Estos últimos días algunos
de vosotros me habéis repetido hasta la saciedad que me plantease seriamente
dejar de escribir relatos cortos, cogiese el toro por los cuernos y me
estrujase las neuronas para darle forma a una historia un poco más extensa.
¿Vosotros sois conscientes de las neuronas que hacen falta para crear algo así?
Mi cerebro, sólo de pensar que se puede quedar bajo mínimos, se pone a temblar.
Y a mí me levanta dolor de cabeza… Un segundo, que voy a por el Ibuprofeno…
La idea de escribir un
libro me impone mucho respeto. Pensar en compararme con mis admirados
escritores me da mucho, muchísimo vértigo, y no creo estar todavía lo
suficientemente madura como para hacerle frente a semejante reto. Yo me veo más
como una narradora de momentos, una cuentacuentos que describe sensaciones
puntuales y relata las anécdotas del día a día. De todos modos no descarto del
todo la idea, reconozco ante vosotros que me ha entrado cierto gusanillo, y
conociéndome, al final es muy probable que dicho bicho se introduzca en mi
interior como haría en cualquier manzana y una vez dentro me rompa la cabeza
hasta que me harte y no me quede más remedio que darle forma a ese supuesto
libro abstracto que me ronda.
Y ya que estamos con el
tema hoy me gustaría hablar de libros y de mi devoción por la lectura.
Si ya dije en su día que
la música era una de mis pasiones, la adoración por un buen libro no se queda
atrás. Y ya desde enana, que lo mío viene de lejos. No como mi hermano, que no
tocaba un libro hasta que, ya crecidito, descubrió a Tolkien y su Hobbit maravilloso. Para nada. Yo no
levantaba un palmo del suelo y devoraba sin piedad el Don Mickey que cada quince días mi padre me compraba en el quiosco
de turno. Estaba enganchadísima a las aventuras del Tío Gilito, el Pato Donald,
Mickey y demás familia Disney. En el salón del piso de Beluso en el que
vivíamos por aquella época tenía una estantería reservada para todos esos
tebeos que iba organizando a medida que se iban publicando. Y pobre de mi padre
si se le ocurría olvidarse de comprarme el siguiente número… Buena era yo para
eso…
Y así nació mi afición.
Para mí leer era como respirar. Me daba igual novela, teatro, o verso. Libro
que caía en mis manos, libro que devoraba sin tregua. En Beluso había una
pequeña biblioteca municipal. En cuanto tuve uso de razón me hice el carné de
socia (con permiso de mis padres, claro) y la visitaba un par de veces a la
semana. No quedó libro de Los Cinco, Los
hermanos Bobbsey, de la colección de Elige
tu propia aventura, Agatha Christie, Sherlock Holmes y demás personajes que
hubiesen escapado a mis ávidas ansias por descubrir nuevas aventuras. Creedme,
pocos libros había en aquel lugar que no hubiesen pasado por mis manos…
He leído lo indecible a lo
largo de mi vida. Soy una persona a un libro pegada. Y como cualquiera, tengo
mis imprescindibles. Esos libros que por unos motivos u otros han marcado mi
vida y a los que guardo especial cariño.
