Dentro de dos días estoy
de celebración. Dentro de apenas 48 horas se cumplirán seis años desde aquel
día en el que dejé mi casa y mi vida entera en Pontevedra y me planté en
Madrid, al estilo Paco Martínez Soria, con una maleta llena de ilusiones en una
mano y un baúl lleno de incertidumbres en la otra.
Jamás me pude imaginar ese
día que mi vida daría los giros que ha dado y que LA VIDA, con mayúsculas, me
enseñaría tantas lecciones como tomos pueda tener una buena enciclopedia
universal. Recuerdo que el día estaba soleado cuando cogimos el coche y mirando
atrás veía cómo mi ciudad se iba haciendo cada vez más chiquitita, oía el
arrullo del mar perdiéndose en la distancia y dejaba atrás a todos mis seres
queridos, aunque los notase cada vez más fuertes en mi corazón.
Después de un largo trayecto
divisaba desde lo alto, saliendo del túnel de Guadarrama, la ciudad que a
partir de ese momento se convertiría en mi nuevo hogar. Una ciudad que desde el
primer momento me recibió con los brazos abiertos, me acogió protectora,
susurrándome al oído palabras de ánimo asegurándome que todo iba a ir bien. El
día seguía soleado, y el calor comenzaba a templar el ambiente.
Recuerdo como si hubiese
sido ayer mi llegada al que se convertiría en mi lugar de trabajo. La fachada
de la que había sido en sus tiempos la cárcel de Carabanchel todavía seguía en
pie, ruinosa pero arrogante. Apenas visible debido a la cantidad de gente que abarrotaba
su patio, personas que haciendo tropecientas filas sobresalían del recinto y
ocupaban gran parte de la acera de la Avenida de los Poblados; personas de todo
tipo y condición, de mil nacionalidades diferentes, hablando mil idiomas
distintos, aguantando estoicamente a que les llegase su turno para entrar en el
edificio al que yo me dirigía. Un complejo de oficinas que más parece una carpa
de circo que un edificio administrativo. Sólo le faltan los elefantes, los
tigres, los leones y demás animales para terminar de confundirlo con uno.
Payasos, por si os lo preguntáis, os diré que hay de sobra.
Me asusté mucho cuando vi
todo aquello: la sala abarrotada, aquel alboroto, tanta desorganización, gente
alterada, gente agotada, gente desesperada… Recuerdo que me pregunté a mi
misma: "¿Pero niña… dónde te has metido…?"
Y como sospechaba, mi
tarea consistía en lidiar con todo ese caos. Me asignaron una mesa y de manera
casi autodidacta me hice con mi puesto. Al poco tiempo descubrí que me sentía
cómoda haciendo mi trabajo, que me gratificaba conocer a tanta gente diferente
que en ocasiones agradecía el trato y la sonrisa que les dedicaba nada más
sentarse en mi mesa. Con algunas historias desgarradoras lloré como una
descosida. No es que me cueste mucho llorar, la verdad, pero es cierto que hay
vidas que están llenas de penurias y ver cómo esas personas afrontan el destino
que les ha tocado vivir con resignación y esperanza es en ocasiones muy
enternecedor. Jamás olvidaré, al poco de comenzar a trabajar, las lágrimas de
alegría que se le escaparon a borbotones a una pobre señora que después de años en situación ilegal había conseguido por
fin sus papeles. “Señorita, no sabe lo
feliz que me acaba de hacer. Después de cinco años voy a poder volver a mi país
y abrazar a mis hijos…”. Yo no soy madre, pero tengo una a la que adoro, y
no me imagino pasar tanto tiempo sin sentir su cariño de cerca…
La búsqueda de la que
sería mi residencia en Madrid fue toda una odisea. Cada vez que volvía de ver
alguna de las posibles opciones que iba encontrando me desesperaba un poquito
más. Siempre he dicho que vivir en Madrid, y cuando hablo de “vivir” me refiero
a comer y vestirme, es relativamente asequible. Pero encontrar un piso de
alquiler decente a un precio que no haga que sientas cómo te arrancan la piel a
tiras… eso ya es otra historia. Como todo, al final aparece siempre algo que,
si bien no es lo soñado, es lo suficientemente correcto como para que puedas hacerlo
tu hogar. Y lo dice alguien que en estos seis años lleva ya cuatro mudanzas…
supongo que siempre buscamos algo que sea mejor que lo que tenemos. En mi caso
nunca estoy conforme. Imagino que sigo en la búsqueda de la perfección, y eso
hace que cada cierto tiempo mis bártulos y yo cambiemos de ubicación. Soy un
culo inquieto. Qué le voy a hacer.
De mi vida personal poco
tengo que decir que no haya dicho ya. Evidentemente he cambiado mucho, no sé si
a mejor o a peor, pero sí que es cierto que he evolucionado. He aprendido
muchas cosas y la vida no ha dejado de darme lecciones. Últimamente me siento
diferente, y no os extrañéis si en breve doy un giro positivo a mi vida: me
estoy enamorando…..... mucho….... de Rut. Y me está gustando enormemente esta nueva
sensación que crece poquito a poco dentro de mí. Rut es una tía genial, y me
estoy dando cuenta de que es imposible no quererla. Y antes de que me la quite
alguien prefiero conquistarla yo. Dicen que las ocasiones no hay que
desaprovecharlas porque luego lo único que queda si lo haces es arrepentirte por no haberlo intentado. Y yo ya me he cansado de darme cabezazos contra toda
pared que se encontraba en mi camino.
Dentro de dos días, el 18
de marzo, recordaré con nostalgia todos y cada uno de los momentos que me han
traído hasta aquí y me han convertido en lo que soy. Soplaré mentalmente las
seis velas de mi maravillosa tarta y pediré un deseo. No tengo ni idea de lo
que me deparará el futuro. ¿Un nuevo cambio tal vez? ¿Un nuevo comienzo tal vez
en algún lugar del extranjero? Ojalá. Pero si no es así lo que es seguro es que
seguiré dando guerra. Porque me gusta mucho, quizás demasiado, tocar las narices.
Acabo
de mirar por la ventana y hoy también luce el sol. Madre mía… si parece que fue
ayer cuando veía el soleado cielo de Madrid por primera vez…
Melocos:
Cuando me vaya. http://youtu.be/TjK8m4XhcOs
No hay comentarios:
Publicar un comentario