El torturador… chisme también llamado despertador, sonó a las 7:01 (una hora
tan perfectamente puñetera como cualquier otra) y me levanté rauda y veloz de
la cama como cada mañana. No soy remolona, no soy de esas personas que golpea
con rudeza el aparato para que deje de pitar y se da media vuelta hasta que lo
escucha sonar cinco minutos después. Si ya la primera vez que suena es
deprimente… ¿para qué escucharlo una segunda? Es algo que nunca he entendido… ¿qué
sentido tiene despertarte antes si al final no te vas a levantar hasta que
pasen cinco minutos más? Os puedo asegurar que mi imaginación aprovecha ese
tiempo extra de una manera sorprendente como para tener que dejar el sueño a
medias porque yo sea de las que me despierto “a plazos”. Una vez puestos mis
pies en el suelo y separar mi cuerpo del mullido edredón que me arropaba hasta
ese momento me dirigí al baño, abrí el agua caliente y me di una ducha, como
hago cada mañana. Vestida, entré en la cocina. No perdono el zumo de
naranja, sea primavera, verano, otoño o invierno, coincida en día laborable o
festivo, así que corté una naranja por la mitad y después de beber mi vaso de
agua en ayunas y de que el exprimidor sacase todo el jugo posible a la fruta, el
zumo pasó del vaso a mi estómago en menos que canta un gallo, al tiempo que el
tazón de leche giraba en el microondas. Eso es organización y lo demás son tonterías…
Después de echar cuatro galletas, una pastilla de sacarina y añadir el café, me
senté delante del portátil para echar un vistazo rápido a varias páginas de
internet. Dientes lavados, un poco de color en la cara, pelo recolocado y unas
gotitas de colonia que pulverizo a varios centímetros de distancia. Jamás salgo
sin ella, mi compañera fiel, la misma que me echo desde hace más de 15 años
(para que luego digan que la fidelidad es un mito…). Como toque final me pongo
unos pendientes, el reloj (me siento desnuda sin él) y un anillo y abro la puerta para dirigirme a trabajar.
¿Soy una chica de
costumbres? Puede ser. ¿Soy aburrida? En absoluto. ¿Tengo manías? Como buena
gallega responderé a esta pregunta con otra: ¿quién no las tiene?
Soy una diestra que
para abrir las puertas con llave utiliza la mano izquierda.
Siempre llevo el
bolso colgado del hombro derecho; en el izquierdo no me resulta cómodo, así que
cuando paseo del brazo de alguien siempre me coloco a su diestra. O no llevo
bolso.
Hasta hace un par
de años no probaba gota de alcohol porque me olía mal (el olfato y yo tenemos
una relación muy estrecha). Incluso llegaron a preguntarme en más de una
ocasión si mi negativa a beber se debía a algún tema de tipo religioso o
cultural… Y yo entonces me preguntaba ¡¡¿¿¿es que nadie puede beberse una
coca-cola por el simple hecho de que le gusta y la prefiere al vino más caro de
toda la bodega???!! Ahora es cuando una Pepito Grillo muy especial me dirá que
más de una vez he comido en su casa platos cocinados con vino sin que me diese
cuenta (en cuanto me enteraba de que el vino era parte integradora del plato me
negaba en redondo). Mi niña: lo primordial era que yo no me enterase… Como
versa el refrán: ojos que no ven, corazón
que no siente. Eso sí: me he vuelto una bebedora selectiva: sólo mojitos,
Vodka-naranja y gin tonics (esto último es lo que más me gusta. La culpa la
tiene mi hermano por prepararlos de vicio…) No puedo con el vino y la cerveza…
el olfato otra vez haciendo de las suyas.
Soy organizada,
pero a mi manera. Me gusta tener cada cosa en su sitio, pero no soy ninguna
obsesionada del orden, aunque me pone nerviosa comprobar que la televisión no
está perfectamente centrada con relación al sofá. Y no me quedo tranquila hasta
que me levanto y la coloco en su sitio.
Cuando voy sentada
en el asiento de atrás de cualquier vehículo mi inercia me lleva a colocarme
detrás del copiloto y nunca detrás del conductor. Y esto me ha pasado desde que
tengo uso de razón, así que sucede un poco como cuando aprendes a hablar y sabes
que se dice “estar contento” y no “ser contento” pero que nadie te pregunte
por qué se usa un verbo y no otro porque no tienes ni idea: simplemente es así.
Me gusta madrugar.
Para mí dormir hasta el mediodía es una verdadera pérdida de tiempo. Con la de
cosas que se pueden hacer para qué perder esas horas en brazos de Morfeo.
