más guapos posible en la foto de rigor. Porque uno nunca
sabe quién va a terminar viéndote el careto…
Total, que como cada año
por estas fechas Araceli y yo nos damos una vuelta por el Retiro, ese idílico
lugar lleno de árboles, fuentes e incluso un estanque que habita el corazón de
Madrid escenificando el contraste más brutal entre naturaleza y asfalto y que a
mí, personalmente, tanto me gusta. Lo hacemos porque las dos somos devoradoras
de libros (confieso que ella lo es algo más que yo últimamente), una de esas
coincidencias en gustos que forma parte de ese ramillete de aficiones comunes
que han hecho que sigamos siendo amigas desde hace ya mil años. Y lo hacemos
porque en el fondo también somos un poco cotillas y nos gusta verle la cara a
esa rara avis que habita entre
nosotros, conocida vulgarmente con el vocablo de escritores, y que como ya comentaba unas líneas más arriba se
reúnen en manada en escasos metros cuadrados a lo largo de las jornadas que
dura el evento. Y si ya de paso te encuentras cara a cara con alguno de tus
ídolos y consigues hablar dos palabras con él la satisfacción ya es completa.
Añado además el ejercicio saludable que es caminar, feria arriba y feria abajo,
y de esta manera contribuir a conseguir ese cuerpo de escándalo que dejará a todos
con la boca abierta este verano. Todo sea por que la operación bikini sea un éxito sin parangón. Muy listos
estos señores organizadores de la Feria del Libro al haber elegido las fechas
para el evento. Estoy por escribirles un correo de felicitación y agradecimiento
por la labor prestada a la causa…
Tal vez llegado a este
punto del relato os estéis preguntando si me he traído algún libro nuevo a casa
o quizás si me he encontrado con algún famoso, escritor reconocido o en ciernes, en mi
camino. No desesperéis que ahora mismo os informo al respecto, por lo que os
rogaría que dejaseis de morderos las uñas por la impaciencia. No hay nada más
feo que unas manos mal cuidadas.
Lo cierto es que no
llevaba ninguna intención concreta de comprarme nada, si bien es cierto que
sabía que ayer por la tarde uno de los que firmaba libros era Luis Ramiro. Si
sois seguidores fieles de mi blog hay grandes probabilidades de que sepáis de
quién hablo. Tranquilo todo el mundo. No voy a obligaros a leer como posesos
entradas antiguas para averiguarlo si así no fuese. Soy un bicho, pero no tanto…
Luis Ramiro es un
cantautor que reconozco que me gusta bastante y que conocí gracias a Esther
hace un par de meses cuando con dos narices me planté en un concierto suyo sin
haber escuchado siquiera el primer acorde de ninguna de sus canciones. Y como
me confieso mujer de extremos, pasé de no tener ni idea de qué cantaba el pollo
a considerarlo la polla. Es un poeta que consigue transformar poesías en
canciones y como no podía ser menos, si su intención era dedicarse a escribir
tendría que hacerlo publicando un libro de poemas. Y yo creo que lo ha bordado.
Al menos a mí me ha tocado la patata de la misma forma magistral que en su día (como digo no tan lejano) lo hicieron sus canciones. No creo que sea necesario confirmaros que, ni corta
ni perezosa, me acerqué a la caseta número 45, esperé mi turno y cuando me tocó
la vez le pedí que me dedicase el ejemplar que pensaba comprarme y llevarme a
casa. Hablamos durante un par de minutos, le confesé mi devoción hacia su
música, nos sacamos un par de fotos y nos despedimos con un par de besos. Él se
quedó en la caseta firmando otro ejemplar a otro fan incondicional y yo me
marché contenta con mi dedicatoria. Le deseo toda la suerte del mundo. Es un
tío majete. Ya sólo por eso se lo merece.
Continuamos con nuestro
paseo, sorteando a la gente que al igual que nosotras decidió pasar la tarde de
ayer en aquel lugar, y en una de esas veces en las que giré la cabeza hacia
cualquier caseta que me fui topando por el camino vi a una persona a la que sin
conocer de nada he admirado desde siempre. Además de parecerme una belleza en
toda regla, siempre he pensado que tiene la cabeza muy bien amueblada y los
pies puestos muy firmes en la tierra. Fue modelo, pero aunque os parezca
mentira no fue la envidia por ese cuerpo espectacular lo que me llevó a que me
fijase en ella, ni esa cara perfecta, ni siquiera esos ojos claros. Lo que
realmente me sorprendió fue el hecho de que además de ser físicamente
envidiable su forma de hablar demostraba que también había buena materia prima
en el interior. Así que echándole más morro que otra cosa me acerqué a Martina
Klein y le pregunté si podía sacarme una foto con ella. Y aquí estamos, la
Bella y la no tan bella, juntas en una misma instantánea.
Recorrimos el lado derecho
hasta que nos quedamos sin casetas y giramos nuestros pasos para dedicarnos a
pasear el lado izquierdo, ese que como recordábamos ayer Araceli y yo, siempre
era el último en ser explorado. Íbamos hablando de nuestras cosas cuando desde
uno de los stands nos llamó la atención la siguiente frase: “Prohibido tirar
comida a los autores” y nos reímos de la ocurrencia. Y hete aquí que los autores se dieron cuenta y
comenzaron a llamar nuestra atención para que nos acercásemos con todo tipo de
gestos y palabras graciosas. No tuvimos más remedio que hacerlo y de tan
simpáticos que me parecieron terminé por comprarme un libro del que ni siquiera
había oído hablar, dedicado por ambos, faltaría más. Lo cierto es que he
comenzado a leerlo esta mañana y tiene su punto gracioso. Original desde luego
es un rato.
Y así, como quien no
quiere la cosa llegaron las nueve y media de la noche, los escritores se
levantaron de sus sillas y las casetas bajaron sus persianas. Era el fin de
otra jornada de esta feria a la que le quedan ya pocas horas de vida. El
próximo año volverá a abrir sus puertas la edición número 75, y si todo sigue
el guión de las anteriores, en ella se darán cita nuevos protagonistas,
inventados o no, de los que se narrarán sus increíbles aventuras a lo largo de
páginas encuadernadas con mucho mimo. Y acompañando a todo ese elenco de
personajes con un poco de suerte podremos toparnos en carne y hueso con los
autores de esas historias, inventadas o no, con los que poder intercambiar unas
palabras y llevarnos una dedicatoria y foto de recuerdo.
Y a mí lo único que se me
pasaba por la cabeza cada vez que cruzaba mi mirada con la de ellos era: ¿Y si
el año que viene soy yo la que me sitúo en el lado opuesto de la caseta, me
siento en una de esas sillas y paso un par de horas dedicando ejemplares en los
que Marietta sea la total protagonista, departiendo con la gente y, por qué no,
formando parte de esa fotografía en la que procuraré salir lo mejor posible porque
una nunca sabe quién puede terminar
mirándome el careto?
Quedan menos de 365 días por delante para averiguarlo.
Estimada Rut del alma inquieta, veo que no sólo te encanta leer si no también toda la farandula que rodea a los escritores. Se nota además que lees por la riqueza del vocabulario con el que escribes y espero que pronto lo puedas demostrar con Marietta. Seré entonces uno de los que vaya a tu caseta, te mire a los ojos y te diga: ¿me lo firmas?
ResponderEliminarGarbanzo