No hace ni dos minutos me
despedía vía Whatsapp de mi querida Patri después de haber mantenido con ella
una conversación en la que nos pusimos a hablar, como no podía ser de otra
manera, de lo divino y de lo humano. A modo informativo os diré que mi niña
Patri es una persona con la que ciertamente una puede hablar de todo sin
sentirse juzgada en ningún momento, detalle que me parece
primordial a la hora de saber elegir las amistades. Pues bien, en un momento de
nuestra charla le comentaba que llevaba ya un par de días con muchas ganas de
escribir pero que lamentablemente mi imaginación se había declarado en huelga.
Y así, sin pensarlo, añadí: Es que
siempre me inspiraba cuando estaba jodida… y ahora como no lo estoy…
Y tocó reflexionar sobre
ello: ¿Cómo va esto? Resulta que cuando me encontraba mal me desahogaba
plasmando en frases todos mis desasosiegos y las palabras fluían de manera
natural, atropellándose las unas a las otras porque todas querían salir a un
mismo tiempo. Y ahora que me apetece compartir con el mundo lo feliz que me
siento, porque ciertamente me siento en calma, por más que busco con lupa en mi
cabeza la manera de describir mis sensaciones no consigo que las frases vengan
a mí. Es como si se hubiesen tomado un descanso y se hubiesen ido a esquiar
aprovechando el temporal de nieve que hemos tenido hace unos días. O a lo mejor
han volado hasta el Caribe y están en este momento en una tumbona bajo una
sombrilla poniéndose hasta arriba de mojitos y piña coladas. Y yo mientras, con
el cerebro más vacío que mi nevera antes de marcharme de vacaciones.
¿Hasta qué punto nuestras
emociones y momentos más bajos influyen en nosotros, y en este caso concreto en
la que suscribe, llegando a ser ellos los que deciden sobre nuestros actos y deseos
y no nosotros los que conseguimos hacernos con el control de las situaciones para de esta manera ser capaces de tomar la iniciativa sobre lo que nos apetece
hacer en cada momento?
Cierto es que a lo largo
de la historia ha sido la decadencia de las personas la que ha conseguido de
éstas la inspiración más sublime, la que ha hecho que esas mentes tan atormentadas
hayan sido capaces de plasmar por diferentes medios sus angustias transformando
su dolor en verdaderas obras de arte. Incluso las canciones más bonitas son
aquellas que hablan de cosas tristes…
¿Hasta qué punto necesita
el ser humano del dolor para ser capaz de mostrar al mundo toda la inspiración
que lleva dentro? Tal pareciese que exista una dependencia real entre el
sentirse vivo y el sufrimiento más absoluto. Una persona que no muestra sus
emociones más profundas es tildada en multitud de ocasiones de fría y sin
sentimientos, mientras que de aquélla que empatiza con el que sufre se dice que
tiene un corazón enorme y mucha sensibilidad. Y yo no digo nada, pero pudiera
ser que si nos esforzásemos un poco más por conocer a esos dos sujetos nos
llevásemos una sorpresa al descubrir que el frío de corazón es el ser más
generoso del mundo mientras que aquél que muestra su apoyo moral al sufridor es
en realidad un egoísta engreído que sólo piensa en sí mismo. Ojo con las
apariencias, pues en más ocasiones de las que nos gustaría, engañan. Y de qué
manera. Hablo con conocimiento de causa. Lamentablemente.
Hace un tiempo he
aprendido que ni el bueno es tan bueno ni el malo tan malo. Todos tenemos un
ángel y un demonio en nuestro interior que pugnan continuamente por imponerse y
de esa manera guiar nuestros actos hacia donde ambos consideran que es el mejor
camino. Yo les tengo cariño a los dos y en función de la situación ante la que
me encuentro decido dejarme guiar por uno o por otro. Una cosa es querer ir de
buena por la vida, lo cual me parece algo perfectamente respetable, y otra muy
distinta convertirse en la tonta de turno que se deja manipular por los demás.