Siempre me he considerado más persona de día que de noche, y ahora ya soy un
poco mayor para cambiar. Eso no significa que de vez en cuando me acueste a las
mil. Y en esas ocasiones me encantaría poder dormir hasta que me despierte
porque el estómago ruge de lo vacío que está. Pero fíjate que no, que a mi cuerpo
le importa un pepino que haya llegado a casa a las seis de la mañana, que el
reloj da las ocho o a lo sumo las nueve y ya está el puñetero diciendo que son
horas de desepegar el trasero de la cama. A veces puede ser tan cruel conmigo…
No soporto llegar
tarde. Y como consecuencia de ello odio que la gente sea impuntual. Una queridísima
amiga cuyo nombre protegeré para que no se sienta aludida (seguro que sabes que
hablo de ti y que además sabes que te quiero igual) no puede evitar llegar
siempre con retraso. A veces pienso que es algo que viene con uno, que está
directamente relacionado con el ADN de cada persona o a saber, porque no hay
manera con ella. Pues bien, sabiendo cómo se iban a desarrollar las cosas, que
me tocaría esperar a mí, en más de una ocasión y a propósito salí, tarde no,
tardísimo de casa para no llegar a la hora… ¡¡¡y descubrí que mis piernas
tenían alas!!! El caso es que allí estaba yo, plantada en una de las columnas
de los soportales de la Plaza de la Herrería en Pontevedra, a la hora a la que
habíamos quedado (ni un minuto más ni un minuto menos) esperando a que ella
llegase. Bendito Kindle. Últimamente me ha hecho compañía en situaciones similares
a esas.
Siempre fui morena.
Siempre me gustó ser morena. Siempre me sentí orgullosa de mi pelo oscuro. Así
que cuando las horribles canas comenzaron a poblarlo (fruto de la herencia familiar…
gracias mamá por hacer que no me quede calva…) me resistí a permitir que el
blanco ganase al negro y cuando llegó la hora de tintarlo, el castaño oscuro
siguió siendo mi elección. Madre mía… todavía hoy recuerdo lo traumático que
resultó para mí la primera vez que fui a la peluquería a que me tiñesen el
pelo. Tuve que apretar mucho los labios para evitar que las lágrimas saliesen
de mis ojos. Qué niñata. Al final y con mucho dolor de mi corazón me he rendido.
Soy una privilegiada porque mi pelo crece muy rápido, lo que me permite cambiar
de look bastante a menudo si así lo quisiese, pero eso me obliga a visitar a mi peluquera
una vez al mes y a los quince días de mi visita los matojos blancos florecen
como las flores en primavera. Así que al final he pedido papas y una rubia ha nacido en mí. Me
consuela escuchar a la gente decir que me queda bien, que incluso me hace la
cara más dulce… Al menos ahora cuando meta la pata tendré disculpa: “No soy
tonta, es que soy rubia”.
Y así podría
continuar hasta que nos diesen las uvas, porque sí, amigos, soy una tía llena
de contradicciones. ¿Pero qué se puede esperar de una persona cuyo nombre ya es
de por sí un tanto peculiar? Me llamo Rut, sin H. Como he argumentado en más de
una ocasión, para qué escribirla si no se pronuncia. Eso sí, cada vez que veo
mi nombre escrito con cuatro letras me da igual. Nunca podré ganar esa batalla.
Lo que más me llamó la atención fue una vez que tuve que rellenar un formulario
(no recuerdo bien para qué) y cuando se lo entregué a la chica de turno ella
cogió un bolígrafo y corrigió mi nombre añadiendo la “H”. What the fuck!!!??
Hace unos días la
misma amiga que se jactaba de haber cocinado para mí platos con alcohol que yo
había comido con gusto (cocina de vicio la chiquilla en cuestión) me confesaba
que no se sentía con fuerzas para leer mi blog porque lo encontraba demasiado
deprimente y que de lo único que tenía ganas era de darme un par de bofetadas
para que espabilase un poco y tomase las riendas de mi vida de una vez. Espero guapetona que esta vez sí hayas
sido capaz y lo que he escrito no te haya hecho sentir mal. Porque causar esa
sensación en ti es lo que menos deseo en este mundo. Porque te quiero
muchísimo, y a las personas a las que se quiere se las hace reír, nunca llorar.
Todos tenemos nuestras cosas, las
buenas y las malas. Ese conjunto de imperfecciones constituyen lo que somos y
así habrán de querernos aquellos a los que les importemos, aceptando todas
nuestras virtudes y sobre todo nuestras manías. Porque a pesar de ello y a
nuestra manera, todos y cada uno de nosotros somos perfectos. Y que nadie se
atreva a decirnos lo contrario. ¿Mi consejo? Salid a la calle y presumid de
sonrisa, que para llorar ya habrá tiempo.
Ufff..
ResponderEliminarEspero que ese "Ufff.." no tenga connotaciones negativas, lector Anónimo...
Eliminar:-S