Agosto es el típico mes en
el que podemos colgar el cartel de “cerrado
por vacaciones” sin que a nadie le moleste ni le sorprenda encontrarse de
bruces con esa frase y de paso, con el establecimiento de turno chapado a cal y
canto.
Es curioso, en mi caso y
siguiendo la norma que lleva definiéndome estos últimos tiempos, yo me muevo de
manera contraria al resto y el cartel que podía verse en mi puerta era el de “abierto por vacaciones”, por esto de seguir llevando la contraria y
tocar las narices al personal. Y antes de que me tildéis de arrogante o algo
peor, paso a explicar el significado de la frase en cuestión:
A lo largo de estos
últimos años me he preguntado en múltiples ocasiones (imagino que a muchos de
vosotros os habrá pasado lo mismo) qué habría sido de mis primeros compañeros
de andanzas y travesuras, cómplices de una época en la que las únicas
preocupaciones importantes que existían en nuestras vidas tenían mucho que ver
con poder llegar a completar el álbum de turno al que siempre le faltaba el
cromo imposible, ese del que seguramente sólo habían sacado diez copias que
rulaban por todo el país. Lo de ingeniárnoslas para ver cómo narices podríamos
llegar a fin de mes ni se nos pasaba por la cabeza. Para eso estaban nuestros
padres, que por algo eran los adultos de la familia.
Por eso es curioso cómo la
vida, el destino, la confluencia de los astros o la propia casualidad (ponedle
el nombre que más os guste) a veces nos echa un cabo que consigue terminar con esa
curiosidad tantas veces confesada pero nunca saciada.
En mi caso fue la
casualidad la que me llevó hasta un mensaje escrito por alguien desconocido la
que me abrió las puertas de par en par a la residencia en donde habitan todos
esos maravillosos compañeros de mi infancia, a los que yo ya había dado casi
definitivamente por guardados cuidadosamente en un remoto cajón.
Este chico, Fernando, me
hablaba de la existencia de un grupo en Facebook integrado por gente que había
estudiado en el mismo colegio en el que yo lo había hecho y me invitaba a
formar parte del mismo.
Y la caja de Pandora se
abrió de par en par. Y así, casi sin quererlo y desde luego para nada buscado,
volví a encontrarme de bruces con personas que a pesar de que jamás había
abandonado mis recuerdos del todo, tomaron caminos muy diferentes del mío lo
que hizo que sus vidas se convirtiesen en un enorme signo de interrogación.
Y vuelvo a sentirme niña
viendo las fotos que, poco a poco, casi a cuentagotas, van haciendo su
aparición en esa página. Y con cierta vergüenza debo reconocer que en la
mayoría de los casos las caras que las integran, unidas a esos cuerpecitos
vestidos tan a la moda de los años ochenta, apenas sí me son conocidas. Por eso
cuando entre tanta figura anónima identifico a Miguel, a Patricia, a Alberto, a
D. Servilio, a Dña. Consuelo o a cualquiera de los que en su día compartieron aula
conmigo, ya sean compañeros o profesores, sonrío con cariño y rindo sincera
pleitesía a la imagen que se muestra ante mí, cuya calidad es la propia de documentos que llevan
probablemente más de veinte años guardando polvo en un cajón o amarillean entre
las páginas de un álbum de fotos.
Son recuerdos maravillosos
que se vuelven muy nítidos, como el de aquel día de invierno en el que nevó en
Beluso. Cosa inaudita debido a las temperaturas suaves que
disfrutábamos en dicha estación del año, nada que ver con el frío de la sierra,
y teniendo en cuenta que Beluso es un precioso y diminuto pueblo de pescadores que se encuentra a
nivel del mar. O el del libro homenaje que nosotros los alumnos elaboramos como
recuerdo para D. Servilio, el tutor que nos tomó de la mano cuando comenzamos
segundo de EGB y no nos la soltó hasta que, ya un poco más crecidos aunque no
tanto como nosotros nos creíamos por aquellas fechas, abandonamos aquel recinto
ya convertidos en chicos de octavo para continuar nuestros pasos solos. En
todas y cada una de sus páginas hay un pedacito de cada uno de nosotros. Es un
tesoro que yo, al igual que la mayoría de los demás, daba ya por perdido hasta
que Lucía, respondiendo a la pregunta de si alguien disponía de una copia,
iluminó nuestras caras cuando confirmó que ella conservaba el suyo. Ni siquiera
recuerdo qué fue lo que yo escribí y estoy deseando volver a tener ese pequeño
gran tesoro entre mis manos para reencontrarme con unas palabras escritas de mi
puño y letra hace ya una eternidad.
