¿Quién es esa tía cañón
que veo reflejada en el espejo del pasillo de mi casa? ¿Acaso tengo nueva
compañera de piso y nadie me ha comunicado su llegada? ¿Es ella la que me roba
el champú por las mañanas y atraca la nevera cada vez que me doy la vuelta?
¿Comparte conmigo mi cama, la que ocupa la única habitación existente en mi
pequeño palacio?
Hoy, por primera vez en mi
vida, me vais a perdonar que me tome una licencia y pecaré de egocéntrica como
jamás he hecho a lo largo de mi, no diré si larga o corta, existencia.
No, no comparto piso con
ninguna extraña. La figura reflejada en el espejo soy efectivamente yo, la que
viste y calza cada día que pasa ropa más estrecha y ajustada a su nuevo cuerpo.
Por primera vez en mucho
tiempo siento que me gusta lucirme, me siento cómoda presumiendo de curvas y he
conseguido dejar atrás la ropa holgada con la que hasta hace poco me escondía y
que cubría todo mi yo.
Permitidme que por una vez
me eche flores y piropos y confiese a viva voz que me encuentro
maravillosamente bien. Ya lo decían mi endocrino primero y Enrique después: El
concepto que tenía de mi cuerpo, con unos pocos kilos de más y por ende
marcando lorza alrededor de la cintura, generaba en mí una inseguridad tal que
hacía que me resultase imposible
quitarme de la cabeza la idea de que yo misma no fuese algo más que ese cuerpo
que me perseguía allá a donde yo fuese y que hacía que el resto de virtudes que
supuestamente tengo no contasen para nada en absoluto a la hora de valorarme ni
siquiera una miaja.
De unos meses a esta
parte, con una fuerza de voluntad renovada y ciertas pautas recibidas, mi
cuerpo comenzó su transformación sin que apenas me diese cuenta en un
principio. Todavía recuerdo con pavor las primeras veces que me enfrentaba a la
báscula esperando que, acusadora, reflejase en su pantalla si la semana en
cuestión tanto esfuerzo por mi parte había tenido al final su recompensa. Y
poco a poco efectivamente los dígitos comenzaron a bajar y con ellos mis kilos,
el michelín de turno y mis complejos.
Y si antes odiaba ver mi
reflejo en el espejo, ahora me paro y me miro por delante y por detrás, de
izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Y si tengo el día inspirado soy
hasta capaz de dedicarme algún piropo cual si de obrero que trabajando se topa
con una moza de buen ver me tratase.
Y salgo de casa con la
cabeza bien alta y caminando con seguridad y firmeza, marcando paso y figura,
sin miedo a (casi) nada y con ganas de comerme el mundo.
Es increíble cómo unos
cuantos kilos, en este caso de menos, pueden marcar tanto la diferencia entre
sentirte una desgraciada o la reina del mundo. Cómo consiguen que esa
autoestima que te ha rehuido durante tanto tiempo de repente se presente
delante de ti y te tome de la mano como si hubieseis sido amigas de toda la vida. Cómo se transforma tanto tu vida y aquello
que veías en blanco y negro ahora es una explosión de colores infinitos.
Hoy cuando el endocrino se
sorprendía al ver lo que había conseguido bajar en el último mes, desde la
última visita hecha a su consulta, yo me sorprendía de lo mucho que actualmente
me admiro por la constancia y la fuerza que nació un día en mi interior y que
desde entonces me empuja ya sólo hacia adelante.
Ya
no me tose ni el Tato. Me siento maravillosa y estupenda y lo que es más
importante: me gusto, ergo me quiero. Cada día un poquito más. La que aparece
retratada más abajo soy yo, así me muestro para que juzguéis y valoréis la obra
en la que me he convertido. En esa imagen está plasmado el resultado de todo el
esfuerzo que he ido realizando durante estas pasadas semanas. Sólo me queda
algo más por añadir: El producto final todavía no está terminado, pero el
prototipo que se ha gestado creo sinceramente que promete…
No hay comentarios:
Publicar un comentario