miércoles, 22 de enero de 2014

Os cuento que...



El torturador… chisme también llamado despertador, sonó a las 7:01 (una hora tan perfectamente puñetera como cualquier otra) y me levanté rauda y veloz de la cama como cada mañana. No soy remolona, no soy de esas personas que golpea con rudeza el aparato para que deje de pitar y se da media vuelta hasta que lo escucha sonar cinco minutos después. Si ya la primera vez que suena es deprimente… ¿para qué escucharlo una segunda? Es algo que nunca he entendido… ¿qué sentido tiene despertarte antes si al final no te vas a levantar hasta que pasen cinco minutos más? Os puedo asegurar que mi imaginación aprovecha ese tiempo extra de una manera sorprendente como para tener que dejar el sueño a medias porque yo sea de las que me despierto “a plazos”. Una vez puestos mis pies en el suelo y separar mi cuerpo del mullido edredón que me arropaba hasta ese momento me dirigí al baño, abrí el agua caliente y me di una ducha, como hago cada mañana. Vestida, entré en la cocina. No perdono el zumo de naranja, sea primavera, verano, otoño o invierno, coincida en día laborable o festivo, así que corté una naranja por la mitad y después de beber mi vaso de agua en ayunas y de que el exprimidor sacase todo el jugo posible a la fruta, el zumo pasó del vaso a mi estómago en menos que canta un gallo, al tiempo que el tazón de leche giraba en el microondas. Eso es organización y lo demás son tonterías… Después de echar cuatro galletas, una pastilla de sacarina y añadir el café, me senté delante del portátil para echar un vistazo rápido a varias páginas de internet. Dientes lavados, un poco de color en la cara, pelo recolocado y unas gotitas de colonia que pulverizo a varios centímetros de distancia. Jamás salgo sin ella, mi compañera fiel, la misma que me echo desde hace más de 15 años (para que luego digan que la fidelidad es un mito…). Como toque final me pongo unos pendientes, el reloj (me siento desnuda sin él) y un anillo y abro la puerta para dirigirme a trabajar. 

¿Soy una chica de costumbres? Puede ser. ¿Soy aburrida? En absoluto. ¿Tengo manías? Como buena gallega responderé a esta pregunta con otra: ¿quién no las tiene? 

Soy una diestra que para abrir las puertas con llave utiliza la mano izquierda. 

Siempre llevo el bolso colgado del hombro derecho; en el izquierdo no me resulta cómodo, así que cuando paseo del brazo de alguien siempre me coloco a su diestra. O no llevo bolso. 


Hasta hace un par de años no probaba gota de alcohol porque me olía mal (el olfato y yo tenemos una relación muy estrecha). Incluso llegaron a preguntarme en más de una ocasión si mi negativa a beber se debía a algún tema de tipo religioso o cultural… Y yo entonces me preguntaba ¡¡¿¿¿es que nadie puede beberse una coca-cola por el simple hecho de que le gusta y la prefiere al vino más caro de toda la bodega???!! Ahora es cuando una Pepito Grillo muy especial me dirá que más de una vez he comido en su casa platos cocinados con vino sin que me diese cuenta (en cuanto me enteraba de que el vino era parte integradora del plato me negaba en redondo). Mi niña: lo primordial era que yo no me enterase… Como versa el refrán: ojos que no ven, corazón que no siente. Eso sí: me he vuelto una bebedora selectiva: sólo mojitos, Vodka-naranja y gin tonics (esto último es lo que más me gusta. La culpa la tiene mi hermano por prepararlos de vicio…) No puedo con el vino y la cerveza… el olfato otra vez haciendo de las suyas. 

Soy organizada, pero a mi manera. Me gusta tener cada cosa en su sitio, pero no soy ninguna obsesionada del orden, aunque me pone nerviosa comprobar que la televisión no está perfectamente centrada con relación al sofá. Y no me quedo tranquila hasta que me levanto y la coloco en su sitio. 

Cuando voy sentada en el asiento de atrás de cualquier vehículo mi inercia me lleva a colocarme detrás del copiloto y nunca detrás del conductor. Y esto me ha pasado desde que tengo uso de razón, así que sucede un poco como cuando aprendes a hablar y sabes que se dice “estar contento” y no “ser contento” pero que nadie te pregunte por qué se usa un verbo y no otro porque no tienes ni idea: simplemente es así. 

