martes, 7 de enero de 2014

Cuando todo se derrumba.


No me lo puedo creer. Sigo siendo débil. Y no quiero ser débil. ¿por qué estoy llorando si aparentemente no tengo motivos importantes para hacerlo? 

Es increíble cómo tu mente puede jugarte una mala pasada y tú pasar de la euforia al llanto en cero coma. ¡Si hace tan sólo quince minutos estaba feliz escuchando el último CD de creación propia que acababa de grabar y tarareando todas y cada una de las canciones que había seleccionado con cuidado para escucharlas en el coche! Y de pronto… ¡¡¡PLOF!!! La compuerta secreta se abrió traicionera y sentí cómo el suelo se abría bajo mis pies y comenzaba a caer al abismo de nuevo… Mi descenso a los infiernos… una vez más. 

Por unos segundos he vuelto a sentir que no valgo nada. El nadie me quiere, leit motiv que me ha perseguido durante todo este tiempo, ha vuelto a introducirse en mi cabeza y se ha instalado en ella apoderándose de mi ser. Anulándome como persona y haciéndome sentir un cero a la izquierda. Es una sensación horrorosa, la más desesperante que jamás haya conocido. Se apodera poco a poco, casi sin que me dé cuenta, hasta ocupar todo mi cuerpo. ¿Sabéis esa típica escena de peli de terror en la que una niebla espesa que no se sabe bien de dónde sale envuelve toda la pantalla? Pues esto es igual. Un veneno incoloro, insonoro e insípido que se hace dueño de mí hasta anularme. 

Y lo peor de todo es que yo en el fondo sé que valgo más de lo que en esos momentos quiero creer. Objetivamente sé que soy mejor de lo que esta sensación me hace pensar. Y aunque estoy convencida de ello, no me siento con fuerzas para luchar. No mientras la angustia me consume. 

Viendo que la casa se me caía encima y mis brazos se veían incapaces de sostener el peso salí en busca de dos de mis ángeles, que raudos y veloces vinieron en mi ayuda. Y entre sollozos y palabras entrecortadas que lo único que reflejaban era inseguridad, dolor e impotencia, abrieron sus alas y me cobijaron en ellas, protegiéndome de todos esos malos pensamientos y ahuyentando el dolor que oprimía mi corazón.  

Y como en otras ocasiones, su arrullo calmó mi desesperación. Conseguí volver a respirar de manera normal y mis lágrimas dejaron de rodar por mis mejillas. Porque nadie como ellos para calmar mi angustia; nadie como ellos para levantarme del suelo y permitirme volver a caminar primero y correr después. Y de nuevo he logrado gracias a ellos huir de una caída a los infiernos que yo creía ya inevitable.

Todavía no he conseguido volver a sonreír. Es pronto. Necesitaré que la noche me envuelva y se transforme en día para encontrarme mejor. Y será entonces cuando sea capaz de llenarme de valor, mirarme al espejo y darme cuenta a través de su reflejo de lo mucho que yo valgo. Entonces abriré la puerta de mi casa, esa casa que ya no se me caerá encima, y saldré a la calle con paso firme. Caminaré segura y mostraré al mundo de nuevo mi franca sonrisa. Y deberé tener cuidado de no flaquear, porque si esto sucede la gente sólo tendrá que mirarme a los ojos para descubrir mi engaño. Porque puedo sonreír hasta que me duela la boca, que si la sonrisa no es sincera mis ojos me delatarán.

Y a la gente que me conoce no la puedo engañar aunque yo me considere buena actriz. Soy demasiado transparente, y juro que hay momentos en los que me gustaría mostrarme turbia y oscura. Mi amiga Rosana me comentó lo siguiente al ver una foto mía, que adjunto más abajo, y en la que yo me veía perfecta: "Rut me encantaste, tu pelo, qué pedazo peinado más bonito, y el vestido espectacular, todo, pero conozco tu cara y me dice mucho, mi niña tira palante, y sé feliz".

Yo sonreía en la foto pero lloraba con la mirada. Y me pillaron. Creí realmente que había conseguido engañar al mundo entero pero mi amiga Rosana me descubrió. Y qué razón tenía… Tenía el corazón inundado en lágrimas silenciosas que no podían salir.

La vida es como una montaña rusa. Ahora estás arriba y ahora abajo. Lo importante es aprender a lidiar con todas las situaciones, tanto las que te hacen estar en la cumbre como las que te hacen descender hasta lo más profundo.

A mí todavía me falta un poquito para conseguir ese equilibrio. Y mientras no llega ese momento sólo puedo dar gracias a mis ángeles por estar ahí y ayudarme a levantarme cada vez que me caigo. Ojalá todos tengáis a personas a vuestro alrededor que os ayuden en los malos momentos. Yo las tengo. A veces me pregunto si soy merecedora de todo ese cariño que me demuestran, pero imagino que si están ahí es porque en realidad así es. Porque en las buenas situaciones está cualquiera. Es en las malas en donde se demuestra en realidad quién merece verdaderamente la pena. Algún día conseguiré volar hasta lo más alto. Y será gracias a todos esos duendecillos buenos que me rodean.





Y mi boca y mis ojos por fin reirán al unísono, con una carcajada sincera e infinita.








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