jueves, 20 de noviembre de 2014

Reinventándome.

¿Quién es esa tía cañón que veo reflejada en el espejo del pasillo de mi casa? ¿Acaso tengo nueva compañera de piso y nadie me ha comunicado su llegada? ¿Es ella la que me roba el champú por las mañanas y atraca la nevera cada vez que me doy la vuelta? ¿Comparte conmigo mi cama, la que ocupa la única habitación existente en mi pequeño palacio?

Hoy, por primera vez en mi vida, me vais a perdonar que me tome una licencia y pecaré de egocéntrica como jamás he hecho a lo largo de mi, no diré si larga o corta, existencia.

No, no comparto piso con ninguna extraña. La figura reflejada en el espejo soy efectivamente yo, la que viste y calza cada día que pasa ropa más estrecha y ajustada a su nuevo cuerpo.

Por primera vez en mucho tiempo siento que me gusta lucirme, me siento cómoda presumiendo de curvas y he conseguido dejar atrás la ropa holgada con la que hasta hace poco me escondía y que cubría todo mi yo.

Permitidme que por una vez me eche flores y piropos y confiese a viva voz que me encuentro maravillosamente bien. Ya lo decían mi endocrino primero y Enrique después: El concepto que tenía de mi cuerpo, con unos pocos kilos de más y por ende marcando lorza alrededor de la cintura, generaba en mí una inseguridad tal que hacía que  me resultase imposible quitarme de la cabeza la idea de que yo misma no fuese algo más que ese cuerpo que me perseguía allá a donde yo fuese y que hacía que el resto de virtudes que supuestamente tengo no contasen para nada en absoluto a la hora de valorarme ni siquiera una miaja.

De unos meses a esta parte, con una fuerza de voluntad renovada y ciertas pautas recibidas, mi cuerpo comenzó su transformación sin que apenas me diese cuenta en un principio. Todavía recuerdo con pavor las primeras veces que me enfrentaba a la báscula esperando que, acusadora, reflejase en su pantalla si la semana en cuestión tanto esfuerzo por mi parte había tenido al final su recompensa. Y poco a poco efectivamente los dígitos comenzaron a bajar y con ellos mis kilos, el michelín de turno y mis complejos.

Y si antes odiaba ver mi reflejo en el espejo, ahora me paro y me miro por delante y por detrás, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Y si tengo el día inspirado soy hasta capaz de dedicarme algún piropo cual si de obrero que trabajando se topa con una moza de buen ver me tratase.

Y salgo de casa con la cabeza bien alta y caminando con seguridad y firmeza, marcando paso y figura, sin miedo a (casi) nada y con ganas de comerme el mundo.

Es increíble cómo unos cuantos kilos, en este caso de menos, pueden marcar tanto la diferencia entre sentirte una desgraciada o la reina del mundo. Cómo consiguen que esa autoestima que te ha rehuido durante tanto tiempo de repente se presente delante de ti y te tome de la mano como si hubieseis sido amigas de toda la vida.  Cómo se transforma tanto tu vida y aquello que veías en blanco y negro ahora es una explosión de colores infinitos.

Hoy cuando el endocrino se sorprendía al ver lo que había conseguido bajar en el último mes, desde la última visita hecha a su consulta, yo me sorprendía de lo mucho que actualmente me admiro por la constancia y la fuerza que nació un día en mi interior y que desde entonces me empuja ya sólo hacia adelante.



Ya no me tose ni el Tato. Me siento maravillosa y estupenda y lo que es más importante: me gusto, ergo me quiero. Cada día un poquito más. La que aparece retratada más abajo soy yo, así me muestro para que juzguéis y valoréis la obra en la que me he convertido. En esa imagen está plasmado el resultado de todo el esfuerzo que he ido realizando durante estas pasadas semanas. Sólo me queda algo más por añadir: El producto final todavía no está terminado, pero el prototipo que se ha gestado creo sinceramente que promete…










No hay comentarios:

Publicar un comentario