Sin lugar a dudas la
trilogía Milennium de Stieg Larsson
se lleva la palma. Y fijaos que no fue precisamente un flechazo. Recuerdo haber
visto Los hombres que no amaban a las
mujeres en las múltiples ocasiones en las que iba a una librería en busca
de droga que poder devorar y siempre terminaba decantándome por otro volumen
dejando aquella portada en la que aparecía una mujer desgarbada sentada en el
frío suelo para una próxima ocasión. No recuerdo qué fue lo que al final me
hizo decantarme por aquel libro tan grueso y pesado. Menudo incordio cargar con él en el metro, puede ser que hubiese
pensado en más de una ocasión para evitar comprarlo. No lo sé. El caso es que
en cuanto comencé a leer la primera línea sentí un flechazo que hacía tiempo no
sentía por ninguna otra historia que hubiese leído. Y esa fue mi perdición. No
podía parar. Deseaba que los trayectos en metro durasen más para poder
seguir leyendo, me moría por llegar a casa y poder continuar así con la
lectura. Era una droga peor que el tabaco. El enganche era total. Así que sin
haber terminado el primer tomo, La chica
que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina ya estaba sobre mi
mesilla de noche. Y mi idilio con Lisbeth Salander crecía cada día más. Terminé
los dos libros y no tuve más remedio que esperar como un mes a que saliese
publicada la tercera parte de la trilogía: La
reina en el palacio de las corrientes de aire. Me recuerdo como el típico
padre primerizo que aguarda impaciente fuera de la sala de partos a que salga la
enfermera para comunicarle la buena nueva: Enhorabuena
caballero, ha sido usted padre de gemelos… Pues algo así sentía yo mientas
esperaba a que llegase el momento en el que pudiese tener el libro entre mis
manos. Y el tiempo pasaba tan despacio… Para que os hagáis una idea de hasta
dónde llegaba mi obsesión sólo os daré este dato: Compré el libro un viernes
por la tarde y nada más llegar a casa empecé su lectura. Y el domingo por la
mañana, apenas día y medio después, me había devorado las 864 páginas del
libro, robándole horas al sueño y olvidándome casi de comer… Todavía a día de
hoy puedo decir que no he encontrado libro que haya conseguido lo que estos
tres han logrado. No al menos hasta tal extremo. Por supuesto huelga decir que
soy fan incondicional de las películas que se han hecho basadas en los libros y de la serie que también han emitido. Por supuesto, la versión sueca de los mismos.
Noomi Rapace y Lisbeth Salander son la misma persona. Y no hay más que hablar.
Es curioso, pero ahora que
analizo el tema y me pongo a hablar de aquellos libros que más me han marcado a
lo largo de mi vida, el flechazo no es precisamente la cualidad que describe mi
relación con ellos. Durante muchos años me negué a leer a Ken Follett y sus Pilares de la tierra. Tanta gente
idolatraba esa obra que yo no entendía el motivo de tanta adoración. Supongo
que intentaba no dejarme influir por las masas… No recuerdo qué me hizo cambiar
de opinión, pero lo cierto es que un día esas 1.018 páginas cayeron en mis
manos y otra vez necesité una carretilla para poder transportar semejante
ladrillo de un lado a otro. Pero a medida que pasaba las páginas ese peso se
hacía más ligero y mi sed por saber algo más de la historia ganaba al dolor de
espalda generado por cargar con el libro de un lugar a otro. ¿Cómo resumiría este
libro? Pues ni más ni menos que como una telenovela en toda regla. Pasa de
todo: hay odios, amores imposibles, venganzas, el malo parece que siempre se
sale con la suya, sufres por las injusticias que les suceden a los protas y al
final… bueno, el final no lo desvelo por si a alguno de vosotros le ha entrado
curiosidad.
Me costó pillarle el punto
a El Quijote. Intenté comenzarlo
varias veces a lo largo de mi vida. Me recuerdo leyendo “En un lugar de la
Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” unas cuantas ocasiones, pero
ninguna de ellas se produjo en el momento adecuado, porque a las pocas páginas
decidía dejarlo aparcado para otra ocasión mejor. Hasta que en tercero de BUP
fue lectura obligatoria en literatura. Y no me quedó otra que continuar pasando
páginas. Ya no valía eso de lo dejo para
mañana. Y confieso que ahora considero ese libro como la obra maestra que
es. Mientras que la mayoría de mis compañeros de instituto sudaban sólo de
pensar en leerlo, yo disfrutaba con las aventuras y desventuras del hidalgo
caballero.
