Confiesa que lloras y
serás repudiado.
Hoy en día parece que si te decides a flaquear y dejar que
rueden las lágrimas por tus mejillas eres toda una nenaza. Y yo, como llorona
federada por méritos propios, cada vez que escucho algo así discrepo de manera
contundente. Y no doy un puñetazo en la mesa porque seguramente me haría daño
en la muñeca y no tengo ganas de aguantar el dolor por semejante estupidez.
¿Por qué lloramos? Cierto
es que en la mayoría de las ocasiones lo hacemos cuando nos sentimos tristes. Sufrimos
un dolor que nos oprime de una manera tan desgarradora en el pecho que parece
como si la única salida que nos quedase para conseguir que esa sensación desaparezca
fuese echándolo fuera a base de llanto.
Lloramos cuando sufrimos
la pérdida de alguien a quien hemos querido. Y da igual que por quien penamos
siga vivo pero ahora lejos de nuestra vida o haya abandonado este mundo para
siempre. La sensación es la misma: nuestro corazón está partido en mil pedazos
y contra eso no hay pegamento que valga.
La pérdida también puede
ser de tipo material, y no por ello sentimos menos angustia. Yo recuerdo haber
llorado cuando mis padres cambiaron de coche. Era pequeña y sentimental ya
desde tiempos inmemoriales y tener que decir adiós al vehículo que había
formado parte de mi tierna existencia fue traumático. El disgusto me duró lo
que tardé en descubrir que aquel SEAT 131 Supermirafiori era más amplio, más
cómodo y olía más a nuevo. Es decir: cinco minutos.
Últimamente me apetece
mucho ponerme llorar. Sí, comenzar y no parar hasta que no me queden lágrimas en
el depósito. Que digo yo que algún depósito habrá, ¿no? Si no… ¿De dónde sale
tanto líquido? Me imagino a mí misma siendo rellenada cual jarra de agua por
una mano invisible que abre la tapa de mi hipotético recipiente cada vez que
los niveles están bajo mínimos.
Quiero llorar… de alegría.
Porque ahora tengo muchas cosas por las que sentirme feliz. Sé que como
alternativa al llanto podría pasarme el día mostrando una sonrisa perenne en la
cara pero todo tiene un límite, y yo noto cuándo llego a él cuando siento cómo
se me acartonan todos y cada uno de mis músculos faciales. Si a eso añadimos
las incómodas y antiestéticas arrugas de expresión que un día y sin permiso deciden
llegar para quedarse, uno puede llegar a pensar que sería mejor dosificar la
sonrisa para cuando sea estrictamente necesario. Sé que nadie os lo había dicho
antes y siento tener que ser yo la que os dé la mala noticia: Efectivamente,
sonreír también tiene su lado oscuro…
Lloraría sin parar dando
gracias por la vida en sí. Por esta segunda oportunidad que me ha dado para
poder disfrutar de todo lo que me ofrece.
Inundaría las calles por
la familia que tengo. Me siento extremadamente afortunada de tener los padres
que me han tocado en la tómbola de la vida. Jamás me ha faltado ni siquiera una
miaja de cariño, respeto y apoyo cuando lo he necesitado. Y sin pedir nada a
cambio, detalle que lo convierte todo en algo todavía más extraordinario. Dejaría
que las lágrimas marcasen surcos en mi cara por mi hermano, que tantos
quebraderos de cabeza me dio cuando era apenas un crío. Y sin embargo, no lo
cambiaría por nada del mundo jamás.
Lloraría por todos esos
amigos que tengo a mi alrededor y que se dedican a recordarme sin palabras,
sólo con gestos cómplices y acciones no pedidas, que están ahí para mí. Y así
demostrarles que son lo más importante en mi vida.
He llorado por todos y
cada uno de los triunfos que he ido consiguiendo a lo largo de mi existencia. Y
me he sentido la persona más feliz del mundo mientras lo hacía. Aunque se me
hubiese corrido todo el rímel y hubiese salido fea en la foto.
Creedme si os digo que
ahora incluso se me da por llorar porque sí. La última vez que lo hice fue
ayer, mientras escuchaba una canción, la que cierra esta entrada. Era la
primera vez que la oía, y a medida que la letra se iba descubriendo ante mí
notaba cómo me iba liberando poco a poco. Sentí una paz tan infinita que las
lágrimas comenzaron a rodar sin que apenas me diese cuenta. Y yo las dejé caer.
No sabría explicarlo, pero todas y cada una de las frases provocaron en mí ese compendio de sensaciones.
No me avergüenza confesarlo:
soy una llorona. Llorar me relaja, me libera, me purifica y me da ánimos para
continuar. De vez en cuando necesito vaciarme por dentro para sentirme bien. Es
el impulso que me falta para poder seguir afrontando las pruebas que la vida se
encarga de enviarme día sí y día también.
Dicen
que llorar es de cobardes. Mentira. En estos tiempos que corren atreverse a
llorar y de esta manera mostrar tus sentimientos más profundos y ocultos, esos
que sólo tú conoces, es tarea de valientes.
Maldita Nerea. Mira dentro. http://youtu.be/pQ1D5ICleIE
Hola guapa.
ResponderEliminarPor auténtico rebote he encontrado tu blog. No sé si todavía te acordarás de mí, aquel vigués que tanto se metía contigo en la facultad hace ya como 15 años.
Me alegra saber algo de ti después de tanto tiempo y veo que sigues igual de joven que entonces, tanto por dentro como por fuera.
Espero que todo te vaya genial y ojalá nos volvamos a cruzar algún día por tierras gallegas.
Dale un saludo a la porriñesa, que también hace un huevo que no la veo.
Felicidades por el blog. Un abrazo.
Hola!!!
EliminarMe voy a arriesgar a decir un nombre a sabiendas q la jugada me puede salir fatal y yo quedar peor q mal... Jose???
Es lo malo de los comentarios anónimos, que una se estruja el coco para deducir quién pueda ser el que lo escribe, pero por cómo te presentas estoy casi segura de que eres tú (y si no, ya me tirarás de las orejas... Jejeje)
Me alegro mucho de que hayas dado conmigo y espero que las cosas te vayan genial. A la porriñesa todavía la he visto anteayer y descuida que será saludada.
Si te apetece seguir en contacto búscame en el Facebook por mi nombre y primer apellido y te agregaré encantada.
Un besazo. Es genial poder volver a saludarte, después de tanto tiempo.
:)
Joder, a la primera.
ResponderEliminarDescuida que te buscaré y así por lo menos estamos en contacto.
Un besazo guapa.
Todos lloramos a lo largo de nuestra vida como tú bien dices, ya sea por buenos o malos motivos. (Aunque por elegir... prefiero llorar de alegría).
ResponderEliminarYo también tengo la mejor familia (con sus errores y aciertos), pero reconozco que tú tienes una gran familia (doy fe), pues los recuerdo con muuuucho cariño.
Y la verdad... dicen que los hombres no lloran, ¡mentira! (Yo por desgracia soy bastante llorón), pero creo que alguien que llora es una persona que siente, que tiene vida y no le importa mostrar sus sentimientos públicamente.
Por cierto, felicidades por este blog... me está gustando (y mucho), prometo ir leyendo todo poco a poco.
Saludos
Fer
Opino igual. Mostrar las emociones que uno siente en un determinado momento no es motivo de vergüenza. Lamentablemente todavía existen prejuicios que muchas veces nos impiden ser nosotros mismos.
EliminarMe alegro de que te guste el blog. Yo estoy muy orgullosa de mi pequeña obra.
:-D