Aquí nadie habla de transformarse en una Cruella de Vil e ir por el mundo
haciendo daño de manera gratuita al resto de los mortales. En absoluto. Pero
cierto es que lamentablemente tal y como está montado el mundo en el que
vivimos si no te proteges con una buena armadura de acero corres el riesgo de
ser blanco fácil para todos aquellos que, ávidos de protagonismo, están prestos
a dispararte las flechas que sean necesarias para conseguir que cedas a sus
pretensiones.
Gente tóxica hay en todas
partes y muchas veces, más de las que nos gustaría, esas personas se presentan
ante uno con la piel de cordero más inmaculada que jamás se pudiese imaginar.
Lo mejor en estos casos es huir sin siquiera mirar atrás y sin dudarlo ni un
ápice, porque como te descuides un segundo estos expertos de la manipulación
conseguirán sin que apenas te des cuenta dirigirte hacia donde ellos quieren y
anularán tu conciencia en favor de sus deseos. Y lo peor de todo es que cuando
intentes huir la jaula en la que sin quererlo tú mismo te has encerrado tiene
unos barrotes tan gruesos que no tendrás la más mínima posibilidad de escapar.
He aprendido a lo largo de
los años, especialmente durante estos últimos en los que me he sentido más
vulnerable, que al final uno tiene que luchar en la vida no por aquello que
quieran los demás, sino por lo que uno ansía conseguir para uno mismo. No por
pretender complacer al resto nos vamos a sentir mejor. Hablo sabiendo lo que
digo: de esta manera sólo conseguimos sentirnos más y más vacíos cada día.
De camino a mi trabajo hay
una inmensa valla publicitaria con un fondo rojo brillante sobre el que escrito
en letras blancas enormes aparece el siguiente mensaje: RECONCÍLIATE CON DIOS.
Pues no, señores. No estoy de acuerdo. A riesgo de herir sensibilidades diré
que no es con Dios con quien me tengo que reconciliar, porque él no me va a
ayudar a que me sienta mejor en mis momentos bajos ni va a solucionarme por
arte de magia todos aquellos problemas que me puedan ir surgiendo por el
camino. Si una cosa tengo clara a día de hoy es que con quien debo
reconciliarme es conmigo misma, porque yo soy la única persona en la que sé
que, llegado el momento, podré confiar. El resto, Dios incluido, podrá darme
una palmadita en la espalda y animarme a seguir adelante, pero hasta ahí. Quien
debe dar los pasos necesarios para conseguirlo, primero con el pie derecho y
después con el izquierdo para volver luego al derecho de nuevo, soy yo y sólo yo.
Porque
yo solita me valgo y me sobro. Que por algo yo soy la dueña de mi destino.
Taylor
Swift. Shake it off. http://youtu.be/nfWlot6h_JM
Cuanta verdad hay en tus palabras... Totalmente de acuerdo en todo.
ResponderEliminarEres de los míos, eh? :)
EliminarRut del alma inquieta, hay escritores que opinan que desde la felicidad no se puede escribir, que la mejor literatura se hace en momentos de tristeza o desánimo. Hay muchos ejemplos de buena literatura hecha en momentos de profunda angustia, incluso los hay que necesitan estar algo bebidos o llevar una determinada prenda para escribir. Sin embargo otros se inspiran más cuando se sienten felices o muy alegres, pero la verdad es que tú lo haces siempre bien...
ResponderEliminarGarbanzo
Ah!, si tienes un ratito lee esto...
http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20141128/54420764263/tristeza-creativa.html
Sin lugar a dudas yo me inspiro más cuando me encuentro en mis horas bajas, pero reconozco que de mis subidones también he conseguido aprovecharme a veces, que no todo en esta vida va a ser ir llorando por las esquinas. Soy de la idea de que cada cosa a su debido tiempo, y si uno es paciente al final la inspiración llegará. Será más o menos profunda, pero ahí estará.
EliminarY ahora habla mi ego: menudo subidón cada vez que alguien me dice que disfruta con mis historias. Gracias por contribuir a ello. :)
Un artículo muy interesante, por cierto....