Siempre he sido muy
desconfiada en lo que a libros de autoayuda se refiere. Siempre he pensado que
eran un verdadero engañabobos y que no servían de gran cosa. Hasta que descubrí
a Louise L. Hay y su Usted puede sanar su
vida. Imagino que influye sobremanera el estado de ánimo en el que te
encuentras a la hora de poder sacarle todo el jugo a este tipo de lectura, y yo,
hablando desde mi experiencia personal sólo puedo decir que, encontrándome tan
perdida y necesitada de dar con una pauta que me permitiese salir del pozo en
el que hasta hace poco me encontraba, descubrí en ese libro mi salvación. Louise tiene mucha culpa de que mi forma de enfocar la vida haya
cambiado, de que ahora sea capaz de verle el lado positivo hasta a las cosas
más tristes, de que haya aprendido a quererme. Imaginaos hasta qué
punto valoro lo que he aprendido de esta mujer, que sin dudarlo he incluido
este libro dentro de ese selecto y reducido conjunto de lecturas que han
conseguido influir en mi vida de manera particular.
Ha habido muchos libros
que en cierta medida me han marcado a lo largo de estos años. Así que vengan a
mi mente en este momento podría nombraros: El
Tiempo entre costuras, La sombra del viento, El último catón, P.D. Te quiero,
Los buscadores de conchas, Cometas en el cielo, El ocho, Los juegos del hambre, El señor de los anillos… Con éste último me pasó algo muy curioso. Lo
leí unas Navidades que me puse enferma. Yo acababa de regalarle el libro a mi hermano
y se lo pedí para entretenerme mientras estaba convaleciente en la cama. Y a 50
páginas del final me planté. Jamás leí esas páginas, me quedé estancada... Pero
que no cunda el pánico: vi la película, así que terminé por saber cuál era el final.
Y así podría seguir
durante horas… Pero tampoco se trata de que os aburra hasta la saciedad. Esta
entrada ya es, de por sí, bastante muermo como para que terminéis por cerrar
los ojos y comencéis a roncar.
Soy una apasionada de la
lectura, creo seriamente además que leer culturiza y te hace más sabio, te
enseña a expresarte correctamente y además es una forma estupenda de abrir tu
mente. Creo firmemente que un buen libro es capaz hasta de mover masas.
Por eso cada vez que me
proponen como escritora futurible yo comienzo a sudar. Me parece algo tan
grande el ser capaz de escribir un libro y constatar que la gente disfruta
leyéndolo que sólo de pensarlo tiemblo. Por eso me emociono cada vez que alguno
de vosotros me confiesa que se entretiene con mis aventuras. Saber que lo que hago con tanto cariño no cae en saco
roto, pensar que puedo lograr que esbocéis una pequeña sonrisa cuando suelto
alguna de mis gracias para mí ya es un gran triunfo.
Y
quién sabe, a lo mejor algún día el milagro sucede y me escucháis en un plató
decir esa famosa frase que versa: Yo he
venido aquí a hablar de mi libro… Hasta que ese momento llegue, me conformo
con seguir viendo el contador de mi blog subiendo con vuestras visitas. Soy tan
feliz con tan poquito… Vosotros conseguís que lo sea. Día a día.
Celtas
cortos: Cuéntame un cuento. http://youtu.be/MM9zHF4e810
Pues yo soy uno de esos enganchados a tu blog (confieso).
ResponderEliminarEscribir un libro no es tarea fácil, pero aquí hay madera.
Por cierto, al leer tus visitas a la Biblioteca de Beluso, me hizo recordar que yo era asiduo a ella, incluso en días de tormenta. En ocasiones que se iba la luz en casa (debido a los temporales)...recuerdo subir las escaleras de nuestro fallado para ver si la biblioteca estaba a oscuras también o en cambio tenían luz y si ocurría esto último... para allá me iba yo en busca de libros, pero que eran muy distintos a los tuyos, pues yo lo que devoraba eran los dedicados a cerámica, papel maché y cualquier tipo de artesanía.
En fin... gracias por dejarnos entrar en tu mundo y también poder comentar y compartir nuestras vivencias.
Esa biblioteca... la recuerdo como si hubiese estado ayer...
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