domingo, 3 de agosto de 2014

y si lloro... ¿qué?

Confiesa que lloras y serás repudiado.

Hoy en día parece que si te decides a flaquear y dejar que rueden las lágrimas por tus mejillas eres toda una nenaza. Y yo, como llorona federada por méritos propios, cada vez que escucho algo así discrepo de manera contundente. Y no doy un puñetazo en la mesa porque seguramente me haría daño en la muñeca y no tengo ganas de aguantar el dolor por semejante estupidez.

¿Por qué lloramos? Cierto es que en la mayoría de las ocasiones lo hacemos cuando nos sentimos tristes. Sufrimos un dolor que nos oprime de una manera tan desgarradora en el pecho que parece como si la única salida que nos quedase para conseguir que esa sensación desaparezca fuese echándolo fuera a base de llanto.

Lloramos cuando sufrimos la pérdida de alguien a quien hemos querido. Y da igual que por quien penamos siga vivo pero ahora lejos de nuestra vida o haya abandonado este mundo para siempre. La sensación es la misma: nuestro corazón está partido en mil pedazos y contra eso no hay pegamento que valga.

La pérdida también puede ser de tipo material, y no por ello sentimos menos angustia. Yo recuerdo haber llorado cuando mis padres cambiaron de coche. Era pequeña y sentimental ya desde tiempos inmemoriales y tener que decir adiós al vehículo que había formado parte de mi tierna existencia fue traumático. El disgusto me duró lo que tardé en descubrir que aquel SEAT 131 Supermirafiori era más amplio, más cómodo y olía más a nuevo. Es decir: cinco minutos.

Últimamente me apetece mucho ponerme llorar. Sí, comenzar y no parar hasta que no me queden lágrimas en el depósito. Que digo yo que algún depósito habrá, ¿no? Si no… ¿De dónde sale tanto líquido? Me imagino a mí misma siendo rellenada cual jarra de agua por una mano invisible que abre la tapa de mi hipotético recipiente cada vez que los niveles están bajo mínimos.

Quiero llorar… de alegría. Porque ahora tengo muchas cosas por las que sentirme feliz. Sé que como alternativa al llanto podría pasarme el día mostrando una sonrisa perenne en la cara pero todo tiene un límite, y yo noto cuándo llego a él cuando siento cómo se me acartonan todos y cada uno de mis músculos faciales. Si a eso añadimos las incómodas y antiestéticas arrugas de expresión que un día y sin permiso deciden llegar para quedarse, uno puede llegar a pensar que sería mejor dosificar la sonrisa para cuando sea estrictamente necesario. Sé que nadie os lo había dicho antes y siento tener que ser yo la que os dé la mala noticia: Efectivamente, sonreír también tiene su lado oscuro…

Lloraría sin parar dando gracias por la vida en sí. Por esta segunda oportunidad que me ha dado para poder disfrutar de todo lo que me ofrece.

Inundaría las calles por la familia que tengo. Me siento extremadamente afortunada de tener los padres que me han tocado en la tómbola de la vida. Jamás me ha faltado ni siquiera una miaja de cariño, respeto y apoyo cuando lo he necesitado. Y sin pedir nada a cambio, detalle que lo convierte todo en algo todavía más extraordinario. Dejaría que las lágrimas marcasen surcos en mi cara por mi hermano, que tantos quebraderos de cabeza me dio cuando era apenas un crío. Y sin embargo, no lo cambiaría por nada del mundo jamás.

Lloraría por todos esos amigos que tengo a mi alrededor y que se dedican a recordarme sin palabras, sólo con gestos cómplices y acciones no pedidas, que están ahí para mí. Y así demostrarles que son lo más importante en mi vida.

He llorado por todos y cada uno de los triunfos que he ido consiguiendo a lo largo de mi existencia. Y me he sentido la persona más feliz del mundo mientras lo hacía. Aunque se me hubiese corrido todo el rímel y hubiese salido fea en la foto.

Creedme si os digo que ahora incluso se me da por llorar porque sí. La última vez que lo hice fue ayer, mientras escuchaba una canción, la que cierra esta entrada. Era la primera vez que la oía, y a medida que la letra se iba descubriendo ante mí notaba cómo me iba liberando poco a poco. Sentí una paz tan infinita que las lágrimas comenzaron a rodar sin que apenas me diese cuenta. Y yo las dejé caer. No sabría explicarlo, pero todas y cada una de las frases provocaron en mí ese compendio de sensaciones.

No me avergüenza confesarlo: soy una llorona. Llorar me relaja, me libera, me purifica y me da ánimos para continuar. De vez en cuando necesito vaciarme por dentro para sentirme bien. Es el impulso que me falta para poder seguir afrontando las pruebas que la vida se encarga de enviarme día sí y día también.




Dicen que llorar es de cobardes. Mentira. En estos tiempos que corren atreverse a llorar y de esta manera mostrar tus sentimientos más profundos y ocultos, esos que sólo tú conoces, es tarea de valientes.



Maldita Nerea. Mira dentro. http://youtu.be/pQ1D5ICleIE









5 comentarios:

  1. Hola guapa.
    Por auténtico rebote he encontrado tu blog. No sé si todavía te acordarás de mí, aquel vigués que tanto se metía contigo en la facultad hace ya como 15 años.
    Me alegra saber algo de ti después de tanto tiempo y veo que sigues igual de joven que entonces, tanto por dentro como por fuera.
    Espero que todo te vaya genial y ojalá nos volvamos a cruzar algún día por tierras gallegas.
    Dale un saludo a la porriñesa, que también hace un huevo que no la veo.
    Felicidades por el blog. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola!!!
      Me voy a arriesgar a decir un nombre a sabiendas q la jugada me puede salir fatal y yo quedar peor q mal... Jose???
      Es lo malo de los comentarios anónimos, que una se estruja el coco para deducir quién pueda ser el que lo escribe, pero por cómo te presentas estoy casi segura de que eres tú (y si no, ya me tirarás de las orejas... Jejeje)
      Me alegro mucho de que hayas dado conmigo y espero que las cosas te vayan genial. A la porriñesa todavía la he visto anteayer y descuida que será saludada.
      Si te apetece seguir en contacto búscame en el Facebook por mi nombre y primer apellido y te agregaré encantada.
      Un besazo. Es genial poder volver a saludarte, después de tanto tiempo.
      :)

      Eliminar
  2. Joder, a la primera.
    Descuida que te buscaré y así por lo menos estamos en contacto.
    Un besazo guapa.

    ResponderEliminar
  3. Todos lloramos a lo largo de nuestra vida como tú bien dices, ya sea por buenos o malos motivos. (Aunque por elegir... prefiero llorar de alegría).
    Yo también tengo la mejor familia (con sus errores y aciertos), pero reconozco que tú tienes una gran familia (doy fe), pues los recuerdo con muuuucho cariño.
    Y la verdad... dicen que los hombres no lloran, ¡mentira! (Yo por desgracia soy bastante llorón), pero creo que alguien que llora es una persona que siente, que tiene vida y no le importa mostrar sus sentimientos públicamente.
    Por cierto, felicidades por este blog... me está gustando (y mucho), prometo ir leyendo todo poco a poco.
    Saludos
    Fer

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Opino igual. Mostrar las emociones que uno siente en un determinado momento no es motivo de vergüenza. Lamentablemente todavía existen prejuicios que muchas veces nos impiden ser nosotros mismos.
      Me alegro de que te guste el blog. Yo estoy muy orgullosa de mi pequeña obra.
      :-D

      Eliminar