sábado, 12 de abril de 2014

¡Qué bello es vivir!

Sábado. Lugar y fecha indeterminada. 7:30 de la mañana.

¡¡¡Buenos días!!! ¿Os habéis fijado en lo fuerte que brilla el sol esta mañana? La luz es cegadora…

Bien, es posible que haya exagerado un poco teniendo en cuenta las horas tempranas que son. Es probable también que tú no te encuentres en el mismo lugar en el que yo me encuentro y que te hayas asomado a la ventana para constatar que están cayendo chuzos de punta… Me da lo mismo: yo seguiré asegurando que jamás he visto una luz tan intensa. Creedme. El sol brilla aunque no seáis capaces de verlo a simple vista. Cerrad los ojos y mirad en vuestro interior. ¿Lo veis ahora? Yo voy a por la crema solar porque tengo la sensación de que tanto rayo va a terminar quemándome…

Estoy comenzando a pensar seriamente que alguien me ha echado “droja en el Cola-Cao”, como al pobre José Tojeiro… ¿os acordáis? (http://youtu.be/4LyXIKANgjs). El caso es que me encuentro en un estado de felicidad absoluta que roza la ilegalidad. Me siento muy ligera de equipaje y lo único de lo que tengo ganas es de saltar hasta las estrellas y reírme a carcajadas para no parar jamás. Esto sólo puede tener dos lecturas posibles: o todo es obra de los psicotrópicos, o al fin mi estado de desequilibrio mental ha llegado a tal extremo de radicalidad que ya ni siento ni padezco. Y cualquiera de las dos razones anteriores no creáis que terminan de convencerme…

En realidad sé que hay una tercera explicación al tema, y mi colega Enrique me la confirmó hace unos días. Hemos tenido nuestros más y nuestros menos, llevábamos un tiempo sin hablarnos, y en nuestra conversación de reconciliación, por llamarla de alguna manera, me dijo algo muy sabio que ya no me he quitado de la cabeza. Fue esto: “¿sabes qué me hace mejor que tú? Solamente la actitud. Pero nada más. Ni soy más guay ni mejor que tú, ni yo ni nadie”. Olé chaval, cuánta sabiduría hay en tus palabras. Y que un tío que se conoce a medio mundo y parte del extranjero te diga que eres una tía de puta madre (literal) ha terminado por subirme el ego hasta galaxias insospechadas, reforzando todo el trabajo de cambio que se estaba produciendo en mi interior.

Me encuentro en un momento en el que no se me ocurre dar un paso atrás ni siquiera para coger impulso. Y lo cierto es que no me hace falta. Vale, la carretera en la que ahora me encuentro no es perfecta, de vez en cuando aparece algún que otro bache en el que sin darme cuenta meto el pie y trastabillo un poco. Cuando eso pasa resurge en la distancia la Rut-víctima gesticulando y queriendo volver a adquirir el protagonismo que le ha dado poder sobre mí durante todos estos años. No le ha sentado demasiado bien que de repente y sin previo aviso la quitasen del medio y la hubiesen relegado a un lugar perdido en la memoria. Es en esos momentos de flaqueza momentánea cuando la nueva Rut la mira desafiante a los ojos y le dice con voz clara y firme: “no tienes nada que hacer. Ahora soy una persona positiva, dispuesta a cambiar y a tomar las riendas de mi vida como nunca antes lo había hecho. Fuera de aquí. No quiero volver a verte”. Y continúo mi camino. Sin miedo a los baches, sólo respeto. Porque ahora tengo las herramientas necesarias para cubrirlos y caminar con paso firme sobre ellos.

Sé que hay gente que no se cree mi cambio. Saben de mis intentos anteriores y de mis recaídas y creen que esta vez pasará lo mismo. Pero no. Esta vez es diferente. Yo soy diferente. Veo la vida de manera diferente. Porque en esta ocasión las prioridades han cambiado. Ahora lo que realmente me importa es que Rut esté bien, feliz, en paz consigo misma. Y el resto es secundario. Porque como sabiamente me han dicho estos días, si no me quiero a mí misma… ¿cómo voy a ser capaz de querer a los demás? Así que, chic@s, que no os quepa la menor duda: a partir de ahora os voy a adorar. Porque no veáis el amor que me tengo. Infinito.

Empiezo a creer que las cosas suceden por algo, y que existe un lugar y un momento en la vida en el que confluyen todas las circunstancias necesarias para que abramos los ojos, frenemos en seco y nos decidamos a decir ¡BASTA! 

Y mi momento ha llegado. Mi coco funciona ahora a la velocidad de la luz. Analiza todas y cada una de las situaciones en micro segundos y decide cómo actuar en cada caso para hacerme sentir bien. ¿Necesito reforzar mi autoestima? Cargamento de afirmaciones positivas que se repiten como un mantra en mi cabeza. ¿Alguien me ha hecho sentir mal por algo en concreto? Comienzo a perdonar como una loca. Jamás en mi vida había perdonado tanto a tanta gente. Y es cierto: me siento liberada cuando lo hago. Si las cosas no funcionan seguro que existe una razón para ello. Tal vez en el momento no la vea clara, pero más tarde o más temprano las piezas encajarán como un puzzle y tendré mi explicación. Así que he decidido no preocuparme más y dejar que todo fluya. Y yo fluyo también.

Todo es cuestión del enfoque que le des a la vida y de que seas capaz de asignarle a cada cosa la importancia que en realidad tiene. Y de que te lo creas. Ahora voy caminando por la calle y los semáforos se ponen en verde a mi paso. Os juro que no os miento. Ahora voy por la calle o en el metro y recibo piropos de desconocidos. También juro que es verdad. Y yo me veo más alta y más guapa. Camino más erguida. Y me siento más feliz disfrutando de lo que tengo. Y todo aquello que me falte ya llegará cuando tenga que llegar.



Mientras tanto, cierro los ojos y veo ese brillante sol abriéndose paso entre la tormenta, de la misma manera que yo me abro camino y dejo atrás mis miedos e inseguridades. Para lo único para lo que sirven es para que veas la vida pasar y no hagas nada por vivirla. Con la de cosas que estoy descubierto que quedan por hacer…




La Oreja de Van Gogh. El primer día del resto de mi vida. http://youtu.be/nx75SH02Vcw




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