Tengo la casa llena de
notitas. Las he pegado en el espejo del baño, en el espejo que tengo en el
pasillo e incluso en el mueble del salón. Son cinco diminutos post-its de color
verde con escuetas frases que respiran positivismo desde la primera letra hasta
el punto y final. Las cinco frases se repiten en cada uno de los lugares en los
que están estratégicamente colocadas, y cada vez que me cruzo con ellas me
llevo los dedos a la garganta, y en voz alta las repito como un mantra mientras
me miro a los ojos en el espejo.
No, no me he vuelto loca.
Ni se os ocurra marcar el teléfono de ningún manicomio porque aunque pueda
parecer lo contrario, me siento más cuerda que nunca, si es que la cordura se
puede considerar una virtud y no un impedimento para ser feliz.
Me remonto a hace poco más
de un mes… Hace más o menos treinta días la montaña rusa que es mi vida me
pilló en bajada de nuevo. El carro descendía a gran velocidad, imparable,
precipitándose sin remedio hacia el vacío. Y de repente mi mano tropezó casi
por casualidad con la palanca de freno y sin pensármelo dos veces tiré de ella
hacia arriba con una fuerza desmesurada. Tal fue la rabia con la que la levanté
que por un instante pensé que me había quedado con la pieza en mi mano. Y de
repente me encontré allí, parada en mitad de la bajada, mirando a un lado y a
otro preguntándome… ¿Y ahora qué?
Pues muy sencillo: desabroché el cinturón de seguridad, me levanté lentamente,
apoyé mis pies en el borde de la atracción y en cuanto estuve totalmente fuera
comencé a correr como una posesa, girando la cabeza de vez en cuando para
confirmar que esa montaña rusa quedaba atrás, perdida en la distancia,
haciéndose cada vez más y más pequeña.
Y entonces conocí a
Enrique. Reconozco que cuando se presentó no me sentí muy cómoda. Yo había
rogado que al abrir aquella puerta me recibiese una voz femenina. Me recuerdo
pensando: ¡Mierda! Ni para esto tengo
suerte…
Y resulta que Enrique es
una persona entrañable, muy cercana y en cierto modo hasta cariñosa. Cada vez que
nos vemos nos saludamos y despedimos dándonos un par de besos en la mejilla. Jamás
pensé que lo diría, pero mi confianza en él crece cada día más. Me ha calado
desde el primer momento y gracias a él poco a poco voy entendiendo muchas
cosas. Me abre los ojos y está consiguiendo que despierte de mi letargo a
medida que pasan las semanas. Evidentemente yo también tengo que poner mucho de
mi parte, pero hablar con él me relaja y hace que me sienta bien. No tengo ni
idea de cuánto tiempo más durará nuestra relación, pero dure lo que dure pienso
exprimirle todo el jugo. Siendo sincera, yo desearía que durase lo menos
posible porque eso significaría que por fin puedo volar sola y libre. Sin ataduras.
Cada día que pasa me
siento un poquito más fuerte. Eso no quita que de vez en cuando tenga momentos
de bajón que se pueden deber a cualquier tontería. Sin ir más lejos, hace poco
más de una hora hacía partícipe a Patri de uno de esos momentos en los que mi
corazón ha vuelto a dar un vuelco. Nadie dijo que la vida fuese fácil. Lo importante
en estos casos no es el dolor, lo importante es saber buscarle el lado positivo
a cada cosa que nos pase, por muy mal que nos haya hecho sentir, y recopilar la
fuerza necesaria para conseguir que al final todo te resbale.
Y ahora que nombro a Patri…
Gracias a ella hace poco más de tres semanas conocí a Elena. Elena es el
positivismo hecho persona. Cuando ella habla el mundo incluso parece un bonito
lugar en el que vivir. Ella es la culpable de que mi casa esté llena de notitas
positivas y la que está consiguiendo que enfoque mi vida desde otra
perspectiva. Las lágrimas asomaron a mis ojos en su presencia, mientras me
hablaba y me hacía ver la realidad de mi vida: según el listado que escribió en
la pizarra, mi vida soñada y mi vida actual son totalmente opuestas. Qué ironía…
Es sumamente complicado,
sobre todo cuando llevas toda tu existencia pensando que no vales gran cosa,
pero a medida que pasan los días me voy dando cuenta de que nosotros mismos nos
ponemos zancadillas y tal vez por miedo al fracaso nos inventamos trabas
infinitas que nos impiden avanzar.
Jamás me he considerado
una persona demasiado positiva, pero a día de hoy me estoy dando cuenta de que
es verdad: atraemos lo que pensamos. Si piensas que todo te sale mal ten por
seguro que te saldrá mal. Lo que tenemos que hacer es llenar nuestra mente de
pensamientos positivos, de mensajes cargados de optimismo, tenemos que aprender
a aceptarnos tal y como somos, con nuestras virtudes pero también con nuestros
defectos (mi frase favorita últimamente es ésta: yo me amo y me acepto
exactamente tal y como soy) y a medida que nos lo vayamos creyendo, las
cosas sólo pueden ir a mejor. ¿Pensáis que me he vuelto loca? Yo sólo os diré:
por intentarlo no pierdo nada. Y si me sale bien… no… un momento… rehago la
frase… me va a salir bien, y vosotros estaréis ahí para verlo. Mi cara hablará por mí. Ya poco a poco se me va notando…
Os lo puedo asegurar.
Como
versa una frase de Mr. Wonderful, que por cierto os diré que tengo pegada en la
puerta del mueble de la cocina y que resume toda esta nueva filosofía de vida a
la que estoy rindiendo pleitesía, os lo confirmo: HOY ES UN BUEN DÍA PARA SONREÍR.
John Barry & Robert Downey
Jr. – Smile. http://youtu.be/mQ8S6jNu-SM
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