Poco a poco se suceden los
comentarios, las anécdotas y los recuerdos y con ellos mi corazón ha vuelto a
Beluso, lugar del que jamás fue capaz de irse del todo a pesar de que al
comenzar el instituto mis padres, y con ellos mi hermano y yo, trasladásemos
nuestra residencia a Pontevedra. La playa de mis amores sigue siendo Area de
Bon, la que frecuentaba con asiduidad durante los veranos. Hay cosas que nunca
cambiarán. Las habrá más grandes, más chicas, con el agua más caliente o más
fría, pero sólo hay una Area de Bon. Mi pequeño refugio. Y está en Beluso.
Y como la casualidad es
muy atrevida y muchas veces tiene el don de la oportunidad, a los pocos días
recibo en forma de comentario de mi anterior entrada en el blog un mensaje de
otro chico, esta vez antiguo compañero mío de la facultad que me comentaba que,
de pura chiripa, se había topado de bruces con mi página. Lo cierto es que una
vez que me explicó el modo en el que hiló todo para llegar a mí me partía de la
risa. El caso es que me preguntaba, sin dar nombres, si me acordaba de él. Até
cabos, y antes de llegar al final de su escrito sabía perfectamente quién era.
¡Cómo no iba a hacerlo! Si en la facultad llegamos a ser inseparables. Era y es
un tío estupendo (y no digo esto por si me está leyendo, que conste) y en más
de una ocasión llegué a preguntarme qué habría sido de su vida. Y mira tú por dónde, la respuesta vino servida en bandeja de plata.
Todo cierra en verano.
Todo el mundo decide darse un respiro y cambiar la rutina por algo que les
permita desconectar y olvidarse de todo. Y yo este año he abierto ese enorme
baúl de los recuerdos que todos llevamos dentro. Y he disfrutado como una enana
mientras volvía a subirme a mi BH de color naranja, mientras bajaba la cuesta
que daba al colegio con mis patines, mientras saltaba a la comba de nuevo. En
resumidas cuentas: Mi infancia ha vuelto a mirarme a la cara y me ha devuelto
un reflejo increíble, un mundo de fantasía liderado por Espinete y Don Pimpón.
Ambientado con la música de los payasos de la tele. Oliendo a mar y a campo. Y regado de una
inocencia y felicidad tal que han hecho que este agosto haya sido totalmente
diferente a cualquier otro.
Y
la niña grande que llevo dentro se siente dichosa y agradecida. Porque ha
descubierto que la gente de hace mil años todavía la recuerda con cariño. El
mismo cariño que ella profesa a todos esos integrantes de su pasado. Un pasado
que, afortunadamente, ha vuelto a transformarse en presente con la esperanza
de que se quede en el futuro.
El Canto del Loco. Aquellos años locos. http://youtu.be/cyhEm67gtgA
Gracias Rut, por la parte que me toca, pues yo soy Fernando.
ResponderEliminarBonitas palabras las que dejas aquí plasmadas,no se podría describir mejor esa vista al pasado de ese pueblo que nos ha visto crecer, al igual que esa playa tuya, mía... que es de todos "Area de Bon".
Me alegro que esa puerta del pasado que se ha abierto, en cierto modo por mi culpa, haya sido para bien.
Saludos con mucho cariño y de vez en cuando dejemos que ese niño que llevamos dentro nos invada un poco, pero sin perder de vista el presente y el futuro.
Fernando Ferradás
Hola Fernando. Todo lo que cuento es cierto y de veras te agradezco que insistieras enviándome ese segundo mensaje que por fin pude leer.
EliminarGracias a ti por haberte acordado de mí para que formase parte de ese mundo paralelo.
Y gracias por leer mis locuras. Bienvenido a éste, mi pequeño secreto a voces.
:-D
Pues yo que te voy a contar. Si hasta me he emocionado leyendo el artículo.
ResponderEliminarLa verdad es que al principio no las tenía todas conmigo de que te fueras a acordar de mí después de tantos años así que la alegría ha sido doble.
Es verdad lo que cuentas de los recuerdos de infancia que cada vez van aflorando con más nostalgia: las tardes de los sábados viendo Willy Fogg, V, El equipo A, leyendo Don Mikis con un bocata de nocilla o con un Burman Flash de fresa en la playa en verano.
Hazme un favor y no cambies nunca.
Espero con impaciencia otro artículo de tu blog que ya he hecho un poquito mío.
Un besote.
Jose
¿Ves como eres buena gente? Gracias a ti por volver a aparecer. Ahora que ya nos vamos haciendo un poquito mayores es gratificante saber que de una manera u otra, vamos dejando huella en la gente que nos vamos encontrando por el camino.
EliminarPrometo no cambiar. Espero que tú tampoco lo hagas.
Un beso, Jose.