Me gusta madrugar. Para mí dormir hasta el mediodía es una verdadera pérdida de tiempo. Con la de cosas que se pueden hacer para qué perder esas horas en brazos de Morfeo. Siempre me he considerado más persona de día que de noche, y ahora ya soy un poco mayor para cambiar. Eso no significa que de vez en cuando me acueste a las mil. Y en esas ocasiones me encantaría poder dormir hasta que me despierte porque el estómago ruge de lo vacío que está. Pero fíjate que no, que a mi cuerpo le importa un pepino que haya llegado a casa a las seis de la mañana, que el reloj da las ocho o a lo sumo las nueve y ya está el puñetero diciendo que son horas de desepegar el trasero de la cama. A veces puede ser tan cruel conmigo… 

No soporto llegar tarde. Y como consecuencia de ello odio que la gente sea impuntual. Una queridísima amiga cuyo nombre protegeré para que no se sienta aludida (seguro que sabes que hablo de ti y que además sabes que te quiero igual) no puede evitar llegar siempre con retraso. A veces pienso que es algo que viene con uno, que está directamente relacionado con el ADN de cada persona o a saber, porque no hay manera con ella. Pues bien, sabiendo cómo se iban a desarrollar las cosas, que me tocaría esperar a mí, en más de una ocasión y a propósito salí, tarde no, tardísimo de casa para no llegar a la hora… ¡¡¡y descubrí que mis piernas tenían alas!!! El caso es que allí estaba yo, plantada en una de las columnas de los soportales de la Plaza de la Herrería en Pontevedra, a la hora a la que habíamos quedado (ni un minuto más ni un minuto menos) esperando a que ella llegase. Bendito Kindle. Últimamente me ha hecho compañía en situaciones similares a esas. 

Siempre fui morena. Siempre me gustó ser morena. Siempre me sentí orgullosa de mi pelo oscuro. Así que cuando las horribles canas comenzaron a poblarlo (fruto de la herencia familiar… gracias mamá por hacer que no me quede calva…) me resistí a permitir que el blanco ganase al negro y cuando llegó la hora de tintarlo, el castaño oscuro siguió siendo mi elección. Madre mía… todavía hoy recuerdo lo traumático que resultó para mí la primera vez que fui a la peluquería a que me tiñesen el pelo. Tuve que apretar mucho los labios para evitar que las lágrimas saliesen de mis ojos. Qué niñata. Al final y con mucho dolor de mi corazón me he rendido. Soy una privilegiada porque mi pelo crece muy rápido, lo que me permite cambiar de look bastante a menudo si así lo quisiese,  pero eso me obliga a visitar a mi peluquera una vez al mes y a los quince días de mi visita los matojos blancos florecen como las flores en primavera. Así que al final he pedido papas y una rubia ha nacido en mí. Me consuela escuchar a la gente decir que me queda bien, que incluso me hace la cara más dulce… Al menos ahora cuando meta la pata tendré disculpa: “No soy tonta, es que soy rubia”. 

Y así podría continuar hasta que nos diesen las uvas, porque sí, amigos, soy una tía llena de contradicciones. ¿Pero qué se puede esperar de una persona cuyo nombre ya es de por sí un tanto peculiar? Me llamo Rut, sin H. Como he argumentado en más de una ocasión, para qué escribirla si no se pronuncia. Eso sí, cada vez que veo mi nombre escrito con cuatro letras me da igual. Nunca podré ganar esa batalla. Lo que más me llamó la atención fue una vez que tuve que rellenar un formulario (no recuerdo bien para qué) y cuando se lo entregué a la chica de turno ella cogió un bolígrafo y corrigió mi nombre añadiendo la “H”. What the fuck!!!?? 

Hace unos días la misma amiga que se jactaba de haber cocinado para mí platos con alcohol que yo había comido con gusto (cocina de vicio la chiquilla en cuestión) me confesaba que no se sentía con fuerzas para leer mi blog porque lo encontraba demasiado deprimente y que de lo único que tenía ganas era de darme un par de bofetadas para que espabilase un poco y tomase las riendas de mi vida de una vez. Espero guapetona que esta vez sí hayas sido capaz y lo que he escrito no te haya hecho sentir mal. Porque causar esa sensación en ti es lo que menos deseo en este mundo. Porque te quiero muchísimo, y a las personas a las que se quiere se las hace reír, nunca llorar.

Todos tenemos nuestras cosas, las buenas y las malas. Ese conjunto de imperfecciones constituyen lo que somos y así habrán de querernos aquellos a los que les importemos, aceptando todas nuestras virtudes y sobre todo nuestras manías. Porque a pesar de ello y a nuestra manera, todos y cada uno de nosotros somos perfectos. Y que nadie se atreva a decirnos lo contrario. ¿Mi consejo? Salid a la calle y presumid de sonrisa, que para llorar ya habrá tiempo.


Me han dicho que la mía es muy bonita…


Pink: F*cking Perfecthttp://youtu.be/ocDlOD1Hw9k








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